Harry Potter. La colección completa (243 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas mientras ellos avanzaban por los desiertos pasillos hacia la torre de Gryffindor. Harry tenía la impresión de que su primer día había durado una semana, pero todavía debía hacer una montaña de deberes antes de acostarse. Empezaba a notar un dolor débil y pulsante sobre el ojo derecho. Cuando entraron en el pasillo de la Señora Gorda, miró por una de las mojadas ventanas y contempló los oscuros jardines. Seguía sin haber luz en la cabaña de Hagrid.


¡Mimbulus mimbletonia!
—dijo Hermione antes de que la Señora Gorda tuviera ocasión de pedirles la contraseña. El retrato se abrió, dejó ver la abertura que había detrás, y los tres se metieron por ella.

La sala común estaba casi vacía; la mayoría seguía abajo, cenando.
Crookshanks
, que descansaba enroscado en una butaca, se levantó y fue a recibirlos ronroneando, y cuando Harry, Ron y Hermione se sentaron en sus tres butacas favoritas junto al fuego, saltó con agilidad al regazo de su dueña y se acurrucó allí como si fuera un peludo cojín de color rojo anaranjado. Harry, agotado, se quedó contemplando las llamas.

—¿Cómo es posible que Dumbledore haya permitido que pase esto? —gritó de pronto Hermione, sobresaltando a sus amigos;
Crookshanks
pegó un brinco y bajó al suelo con aire ofendido. Hermione golpeó, furiosa, los reposabrazos de su butaca, y por los agujeros salieron trozos de relleno—. ¿Cómo puede permitir que esa mujer infame nos dé clase? ¡Y en el año de los
TIMOS
, por si fuera poco!

—Bueno, la verdad es que nunca hemos tenido muy buenos profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿no? —observó Harry—. Ya sabes lo que pasa, nos lo contó Hagrid: nadie quiere ese empleo porque dicen que está gafado.

—¡Ya, pero contratar a alguien que se niega explícitamente a dejarnos hacer magia!… ¿A qué juega Dumbledore?

—Y pretende que hagamos de espías para ella —terció Ron, deprimido—. ¿Os acordáis de que ha dicho que fuéramos a verla si oíamos a alguien decir que Quien-vosotros-sabéis ha regresado?

—Pues claro que está aquí para espiarnos, eso es obvio. ¿Con qué otro motivo la habría enviado Fudge a Hogwarts? —saltó Hermione.

—No empecéis a discutir otra vez —intervino Harry, harto, al ver que Ron abría la boca para responder a Hermione—. ¿Por qué no podemos…? Hagamos los deberes, a ver si nos los quitamos de encima…

Recogieron sus mochilas, que estaban en un rincón, y volvieron a las butacas, junto al fuego. En ese momento comenzaban a llegar alumnos que regresaban después de cenar. Harry evitaba dirigir la vista hacia la abertura del retrato, pero aun así era consciente de que atraía las miradas de sus compañeros.

—¿Qué os parece si empezamos por los de Snape? —propuso Ron mojando su pluma en el tintero—. «Las propiedades… del ópalo… y sus usos… en la fabricación de pociones…» —murmuró mientras escribía las palabras en la parte superior del pergamino. Subrayó el título, miró expectante a Hermione y añadió—: A ver, ¿cuáles son las propiedades del ópalo y sus usos en la fabricación de pociones?

Pero Hermione no lo escuchaba, pues miraba entornando los ojos hacia un rincón alejado de la sala, donde Fred, George y Lee Jordan estaban sentados en el centro de un corro de alumnos de primero, de aspecto inocente, que mascaban algo que, al parecer, había salido de una gran bolsa de papel que Fred tenía en las manos.

—Mira, lo siento, pero se han pasado de la raya —explotó, poniéndose en pie. Era evidente que estaba rabiosa—. ¡Vamos, Ron!

—Yo…, ¿qué? —dijo Ron para ganar tiempo—. ¡Vaya, Hermione, no podemos regañarlos por repartir golosinas!

—Sabes perfectamente que eso es turrón sangranarices, o pastillas vomitivas, o…

—¿Bombones desmayo? —apuntó Harry en voz baja.

Uno a uno, como si los hubieran golpeado en la cabeza con un mazo invisible, los alumnos de primero fueron cayendo inconscientes en sus asientos; algunos resbalaron hasta el suelo y otros quedaron colgando sobre los reposabrazos de las butacas con la lengua fuera. Los que estaban viéndolo reían; Hermione, en cambio, se puso muy tiesa y fue directamente hacia Fred y George, que estaban de pie con una libreta en la mano, observando atentamente a los desmayados alumnos de primer año. Ron hizo ademán de levantarse de la butaca, se quedó a medio camino unos segundos, vacilante, y luego murmuró a Harry:

—Ya se encarga ella.

Después se hundió cuanto pudo en la butaca, aunque no resultaba fácil debido a su larguirucha figura.

—¡Basta! —les dijo Hermione con ímpetu a Fred y George, que levantaron la cabeza y la miraron un tanto sorprendidos.

—Sí, tienes razón —dijo George, asintiendo—. Creo que ya hay suficiente con esa dosis.

