Herejía (24 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Herejía
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Tras incontables horas en las que no parecía haber ni un rastro de luz en el cielo, me levanté, me vestí y. salí por la ventana. (Estaba en una planta baja; en la Ciudadela sólo había dos estructuras de más de una planta.) La luna me proporcionó luz suficiente para encontrar el camino que descendía por la pendiente rocosa hasta la costa, en el extremo de la península más lejano al puerto. Frente a mí, la vacía y reluciente playa se extendía alrededor de un kilómetro hasta el siguiente promontorio, mientras que a mi derecha, tierra adentro, la masa montañosa se veía como una sombra negra oscureciendo las estrellas.

Los únicos sonidos que percibía eran el zumbido de las olas y el aullido ocasional de los animales nocturnos en la selva, unidos al ruido apagado de mis pasos en la arena. Reinaba una paz, absoluta y los demonios que me acosaban comenzaron a desvanecerse.

Caminé todo el trecho bordeando la playa hasta el promontorio situado en el otro extremo. Allí me senté en la arena y mis ojos quedaron cautivados por el mar. El Dominio nos había enseñado que la noche y la oscuridad eran elementos del mal, y que sólo el fuego podía contener su avance. Como había vivido en un territorio en el que vagar por la noche incluso a una distancia mínima era equivalente al suicidio, siempre había creído que tenía razón.

Aquí, sin embargo, todo era diferente. Aquí la noche poseía belleza, una belleza distinta a la del día e inmensamente más relajada. Tras unos instantes me sentí somnoliento, así que me alejé de la costa y me eché a descansar entre algunas rocas.

Dormí en la playa durante unas dos horas, sin ser perturbado por ninguna pesadilla. Desperté cuando el sol del amanecer se insinuaba sobre las rocas y comenzaba a filtrarse por mis ojos. Me sacudí la arena y caminé de regreso hacia la Ciudadela, donde fui el primero en llegar al desayuno.

Palatina y Persea se unieron a mí unos minutos más tarde. Palatina tenía buen apetito (como era habitual, aunque nunca noté que aumentara de peso), pero se la veía cansada y, ojerosa.

—¿Has pasado buena noche? —me preguntó Persea con expresión seria, sin señal de ironía.

Aunque no había dormido tanto como hubiese deseado y había seguido acostado un rato más, no me veía para nada tan fatigado como el resto.

—Llegué a dormir profundamente —le respondí.

—¿Cómo demonios has logrado tal cosa? —indagó Palatina con rudeza, señalando los rostros exhaustos de casi todos los no nacidos en el Archipiélago.

—No funcionaría contigo —sugerí, pues prefería mantener la playa vacía por la noche en lugar de verla plagada de gente buscando alivio a sus pesadillas. De todos modos, dudaba que lo que me había calmado lograse calmar a los demás. Me resultaba más sencillo encontrar respiro a las cosas desagradables en un sitio donde pudiese, al menos por un momento, olvidar la existencia del resto de las personas.

—Vuestras pesadillas no durarán mucho —intervino Persea con ánimo consolador—. Tres noches más, como mucho. Tendrá algo que ver con esta isla y con el hecho de que vuestras mentes sabían que no se encontraban realmente en la visión. Por muy real que pareciese todo, algún rincón de vuestro cerebro era consciente de que en realidad estabais siempre aquí.

Palatina se estremeció con dramatismo ante la idea de dos noches más como la que acababa de sufrir.

A lo largo de los dos siguientes días no hubo clases, sesiones de entrenamiento ni nada parecido a la educación formal. Se nos dejó en paz para que nos recuperásemos de nuestras pesadillas y para que los recién llegados nos acomodásemos y pudiésemos explorar un poco la isla. Durante la segunda noche volví a hallar alivio solitario en la playa, pero la tercera pude conciliar el sueño en mi habitación. Prácticamente todos estábamos ya recuperados del efecto inmediato de lo que Chlamas nos había mostrado. Pese a eso, las imágenes persistían en nuestras mentes y surgían de repente cada vez que era mencionado el Dominio.

Al tercer día comenzó el entrenamiento, tanto mental como físico. Por la mañana tuvimos práctica de armas (cada uno centraba sus tareas en las dos armas a las que estaba más habituado, en nuestro caso la espada y la ballesta). Aunque pertenecían a un pueblo que en otro tiempo había rechazado la guerra, los nacidos en el Archipiélago entrenaban también. En su mayoría portaban enormes mazas con brillantes y filosas puntas de obsidiana, capaces de quebrar un cráneo humano de un solo golpe.

Practicábamos en grupos sobre un campo de césped de unos cien metros de amplitud situado tierra adentro junto a la Ciudadela. No había mucho césped en la isla; no parecía crecer de forma natural en esas selvas tropicales.

—Veamos, pues —dijo el instructor de armas—, cómo luchan los recién llegados.

