Gusanos de arena de Dune (24 page)

Read Gusanos de arena de Dune Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
13.72Mb size Format: txt, pdf, ePub

Gorus vaciló, luego confesó:

—Había algunas naves dirigidas aún por navegantes, naves que no habíamos conseguido equipar con los compiladores matemáticos. Y… ¿cómo lo diría? En los pasados meses han desaparecido.

—¿Desaparecido? ¿Cuántas? ¡Cada nave es extremadamente costosa!

—No dispongo de cifras precisas.

El representante de la CHOAM habló con voz dura.

—Denos una estimación.

—Quinientas, puede que mil.

—¿Mil?

A su lado, el mentat guardaba silencio, pero parecía tan preocupado y perplejo como el representante.

—Cuando se están muriendo por falta de especia —dijo Gorus casi con desdén tratando de demostrar que controlaba la situación—, los navegantes se desesperan. Y no es extraño que actúen de modo irracional.

Khrone también estaba preocupado, pero no lo demostró. Aquellas desapariciones sonaban sospechosamente a una conspiración entre la facción de los navegantes, y eso era algo que no esperaba.

—¿Tiene alguna idea de adónde pueden haber ido?

El administrador de la Cofradía fingió indiferencia.

—¿Qué más da? Se quedarán sin especia y morirán. Mirad estos astilleros, mirad cuántas naves construimos cada día. Dentro de poco habremos compensado la pérdida de esas naves desfasadas y sus navegantes obsoletos. No tema. Después de tantos años esclavizados a una única sustancia, la Cofradía ha tomado una buena decisión.

—Gracias a vuestros socios de Ix —señaló Khrone.

—Sí, gracias a Ix.

Tras un breve período de inactividad, el ruido de los astilleros se hizo ensordecedor. Los soldadores volvieron al trabajo, la maquinaria pesada siguió subiendo diferentes componentes a su sitio. Un elevador de carga de medio kilómetro de ancho trajo dos grupos de motores Holtzman. Durante un rato, los hombres siguieron contemplando la extraordinaria actividad en silencio. Ninguno, de ellos se molestó en volver a mirar al navegante muerto en su tanque.

36

La humanidad tiene muchas creencias arraigadas. La principal entre ellas es el concepto de hogar.

Archivos Bene Gesserit, análisis de los factores de motivación

La siguiente vez que el crucero de Edrik pasó por Buzzell, abandonó el planeta llevando consigo algo muchísimo más importante que las soopiedras.

Oculto en las cubiertas selladas de los laboratorios viajaba un paquete de poderosa y única sustancia extraída de los densos órganos del gusano de mar sacrificado. Con un optimismo extravagante, Waff lo había llamado «ultraespecia». Las pruebas indicaban que su potencia iba mucho más allá que la de ninguna especia de la que se tuviera constancia. Aquella destacable sustancia lo cambiaría todo para la facción de los navegantes.

El maestro tleilaxu también había entendido la importancia de su logro, y pensaba utilizarlo en su favor. Sin que su presencia hubiera sido convocada, se abrió paso entre las fuerzas de seguridad de la Cofradía y se dirigió hacia los niveles restringidos reservados al navegante. Sin hacer caso de los obstáculos, Waff abrió puertas y más puertas hasta que se encontró ante el tanque de gruesas paredes que albergaba al navegante Edrik en su baño de costoso de gas de especia. Ahora que había logrado reintroducir exitosamente al menos una camada de gusanos, ya no era un simple adulador. Podía plantear sus propias exigencias.

La vida ghola acortada de Waff no le dejaba mucho tiempo para cumplir con su misión crítica, y cada vez estaba más desesperado. Ya había pasado su mejor momento físico, y su cuerpo avanzaba en una rápida degeneración hacia la muerte. Seguramente no le quedaría más de un año.

Con gesto rígido y desafiante, Waff se plantó ante el tanque de Edrik.

—Ahora que mis gusanos de mar pueden fabricar especia en una forma accesible para los navegantes de la Cofradía, quiero que me lleves a Rakis. —Ya no tenía nada que perder, y se lo jugaba todo. Cruzó sus brazos delgados sobre su pecho con gesto triunfal.

Edrik flotó ociosamente hacia la pared de plaz. Los remolinos de gas naranja tenían un efecto hipnótico.

—La nueva melange no se ha probado en la práctica.

—No importa. Su composición química está demostrada.

La voz de Edrik subió de tono por los altavoces.

—Me siento inquieto. En su forma original, la melange tiene una complejidad que ningún análisis de laboratorio puede desvelar.

—Te preocupas innecesariamente —dijo Waff—. La especia de los gusanos de mar es más potente que ninguna que hayas podido probar. Pruébala tú mismo si no me crees.

—No estás en posición de exigir nada.

—Nadie podría haber hecho lo que yo he logrado. Buzzell será vuestra nueva fuente de melange. Los cazadores de gusano de mar recogerán más ultraespecia de la que puedes utilizar; los navegantes nunca más dependerán de las brujas Bene Gesserit o del mercado negro. Incluso si las hermanas deciden recurrir a los gusanos de mar y crear otro monopolio, no tenéis por qué hacer caso. Al cambiar los gusanos en lugar del planeta, podemos soltarlos en cualquier sitio. Os he abierto el camino a la libertad. —Waff resopló y levantó la voz—. Y ahora exijo mi pago.

