Herejía (28 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Herejía
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—Por poco te atrapo en la selva —me murmuró al oído—. Pero con enemigos como tú y Ravenna dudo que necesitéis amigos. —Estaba tan sorprendido como tú.

—No lo sé. No creo que ella te odie tanto como yo la odio a ella. —Quizá porque ella siempre resulta vencedora.

Llevaba apenas un mes en la Ciudadela y las imágenes de la cruzada del Archipiélago eran para mí sólo un vívido recuerdo, aunque aún doloroso para que lo retuviese en la memoria. Habíamos aprendido más cosas sobre los herejes, sus intenciones, estructura, organización... e historia. Había leído completos los tres relatos de la guerra de Tuonetar. Los escritos de Carausius me resultaron más interesantes que los otros dos, pero escenas diversas de todas mis lecturas invadían mi mente de forma constante y no conseguía olvidarlas más que en ocasiones, como en el agitado ejercicio de la noche anterior.

Pero ¿qué le había ocurrido a Carausius finalmente? ¿Había vivido en paz hasta una edad avanzada junto a su amada esposa Cinnirra o había perecido durante las purgas? Y según la costumbre iniciada por el Dominio, según la cual el hijo más joven de cada par de gemelos de la realeza debía criar a los dos niños, el jerarca principal de los magos del Agua había sido siempre hermano gemelo del emperador. Sólo Thetis sabría cómo era posible lograr que cada generación tuviese gemelos.

En las afueras de las salas de lectura mi prestigio como espadachín había aumentado con creces. Ya se me consideraba un igual de Uzaldah con la espada y casi tan bueno como Ghanthi con la ballesta. Comencé a aprender los secretos del liderazgo militar y del combate en el mar a bordo de la flota de buques pequeños de la orden y en la corbeta. Ya habíamos afrontado dos ejercicios de lucha en tierra (el primero, en el que Palatina había vencido, y otro en que perdió por escaso margen). De acuerdo con nuestras habilidades, la orden nos entrenaba para todo tipo de combates, así como en el arte de los espías, los exploradores y las operaciones clandestinas. Demostré ser sobresaliente deslizándome entre las sombras, aunque no tan bueno en campo abierto.

A Persea y a mí nos había llevado cierto tiempo congeniar. Ella me caía bien y disfrutaba de su compañía, pero nuestra amistad no era demasiado profunda. Me había enseñado lo que la gente del Archipiélago denomina «artes de la noche» (el del Archipiélago era un pueblo poético, para el que el amor era una forma de arte), de las que hasta entonces sabía muy poco, y mucho menos imaginaba que serían tan placenteras. A Palatina esas cosas no parecían interesarle en absoluto, y me pregunté si no sería debido a algún tipo de voto religioso. No lo creía probable, pues eso era algo tan significativo como para recordarlo.

La noche posterior al ejercicio dormí solo. Persea, como gran parte de la Ciudadela, estaba casi desmayada por el efecto del vino azul. Yo, para no propasarme, me había limitado a beber apenas una copa. Me gustaba el vino, pero el placer que me proporcionaba no compensaba de ningún modo las pesadillas que me acosaban tras beber demasiado. Los demás se quejaban de la resaca: no tenían idea de cómo eran las mías, y yo ni siquiera había disfrutado del hecho de emborracharme con propiedad la noche anterior.

Debían de ser la cuatro o las cinco en punto cuando alguien me sacudió de forma brusca. Abrí mis somnolientos ojos y contemplé a una borrosa figura vestida con una toga de pie ante mi cama. Por un instante me entró el pánico e intenté alejarme. ¿Habría llegado el Dominio...?

—Prueba de magos —dijo la figura, y mi infundado terror comenzó a desaparecer.

¿Por qué tenían que hacerla a esas horas de la madrugada? El cielo estaba apenas levemente iluminado.

Me puse una túnica y seguí a la figura, que no llevaba en realidad una toga, sino una túnica que mis ojos engañados por el sueño confundieron con la prenda de los inquisidores. Me condujo hasta una de las torres de vigilancia inferiores, sobre la cresta que coronaba la Ciudadela. Un angosto sendero nos llevó a través de los árboles, pero la maleza comenzaba a invadirlo y, recorridos unos pocos metros, volví a empaparme la ropa. Ya no me importaba estar mojado; sólo me molestaba la pegajosa humedad de la jungla, sobre todo a esa hora de la mañana, cuando aún hacía bastante frío,

La torre de vigilancia era un edificio bajo y chato de dos plantas, construido en piedra gris recubierta de plantas trepadoras. Dos antorchas ardían sobre la fachada, situadas una a cada lado de la puerta. Uno de los funcionarios de la isla me saludó, me hizo pasar y me pidió que descendiese por una escalera.

Entré en un salón circular amueblado como una sala de guardias, con una silla
y
, unas pocas mesas, pero no había nadie allí. Una escalera de caracol situada en una esquina conducía a la oscuridad. Sentí un ligero temblor anticipatorio, que superó a la excitación que me había acompañado después de nuestra victoria. Entonces descendí la escalera y me hallé al final de un largo y tenebroso pasillo que se extendía por debajo de la jungla. ¿Por qué había allí un sótano tan inmenso?

