Herejía (25 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Herejía
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Me sentí desconcertado y, al mirar el rostro de los demás, noté que el resto también lo estaba. Nadie sabía muy bien qué decir. Si se trataba de archivos oficiales, era de suponer que decían la verdad. Pero ¿qué podía decirse acerca del ejército en el norte?

—Por lo tanto... —intervine—, ¿cuál es la explicación verdadera? —Os la diré en un minuto. Primero, meditad por qué motivo podría desear el imperio que fuesen secretos los registros de dicho período. Quizá para proteger su propia reputación, es cierto. Pero ¿no podía ser también porque dichos archivos registraban los hechos tal y como sucedieron? Es bien sabido que el actual emperador, como antes su padre, responde ciegamente a las órdenes del exarca de Thetia.

—Quizá alguien se confundió de fechas.

—Las fechas son correctas, pero la explicación verdadera es muy diferente. Veréis, el Dominio culpó con firmeza a los thetianos de todas las muertes ocurridas durante la guerra de Tuonetar, como ellos la denominan. La verdad es que el pueblo de Tuonetar no era en absoluto aliado de los thetianos, ni era aliado de nadie más. Dicho pueblo dominaba Borealis, dominaba la mayor parte de Equatoria y tenía control total sobre un imperio ubicado en el cabo polar boreal, que nosotros conocemos con el nombre de Turia. También le pertenecía casi todo el norte del Archipiélago. Y sucede, sencillamente, que el pueblo de Tuonetar pretendía dominar el resto del mundo. Los thetianos se enfrentaron a este pueblo durante siglos y, en tiempos de Aetius, estaban sin lugar a dudas perdiendo la lucha. Estaban siendo expulsados del norte del Archipiélago, isla por isla, y hay que decir que a los thetianos les quedaban muy pocos aliados. En 2554, el pueblo de Tuonetar lanzó una ofensiva masiva a todo lo largo del Archipiélago y, en una de las escaramuzas, perdió la vida el anciano emperador Valentino III, padre de Aetius. Lo mismo le sucedió poco más tarde al hermano de Valentino, el gran pontífice Titus V Siempre hubo gemelos en la familia real de Thetia, y mientras uno de los gemelos accedía al trono, el otro era gran pontífice. El gran pontífice encabezaba la orden de la Sanción, que congregaba a todos los magos thetianos. Tras la muerte del anciano emperador, Aetius y Carausius asumieron el poder y lucharon contra Tuonetar durante seis años. Aetius era un líder muy dotado y Carausius un mago muy poderoso, pero las tropas de Tuonetar eran sencillamente demasiado poderosas para que pudiesen derrotarlas. Los ejércitos de Tuonetar avanzaron más y más por el sur del Archipiélago y los continentes, matando a quien se les —pusiese por delante. Cientos de miles de personas fueron asesinadas y sólo se mantuvo con vida a algunos lo bastante hábiles para ser convertidos en esclavos. Finalmente desembarcaron en la mismísima Thetia, devastaron las ciudades y ocuparon Selerian Alastre.

—Si los ejércitos de Tuonetar estaban venciendo: ¿cómo es que nosotros aún seguimos aquí? —preguntó alguien.

—Aetius comprendió que estaba a punto de perder su imperio, así que, en lugar de emplear sus tropas para combatir y verlas derrotadas en una batalla contra las de Tuonetar, reunió tantas cohortes como le fue posible y se embarcó con ellas hacia el norte, en dirección a Turia. De algún modo consiguió atravesar el cabo polar sin ser detectado y lanzó un ataque contra Aran Cthun, la capital de Tuonetar.

Ukmadorian era sin lugar a dudas un excelso narrador y su voz era convincente e irresistible: cuando hacía una pausa para lograr efecto dramático, yo me quedaba en ascuas, ansioso de que retomase el hilo.

