Gusanos de arena de Dune (42 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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—Tenemos que concentrar nuestros esfuerzos. Dado que no utilizan motores que pliegan el espacio, van pasando de un sistema a otro. Sabemos la dirección que siguen, y por tanto podemos interponernos en su camino. —Murbella se puso en pie en medio de los planetas y estrellas simulados; su dedo pasó de un punto a otro, por las estrellas y los planetas habitables que quedaban en la trayectoria del Enemigo—. ¡Tenemos que mantener la línea aquí, aquí… por todas partes! Solo si combinamos nuestras naves, comandantes y armas podremos detener al Enemigo. —Su mano pasó sobre las imágenes luminosas que estaban justo delante de las máquinas—. Cualquier otra opción sería cobardía.

—¿Nos está llamando cobardes? —preguntó furioso el hombre de la barba.

Un mercader se puso en pie.

—Sin duda podríamos negociar…

Murbella lo atajó.

—Las máquinas pensantes no quieren ningún mundo en concreto. No vienen en busca de gemas, especia ni ningún otro producto. No tenemos nada que ofrecerles a cambio de la paz. No se comprometerán, seguirán persiguiéndonos vayamos a donde vayamos. —Miró al hombre fanfarrón—. Si huimos del conflicto, podría sobrevivir un tiempo. Pero no habrá escapatoria para sus hijos o sus nietos. Las máquinas los matarán, hasta el último de ellos. ¿Valora su vida por encima de la de sus descendientes? Porque si es así, sí, les llamo cobardes.

A pesar de los murmullos, nadie habló abiertamente. En el gigantesco despliegue estelar, una línea de diminutos fuegos apareció a lo largo del interfaz entre los territorios conquistados por las máquinas y los planetas humanos vulnerables.

Murbella paseó la vista entre los presentes.

—Cada uno de nosotros es responsable de evitar que el Enemigo cruce esta línea. Nuestro fracaso significará la extinción de la raza humana.

61

La verdadera lealtad es una fuerza inamovible. Lo difícil es determinar exactamente dónde está la lealtad de cada persona. Con frecuencia es un vínculo que se establece solo con uno mismo.

D
UNCAN
I
DAHO
,
Un millar de vidas

El líder de la miríada de los Danzarines Rostro llegó a Sincronía con un regalo largamente esperado para la supermente. Las máquinas pensantes seguían viendo a Khrone como un simple sirviente, un chico de los recados.

Omnius y Erasmo no sospechaban que los cambiadores de forma pudieran estar formulando sus propias maquinaciones independientemente de los humanos y las máquinas. Ingenuos, previsibles. La supermente guardaría aquella nueva melange como un tesoro para sus planes megalómanos, y eso evitaría que las máquinas dudaran de Khrone y sus Danzarines Rostro. Y él pensaba aprovecharlo al máximo.

Con su brutalidad y su arrogancia, el «anciano y la anciana» habían dado hacía tiempo a los cambiadores de forma razones para traicionar su confianza. Erasmo se veía a sí mismo como una reminiscencia de los Danzarines Rostro, pero mejor… parecido a los humanos, pero más grande. Y como Omnius… pero infinitamente más poderoso.

Khrone y el resto de su miríada nunca habían dado realmente su lealtad a las máquinas pensantes. No veía más razón para aceptar la esclavitud con unos amos mecánicos que la dominación con los tleilaxu originales que crearon a sus predecesores hacía siglos. Aliados obligados, socios de segunda… La supermente no era más que otro nivel en la gran pirámide de los que creían controlar a los Danzarines Rostro.

Después de tanto esfuerzo, Khrone estaba impaciente por acabar con aquella farsa interminable. Ya no le divertían las numerosas máscaras que tenía que llevar, ni los complicados hilos de los que tenía que tirar. Pronto…

En solitario, dirigió su pequeña nave directamente al corazón del moderno imperio mecánico. La localización de Sincronía había sido genéticamente programada en todos los nuevos Danzarines Rostro, como una suerte de baliza. Cuando entró en el espacio aéreo de la metrópolis, Khrone dejó que su pensamiento volviera a Ix. Los fabricadores e ingenieros acababan de completar exitosamente una demostración especial en Richese, y ya habían empezado a salir destructores de las líneas de producción. La madre comandante Murbella había quedado impresionada, el espectáculo la había convencido totalmente. ¡Idiota!

Aunque no del todo. En su reunión anterior con el fabricador mayor Shayama Sen, Murbella había obligado al hombre a someterse a un test biológico para demostrar que no era un Danzarín Rostro. Así que Khrone se alegraba de no haberlo sustituido, como había sentido la tentación de hacer tantas veces.

Los Danzarines Rostro ya controlaban la mayoría de los puestos importantes en Ix, y cuando el fabricador mayor distribuyó alegremente los tests biológicos entre los principales ingenieros y jefes de sección (sin sospechar en ningún momento que entre ellos pudiera haber una mayoría de cambiadores de forma), la miríada tuvo que actuar con rapidez. Cuando Sen anunció indignado las sospechas de la Hermandad, los infiltrados tuvieron que matarlo y asumir su personalidad. Ya habían dado cuenta de las problemáticas supervisoras de línea y monitoras de producción Bene Gesserit. Así pues, el engaño continuaba sin trabas.