—Hacia la derecha, por favor —me dijo alguien.

Abrí la primera puerta que pude discernir en el lado derecho y me topé con una habitación aún más oscura, apenas iluminada por una esfera de plata suspendida en el aire, encima de un círculo negro de piedra situado en el suelo. Ravenna se encontraba de pie sobre él, descalza, y a su izquierda había un asistente. Su expresión era neutra, como si no existiese ningún vínculo entre nosotros.

—Quítate los zapatos y ponte de pie sobre el círculo —ordenó. Me quité las sandalias. El suelo estaba helado y húmedo, y el círculo era liso, seco y todavía más helado. No parecía haber en él ninguna marca en absoluto, ni la más mínima raya.

Ravenna atrajo mi mirada y la sostuvo. Entonces, sin advertencia previa, me invadió un ruido potente e impetuoso, como si un río fluyese a través de mi cabeza.

Lo siguió una sacudida y la sensación de que cada nervio de mi cuerpo se prendía fuego. Mis músculos sufrieron espasmos y se quedaron tiesos. Los ojos de Ravenna parecían cada vez más redondos y extasiados. Su piel parecía danzar con la luz plateada mientras yo permanecía allí, transfigurado, incapaz siquiera de gritar. Nunca en toda mi vida había sentido un dolor semejante. Entonces, de repente, todo dolor desapareció, mis músculos se distendieron y me desplomé en el suelo como las víctimas durante el combate del día anterior.

Ravenna se agachó, se sentó a mi lado, intentando mantener la espalda en posición vertical, y me pidió con voz extraña e irreconocible:

—Cathan, dime
quién
eres tú.

CAPITULO XIII

El asistente se aproximó para ayudarnos a ponernos en pie, pero Ravenna se lo impidió.

—¿Puedes traer a Ukmadorian, por favor? Dile que venga de inmediato.

El hombre asintió con la cabeza y se retiró. Me sentía como si cada músculo de mi cuerpo estuviese exhausto e intentase descansar durmiendo. Casi no podía moverme, pues en cada ocasión en la que decidía hacerlo mis miembros cedían ante un cansancio incontrolable. Por algún motivo, la habitación me parecía mucho más luminosa que antes, pero me resultaba imposible hacer el esfuerzo de mover la cabeza para averiguar cuál era la fuente de esa luz.

—¿Estás bien? —me preguntó Ravenna, y advertí verdadera preocupación en su rostro.

—Muy... muy cansado.

Era frustrante no ser apenas capaz de hablar.

—Debió de ser alguna especie de reacción a la magia —me explicó—. ¿Sabes si tu padre era mago?

—Ignoro... quién es mi padre.

Me movió para quitarme de la incómoda posición en la que yacía y me apoyó contra una de las paredes. Sentí que el cansancio comenzaba a desaparecer, pero de todos modos no traté de moverme. Recibir la ayuda de Ravenna empezaba a volverse un hábito para mí.

—¿Quieres decir que tu padre no es Elníbal? —No. ¿Es que soy un mago?

La idea me resultaba difícil de creer y aún me daba vueltas la cabeza. De hecho, me preguntaba si esto estaba sucediendo de verdad o me hallaba todavía en un sueño profundo.

—Sí, y un mago muy poderoso. Llevas la magia fluyendo por tus venas. No es sólo que poseas el talento innato para la magia, sino que en parte
eres
mágico. No sabría cómo explicarlo.

Un momento después apareció Ukmadorian en la puerta. —Elementos, ¿qué ha sucedido?

—Cathan no es quien parece ser —advirtió Ravenna con los ojos puestos en él. Todavía estaba sentada en el suelo, al parecer insensible al frío—. Hay magia recorriendo todo su cuerpo, de un modo que jamás había visto antes.

—~Te molesta si lo constato por mí mismo? —me preguntó el rector.

—No.

Ukmadorian cogió una de mis casi inertes manos. Sentí una sacudida como la anterior que me había provocado Ravenna, pero de una intensidad mucho menor, y en esta ocasión no hubo dolor. —Increíble —dijo el rector después de un momento.

Entonces tuve que contarle también que Elníbal no era mi padre y revelarle lo que él me había dicho sobre mi verdadero origen.

—Es una historia similar a la de Palatina. Ella no tiene ningún talento mágico, pero lleva en su sangre un rastro de lo mismo que tú llevas en la tuya. Sospecho que o bien vuestros antepasados in mediatos provenían de un linaje de magos poderosos o vosotros mismos pertenecéis en parte a los Elementos.

—Sin embargo, sólo los emperadores de Thetia han contraído matrimonio con gente perteneciente a los Elementos —intervino Ravenna.

—Eso es lo que me preocupa. Existe en vuestra sangre una poderosa influencia del Agua, lo que apunta a esa idea. Por lo general, el talento mágico no es específico; uno puede aprender a trabajar con cualquier elemento si posee la suficiente habilidad.