—¡Ya os lo he advertido esta mañana, no podéis probar vuestras porquerías con los alumnos!

—Pero ¡si les hemos pagado! —replicó Fred, indignado.

—¡No me importa! ¡Podría ser peligroso!

—No digas bobadas —repuso Fred.

—¡Cálmate, Hermione, no les pasa nada! —intentó tranquilizarla Lee mientras iba de un alumno a otro y les metía unos caramelos de color morado en la boca, que mantenían abierta.

—Sí, mira, ya vuelven en sí —confirmó George.

Era verdad: unos cuantos alumnos de primero empezaban a moverse. Algunos se sorprendieron tanto de estar tumbados en el suelo o colgando de las butacas que Harry comprendió que Fred y George no les habían advertido del efecto que iban a producirles aquellos caramelos.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó George con amabilidad a una chica menuda de pelo castaño oscuro, que estaba tendida a sus pies.

—Creo que sí —contestó ella con voz temblorosa.

—Excelente —dijo Fred, muy contento, pero inmediatamente Hermione le arrancó de las manos la libreta y la bolsa de papel llena de bombones desmayo.

—¡De excelente nada!

—Claro que sí, están vivos, ¿no? —comentó Fred con enojo.

—No podéis hacer eso. ¿Y si alguno se pusiera enfermo de verdad?

—No se van a poner enfermos porque los hemos probado nosotros mismos; esto sólo lo hacemos para ver si todo el mundo reacciona igual…

—Si no paráis, voy a…

—¿Castigarnos? —insinuó Fred como diciendo: «Inténtalo y verás.»

—¿Ordenar que copiemos algo? —intervino George con una sonrisa burlona.

En la sala había curiosos riendo. Hermione se enderezó al máximo; tenía los ojos entrecerrados y su poblada melena parecía estar a punto de chisporrotear.

—No —dijo con la voz temblorosa de rabia—, pero voy a escribir a vuestra madre.

—No serás capaz —replicó George, horrorizado, y retrocedió.

—Ya lo creo —lo desafió Hermione sin acobardarse—. No puedo impedir que vosotros os comáis esas tonterías, pero no pienso permitir que se las deis a los de primero.

Fred y George se quedaron estupefactos. Era evidente que consideraban que la amenaza de Hermione era un golpe bajo. Ella les lanzó una última mirada amenazadora, se sujetó con fuerza la libreta y la bolsa contra el pecho y regresó muy ofendida a su butaca junto al fuego.

Ron se había ido agachando en su asiento y en ese instante tenía la nariz casi al nivel de las rodillas.

—Gracias por tu apoyo, Ron —dijo Hermione mordazmente.

—Ya lo has resuelto muy bien tú sola —masculló él.

Hermione contempló su trozo de pergamino en blanco durante unos segundos y luego dijo con voz tensa:

—Es inútil, ahora no puedo concentrarme. Me voy a la cama —dijo, y abrió su mochila.

Harry creyó que iba a guardar en ella sus libros, pero en lugar de eso Hermione sacó dos objetos deformes de lana, los colocó con cuidado sobre una mesa junto al fuego, los cubrió con una pluma rota y unos cuantos trozos de pergamino inservibles y se retiró un poco para evaluar el efecto.

—Por las barbas de Merlín, ¿se puede saber qué haces? —preguntó Ron, observándola como si temiera por la salud mental de su amiga.

—Son gorros para elfos domésticos —contestó ella con aspereza, y a continuación empezó a guardar sus libros en la mochila—. Los he hecho este verano. Sin magia soy muy lenta tejiendo, pero ahora que he vuelto al colegio creo que podré hacer muchos más.

—¿Dejas estos gorros aquí para los elfos domésticos? —inquirió Ron lentamente—. ¿Y primero los tapas con piltrafas?

—Sí —contestó Hermione desafiante, y se colgó la mochila.

—Eso no está bien —dijo Ron, enfadado—. Quieres engañarlos para que cojan los gorros. Quieres darles la libertad cuando quizá ellos no quieran ser libres.

—¡Claro que quieren ser libres! —saltó Hermione, que estaba poniéndose colorada—. ¡No te atrevas a tocar esos gorros, Ron!

Y tras pronunciar esas palabras se marchó muy airada. Ron esperó hasta que hubo desaparecido por la puerta de los dormitorios de las chicas, y entonces quitó los trozos de pergamino de encima de los gorros.

—Al menos que vean lo que están cogiendo —dijo con firmeza—. En fin… —enrolló el pergamino en el que había escrito el título de la redacción para Snape—, no tiene sentido intentar terminar esto ahora; sin Hermione no puedo hacerlo, no tengo ni la más remota idea de para qué sirve el ópalo. ¿Y tú?

Harry negó con la cabeza, y al hacerlo notó que el dolor que tenía en la sien derecha estaba empeorando. Se acordó de la larga redacción sobre las guerras de los gigantes y sintió una intensa punzada de dolor. Aun siendo consciente de que a la mañana siguiente lamentaría no haber terminado sus deberes por la noche, guardó sus libros en la mochila.

—Yo también voy a acostarme.

