Gusanos de arena de Dune (44 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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¿Cómo pagar a un hombre que ha hecho lo imposible?

B
ASHAR
A
LEF
B
URZMALI
,
Lamento por el soldado

Cuando Miles se fue, Duncan estuvo mirando unos momentos las proyecciones de los sensores. Sabía lo que el Bashar estaba haciendo.

Después de las explosiones internas, el
Ítaca
estaba perdido en el espacio, rodeado de naves enemigas con más armas de las que él había visto en una flota entera de los Harkonnen. Las minas habían inhabilitado los generadores del campo negativo, dejando la nave visible y vulnerable en el espacio.

Después de huir durante casi un cuarto de siglo, estaban atrapados. Quizá había llegado la hora de que se enfrentara a sus misteriosos perseguidores. ¿Quién era aquel enemigo invencible y extraño? Lo único que él había visto eran las sombras fantasmales de un anciano y una anciana. Y ahora…

Ante él, en la pantalla el tramo discontinuo de la red cambió, casi se cerró, y entonces volvió a abrirse, como si le estuviera desafiando. Duncan habló en voz alta, aunque en realidad hablaba para sí mismo. Una suerte de oración.

—Mientras tengamos aliento, tendremos una oportunidad. Nuestra misión es identificar la oportunidad, por muy transitoria o difícil que sea.

Teg había dicho que repararía los sistemas. Duncan conocía las capacidades ocultas del Bashar. Durante años las había ocultado a las Bene Gesserit, que temían semejantes manifestaciones como signo de un potencial kwisatz haderach. Y ahora esas capacidades quizá los salvarían a todos.

—No nos falles, Miles.

Las naves que se acercaban dispararon. Duncan apenas había tenido tiempo de renegar y prepararse para el impacto, cuando una andanada de disparos defensivos imposiblemente rápidos interceptaron el fuego enemigo. Dirigidos con precisión, disparados al instante. Fuego enemigo bloqueado.

Duncan pestañeó. ¿Quién había lanzado la andanada de respuesta? Meneó la cabeza. La no-nave tendría que haber sido incapaz de las maniobras básicas de defensa. Un estremecimiento de placer le recorrió la columna. ¡Miles!

De pronto, los sistemas de la cubierta de control empezaron a iluminarse; luces verdes parpadeaban. Uno tras otro, los sistemas volvían a funcionar. Duncan intuyó movimiento y volvió la cabeza a la izquierda.

El Bashar se materializó ante él, pero era un Miles Teg diferente… ya no era el joven ghola a quien Duncan había educado y despertado, sino un hombre espantosamente consumido, seco y viejo como una momia ambulatoria. Teg parecía a punto de desplomarse. Se había forzado mucho más allá de lo que un hombre normal podía aguantar.

—Paneles… activos. —Su voz rasposa le costó más energía de la que le quedaba—. ¡Vamos!

Todo sucedió en un instante, como si también Duncan hubiera entrado en una estructura temporal acelerada. Su primer impulso fue coger a su amigo. Teg se moría, quizá ya estaba muerto. El ajado Bashar ya no podía tenerse en pie.

—¡Vamos… maldita sea! —Fueron las últimas palabras que el Bashar logró que salieran de su boca.

Pensando con lucidez mentat, Duncan volvió al panel de control, prometiéndose no malgastar lo que el Bashar había hecho por ellos. Prioridades. Alcanzó el panel de pilotaje, y sus dedos se movieron como una araña asustada.

Teg se desmoronó, con los brazos y piernas abiertos, tan muerto como una hoja seca, más envejecido incluso que el primer Bashar en los últimos momentos de Rakis. ¡Miles! Tantos años juntos, enseñando, aprendiendo, confiando el uno en el otro… Pocas personas habían significado tanto para él en sus muchas vidas.

Apartó los pensamientos de dolor, pero su memoria mentat le hacía ver cada experiencia clara y diáfana. Miles Teg no era más que una antigua carcasa sobre las placas del suelo. Y no había tiempo para la ira o las lágrimas.

La no-nave empezó a acelerar. Aún veía ante ellos la forma de colarse por la cruel red, aunque ahora además tenía que enfrentarse a una flota entera de naves enemigas. Acababan de disparar una segunda andanada de fuego ofensivo.

Aquel agujero chisporroteaba como si les estuviera invitando. Duncan dirigió la nave hacia allí, moviéndose tan rápido como le permitían sus reflejos humanos. La no-nave soltó aquellos hilos obstinados.

—¡Vamos! —dijo Duncan tratando de hacer que pasara.

Nuevas explosiones rozaron y arañaron el casco del
Ítaca
, que empezó a balancearse y rodar. Duncan timoneó con toda su habilidad.

Los motores Holtzman estaban al rojo, los paneles de diagnóstico mostraban numerosos errores y fallos de sistema, aunque ninguno resultaría fatal de modo inmediato. Duncan acercó la nave más y más al agujero. Las naves enemigas no podrían interceptarles, no podrían moverse lo bastante rápido para detenerles.

