Gusanos de arena de Dune (45 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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—¡No pienso ir sin protección, desde luego! De hecho, esperaba que tú me proporcionaras una guardia completa de seguridad. Algunos de tus robots centinela, quizá… o mejor aún, un contingente armado de Danzarines Rostro. Paolo se quedará aquí, a salvo, pero yo subiré a bordo. —Se puso las manos en las caderas—. En realidad, lo exijo.

Erasmo parecía divertido.

—En ese caso, mejor que te acompañen los Danzarines Rostro. Sube a bordo, barón, y sé nuestro embajador. Estoy seguro de que utilizarás toda la diplomacia que requiere la situación.

65

Nos enfrentaremos al Enemigo, y moriremos si tenemos que morir. Sin embargo, preferiría que matáramos a quien tengamos que matar.

M
ADRE
COMANDANTE
M
URBELLA
, transmisión a las fuerzas defensivas humanas

Diez mil naves de la Cofradía frente a un número infinito de naves enemigas.

Para aquella confrontación la madre comandante había preparado a todos los señores de la guerra, líderes políticos y otros generales autoproclamados, así como a sus feroces hermanas… lo que quedaba de ellas. Los defensores humanos se atrincheraron, repartidos por las zonas por donde debían pasar las fuerzas mecánicas.

En el último minuto, los hombres de la Cofradía se habían incorporado a las tripulaciones de las numerosas naves de guerra, lanzándolas a los puntos de encuentro acordados. Aquellos comandantes, que no habían pasado los tests, estaban todo lo preparados que la madre comandante había podido. Como soldados fantasma de los planetas que habían sucumbido bajo el pie de las máquinas, llegaban hordas de refugiados con ojos enrojecidos ofreciéndose voluntarios. En cada nave se instalaban los destructores producidos por las incansables fábricas de Ix.

Por desgracia, Omnius llevaba siglos preparándose.

Las máquinas pensantes avanzaban como una fuerza de la naturaleza, sin variar su rumbo ni apartarse, independientemente de la fuerza de las defensas planetarias que plantaban ante ellos. Simplemente, se lo llevaban todo por delante.

Para que el plan de Murbella funcionara, había que detener la línea de naves enemigas en cada punto, en cada sistema estelar. No había campos de batalla menos importantes que otros. Murbella había dividido a sus guerreros en un centenar de grupos discretos de cien nuevas naves de guerra cada uno. Los grupos se posicionaron en puntos dispersos pero importantes fuera de los sistemas habitados, listos para repeler la llegada del Enemigo.

Como última línea de defensa, las cien naves recién construidas de Murbella patrullaban el espacio en las cercanías de Casa Capitular, junto con cierta cantidad de naves más pequeñas y antiguas destinadas a aumentar la consistencia del grupo. Sabían que Omnius consideraba aquel planeta un objetivo primordial. Mientras esperaba el ataque, la madre comandante pensó en lo extraordinarias que parecían sus naves, en la formidable línea defensiva que tenían. Los guerreros que viajaban a bordo parecían confiados, no asustados.

Sin embargo, según sus estimaciones más optimistas, las máquinas pensantes los superaban en una proporción de más de cien a uno.

Para reforzar su confianza, todos los combatientes habían visionado hologramas de las pruebas ixianas con los nuevos destructores en el planeta muerto de Richese, y habían admirado la fuerza destructora de cada una de aquellas armas. Observadoras Bene Gesserit habían controlado las cadenas de producción, y los técnicos habían verificado las complejas armas una vez instaladas en la flota de Murbella. La madre comandante se aferraba a la esperanza de que aquella última barrera defensiva podía llevar a una derrota abrumadora de las fuerzas de Omnius.

Más que nunca en el último cuarto de siglo, Murbella habría querido que Duncan Idaho estuviera a su lado de nuevo para afrontar aquel conflicto final con ella. Sintió agudamente la soledad de un puesto de mando y tuvo la tentación de ceder a una antigua superstición humana y rezar a algún ángel guardián invisible, pero Murbella sacó fuerzas.

¡Esto tiene que salir bien!

Sus grandes naves recorrían los límites de la órbita del planeta, sin saber por dónde llegaría el Enemigo. En tierra, los refugiados que habían ocupado campamentos temporales en los continentes esquilmados por la epidemia estaban ansiosos por que los evacuaran de Casa Capitular, pero incluso si había naves que podían sacarlos de allí, tampoco tenían adónde ir. Cada nave funcional de aquel sector había sido requisada para la lucha contra las máquinas pensantes. Fue todo lo que la raza humana pudo reunir.

—Naves enemigas aproximándose, madre comandante —dijo el administrador Gorus, tras recibir un mensaje de la cubierta de sensores. Su trenza pálida parecía un tanto descuidada, su piel estaba más blanca que de costumbre. Le habían convencido para que se quedara en la nave principal del mayor campo de batalla, que apoyara a las naves que sus fábricas habían producido. No parecía muy contento con la idea.

