Gusanos de arena de Dune (22 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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Si el Oráculo del Tiempo no se ocupaba de las cosas importantes, nadie lo haría. Nadie en el universo podía hacerlo. Con su presciencia, Norma sabía qué era lo más importante:
Encontrar la no-nave.
El kwisatz haderach último viajaba a bordo, y la nube negra del Kralizec ya había descargado sus torrentes. Pero Omnius también lo buscaba, y es posible que lo encontrara primero.

Norma había sentido las luchas entre Bene Gesserit y Honoradas Matres. Antes de esto había sido testigo de la Dispersión y los Tiempos de Hambruna originales, de la extensa vida y la traumática muerte del Dios Emperador. Pero todo esto no era más que ruido de fondo.

Encontrar la no-nave.

Como siempre había previsto y temido, el implacable Enemigo había vuelto. No importaba qué disfraz llevaran ahora las máquinas pensantes, o cuánto hubieran cambiado, el Enemigo seguía siendo el Enemigo.

Y Kralizec ya ha empezado.

Mientras su presciencia fluía hacia dentro y hacia fuera, las ondas de tiempo la envolvieron, dificultando cualquier predicción exacta. Había un vórtice, un factor aleatorio y poderoso que podía alterar el resultado de miles de formas: un kwisatz haderach, una persona tan anómala como ella misma, una variable incontrolable.

Omnius quería guiar y controlar a aquel humano especial. La supermente y sus Danzarines Rostro llevaban años buscando la no-nave, pero hasta la fecha Duncan Idaho había logrado eludirlos. Ni siquiera ella había sido capaz de volver a encontrarle.

Norma había hecho lo posible por desbaratar los planes del Enemigo a cada paso del camino. Ella salvó la no-nave, con la esperanza de proteger a los que viajaban a bordo, pero después los perdió. En la no-nave había algo mucho más efectivo que un campo negativo y que no le dejaba ver. Solo esperaba que las máquinas pensantes vieran tan poco como ella.

La búsqueda del Oráculo prosiguió, mientras sus pensamientos se desviaban en delicadas sondas. Ay, la nave no estaba. De alguna misteriosa forma, los pasajeros se ocultaban a sus ojos… si es que no la habían destruido ya.

Aunque su presciencia no era clara, Norma sabía que el tiempo se agotaba para todos. El punto culminante llegaría muy pronto. Por eso debía reunir a sus aliados. Los necios administradores habían reconfigurado muchas de sus grandes naves con controles artificiales —¡máquinas pensantes!—, así que ya no podía convocarlos mediante sus poderes paranormales. Pero aún tenía a mil de sus fieles navegantes. Los prepararía para la batalla, la batalla final.

En cuanto encontrara la no-nave…

El Oráculo del Tiempo expandió su mente, arrojando su pensamiento al vacío como un pescador, hasta que el dolor neural fue increíble. Lo intentó con más fuerza, extendiendo sus límites más allá de lo que jamás había intentado. No había dolor lo bastante fuerte para ella. Sabía muy bien cuáles serían las consecuencias si fracasaba…

A su alrededor, un inmenso reloj seguía marcando los minutos…

33

Tiene que haber un lugar donde podamos encontrar un hogar, donde podamos estar a salvo y descansar. Las Bene Gesserit enviaron a tantas hermanas en su propia dispersión antes de que llegaran las Honoradas Matres… ¿Se han perdido también ellas?

S
HEEANA
, diarios confidenciales de la no-nave

Sin detenerse nunca, el
Ítaca
se resentía por la reciente oleada de daños. Y el saboteador seguía esquivándolos.
¿Qué más podemos hacer para descubrirlo?
Ni siquiera las proyecciones de mentat más concienzudas de Duncan ofrecían soluciones nuevas.

Una vez más, Miles Teg y Thufir Hawat enviaron equipos a inspeccionar, e incluso registrar, los alojamientos de todos los pasajeros, con la esperanza de encontrar pruebas incriminatorias. El rabino y su gente se quejaron por las supuestas violaciones de su intimidad, pero Sheeana exigió su colaboración. En la medida de lo posible, Teg había ido cerrando secciones de la inmensa nave con barreras electrónicas, pero el astuto del saboteador se las saltaba todas.

Suponiendo que no hubiera nuevos incidentes, con los sistemas de soporte vital, recirculación del aire y producción de alimentos tocados, no podrían aguantar más que unos pocos meses si no paraban en algún lugar a reponer suministros. Hacía años que no encontraban un lugar apropiado.

Y Duncan se preguntaba
¿Hay alguien tratando de destruirnos… o de guiamos a un lugar determinado?

Una vez más, sin mapas estelares o una guía fiable, Duncan trató de utilizar su misteriosa presciencia. Otra importante apuesta. Activó los motores Holtzman, cerró los ojos y plegó el espacio, haciendo girar la ruleta Cósmica…

Y la no-nave salió, intacta pero aún perdida, en el perímetro de un sistema estelar. Un sol amarillo con un círculo de planetas, entre ellos uno terrestre que orbitaba a la distancia adecuada para albergar vida. Posiblemente habitable, y sin duda con oxígeno y agua que el
Ítaca
podría cargar. Una oportunidad…

Cuando la no-nave empezó a acercarse al planeta desconocido, otros se habían congregado ya en el puente de navegación. Sheeana se puso manos a la obra.