Cuando iba hacia la puerta que conducía a los dormitorios pasó por delante de Seamus, pero no lo miró. Harry tuvo la fugaz impresión de que su compañero había despegado los labios para decir algo, pero aceleró el paso y llegó a la tranquilizadora paz de la escalera de caracol de piedra sin tener que aguantar más provocaciones.

El día siguiente amaneció tan plomizo y lluvioso como el anterior. Hagrid tampoco estaba sentado a la mesa de los profesores a la hora del desayuno.

—La única ventaja es que hoy no tenemos a Snape —comentó Ron con optimismo.

Hermione dio un gran bostezo y se sirvió una taza de café. Parecía contenta, y cuando Ron le preguntó de qué se alegraba tanto, ella se limitó a decir:

—Los gorros ya no están. A lo mejor resulta que los elfos domésticos quieren ser libres.

—Yo no estaría tan seguro —replicó él, cortante—. Quizá no podamos considerarlos prendas de vestir. Yo jamás habría dicho que eran gorros, más bien parecían vejigas lanudas.

Hermione no le dirigió la palabra en toda la mañana.

Después de una clase doble de Encantamientos tuvieron también dos horas de Transformaciones. El profesor Flitwick y la profesora McGonagall dedicaron el primer cuarto de hora de sus clases a sermonear a los alumnos sobre la importancia de los
TIMOS
.

—Lo que debéis recordar —dijo el profesor Flitwick, un mago bajito con voz de pito, encaramado, como siempre, en un montón de libros para poder ver a sus alumnos por encima de la superficie de su mesa— es que estos exámenes pueden influir en vuestras vidas en los años venideros. Si todavía no os habéis planteado seriamente qué carrera queréis hacer, éste es el momento. Mientras tanto, ¡me temo que tendremos que trabajar más que nunca para asegurarnos de que todos vosotros rendís a la altura de vuestra capacidad en el examen!

Luego estuvieron más de una hora repasando encantamientos convocadores que, según el profesor Flitwick, era probable que aparecieran en el
TIMO
; remató la clase poniéndoles como deberes un montón de encantamientos.

Lo mismo ocurrió, o peor, en la clase de Transformaciones.

—Pensad que no aprobaréis los
TIMOS
—les advirtió la profesora McGonagall con gravedad— sin unas buenas dosis de aplicación, práctica y estudio. No veo ningún motivo por el que algún alumno de esta clase no apruebe el
TIMO
de Transformaciones, siempre que os apliquéis en vuestros estudios. —Neville hizo un ruidito de incredulidad—. Sí, tú también, Longbottom —agregó la profesora—. No tengo queja de tu trabajo; lo único que tienes que corregir es esa falta de confianza en ti mismo. Por lo tanto… hoy vamos a empezar con los hechizos desvanecedores. Aunque son más fáciles que los hechizos comparecedores, que no suelen abordarse hasta el año de los
ÉXTASIS
, se consideran uno de los aspectos más difíciles de la magia, cuyo dominio tendréis que demostrar en vuestros
TIMOS
.

La profesora McGonagall tenía razón, pues Harry encontró dificilísimos los hechizos desvanecedores. Tras una clase de dos horas, ni él ni Ron habían conseguido hacer desaparecer los caracoles con los que estaban practicando, aunque Ron, optimista, comentó que el suyo parecía haber palidecido un poco. Hermione, por su parte, consiguió hacer desaparecer su caracol al tercer intento, y la profesora McGonagall le dio diez puntos extra a Gryffindor. Fue la única a la que la profesora McGonagall no puso deberes; a los demás les ordenó que practicaran el hechizo para el día siguiente, ya que por la tarde tendrían que volver a probarlo con sus caracoles.

Harry y Ron, presas del pánico por la cantidad de trabajo que empezaba a acumulárseles, pasaron la hora de la comida en la biblioteca documentándose sobre los usos del ópalo en la fabricación de pociones. Hermione, que todavía estaba enfadada con Ron por su ofensivo comentario sobre los gorros de lana, no los acompañó. Por la tarde, cuando llegaron a Cuidado de Criaturas Mágicas, a Harry volvía a dolerle la cabeza.

El día se había puesto frío y ventoso, y mientras descendían por el empinado jardín hacia la cabaña de Hagrid, situada al borde del Bosque Prohibido, notaron que algunas gotas de lluvia les caían en la cara. La profesora Grubbly-Plank esperaba de pie a los alumnos a unos diez metros de la puerta de la cabaña de Hagrid, detrás de una larga mesa de caballete cubierta de ramitas. Cuando Harry y Ron llegaron a donde estaba la profesora, oyeron una fuerte risotada a sus espaldas; se dieron la vuelta y vieron a Draco Malfoy, que iba con aire resuelto hacia ellos, rodeado como siempre de su cuadrilla de amigotes de Slytherin. Por lo visto, acababa de decir algo divertidísimo porque Crabbe, Goyle, Pansy Parkinson y los demás seguían riéndose con ganas cuando rodearon la mesa de caballete; y a juzgar por cómo miraban a Harry, éste pudo imaginar sin grandes dificultades el motivo del chiste.

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