—Justo a tiempo. Tal como esperábamos —dijo Murbella—. Dispersad nuestras naves en un radio de disparo lo más amplio posible, para que podamos golpear al Enemigo todos a la vez, antes de que tengan tiempo de reaccionar. Las máquinas pueden adaptarse, pero rara vez tienen en cuenta el factor inesperado.

Gorus la miró con acritud.

—¿Está haciendo suposiciones basándose en viejos registros, madre comandante? ¿Extrapolando por la forma en que Omnius reaccionó hace quince mil años?

—Hasta cierto punto, pero confío en mis instintos.

Cuando las naves densamente armadas de las máquinas empezaron a aproximarse, cada vez se parecían más a una lluvia de meteoritos cada vez más grandes. Las monstruosas naves se cernían sobre ellos. Por toda la línea, en otros cien sistemas, Murbella sabía que los defensores humanos se enfrentaban a un destino similar.

—Preparados para lanzar los destructores. Detenedlos antes de que puedan acercarse más a Casa Capitular. —Murbella cruzó los brazos sobre el pecho. A través de las líneas de comunicación, cada capitán anunció que estaba listo.

Las naves mecánicas aminoraron la marcha, como si sintieran curiosidad por aquel pequeño obstáculo que tenían delante.
Nos subestimarán
, pensó Murbella.

—Maximizar los objetivos. Disparad a grupos apretados de naves enemigas. Consolidad explosiones.

—Objetivos escogidos, madre comandante —dijo Gorus, y su mensaje fue transmitido inmediatamente por sus técnicos de sensores.

Murbella tenía que detener a las máquinas antes de que pudieran abrir fuego.

—Lanzad destructores. —Se mantuvo firme.

De los tubos lanzadores empezaron a saltar chispas plateadas, los destructores salieron como un torbellino hacia la línea de naves enemigas, pero los destellos se apagaron enseguida. No pasó nada, aunque algunas de aquellas pesadas armas ya habrían alcanzado sus objetivos. Las naves mecánicas parecían estar esperando.

Murbella miró alrededor.

—Confirmad que los destructores estaban armados. ¿Dónde están las explosiones? ¡Lanzad una segunda andanada!

Las alarmas empezaron a sonar. Gorus corrió frenéticamente de un puesto a otro, gritando a los hombres de la Cofradía de las cubiertas superiores. Una Reverenda Madre de aspecto apresurado entró corriendo en el centro de mando, y se detuvo ante Murbella.

—Nuestros destructores no hacen nada. Son inútiles.

—¡Pero han sido probados! Nuestras hermanas supervisaron las cadenas de producción. ¿Cómo es posible que sean defectuosos?

Entonces, las cien naves de Casa Capitular quedaron suspendidas en el espacio, todas a la vez, sus motores se apagaron, las luces parpadearon. El retumbar de los tubos de escape cesó.

—¿Qué está pasando? —exigió saber Gorus—. ¿Sabotaje? ¿Nos han traicionado?

Como si aquello fuera lo que las naves mecánicas habían estado esperando, empezaron a acercarse.

A través de la pantalla un hombre de la Cofradía transmitió con voz sepulcral.

—Los sistemas de navegación artificial no responden, administrador. No podemos ni manipular nuestros propios mandos. Nuestras naves están… inoperativas. —Las luces de emergencia iluminaron las cubiertas con una luz misteriosa.

—¿Han encontrado las máquinas la manera de neutralizar nuestros sistemas?

Gorus se volvió hacia Murbella.

—No ha habido manipulación, madre comandante. Simplemente… no funcionan. Ninguno.

De pronto las fuerzas mecánicas estaban encima, un millar de naves que superarían sin dificultad a los defensores humanos. Murbella se preparó para morir. Sus combatientes no podrían protegerse ni a sí mismos ni a Casa Capitular, aunque ella había jurado protegerla.

Pero en lugar de atacar, la flota enemiga pasó lentamente de largo, provocándoles por su impotencia. ¡Las máquinas no se molestaron ni en abrir fuego, como si las defensas de la Hermandad no fueran dignas de atención!

Muy por detrás, llegaba en ese instante al lejano límite del sistema solar una nueva oleada de naves mecánicas que se dirigían a Casa Capitular. En los diferentes puntos que formaban aquella última barrera defensiva tan cuidadosamente preparada en un centenar de sistemas debía de estar sucediendo lo mismo.

—¡Lo sabían! ¡Las condenadas máquinas sabían que nuestros destructores no funcionarían! —Como si las naves de Murbella no fueran más que una piedrecilla en el camino, las naves de Omnius pasaron de largo y siguieron avanzando hacia el mundo central de la Hermandad, ahora desprotegido.

Ninguna de sus nuevas naves de guerra llevaba a bordo un navegante vivo; la mayoría de los navegantes y sus cruceros habían desaparecido. Todas las naves de su grupo utilizaban compiladores matemáticos ixianos para guiarse. ¡Compiladores matemáticos! Ordenadores… máquinas pensantes.