Era un hombre de aspecto feroz, rondaba los cincuenta años y había nacido en Cambress, aunque no vivía allí desde que llegó a la Ciudadela. Qué había hecho entre su primer año aquí y su nombramiento como instructor de armas es algo que no mencionó, pero supongo que sería algún tipo de combatiente por la libertad o un asesino.

—¿Cómo te llamas? —me ladró. —Cathan.

—Bien, Cathan, veamos cómo luchas. ¡Uzakiah! Un joven alto y delgado se separó de la multitud.

El instructor nos proporcionó a ambos espadas de práctica, que eran algo más pesadas que las reales y eran romas tanto en sus bordes como en la punta. Nada más coger la mía supe que no podría soportar su peso más que un par de minutos y otra vez maldije ser de complexión tan poco robusta y carecer de cualquier cosa parecida a la fuerza bruta.

—¡Luchad! ¡Tres estocadas!

Uzakiah (un nombre de Equatoria) se puso de inmediato en posición de lucha, portando la espada en su mano con la misma destreza que si hubiese nacido con ella. Me llevaba alrededor de una cabeza de altura, lo que ya de por sí le otorgaba ventaja, y parecía mucho mejor entrenado que Darius.

Nos enfrentamos con la mirada, andando en círculos durante unos pocos minutos, y entonces él atacó. Noté la tensión de sus músculos, pero aun así sólo escapé por los pelos de su estrategia y su embestida, y no tuve tiempo de lanzar un contraataque, pues se puso velozmente fuera de mi alcance.

Un momento después volvió a intentarlo y en esta ocasión logré eludirlo y responder a su ataque, pero él lo contuvo. Me atacó otra vez con la misma gracia y la misma sorprendente rapidez. Ahora mi reflejo no fue lo suficientemente veloz para eludirlo y me dio la primera estocada.

Me asestó también la segunda y el brazo comenzaba a dolerme. Pero entonces se confió demasiado y en el tercer intento lanzó un ataque demasiado alto y conseguí tocarlo en el brazo.

Perdí por tres a una, pero el instructor no dijo que yo fuese inútil. —Te buscaré una espada más liviana para la próxima vez —comentó con calma—. De cualquier modo, debes trabajar tu físico para ganar fortaleza.

Palatina, cuya destreza con la espada era muy superior a su tiro con ballesta, pudo vencer a su oponente, una joven del Archipiélago, con lo que pareció un mínimo esfuerzo.

—¿Quién te entrenó? —le preguntó el instructor una vez concluida la lucha.

Palatina guardó silencio por un terrible y desagradable momento.

—Mi padre —dijo luego.

—Pues entonces debía de ser muy bueno.

Me pregunté si Palatina se lo había inventado o si era otro retazo de su memoria que acababa de retornar.

Ravenna era la otra persona del grupo de recién llegados y el instructor sabía sin duda lo bien que podía luchar. Yo había conocido sus destrezas con motivo de mi encierro en el Estrella Sombría. Sin contar sus insultos, por cierto. Ravenna sabía cómo desconcertarme y eso me irritaba, pues yo nunca podía provocar en ella el mismo efecto.

Pasamos una agotadora hora y media practicando golpes contra altos postes de madera y luego corrimos a la playa a nadar y refrescarnos antes de almorzar. El instructor me había enviado a la armería junto a uno de sus asistentes para buscar una espada más liviana, que me ahorraría muchos problemas.

Y entonces, después de comer, las autoridades de la Ciudadela vieron la ocasión de cuestionar otra de nuestras creencias fundamentales. Ukmadorian separó al mismo grupo de novicios que habíamos visto las imágenes tres días atrás y nos condujo a una sala de la biblioteca principal. Nos sentamos en varios bancos, tablas y sillas dispersos en el lugar. Noté que los muros estaban cubiertos de copias de pergaminos escritos en un lenguaje que no pude descifrar. Persea y Ravenna estaban allí (todas las chicas formaban un grupo alrededor de una de las mesas). La expresión de Ravenna parecía sugerir que sabía ya lo que Ukmadorian estaba a punto de decirnos, pero que había venido con nosotros para estar en nuestra compañía. También estaban presentes Mikas y uno de sus seguidores.

—Lo que se os mostró hace tres días fue la más reciente de las atrocidades del Dominio —dijo Ukmadorian—, y una de las que más impacto ha tenido en todos vosotros. Pero ha habido muchas otras, algunas cometidas en nombre del Dominio por el imperio de Thetia, y la peor de todas tuvo lugar hace doscientos cuatro años.

¿Podía haber habido algo peor que la cruzada contra el Archipiélago? Me pregunté a cuántas personas habrían matado entonces para superar aquellas doscientas mil. Y doscientos cuatro años atrás... eso nos remontaba al tiempo en que había sido asesinado Aetius IV

En dicho salón, durante ése y los días que siguieron, Ukmadorian nos llevó a los últimos doscientos años y nos mostró en cada ocasión escenas de las distintas matanzas del Dominio, alimentando siempre nuestro odio hacia éste. Tras esas imágenes, se nos preparó para creer casi cualquier cosa que nos dijeran acerca del Dominio. Pero cinco días después de iniciadas esas lecciones, Ukmadorian nos enfrentó con algo tan increíble, tan incongruente con todo cuanto nos habían enseñado, que parecía demasiado difícil de aceptar.