—¿Qué tenemos ahí abajo? ¿Aire respirable? ¿Comida? ¿Un lugar donde vivir?

Duncan miraba por la pantalla de observación. Le gustaba lo que veía.

—Los instrumentos dicen que sí. Sugiero que enviemos un equipo inmediatamente.

—Reponer los suministros no basta —dijo Garimi con tono hosco—. Nunca ha bastado. Tendríamos que considerar la posibilidad de quedarnos aquí, si es que el planeta responde a lo que buscamos.

—Ya lo hicimos en el planeta de los adiestradores —dijo Sheeana.

—Si el saboteador nos ha traído hasta aquí, debemos ser cautos —dijo Duncan—. Sé que ha sido un salto aleatorio por el tejido espacial, pero estoy inquieto. La red de nuestros perseguidores es muy vasta. No descartaría tan pronto que este lugar no sea una trampa.

—O nuestra salvación —sugirió Garimi.

—Tendremos que averiguarlo por nosotros mismos —dijo Teg. Sus dedos se deslizaron por los controles del puente y en las grandes pantallas aparecieron imágenes de alta resolución—. Abundante oxígeno y vegetación, sobre todo en las latitudes más altas, lejos del ecuador. Claros signos de presencia humana, pequeños asentamientos, ciudades medianas, sobre todo hacia el norte. Los escáneres meteorológicos de gran escala muestran importantes alteraciones en el clima. —Señaló patrones de tormentas, extensiones de bosques y llanuras moribundos, grandes lagos y mares interiores que se estaban convirtiendo en cuencas de polvo—. Muy pocas nubes en la zona ecuatorial. Humedad atmosférica bajo mínimos.

Stilgar y Liet-Kynes, siempre fascinados por los nuevos mundos, se unieron al resto del grupo en la cubierta. Kynes contuvo la respiración.

—Se está convirtiendo en un yermo. ¡Un desierto artificial!

—He visto esto antes. —Sheeana estudió una franja marrón claro que se extendía como una cuchillada sobre lo que parecía haber sido un continente de bosques exuberantes—. Es como en Casa Capitular.

—¿Es posible que este sea uno de los planetas-simiente de Odrade? —preguntó Stuka, desde su posición habitual junto a Garimi—. ¿Trajeron truchas de arena hasta aquí y las soltaron? ¿Encontraremos a nuestras hermanas en ese planeta?

—Hermanas puras —dijo Garimi con ojos brillantes.

—Posiblemente —dijo Sheeana—. Tendremos que bajar. Este lugar parece mucho más que solo un punto donde reponer suministros.

—Una nueva colonia. —El entusiasmo de Stuka era contagioso—. Este podría ser el nuevo mundo que hemos estado buscando, un lugar donde restablecer Casa Capitular. ¡Un nuevo Dune!

Duncan asintió.

—No podemos dejar pasar una oportunidad como esta. Mi instinto nos ha traído aquí por algún motivo.

34

¿Somos los únicos que quedan con vida? ¿Y si a estas alturas el Enemigo ha destruido al resto de la humanidad, en el Imperio Antiguo, a la gente de Murbella? En ese caso, es imperativo que establezcamos tantas colonias como sea posible.

D
UNCAN
I
DAHO
, cuaderno de bitácora de la no-nave

Ocultándose a ojos de los habitantes del planeta, varios equipos de eficientes Bene Gesserit se lanzaron a la importante tarea de reabastecer la no-nave del necesario aire, agua y sustancias químicas. Enviaron naves mineras, recolectores de aire y tanques de purificación de agua. Aquella era la prioridad más inmediata del
Ítaca
.

Stilgar y Liet-Kynes insistieron en bajar a inspeccionar la franja desértica en expansión. Al ver el apasionamiento en el rostro de aquellos dos gholas recién despertados, ni Teg ni Duncan fueron capaces de decir que no. Todos se sentían relativamente optimistas sobre la posibilidad de encontrar un paisaje que los acogiera. Sheeana se preguntaba si podría por fin liberar a sus siete gusanos cautivos. Aunque Duncan no podía abandonar la protección de campo negativo de la no-nave —eso le habría dejado a la vista de los Enemigos que les acosaban—, no había motivo para que los otros no pudieran encontrar por fin un hogar. Y quizá ese hogar estaba allí.

El bashar Teg pilotó personalmente el transporte ligero que los llevó a la superficie, acompañado por Sheeana y una entusiasta Stuka, que llevaba mucho tiempo deseando establecer un nuevo centro Bene Gesserit en lugar de andar errando por el espacio. Garimi dejo que fuera su partidaria incondicional quien bajara en esta primera misión, y ella permaneció en la no-nave haciendo planes con sus hermanas ultraconservadoras. Stilgar y Liet estaban impacientes por poner el pie en el desierto… un desierto de verdad, con cielos abiertos y arenas interminables.