La red seguía rompiéndose. Duncan lo estaba viendo.

Obligó a sus sentidos a volver a los motores, aplicando una aceleración muy superior a la que los sistemas normalmente permitían. En sus frenéticas reparaciones, Te no se había parado en detalles como mecanismos de seguridad y límites. Con una velocidad cada vez mayor, se liberaron de la red que los encerraba.

—¡Lo estamos logrando! —dijo Duncan al Bashar caído. Como si su amigo aún pudiera oírle.

Una nave enemiga con forma de torpedo saltó al frente. Ningún humano podía pilotar una nave con semejante rapidez, no podía cambiar de dirección con fuerzas que partirían un hueso como un puñado de paja en un puño. Quemando sus motores, el atacante consumió todo su combustible en un único movimiento frontal… para interponerse en su camino.

Duncan no pudo girar a tiempo. La no-nave era demasiado grande, la inercia era demasiada. La nave enemiga suicida arañó el casco inferior del
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, alterando su rumbo volviendo a dañar los motores. El impacto inesperado hizo que la no-nave empezara a girar. La nave enemiga se desvió hacia un lado y estalló, la onda de choque los desvió aún más de su rumbo fuera de control… de vuelta a lo que quedaba de la red.

Duncan renegó lleno de desespero y de rabia.

Sin poder plegar el espacio, la no-nave volvió atrás, entre el gemido de sus motores. Los paneles de control del puente estaban cubiertos de señales rojas que enseguida se apagaron. Una pequeña explosión interna dañó aún más los motores Holtzman. El
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quedó suspendido en el espacio. De nuevo.

—Lo siento, Bashar —dijo Duncan con el corazón destrozado. Ahora que ya no había nada que hacer, se arrodilló junto a la carcasa de su amigo.

Un mensaje apareció en la pantalla principal del puente, una poderosa transmisión de las naves que les rodeaban. A pesar del dolor, a Duncan le sorprendió cuando vio por primera vez el rostro de su Enemigo.

El rostro liso de metal líquido de una máquina racional apareció en pantalla.

—Sois nuestros prisioneros. Vuestra nave ya no puede volar independientemente. Os entregaremos a la supermente Omnius.

¡Máquinas pensantes!

Duncan trató de entender lo que estaba viendo y oyendo. ¿Omnius? ¿La supermente? ¿El Enemigo que se hacía pasar por una agradable pareja de ancianos eran en realidad las máquinas pensantes? ¡Imposible! Las máquinas pensantes habían estado prohibidas durante miles de años, y la última supermente había sido destruida en la Batalla de Corrin al final de la Yihad Butleriana.

¿Máquinas? ¿Aliadas de alguna forma con los Danzarines Rostro?

Las naves enemigas se abalanzaron como hienas sobre un cadáver fresco.

64

Algunas personas se quejan de que les persigue su pasado. ¡Tonterías! Yo me regodeo en él.

B
ARÓN
V
LADIMIR
H
ARKONNEN
, el ghola

Atrapado por la flota de máquinas pensantes, el
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estaba cautivo, con los motores dañados y las armas quemadas. Duncan no podía hacer nada salvo esperar y llorar a su amigo muerto. Las consecuencias y los recuerdos lo asaltaban. Se movió metódicamente, apoyándose en la concentración mentat para realizar incluso las acciones más simples.

Sheeana estaba a su lado en el puente de navegación. Aunque se preciaba de su pureza Bene Gesserit, de mantener a raya sus emociones, parecía profundamente trastornada cuando los dos recogieron el cuerpo de Teg del suelo del puente. Duncan no podía creer lo frágil y ligeros que eran los restos del Bashar. Parecía hecho con telas de araña y nervios, hojas secas y huesos huecos.

—Miles dio su vida por todos nosotros —dijo Duncan.

—Dos veces —dijo ella.

El comentario hizo que Duncan pensara en todas las vidas que él mismo había dado por los Atreides.

—Esta vez el sacrificio ha sido en vano —dijo con voz rasposa—. Miles ha consumido su vida para hacer las reparaciones que necesitábamos, y yo no he sido capaz de liberarnos. No tendría que haberlo hecho.

Sheeana lo miró con dureza.

—¿Que no tendría que haberlo intentado? Somos humanos. Tenemos que intentarlo, sean cuales sean las probabilidades. Nunca hay nada seguro. En la vida, cada acción es una apuesta. El Bashar luchó hasta el último instante de su vida, porque creía que había una posibilidad. Yo pienso hacer lo mismo.

Duncan miró al rostro chupado y momificado de su amigo, recodando la determinación y el entrenamiento que el viejo Bashar le había enseñado cuando él era un joven ghola. Sheeana tenía razón. Aunque no había podido liberar el
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y no habían logrado escapar, él y Miles habían demostrado al Enemigo que los humanos son impredecibles y resistentes, que no debía subestimarlos. Y aún no había acabado. En lugar de zanjarlo con una simple captura, las máquinas pensantes habían tenido que sacrificar una de sus naves más grandes solo para detenerles.