—Te mantuvimos con vida cuando las Honoradas Matres fueron expulsadas de Tleilax. ¿No es eso compensación suficiente?

Con un suspiro conciliador, el ghola tleilaxu levantó las manos.

—Lo que pido te costará muy poco y te honrará, lo cual es una bendición de Dios.

El rostro distorsionado del navegante tenía expresión de desagrado.

—¿Qué deseas, pequeño hombre?

—Repito: llévame a Rakis.

—Absurdo. Ese mundo está muerto. —Las palabras de Edrik eran neutras.

—Rakis es donde mi último cuerpo pereció, lo considero una peregrinación. —Siguió hablando con atropello, y dijo más de lo que quería—. Con las truchas de arena que sobraron, he creado nuevos gusanos en mi laboratorio. Los he reforzado, les he dado la capacidad de sobrevivir en el medio más inhóspito. Puedo repoblar Rakis y hacer que regrese el Profeta… —De pronto calló.

Cuando empezaron a llegar rumores sobre la expansión de los gusanos de mar, Waff volcó sus esfuerzos en las pocas truchas de arena que quedaban del grupo original. Moldear los cromosomas de los gusanos para que se adaptaran a un acogedor medio acuático había sido un desafío; sin embargo, la tarea de endurecer a los monstruos para que pudieran sobrevivir en las tierras yermas y arrasadas de Rakis era mucho más difícil. Pero Waff no temía a las dificultades. Desde el primer momento, su objetivo había sido devolver los gusanos de arena al lugar donde pertenecían.
El Mensajero de Dios debe regresar a Dune.

Observó a Edrik, cuyas manos palmeadas parecían acariciarse mientras consideraba la petición.

—Recientemente nuestro Oráculo nos ha enviado un mensaje convocando a los navegantes para que abandonemos la Cofradía y nos unamos a ella en una gran batalla. En estos momentos esa es mi prioridad.

—Te lo suplico, llévame a Rakis. —Como si fuera un recordatorio de su muerte inminente, Waff sintió un pinchazo que le atravesó el pecho y le bajó por la espalda. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no dejar traslucir su angustia ante la muerte, el miedo a fracasar. Le quedaba tan poco tiempo…— ¿Es tanto pedir? Concédeme este último favor al final de mi vida.

—¿Es eso lo que deseas? ¿Morir allí?

—Emplearé mis últimas energías en mis gusanos de arena. Quizá haya una forma de reintroducirlos en Rakis y regenerar los sistemas ecológicos. Piénsalo, si lo consigo, tendrás otra fuente de especia.

—Lo que encontrarás allí no te gustará. Incluso con recicladores de humedad, refugios y material, la supervivencia en Rakis es más difícil que nunca. Tus expectativas no son realistas. No queda nada útil allí.

Waff intentó en vano que la desesperación no se le notara en la voz.

—Rakis es mi hogar, mi brújula espiritual.

Edrik pensó, luego dijo:

—Puedo plegar el espacio y viajar hasta Rakis, pero no prometo que vuelva. El Oráculo me llama.

—Me quedaré allí el tiempo que haga falta. Dios proveerá.

Waff volvió a toda prisa a sus niveles privados de investigación. Con la idea de quedarse en el planeta desértico lo que le quedaba de vida, reunió todo el material y los suministros que necesitaría durante años. Eso le permitiría ser completamente autosuficiente en aquel planeta muerto y desolado. Tras dar la orden, miró sus tanques, donde los gusanos de arena blindados se retorcían, impacientes por que los liberaran.

Rakis… Dune… su destino. En su corazón sentía que Dios le empujaba hacia allí, y si tenía que morir en aquel planeta… que así fuera. Notó una sensación cálida y tranquilizadora de satisfacción. Sabía cuál era su lugar en el universo.

— o O o —

La bola ennegrecida y ligeramente cobriza apareció en las pantallas panorámicas privadas del crucero. Waff había estado tan impaciente por recoger sus cosas que ni siquiera se dio cuenta cuando se activaron los motores Holtzman y plegaron el espacio.

Edrik le sorprendió ofreciéndole provisiones adicionales y un pequeño equipo de leales ayudantes de la Cofradía para que le ayudaran a montar un campamento y administrar sus experimentos. Quizá quería que su gente estuviera por allí para ver si el tleilaxu tenía éxito de nuevo con sus gusanos. Mientras no estorbaran, a Waff no le importaba.

Sin presentarse a los silenciosos miembros de su nuevo equipo, Waff dirigió el traslado de sus gusanos blindados, los refugios autoinstalables, el material, todo lo que necesitarían para sobrevivir en un mundo calcinado.

Uno de los ayudantes de la Cofradía, silencioso de rostro afable, pilotaba el transporte ligero. Antes de que llegaran a la superficie muerta de Dune el crucero ya había salido de órbita. Edrik estaba impaciente por contestar a la llamada del Oráculo, con su cargamento de ultraespecia y los arreos de una nueva esperanza para los navegantes.