—El ataque tomó por sorpresa a la gente de Tuonetar. Aetius y sus hombres se las arreglaron para acosar la ciudad y, pese a las defensas de Tuonetar, capturaron su ciudadela y mataron a sus líderes. Aetius murió luchando por conquistar dicha ciudadela, en el momento mismo de la victoria, mientras que Carausius fue herido de gravedad. Y entonces... entonces se produjo un brutal terremoto que devastó Turia, mientras que los ejércitos de Tuonetar quedaron dispersos por el mundo. Quizá con el tiempo todos desertaron, quizá viajaron a otro sitio. Pero la victoria había sido de los thetianos. El comandante del ejército de Aetius, Tanais, reunió a los supervivientes de sus milicias y los condujo de regreso a terreno firme, haciéndose cargo de cuidar a Carausius. Todos regresaron a Thetia, pero Aetius no había tenido gemelos herederos y Carausius no estaba en condiciones de gobernar. Por eso se decidió hacer emperador a Tiberius, hijo de Aetius, y gran pontífice a Valdur, hijo de Carausius. El propio Carausius se retiró a una isla remota.

»Sólo un año más tarde, Valdur mandó deponer y asesinar a Tiberius y, con el apoyo de los magos del fuego que habían combatido en la guerra a favor de Aquasilva, arremetió contra los magos del agua que Carausius había liderado. Todos los magos del agua que consiguieron hallar fueron capturados y asesinados, todos los bienes de la orden fueron confiscados y sus tropas enviadas al exilio en los confines de la tierra. Entonces los magos del fuego fundaron el Dominio y Valdur declaró única religión a la suya.

Se produjo un silencio total y profundo. Yo estaba absorto. —¿Cómo... cómo sabes tú todo eso? —preguntó Palatina. —Poseemos tres fuentes que nos narran la guerra, junto a montones de testimonios de los dos o tres magos del agua que lograron escapar.

Ukmadorian cogió un cofre de madera que estaba frente a él, sobre la pequeña mesa, y lo abrió con reverencia. El interior estaba forrado de felpa y albergaba un libro.

La explicación de Ukmadorian hacía concordar todos los hechos, pero me resultaba tan
increíble
que me resultó casi imposible aceptarla, más allá de las evidencias. La historia tradicional sobre la guerra de Tuonetar me parecía algo tan claro como que el sol salía por las mañanas. Ahora esa claridad había sido, no ya cuestionada, sino demolida por completo.

—Ésta es la descripción de la guerra que escribió el propio Carausius. Era un hombre sabio y piadoso que, según os he narrado, perdió a su hermano y a su padre en Tuonetar. Conservamos también el relato redactado algo después por un oficial de uno de sus ejércitos, así como otra crónica, en un lenguaje diferente, que cuenta la misma historia desde el punto de vista de una de las naciones subordinadas al emperador, que ahora conocemos bajo el nombre de provincia de Ilthys. Poseemos varias copias de cada uno de estos textos en la biblioteca para que vosotros podáis leerlos, pero también se os permite, si lo deseáis, echar una ojeada a los originales. Están protegidos por un hechizo, así que no podréis dañarlos.

Jamás se nos hubiese ocurrido tocarlos y mucho menos dañarlos. Todavía sorprendido, me puse de pie y seguí a algunos compañeros hacia el estrado. Mikas llegó justo antes que yo y abrió el manuscrito, que empecé a espiar por encima de su hombro (la animosidad entre nosotros originada por su discusión con Palatina ya había caído en el olvido), mirando las páginas a medida que las pasaba. La escritura era clara y consistente, sin las letras de distinto tamaño o las variaciones propias de un escriba. Las páginas eran de la más alta calidad, la tinta brillante, las líneas sumamente delgadas y legibles. Resultaba mucho más sencillo de leer que cualquier otro texto que hubiese visto antes.

Mikas dejó el libro abierto entre dos páginas y leyó un pasaje en voz alta:

Ese año hicimos una visita de Estado a Ataca, pues ninguno de nosotros había visto a Tehuta desde hacía dos años y su esposa acababa de dar a luz un heredero
. Hicimos gala de abundante pompa y ceremonia, y el almirante Cidelis preparó para nosotros sus mejores naves. Aún puedo recordarlo, rebosante de orgullo, mostrándonos las nuevas insignias que había creado para el buque que nos transportaría.

Ukmadorian le pidió a Mikas que acabase y yo me adelanté a su lugar frente al cofre. Toqué el libro casi con reverencia (provenía de la biblioteca de un emperador) y avancé hacia los últimos capítulos. Al igual que Mikas, recité un pasaje y me maravillé de la calidad de la caligrafía Y el grosor del papel.