Danzarines Rostro sustituyeron rápidamente a los pocos líderes humanos que quedaban en Ix. Y entonces, trabajando en colaboración, entre todos amañaron los tests necesarios, eligieron a los cabezas de turco, prepararon datos convincentes, y presentaron todo ello en Casa Capitular de acuerdo con las exigencias de Murbella.

Todo en perfecto orden.

Después de sobrevivir a la epidemia, el liderazgo de la Hermandad había obligado a todos los que velaban por la humanidad a unirse contra la flota de máquinas pensantes en lugar de limitarse a defender sus mundos por separado. Los centenares de nuevas naves que salían de los astilleros de Conexión estaban siendo equipados con suficientes destructores para crear una última barrera defensiva frente a la marea de naves de Omnius que se acercaba. Por el momento, las fuerzas de la supermente habían encontrado poca resistencia y ahora se dirigían hacia Casa Capitular. Por última vez.

De hecho, Khrone había tenido la tentación de dejar que las Reverendas Madres y sus defensores se salieran con la suya. Si les proporcionaban suficientes destructores funcionales, podían destrozar a la flota de máquinas. Humanos y máquinas pensantes podían aniquilarse mutuamente. Sin embargo, esto habría sido… demasiado sencillo. ¡Kralizec exigía mucho más! Esta vez, el cambio fundamental en el universo eliminaría a los dos rivales, y los reductos del Imperio Antiguo quedarían en manos de los Danzarines Rostro.

Khrone descendió con su nave entre el complejo laberinto de torres cobrizas, torretas doradas y edificios plateados interconectados sintiendo una gran confianza en el futuro. Las estructuras racionales se desplazaron a un lado para dejar sitio a su nave. Cuando por fin se posó sobre una zona llana de platino, Khrone salió y respiró un aire que olía a humo y metal caliente. No se paró a contemplar el paisaje.

El mundo central de las máquinas era todo un espectáculo. En esto sospechaba de la mano de Erasmo, aunque Omnius tenía una imagen tan exagerada de su importancia que sin duda quería que todos sus siervos se inclinaran ante él como si fuera un dios… incluso si para eso tenía que programarlos.

Unas placas rectangulares aparecieron en el suelo, marcando un camino que guió a Khrone a su destino en la magnífica catedral. Con la cabeza bien alta, Khrone avanzó con su precioso paquete; no pensaba comportarse como un suplicante a quien su amo llama a su presencia. Al contrario, Khrone era un hombre con una importante misión que completar. Omnius estaría contento de tener la ultraespecia concentrada para utilizarla con su kwisatz haderach clonado…

En el interior de la ostentosa sala, el ghola del barón Harkonnen estaba con el joven Paolo en un tablero piramidal de ajedrez en nueve niveles. El barón derribó una torre de uno de los niveles superiores con el ceño fruncido.

—Ese movimiento no está permitido, Paolo.

—Pero me ha hecho ganar, ¿no? —Satisfecho con su ingenuidad, el joven cruzó los brazos sobre el pecho.

—Haciendo trampas.

—Es una nueva norma. Si somos tan importantes como dices, seguro que podemos crear nuestras propias normas.

Un destello de ira cruzó el rostro del barón y enseguida se desvaneció en una risita.

—Entiendo… veo que estás aprendiendo.

Cuando Khrone se adelantó, los dos le miraron con igual desagrado.

—Oh, eres tú. —El barón sonaba muy distinto de cuando los Danzarines Rostro le torturaron—. Pensábamos que no volveríamos a verte. ¿Te aburres en Caladan?

Sin hacer caso, Khrone se dio cuenta de que las dos máquinas pensantes principales habían recuperado su disfraz de pareja de ancianitos con ropa de jardinería. ¿Por qué llevaban aquellos disfraces? ¿Por los dos gholas? Tampoco es que su identidad fuera un secreto para ninguno de los que había allí. Khrone nunca había sido capaz de extrapolar un patrón de comportamiento en ellos.

Quizá se disfrazaban porque Omnius y Erasmo querían las vidas que Khrone había reunido y asimilado en su última misión entre los humanos. Cada vez que alguno de sus «embajadores» Danzarines Rostro regresaba, estaban impacientes porque las compartieran con ellos. Parece que les hacía sentirse superiores, y de algún modo permitía al robot independiente sentir que pertenecía a la raza humana.

—Mira, trae algo. —Paolo señaló—. ¿Un regalo para nosotros?

Khrone fue directamente hasta el anciano y la anciana. Cuando la mujer se inclinó hacia él, su rostro tenía una expresión fiera y hambrienta.

—Creo que has traído más que un simple paquete, Khrone. Hacía tiempo que no regresabas a Sincronía. Muéstranos las personalidades que has adquirido. Cada pequeña parte se suma al resto, nos hace más grandes.