—Tío, ¿podemos discutirlo en otra ocasión? —sugirió Ravenna—. Cathan ha sido casi quemado por la prueba y éste no es en verdad un ambiente muy saludable.

—¿Puedes caminar? —me preguntó.

Empezaba a recuperarme de mi agotamiento y, aunque todavía me sentía físicamente exhausto, me pareció que tendría fuerzas suficientes para incorporarme.

—Apóyate en mí —propuso Ravenna, y por segunda vez me ayudó a ponerme en pie. ¿Por qué era tan atenta conmigo? ¿Quizá porque ahora ella estaba en ventaja y yo no parecía en condiciones de enfrentarme a ella?

—Id a una de las habitaciones superiores —dijo Ukmadorian— o al aire libre, si lo creéis mejor. Os veré mañana antes del almuerzo. En la habitación de arriba nos topamos con Laeas, que tenía los ojos legañosos, pero, antes de que tuviésemos oportunidad de hablar, el asistente le hizo descender la escalera. Ahora que Ravenna no estaba allí para ayudar, sin duda deberían trabajar más de prisa. Pero ¿por qué había interrumpido ella sus tareas?

Nos sentamos en uno de los bancos del salón de la primera planta, que estaba brillantemente iluminado. A juzgar por los restos de envases dispersos por el suelo, allí era donde había estado guardado el vino.

—¿De verdad ignoras quiénes son tus padres, qué hacían, al menos dónde vivían?

—Así es. Todo cuanto sé es lo que os dije a ti y a Ukmadorian, lo que me contó mi padre.

—Debí adivinar que eras nativo del Archipiélago, quizá incluso thetiano. Si supieses qué es lo que buscas, podrías aclarar las cosas. —¿De dónde provienes tú? —le pregunté a Ravenna—. Tu color de piel es diferente al del resto de la gente del Archipiélago.

—No me está permitido revelar mi origen, son órdenes de Ukmadorian. Sin embargo dudo que provenga del mismo sitio que tú. No nací en ningún lugar en el que pueda haber estado Elníbal. —Pero eres del Archipiélago —deduje—, no eres del continente. —Qué perspicaz eres.

Se produjo un breve silencio.

—¿Seré entrenado como mago a partir de ahora? —le pregunté entonces.

—Sí —respondió—, conmigo.

—¿O sea, que seguiré siendo un banco de pruebas para tu agudeza de ingenio?

—¿No lo disfrutas? —preguntó sonriendo. Fue la primera sonrisa auténtica que vi en sus labios.

A la mañana siguiente no hubo práctica de espada y todos dormimos hasta varias horas después del amanecer, recuperando el sueño perdido durante el ejercicio en la selva. Por la tarde haríamos entre todos una evaluación de dicho ejercicio en el gran salón, seguida de más sesiones acerca del liderazgo de tropas, su organización y disposición en el terreno.

Pero antes Ravenna y yo debíamos reunirnos con Ukmadorian.

Cuando llegué a su luminoso y ventilado estudio, situado en el extremo del promontorio con vistas al mar, Ravenna ya se encontraba allí con su expresión habitual de pocos amigos, aunque al menos esta vez no me recibió con un insulto. Me pareció algo esperanzador. Me había quedado despierto un buen rato durante la noche meditando sobre su comportamiento de la noche anterior y todavía me era imposible comprenderlo. Por otra parte, pese a las burlas que ella me había hecho desde que nos habíamos conocido, ya no estaba seguro de seguir odiándola. Lo más frustrante de todo era que no podía tantearla por lo menos, analizar lo que pensaba de ella.

Ukmadorian estaba recostado en una silla acolchada, igual que la primera vez que lo había visto a bordo de la manta. Nunca antes había visitado su estudio y me sorprendieron varios detalles de su mobiliario: un escritorio, un par de sillas, algunas estanterías decoradas con pinturas y una mesa de bebidas. Las paredes estaban enteramente pintadas de color azul claro y unas pocas plantas adornaban un rincón. Debajo de la alta ventana, sobre una de las paredes, se abría enfrente del acantilado un pequeño balcón con algunas plantas. Al fondo resaltaba el impactante azul del océano.

—Buenos días, Cathan —dijo Ukmadorian—. Por favor, toma asiento.

Me senté en una de las sillas rígidas, con el escritorio entre nosotros. Ukmadorian era muy proclive a las formalidades e insistía siempre en que lo llamásemos «rector>.

—Después de lo sucedido anoche en la torre, es evidente que eres un mago de una especie nunca vista antes por nosotros. Tu talento depende del Agua, pero deberías aprender también a dominar los demás Elementos. Algunas personas pueden controlar más de uno. De hecho, Ravenna es un ejemplo concreto.

—Es decir, que puedo ser entrenado en la Sombra, el Viento, el Agua... ¿en cualquiera de ellos? —indagué.

La idea me confundía, sobre todo porque un mes antes ellos mismos me habían explicado que cada mago se debía sólo a uno de los Elementos.

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