Herejía (26 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Herejía
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—Es mi primo, no lo olvides —subrayó Palatina.

—Obviamente éste
no
es el modo de negociar con ella —admitió Persea, pero, con todo, no separó su brazo del mío.

—No hay ningún modo de negociar conmigo —aseguró entonces Palatina—. Y el Dominio se enterará de ello con pesar tarde o temprano.

CAPITULO XII

¿Tienes idea de dónde estamos? —murmuré.

Todo cuanto sabía es que nos hallábamos en algún punto de la selva, de pie junto al tronco de un árbol. Dónde estábamos con exactitud ya era otra cuestión. Una leve luz azulada proveniente de una delgada luna en cuarto creciente era nuestra única iluminación y nos era imposible ver otra cosa que sombras grises. Mis brazos y piernas eran un mosaico de cortes y rasguños (supongo que los de los demás estarían igual).

—No, esta vez estamos perdidos de verdad. No puedo distinguir siquiera las fogatas —advirtió Palatina, una indefinida presencia a mi derecha.

—Si hubieseis confiado en mis dotes de guía, no nos encontraríamos en este problema.

—Hasta ahora, Ravenna, tus dotes de guía nos han conducido hacia tres nubes de la Sombra de Chlamas, una patrulla enemiga y numerosos árboles —le recordé, feliz de haber podido devolverle el golpe al menos una vez.

—Al menos hemos logrado tender una emboscada a la patrulla. Tú, por otra parte, ni siquiera nos has llevado a través del sendero.

—Quizá porque había más patrullas recorriéndolo.

—¡Podéis parar, vosotros dos! ¡Descubriréis nuestra posición! —susurró Ghanthi.

Nos ejercitábamos en la selva durante una noche casi sin luna, para hacer las condiciones tan adversas como fuese posible. Habíamos sido divididos en tres columnas, lideradas respectivamente por Palatina, Mikas y un joven del Archipiélago llamado Laeas, y se nos había enviado con el objetivo de alcanzar la torre del mirador en la cima de la montaña y custodiarla hasta la llegada de uno de los magos de la Sombra. Durante la primera semana, todos habían recibido sus brazaletes (Palatina y yo y a teníamos los nuestros), que eran empleados para controlar las bajas. Se nos dijo que si éramos tocados por alguna de las espadas de práctica, quedaríamos temporalmente paralizados. Para complicar aún más las cosas, había en la selva una fuerza adicional. Ukmadorian, sus camaradas y asistentes, y todos los que no eran novicios acampaban alrededor de la colina central. Su función en el ejercicio era actuar como una fuerza de ocupación cuyas líneas debíamos romper para alcanzar nuestro objetivo.

Bajo el liderazgo de Palatina logramos vencer a una de las patrullas de Mikas, pero ahora estábamos perdidos sin esperanza y Ravenna, que era para nosotros nuestros ojos y oídos, no podía ayudarnos.

—Que alguien trepe a uno de esos árboles y vea si podemos orientarnos —le dijo Palatina a Ghanthi con impaciencia, y él nos transmitió el mensaje. Un momento más tarde se oyeron crujidos y el techo vegetal que nos cubría se sacudió mientras un joven del Archipiélago alcanzaba la copa de un árbol.

—Estamos a mitad de camino sobre la ladera norte de la montaña —informó aquél poco después—. Hay una hilera de fogatas justo encima de nosotros.

—¿Hacia qué lado queda la cima? —preguntó Palatina moviendo las manos.

El joven señaló una dirección y ella asintió.

—Debemos de estar junto a los piquetes, pero aquí estamos demasiado rodeados de plantas para ver algo. ¿A qué distancia estamos?

—No puedo saberlo con exactitud, pero diría que las fogatas se encuentran a unos cien metros. Además, estamos en un valle y las fogatas están exactamente en nuestro camino.

—Gracias —dijo Palatina—. Transmite el siguiente mensaje: Nos preparamos para atacar.

—¿Cómo lo haremos? —indagó Ravenna. Palatina lanzó una avalancha de órdenes:

—Quiero treinta personas extendidas a lo largo del valle, tú diles en qué dirección deben avanzar. Sithas está a cargo de la derecha. Uzakiah de la izquierda. Yo permaneceré aquí con el resto. Cathan, tú eres nuestro mejor explorador. Dime cuánta gente hay rodeando las fogatas y qué es lo que hacen.

Asentí, le entregué a Palatina un extremo de mi cinta de explorador, ajusté la otra a mi cinturón y me lancé a recorrer la selva. Al igual que los demás, iba vestido de negro, con tres insignias blancas en los hombros que indicaban a qué columna pertenecía. Andar entre los árboles, incluso en medio de esa oscuridad, estaba convirtiéndose para mí en algo natural. Seguía los sitios en los que el terreno tenía menos o ninguna vegetación a fin de evitar que la maleza crujiese al pisarla y mantenía bien firme detrás de mí la cinta que me serviría para hallar el camino de regreso. Me mantenía siempre en la sombra, esquivando los claros que se producían en los pocos sitios donde las copas de los árboles no llegaban a cubrir el cielo. Hacía mucho calor y la humedad lo invadía todo (no podía siquiera apoyarme contra el tronco de un árbol sin empaparme la camiseta). Con todo, se percibía en esa selva una vitalidad que no existía en las de Lepidor. Quizá debido a que aquí las criaturas que la habitaban eran mucho más numerosas, y no siempre amigables.