—Yo ya he tenido bastante. —El anciano se volvió de espaldas—. Empiezan a resultarme desagradables. Son todos lo mismo.

—¿Cómo puedes decir eso, Daniel? Cada humano es diferente, hermosamente caótico e impredecible.

—Justo lo que yo decía. Me confunden. Y no soy Daniel, soy Omnius. Kralizec está aquí, no hay tiempo para más jueguecitos preparatorios.

—A veces me sigue gustando verme como Marty. En cierto modo es más atractivo para mí que el nombre o la apariencia de Erasmo. —La anciana dio un paso hacia Khrone. El Danzarín Rostro no se atrevió a pestañear, aunque lo que estaba a punto de suceder le resultaba abominable. La mujer tenía una mano nudosa, con largos nudillos. Cuando le tocó la frente, la sintió como una garra. Ella presionó con fuerza y Khrone se estremeció, sin poder hacer nada para bloquear aquella intrusión.

Cada vez que un Danzarín Rostro asumía una forma humana, duplicaba al sujeto original y adquiría trazas genéticas y una imprimación de sus recuerdos y personalidad. Las máquinas pensantes habían soltado a los cambiadores de forma en el Imperio Antiguo. Infiltrados entre los humanos, iban reuniendo más y más vidas, sustituyendo a personalidades importantes. Cada vez que un Danzarín Rostro regresaba al imperio mecánico, Erasmo en particular se mostraba particularmente interesado en añadir esas nuevas vidas a su ingente repertorio de datos y experiencias.

Y por un servilismo obligado, Khrone y los suyos entregaban la información. Pero aunque las máquinas pensantes podían descargarse las diferentes vidas que los Danzarines Rostro copiaban, no podían acceder a su esencia como individuos. Khrone se aferraba a sus secretos, a pesar de estar entregando a toda esa gente que había sido en años recientes… un ingeniero ixiano, representante de la CHOAM, miembro de la tripulación de un crucero de la Cofradía, trabajador de un muelle en Caladan, y muchos otros.

Cuando el proceso estuvo completo, la anciana se retiró. Su rostro arrugado lucía una sonrisa satisfecha.

—¡Oh, qué vidas tan interesantes! Sin duda Omnius querrá compartirlas también.

—Eso ya lo veremos —dijo el anciano.

Sintiéndose exprimido, Khrone respiró hondo y se puso derecho.

—Esa no es la razón por la que estoy aquí. —Su voz sonaba vergonzosamente débil y temblorosa—. He conseguido una sustancia especial que os resultará inapreciable para el proyecto del kwisatz haderach. —Tendió el paquete de ultraespecia, como si ofreciera un regalo a un rey, justo como Omnius esperaba que hiciera. El anciano aceptó el paquete y lo examinó con detenimiento.

El Danzarín Rostro dedicó a Paolo una mirada condescendiente.

—Esta poderosa forma de melange sin duda desatará la presciencia en cualquier Atreides. Y entonces tendréis a vuestro kwisatz haderach, como prometí. No hay necesidad de seguir persiguiendo la no-nave.

A Omnius el comentario le hizo gracia.

—Es curioso que digas eso ahora.

—¿Qué queréis decir? junto a él, la anciana sonrió.

—Es un día trascendental, puesto que nuestros dos planes han dado su fruto. Nuestra paciencia y previsión han sido recompensadas. ¿Qué vamos a hacer ahora con dos kwisatz haderach?

Khrone hizo una pausa, sobresaltado.

—¿Dos?

—Después de todos estos años, la no-nave finalmente ha caído en nuestra trampa.

Khrone se tragó la sorpresa y se puso rígido.

—Eso es… excelente.

La anciana se restregó las manos.

—Todo está culminando por fin. Me recuerda el movimiento cumbre de una sinfonía que escribí.

El anciano empezó a andar arriba y abajo por la cámara, con el paquete de ultraespecia en las manos. Lo olió.

Paolo dio la espalda al tablero.

—No necesitáis otro kwisatz haderach. Me tenéis a mí. ¡Dadme especia ahora!

Erasmo le dedicó una sonrisa indulgente.

—Quizá más tarde. Primero veremos qué tiene para nosotros la no-nave, quién es su kwisatz haderach. Será interesante.

—¿Dónde está la nave? —preguntó Khrone, concentrándose en la cuestión principal—. ¿Estáis seguros de que la tenéis?

—Nuestros cruceros la están rodeando en estos momentos, y nuestros operativos de a bordo se han asegurado de que no podían volver a escapar. Tus Danzarines Rostro han hecho un buen trabajo, Khrone.

Omnius le interrumpió.

—Y, a una escala mayor, nuestras naves de guerra están rodeando a los defensores humanos en el Imperio Antiguo. Pronto conquistaremos Casa Capitular, pero ese es solo uno de muchos objetivos simultáneos.

—Será una batalla espectacular. —Erasmo no parecía muy entusiasmado.

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