Waff en cambio, solo tenía ojos para el paisaje ampollado y sin vida del legendario planeta.

37

Las bacterias son como máquinas diminutas, notables por sus efectos en sistemas biológicos más grandes. De modo similar los humanos se comportan como organismos infecciosos entre los sistemas planetarios, y como tales habría que estudiarlos.

E
RASMO
, Cuadernos de laboratorio

Cuando la virulenta plaga llegó a Casa Capitular, los primeros casos se dieron entre los operarios varones. Siete hombres sucumbieron con tal rapidez que cuando murieron su expresión era más de sorpresa que de dolor.

En la Gran Sala donde comían las hermanas más jóvenes, la enfermedad también medró. El virus era tan insidioso que el periodo de mayor riesgo de contagio se producía un día antes de que aparecieran los síntomas. Así pues, la epidemia ya había clavado sus zarpas en los más vulnerables antes de que la Nueva Hermandad supiera siquiera que había una amenaza.

En los primeros tres días murieron cientos, más de mil al final de la primera semana; a los diez días las víctimas eran incontables. Personal de soporte, maestras, visitantes, mercaderes extraplanetarios, cocineros y ayudantes de cocina, incluso Reverendas Madres… todos caían como el trigo al paso de la guadaña de la Muerte.

Murbella convocó a sus consejeras más antiguas para desarrollar un plan de emergencia, pero por las epidemias que habían atacado a otros planetas sabían que las medidas de precaución y las cuarentenas no servirían de nada. Las puertas de la sala de reuniones estaban cerradas a cal y canto; no podían permitir que las hermanas más jóvenes y las acólitas supieran de las estrategias que discutían allí.

—La supervivencia de la Hermandad es nuestra prioridad, incluso si a nuestro alrededor mueren todos los demás. —Murbella se ponía mala al pensar en todas las acólitas que aún no estaban preparadas, en las cuadrillas de recolección de especia desplazadas al cinturón desértico, los conductores de los transportes, arquitectos y obreros de la construcción, planificadores del tiempo, jardineros de invernaderos, limpiadores, banqueros, artistas, operarios de archivos, pilotos, técnicos y ayudantes médicos. Todos los que permitían sustentar las actividades de Casa Capitular.

Laera trató de sonar objetiva pero se le quebró la voz.

—Las Reverendas Madres tienen el control celular necesario para combatir esta enfermedad en su propio terreno. Podemos utilizar las defensas de nuestro organismo para expulsar la epidemia.

—En otras palabras, cualquiera que no haya pasado por la Agonía de la Especia morirá —dijo Kiria—. Como las Honoradas Matres. Ese es el motivo por el que perseguíamos a las Bene Gesserit al principio, para averiguar cómo protegernos de las epidemias.

—¿Podemos utilizar la sangre de las Bene Gesserit que sobrevivan para crear una vacuna? —preguntó Murbella.

Larea meneó la cabeza.

—Las Reverendas Madres expulsan los organismos invasores, célula a célula. No hay anticuerpos que podamos compartir con otros.

—Ni siquiera es tan simple como eso —dijo Accadia con voz rasposa—. Una Reverenda Madre puede canalizar sus defensas internas solo si tiene energía suficiente para hacerlo, y si tiene tiempo y capacidad para concentrarse en sí misma. Pero esta epidemia nos obliga a volcarnos en el cuidado de las víctimas más desafortunadas.

—Si cometes ese error, morirás como nuestra falsa Sheeana en Jhibraith —dijo Kiria con cierto tono de desprecio—. Las Reverendas Madres tenemos que cuidar de nosotras mismas y de nadie más. De todos modos las otras no tienen ninguna posibilidad. Tenemos que aceptarlo.

Murbella ya empezaba a resentirse por el agotamiento, pero su ansiedad la hizo ponerse a andar arriba y abajo por la sala. Tenía que pensar. ¿Qué podía hacerse contra un enemigo tan minúsculo y letal?
Solo las Reverendas Madres sobrevivirán…
Habló a sus consejeras con firmeza.

—Buscad a todas las acólitas que estén casi a punto para la Agonía. ¿Tenemos suficiente Agua de Vida?

—¿Para todas? —exclamó Laera.

—Para todas y cada una de ellas. Cualquier hermana tenga una mínima posibilidad de sobrevivir. Demos el veneno a todas y recemos para que puedan asimilarlo y sobrevivir a la Agonía. Solo entonces podrán enfrentarse a la epidemia.

—Muchas morirán en el intento —advirtió Laera.

—Y si no todas morirán por la epidemia. Incluso si la mayoría de las candidatas sucumbe, seguirá siendo una mejora. —Ni siquiera pestañeó. Su propia hija, Rinya, había muerto de este modo hacía muchos años.

Other books

Curse the Dawn by Karen Chance
STOLEN by Silver, Jordan
Brutality by Ingrid Thoft
Underestimated by Jettie Woodruff
The Jerusalem Diamond by Noah Gordon
The Dark Lady by Maire Claremont
Countdown: H Hour by Tom Kratman
Lynna Banning by Plum Creek Bride