No había ido demasiado lejos cuando pude ver delante de mí el brillo de las llamas. Aminoré la marcha y me escondí. No era probable que hubiese mucha gente junto a ese fuego: la jungla era enorme y no eran tantas las personas para cubrir sus puntos clave, ni siquiera con Chlamas y los suyos intentando confundirnos. Me desplacé un poco hacia adelante, agachado entre la maleza (y en el proceso volví a empaparme las ropas), hasta alcanzar un pequeño claro en la vegetación a través del cual podía ver. A un lado de la fogata había dos hombres y una mujer, los tres sentados con los ojos puestos en la selva. Debían de estar algo deslumbrados por las llamas y seguramente no detectarían los movimientos con tanta facilidad como uno de nosotros. No había rastros de la presencia de nadie más.

Di tres tirones secos en la cinta y luego, tras una pausa, dos más. Era un código que habíamos acordado previamente y mediante el cual le indicaba a Palatina que había sólo tres personas y que estaban vigilantes, no medio dormidas.

Tras una breve demora me llegaron cuatro tirones desde el otro extremo, que significaban: «Ve un poco más allá».

Me alejé un poco de las fogatas y repté con sigilo a la derecha, pasando la cinta alrededor de un árbol. Luego avancé un poco cuesta arriba por el valle. Unos metros más adelante choqué contra una rama o algo así, que se quebró produciendo un sonido que me pareció fortísimo. Por un instante pensé que me habían oído y no moví ni un músculo, pero no escuché que ninguna persona se aproximase y respiré con alivio. Por fortuna, todo estaba muy húmedo debido a la tormenta del día anterior (una tormenta mucho menos violenta que las de mi tierra) y eso debió de disimular el ruido. Para compensar esa suerte, mis ropas estaban completamente mojadas a causa del agua que caía de los árboles y que inundaba el suelo, lo que no era nada cómodo.

El valle empezaba a estrecharse y, a medida que avanzaba, el terreno se volvía cada vez más empinado a ambos lados. Estaba llegando al extremo del rollo de cinta, y Palatina y yo habíamos dejado bien claro antes de mi partida que bajo ninguna circunstancia debía recorrer una distancia mayor que ésa.

Algo se movió frente a mí. Instintivamente me eché al suelo y permanecí inmóvil. Tras una pausa escuché el sonido lejano pero inconfundible de voces y una especie de crujido.

Di una serie de tirones secos en la cinta y emprendí el camino de regreso hacia donde estaba Palatina, moviéndome de forma tan veloz como creía conveniente y evitando aproximarme a las fogatas.

—¿Qué sucedió? —me preguntó Palatina. Yo le describí todo lo que había visto.—¿Sabes dónde están?

—No. No creo que fueran los grupos de Mikas o de Laeas. —Podría ser la patrulla de Ukmadorian —sugirió Ghanthi.

A Palatina sólo le llevó un segundo decidir el siguiente paso. —Ghanthi, convoca a uno de cada tres integrantes de la patrulla y ocupa el lugar de Uzakiah. Yo me pondré al frente de unos treinta y rodearemos los confines del valle. Ya veremos cuán diestra es esa gente cuando le caigamos encima. Cathan, Ravenna, seguidme. Uzakiah se quedará al mando aquí.

Esperamos hasta la llegada de Uzakiah y luego Palatina ordenó:

—Avanzad y tomad posición cuando tengáis las fogatas a la vista. Contad hasta trescientos y luego atacad, y seguid adelante una vez concluida la lucha. Contad lentamente, como os he indicado antes.

Palatina era audaz y expeditiva a la hora de dar instrucciones. —Comprendido.

Con Ravenna y yo como guías, nuestro grupo, que incluía a

Palatina y a otros, salió de los límites del campamento y comenzó a subir las laderas del valle de un modo tan lento que me pareció una agonía. Estaba convencido de que en cualquier momento Uzakiah daría la señal de entrar en combate sin que hubiésemos alcanzado la posición correcta. Sin embargo, la noche seguía en silencio.

—¡Estás yendo en la dirección equivocada! —me murmuró Ravenna.

—Claro que no, estoy siguiendo la topografía del terreno.

—Eso está muy bien, pero el terreno no sigue el contorno del valle. Créeme, estamos en una depresión.

—¿Por qué debería creerte? —le respondí, pero sabía que seguramente ella tenía razón. Como ya me había demostrado en el Estrella Sombría, Ravenna estaba capacitada para ver en la oscuridad casi con la misma agudeza que a la luz del día. Yo podía seguir el contorno del terreno, pero no detectar cambios sutiles como aquél.

—Imbécil.

Me molestó su insulto, pero no dije nada.

Corregimos nuestro curso y alcanzamos casi de inmediato el nivel superior del terreno en el extremo lejano del valle. No veíamos a nadie allí, conque avanzamos un poco y formamos una línea de batalla.