¡Los ixianos! Murbella se maldijo a sí misma por haberse apoyado demasiado en los nuevos destructores y en su capacidad para prever los movimientos del Enemigo.

—Sígame, administrador. Quiero ver esos destructores por mí misma. —Y lo agarró del brazo lo bastante fuerte para dejarle morado.

Guiados por las luces de emergencia, corrieron a la cubierta de armas donde se habían instalado los destructores. Dentro, en un estante tras otro, estaban los huevos plateados capaces de fundir mundos que los ixianos habían manufacturado. Un alterado hombre de la Cofradía los interceptó.

—Probamos las armas, administrador, y funcionaban correctamente. Los controles de disparo están operativos. Acabamos de lanzar docenas de destructores, pero ninguno de ellos ha hecho explosión.

—¿Por qué no funcionan?

—Porque… porque en realidad los destructores…

Murbella se acercó al lugar donde el hombre había abierto al azar una de las carcasas. Bajo un complejo laberinto de circuitos y delicados componentes, la carga del destructor estaba soldada a la carcasa del mecanismo, cosa que la hacía totalmente inoperativa. El arma había sido neutralizada.

—Es inservible, madre comandante —dijo Gorus—. Sabotaje.

—Pero vi las pruebas con mis propios ojos. ¿Cómo es posible?

—Un mecanismo temporizador debe de haber desconectado todo en un momento determinado, o quizá la flota enemiga ha enviado una señal de desconexión. Algún truco engañoso que no podíamos anticipar.

Murbella estaba horrorizada, había cometido el mismo error que ella pensaba que cometerían las máquinas: no había sido capaz de anticiparse a lo inesperado. Juntos, abrieron otro destructor y vieron que también estaba fundido e inutilizado. Una sensación de frío le heló el corazón y se extendió por sus venas. Los ixianos habían tardado años en construir aquellas armas, y su coste en especia había estado a punto de llevar a la Hermandad a la bancarrota. La habían engañado, los ixianos habían castrado su flota antes de que la batalla empezara.

—¿Qué hay de nuestros motores?

—Podemos hacer que funcionen si no utilizamos los compiladores matemáticos.

—¡Me importan un comino los compiladores! Encontrad la forma de salvar alguno de los destructores. ¿Están todos inoperativos? ¿Todos y cada uno de ellos?

—La única forma de saberlo es abrirlos todos y comprobarlo, madre comandante.

—También podríamos lanzarlos todos y rezar para que alguno funcione. —Murbella asintió lentamente. Ciertamente, era una opción. A aquellas alturas, no tenían nada que perder. Tenía que encontrar la manera de luchar. Rezó para que los otros grupos tuvieran más suerte, aunque lo dudaba. Sin destructores operativos, todos los planetas de la línea de frente estaban totalmente desprotegidos.

Y la responsabilidad era toda suya.

66

Algunos dicen que el solo hecho de sobrevivir es la mejor venganza. Yo, personalmente, prefiero algo un poco más extravagante.

B
ARÓN
V
LADIMIR
H
ARKONNEN
, el ghola

En un impulso, el barón dijo a los diez Danzarines Rostro que le acompañaban que adoptaran la forma de soldados Sardaukar del viejo Imperio. No sabía si alguien sería capaz de entender el chiste —las modas cambiaban y la historia siempre olvidaba ese tipo de detalles—, pero le ayudaría a dar una imagen de mando. Durante su vida original, había conseguido una gran victoria sobre la Casa Atreides con los Sardaukar de su lado.

Tras dejar a un inquieto Paolo con Erasmo, en teoría por su seguridad, el barón se vistió con un uniforme de noble, con sus charreteras doradas y los galones. Una daga ceremonial con la punta envenenada le colgaba del cinto, y bajo la manga llevaba escondido un aturdidor de haz ancho por si lo necesitaba. Aunque los Sardaukar de imitación eran su guardia y su escolta, no se fiaba especialmente de ellos. Nunca se es demasiado precavido.

Cuando el séquito del barón llegó a la no-nave prisionera, no encontraron ni una sola puerta en un kilómetro de casco… momento algo decepcionante y bochornoso, pero no había obstáculos que pudieran detener a Omnius. Guiados por la supermente, los edificios cercanos se transformaron en herramientas gigantes que abrieron el casco, arrancando placas y vigas maestras para dejar una amplia abertura. La fuerza bruta era más fácil y directa que tener que localizar una escotilla y familiarizarse con controles desconocidos.

Ahora que la no-nave estaba adecuadamente abierta, el barón y su escolta se agacharon para pasar bajo las piezas sueltas y los circuitos que chisporroteaban. Preparados para una emboscada, pero con un despliegue de confianza, avanzaron por los corredores de la no-nave. Varios de los ojos espía de Omnius zumbaban por delante, explorando y trazando mapas del interior de la nave.

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