Teg guió la nave directamente a la zona árida, donde se estaba librando la batalla ecológica. Si realmente aquel era uno de los planetas-simiente de Odrade, el Bashar sabía la rapidez con que las voraces truchas de arena absorberían toda el agua del planeta, gota a gota. El medio contraatacaría con patrones climáticos cambiantes; los animales migrarían a zonas aún intactas; la vegetación atrapada lucharía por adaptarse, y en su mayor parte fracasaría. Las truchas de arena actuaban con mucha mayor rapidez de la que un planeta podía adaptarse.

Sheeana y Stuka miraban por las ventanas panorámicas de plaz del transporte, y veían aquel desierto como un éxito, un triunfo de la Dispersión de Odrade. Para aquella Bene Gesserit exquisitamente prudente, incluso la ruina de un ecosistema entero era una «baja aceptable» si servía para crear un nuevo Dune.

—El cambio se está produciendo muy deprisa —dijo Liet-Kynes en tono admirado.

—Sin duda Shai-Hulud ya está aquí —añadió Stilgar.

Stuka pronunció unas palabras que Garimi repetía continuamente.

—Este planeta será una nueva Casa Capitular. Las penurias no significarán nada para nosotros.

Con la detallada información que tenían en los archivos, los pasajeros del
Ítaca
tenían todos los conocimientos necesarios para establecer una nueva colonia.
Sí, una colonia.
A Teg le gustaba la palabra, porque representaba la esperanza de un futuro mejor.

Sin embargo, Teg también sabía que Duncan nunca podría dejar de huir, a menos que decidiera enfrentarse cara a cara al Enemigo. Los misteriosos anciano y anciana seguían persiguiéndolo con su siniestra red, a él o a alguna cosa que había en la no-nave, puede que la nave misma.

El transporte descendió con un rugido a través de un cielo azul. En medio de la abrupta franja desértica, las dunas se extendían hasta donde alcanzaba la vista. El sol se reflejaba en las dunas en un ambiente totalmente seco, las corrientes térmicas sacudían la nave. Teg se debatió con los sistemas de dirección.

Detrás, Stilgar chasqueó la lengua.

—Es como montar un gusano.

Cuando volaban sobre el cinturón desértico, Liet-Kynes señaló un tramo de rojo óxido que indicaba una erupción bajo la superficie.

—¡Una explosión de especia! El color y el patrón no dejan lugar a duda. —Dedicó una sonrisa amarga a su amigo Stilgar—. Yo morí en una. ¡Malditos sean los Harkonnen por dejarme morir!

Unos montículos se ondulaban y se movían casi en las capas superiores de la arena, pero no salieron a la superficie.

—Si son gusanos, son más pequeños que los que llevamos en nuestra cubierta de carga —dijo Stilgar.

—Pero siguen imponiendo —añadió Liet.

—Han tenido menos tiempo para madurar —señaló Sheeana—. La madre superiora Odrade no envió voluntarias para su Dispersión hasta mucho después de iniciarse la desertificación de Casa Capitular. Y no sabemos cuánto tardaron en encontrar este lugar.

Allá abajo, unas líneas visibles marcaban la rápida expansión de la arena, como ondas en un estanque. En los límites, un perímetro de desolación, zonas donde la vegetación había muerto y la tierra se había convertido en polvo. El desierto incipiente había creado bosques fantasma y poblados enterrados.

Volando bajo, buscando con expectación e inquietud, Teg descubrió tejados medio enterrados, los pináculos de edificios orgullosos, ahogados ahora bajo el desierto. Por un momento vio la chocante imagen de un embarcadero y parte de un bote boca abajo en lo alto de una duna ardiente.

—Estoy deseando ver nuestras hermanas Bene Gesserit. —Stuka parecía impaciente—. Es evidente que su misión aquí ha tenido éxito.

—Espero que nos acojan bien —confesó Sheeana.

Después de haber visto aquella ciudad sumergida bajo la arena, Teg no creía que los nativos del planeta apreciaran lo que habían hecho las hermanas refugiadas.

El transporte ligero voló siguiendo el límite norte del desierto y los escáneres detectaron la presencia de pequeñas chozas y tiendas levantadas poco más allá del fin de la arena. Teg se preguntó con cuanta frecuencia tendrían que desplazar aquellos poblados nómadas. Si la zona árida se extendía con la misma rapidez que en Casa Capitular, aquel mundo perdería miles de hectáreas cada día… y el proceso se iría acelerando conforme las truchas absorbieran más y más agua preciosa.

—Aterriza en uno de esos asentamientos, Bashar —le dijo Sheeana—. Quizá alguna de nuestras hermanas perdidas esté aquí, controlando el avance de las dunas.

—Estoy impaciente por sentir arena de verdad bajo mis pies —musitó Stilgar.

—Es todo tan fascinante —dijo Liet.

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