Apenas me había colocado en una posición desde la cual podía lanzarme al ataque cuando oí sonido de lucha y pude observar cómo más abajo tenía lugar un combate.

—¡Esperad! —nos susurró Palatina cuando estábamos congregándonos detrás de ella. Resonó el choque de las espadas, seguido por el ruido de gente corriendo a través de la maleza.

—¡Ahora!

Palatina esperó un segundo, pero yo salté y comencé a correr colina abajo, esquivando a mi paso las raíces de los árboles. Del sector de selva que se extendía delante de nosotros partía un gran estruendo y a pocos metros podían distinguirse sombras en movimiento.

No bien estuve frente a una de las figuras, la ataqué, aprovechando el momento de confusión para tocar su mano antes de que pudiese alzar su espada. Entonces él, o ella, arrojó la espada al suelo con dedos nerviosos. Llegué a ver su brazalete. Pertenecía al grupo de gente de la isla, no a los novicios, pues no llevaba distintivos.

Aparecieron otras sombras y, cuando había comenzado a luchar con dos a la vez, Ravenna llegó a mi lado, y luego alguien más, y por fin todos acabamos congregados allí, atrapando desde ambos extremos de la selva a los que tenían por misión sorprendernos a nosotros. El plan de Palatina había dado resultado.

Éramos más numerosos que ellos y no nos costó derrotar a Ukmadorian y su guardia. Ravenna desarmó al propio Ukmadorian y todo concluyó.

—Bien hecho, Palatina —dijo él quitándose el casco. Sus hombres empezaban a recuperarse de nuestra embestida, pero ya no constituían una amenaza—. Ahora debéis continuar y vencer también a los demás.

Ukmadorian y su gente avanzaron a través de las filas de Uzakiah y desaparecieron en la jungla.

—Bien hecho —repitió Palatina, y luego ordenó que nos dispusiésemos en formación de combate: marcharíamos colina arriba hasta alcanzar la propia torre de guardia.

La cima de la montaña estaba rodeada por una serie de precipicios, y sólo existían dos vías de acceso: un estrecho y curvo barranco, y una rampa donde un antiguo desprendimiento había hecho caer parte de la roca.

—El barranco es fácil de defender —advirtió Palatina, modificando el plan a medida que avanzábamos con lentitud—, así que sin duda habrá alguien de guardia allí, quizá Mikas o Laeas, o la orden. Si son sensatos, habrán dispuesto a la mayor parte de su gente en la rampa, pero si son atacados por el barranco no tardarán en distribuir sus fuerzas; no pueden dejar libre la rampa. De todas formas, no atacaremos por ninguno de esos sitios. Existe un punto cercano al barranco donde, en opinión de Cathan y Ravenna, es posible escalar el acantilado. Cuando ellos dos lo hayan hecho, nos lanzarán una soga y. unos veinte de vosotros subiréis a su lado. Luego atacaremos el barranco por ambos frentes a la vez.

Nos arrastramos a través del terreno desigual y empinado de la selva, avanzando con cuidado en dos hileras, de manera que, a los ojos de cualquier explorador enemigo, pareciese que contábamos con la mitad de las fuerzas. Podíamos oír a nuestro alrededor el sonido de los animales, quizá perturbados por nuestro movimiento, pero cualquier explorador experimentado era capaz de discernir entre el chillido de los monos y el ruido de personas deslizándose. Al menos, así lo afirmaba la teoría.

Llegamos al borde del precipicio, contra el cual los árboles crecían casi por completo inclinados. En algún sitio a nuestra derecha estaba el barranco, que conducía directamente a la torre de vigilancia, pero que era tan estrecho y cerrado que bastaban tres niños con espadas de juguete para custodiarlo. Resbalé en un lodazal y maldije a media voz. Aquí las condiciones eran, en realidad, aún peores y los insectos que rodeaban los acantilados parecían ensañarse conmigo. Algunos eran demasiado grandes para mi gusto. —¿Es éste el sitio? —me susurró Palatina.

No se oían ruidos por encima de nosotros y era imposible saber si la orden, Mikas o Laeas estaban al borde del barranco. —No exactamente.

Yo había dejado una señal y tenía la esperanza de que no la hubiesen descubierto. ¿Estábamos demasiado a la izquierda? El acantilado se curvaba hacia afuera a medida que uno se aproximaba al barranco, pero me era imposible determinar dónde estábamos.

Al fin hallé la señal y Ravenna y yo nos apuramos en escalar el precipicio. A causa de la tupida vegetación, no había manera de saber si, en la cima, alguien había alcanzado la torre de vigilancia. Ukmadorian podía estar ya en camino. Palatina había escogido deliberadamente dar un largo rodeo, de manera que esperábamos alcanzar la cima después de los demás grupos. Era una estrategia arriesgada, pues si llegábamos demasiado tarde alguien podría haber ganado ya el ejercicio. Por otro lado, Palatina había apostado por que los otros dos grupos hubiesen sido efectivos en eliminarse mutuamente, mientras que nosotros conservábamos a casi toda nuestra gente.

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