—¿Sabe alguno de vosotros qué sucedió en el año 2560? —preguntó.

—Aetius IV finalizó su reinado, durante el cual imperó el terror —respondió Mikas.

—¿Cómo?

—Lideró una invasión innecesaria contra una ciudad y murió en combate.

—¿Y qué cosas había hecho Aetius en ese reinado de terror? —Masacró a gran parte de la población del mundo, devastó casi todos los continentes, desató las tormentas. No mucho, a decir verdad —sostuvo una de las jóvenes.

—Muy bien. Todos sabemos lo que hizo: asesinó a su padre y a su tío. Luego él y su hermano gemelo, Carausius, emprendieron la conquista del mundo. Enviaron enormes ejércitos, combatieron

a todo el que les ofreciese resistencia 5, bañaron el mundo de sangre. Muy bien. Ahora, ¿dónde están las pruebas de todo eso?

Es evidente que a Ukmadorian no le agradaba irse por las ramas, pero me preguntaba qué quería decir.

—¿Pruebas? —inquirió Ghanthi con mirada confundida.—¿Cómo es que conocéis esos sucesos?

—Porque los narra el
Libro de Ranthas
, por supuesto —afirmó Mikas con algo de ironía en la voz—. Todo el mundo lo ha leído.

—Y, para ser exactos, ¿quién escribió el
Libro de Ranthas
?

—Temezzar, un profeta de Ranthas.

—Que luego fue primado. Ahora, ¿acaso alguno de vosotros ha considerado en alguna ocasión que no conviene creer todo lo que se lee? Temezzar habla de ejércitos de medio millón de personas marchando sobre Equatoria. Pero sabemos que la población total del Archipiélago, el imperio original de Aetius, apenas superaba los tres millones y medio de habitantes, quizá cuatro millones en aquellos días. ¿Cómo podían entonces poseer ejércitos de medio millón de combatientes? Ni siquiera con la flota íntegra de Thetia hubiese sido posible transportarlos. Mucho más disparatado todavía es pensar que fueron vestidos y alimentados durante cinco años.

—Es evidente que Temezzar exageraba —advirtió Persea—. Después de todo, provenía de Equatoria.

—¿Y qué tienen de malo los habitantes de Equatoria? —protestó Darius.

—Nada, sólo que seguramente infló las cifras del enemigo para que la resistencia de su pueblo resultase más heroica —le respondió Persea de forma apasionada.

—¿Y vosotros en su lugar no hubieseis hecho lo mismo?

—Por supuesto que sí —admitieron varios a medida que se acaloraba la discusión.

Ukmadorian esbozó una sonrisa.

—¿Podemos volver al punto en el que estábamos? —interrumpió, y esperó a que acabasen los murmullos—. Temezzar nos dice también que Borealis fue el primer continente en ser invadido.

—Pero ¿dónde demonios está Borealis? —gritó uno de los menos educados de los jóvenes de Equatoria.

—¡Pelmazo! Borealis era el nombre por el que se conocía en aquel momento a Océanus —dijo Ravenna—. Antes de abrir la boca espera mejor a que los demás expliquen las cosas.

—¡Qué superiores sois! ¿No es así? —provocó el joven de Equatoria—. Sólo porque habéis estado sentados en la escuela en el Archipiélago en lugar de luchar contra los haletitas...

—Es suficiente —intervino Ukmadorian—. Callaos. El joven se calmó con poco entusiasmo.

—Como venía diciendo —prosiguió el rector alzando la voz—, Temezzar menciona también que los thetianos desembarcaron en la costa norte del continente. ¿No os llama un poco la atención que los thetianos desembarcasen en un sitio tan poco hospitalario como la costa norte, donde llueve de forma permanente 5
,
no es posible obtener demasiados alimentos, cuando en el sur había provincias mucho más ricas con defensas más débiles?

—¿Sería por el efecto sorpresa? —aventuró Palatina—. Quizá lo hicieron porque sabían que nadie esperaría su ataque por allí.

—El otro elemento que vale la pena mencionar es que Aetius solicitó la ayuda de un misterioso imperio llamado Tuonetar, que luego comprendió lo malvado que era Aetius y se volvió su enemigo.

Ukmadorian tomó entonces un delgado volumen de una pila de libros que había en la mesa que tenía más cercana.

—Éste es el libro de anales de Thetia —continuó—, robado de los Archivos Imperiales de Selerian Alastre cuando Valdur accedió al trono. Abarca las actividades del ejército thetiano entre los años 2552 y 2555. Debo añadir que todos los materiales relativos al período 2554-2562 fueron clasificados como secretos por orden del propio emperador.

Abrió el libro en una página que, al parecer, había marcado. —La sección del anal dedicada al año 2554, en el que comenzó la invasión, presenta la siguiente conclusión: <

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