—Lo llevaremos a una de las cámaras de despresurización más pequeñas —anunció. Dado que ahora sus movimientos venían dictados por las naves enemigas que los remolcaban, no tenía sentido quedarse ante los controles—. No pienso dejar que las máquinas lo cojan.

Los restos mortales del Bashar flotarían por el espacio. Los otros estaban atrapados, y las máquinas pensantes los utilizarían en sus experimentos, o para lo que fuera que los habían estado persiguiendo durante décadas. Pero a Miles no. Este acto sería otra pequeña victoria… y con las suficientes pequeñas victorias se puede ganar una guerra.

Llegaron a una de las cámaras y Duncan se dio cuenta de que era la misma desde la que había lanzado al espacio las cosas de Murbella, cosas a las que había seguido aferrándose obstinadamente. Colocaron la carcasa trágicamente ligera del cuerpo de Teg en la cámara y la sellaron. Duncan miró a través del puerto de observación, y dijo su último adiós.

—Nunca me habría imaginado haciendo esto por él. La última vez, el Bashar tenía a todo Rakis ante su pira funeraria. Pero no hay tiempo. —Antes de que pudiera cambiar de opinión, apretó el botón para evacuar la cámara, abriendo la escotilla exterior para que el cuerpo saliera al vacío—. Convocaremos a todo el pasaje y prepararemos nuestras defensas.

—¿Qué defensas?

Duncan la miro.

—Cualquier cosa que se nos ocurra.

— o O o —

Cien máquinas pensantes los impulsaron hacia adelante y obligaron a la no-nave destrozada a descender a Sincronía, donde los edificios cambiantes se deslizaron a los lados y formaron un hueco aceptable para la nave. El
Ítaca
, ahora visible, descendió como un animal vencido, el trofeo de una partida de caza mayor.

Al barón Harkonnen le pareció una escena gloriosa. Desde un balcón que sobresalía de una de las torres caprichosas de Omnius, estudió la nave. La configuración de la no-nave no le resultaba familiar, grande pero no intimidatoria como él imaginaba. El diseño era mucho más orgánico y extraño que el de los inmensos cruceros de la Cofradía, las naves de los mortíferos Sardaukar, las naves de guerra de los Harkonnen, o las fragatas. Parecía fruto de la evolución, y recordaba extrañamente a las curvas fluidas de las estructuras de las máquinas pensantes.
Extraña nave, extraños pasajeros.

Según los informes preliminares de las naves de reconocimiento que habían atrapado la no-nave, muchos de los pasajeros eran gholas de su pasado, molestias de la historia resucitadas, tal como Erasmo sospechaba… dama Jessica, otro Paul Atreides, un maestro de armas menor llamado Duncan Idaho, y quién sabía cuántos más. Gholas tosidos y escupidos como flema.

Paolo estaba a su lado en el balcón, mirando hacia el improvisado puerto espacial que esperaba para dar cabida a la nueva nave.

—¿Los mataremos a todos, abuelo? No quiero que haya otro kwisatz haderach. Se supone que yo soy el único. Tendría que tomar la ultraespecia que Khrone ha traído ahora mismo.

—Si de mí dependiera te la daría, chico, pero Omnius no lo permitirá. Ten paciencia. Incluso si hay otra versión de Paul Atreides en esa nave, seguramente es blando y compasivo. No tiene la ventaja de haberse endurecido bajo mi tutela. —Los labios carnosos del barón se crisparon en una mueca de desagrado. Paolo mismo no comprendía hasta qué punto había alterado su personalidad—. No tendrás ningún problema para derrotarle.

—Ya lo he visualizado —replicó Paolo—. Sueños prescientes y reales… y ahora sé lo que va a pasar.

—Entonces no tienes por qué preocuparte.

Los edificios de Omnius ondearon como carrizos y entonces la nave magullada descendió y la envolvieron, atrayéndola a un hueco de metal vivo. El proceso de aterrizaje parecía interminable. ¿De verdad era necesario que tantas abrazaderas estructurales envolvieran la no-nave como garras? Teniendo en cuenta los importantes daños provocados en los motores, los cautivos nunca podrían lograr que volviera a volar. Sin embargo, Omnius era muy amante de hacer las cosas con un gran despliegue de fuerza bruta. El barón no podía entenderlo.

Erasmo apareció en el balcón, disfrazado de nuevo como ancianita bondadosa. Mirando al robot con desapasionamiento, el barón anunció:

—Subiré a bordo de la no-nave. Quiero ser el primero que… —sus labios formaron una mueca—… reciba a nuestros visitantes.

Los ojos de la anciana pestañearon.

—¿Estás seguro de que es prudente, barón? Aún no sabemos con exactitud quién puede haber a bordo. Podrías correr peligro si alguien te reconoce. En tu vida pasada había unas cuantas personas que no estaban precisamente contentos contigo.

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