Aquel día perdí a otro amigo y Aquasilva perdió a un ferviente defensor: Yo conducía tina caballería de elefantes a lo largo de la costa de Mediomundo, buscando la avanzada de Tuonetar de la que Bera
zoilos —mi lengua tartamudeaba al enfrentarse a nombres desconocidos—
había informado
. Cinnirra recibió el mensaje antes que yo, pero adiviné su contenido sin haberlo leído, apenas con observar la expresión que ella tenía en el rostro. Sentí en mi interior un vacío que aun me acompaña. Era una de las personas más vitales que jamás haya conocido, siempre incansable y rebosante de energía. Ahora mi hermana está viuda, su hijo era huérfano y Rhadamanthys estaba muerto.

Otros novicios leyeron también sendos pasajes, avanzando hacia las últimas páginas del volumen, donde la guerra era cada vez más terrible para los thetianos. Palatina recitó un fragmento sobre la precipitada coronación de Aetius y, entonces, cuando ya todos habíamos curioseado el libro, el propio Ukmadorian recitó la última página, una adenda escrita por Carausius durante su retiro, aquella que mi madre había copiado. El rector leyó el texto que tenía frente a él:

Y así me hice presente en el funeral de mi hermano, escrutando el océano vacío en dirección a los continentes que alguna vez fueran verdes y ahora eran vastos desiertos
. A menudo me he preguntado si las cosas hubiesen sucedido igual de estar vivo mi padre, pero entonces recuerdo las incesantes guerras entre nosotros que hubo antes del desastre. Hemos perdido un mundo, pero ahora tenemos la oportunidad de una paz duradera y de un nuevo comienzo. Sólo anhelo que la sombra de Aetius pueda descansar en paz y que nos mantengamos fieles a la meta por la que tantos murieron. Nunca seré capaz de volver a combatir o a ejercer la magia, e incluso ahora soy incapaz de abandonar el puerto sin la ayuda de Cinnirra. E incluso si recuperase mis fu
erzas, serán mi hijo y mi sobrino quienes lideren Thetia a partir de ahora, y espero que ellos tengan la posibilidad de forjar un mundo mejor que aquel en el que yo he vivido
.

Os saludo y me despido
,

Carausius Tar' Conantur

—Eso fue escrito unos dos meses antes de que su hijo lo traicionase —explicó Ukmadorian con seriedad.

Me pregunté a quién había estado dirigido el libro; revelaba un perfil muy humano de Carausius, un hombre que había combatido en defensa de Aquasilva, había perdido a su hermano, a gran parte de sus amigos, a miles de sus hombres y había acabado naufragando, exhausto, cuando no tenía más que treinta y tres años, incapaz de caminar unos pocos metros sin la ayuda de su esposa.

Y todo aquello por cuanto luchó había sido destruido por su propio hijo y el Dominio, con el mero objetivo de acrecentar su poder.

El testimonio de Carausius era de lejos mucho más agudo que la narración de Ukmadorian sobre la guerra, pues mostraba la tristeza personal subyacente bajo las frías estadísticas y los grandes acontecimientos mundiales.

—El linaje Tar' Conantur que conocemos hoy en día es una sombra de aquella gente que combatió en la guerra. El hijo de Valdur, Valentino IV, como algunos sabéis, fue incompetente e irresponsable, mientras que sus descendientes no han sido en absoluto dignos de sus ancestros. Pero los Tar' Conantur fueron alguna vez una destacada familia, más allá de lo que hayáis visto o leído. Y Thetia fue también un gran país, un ejemplo para el resto del mundo. Lo que hoy conocemos como Thetia no es sino una sombra de aquel pasado, un recuerdo.

»Podéis retiraros —dijo entonces Ukmadorian, interrumpiendo su discurso—, la clase de hoy ha terminado.

Nos fuimos, abandonando los salones de la biblioteca en dirección al cálido sol de la isla.

—Parece casi imposible de creer —comentó Persea—. Carausius, Tuonetar, la gran guerra. Y que el Dominio haya sido fundado así, en medio de sangre y traiciones...

—El Dominio fue fundado por perversos renegados —intervino Palatina con firmeza— y todavía lo gobiernan perversos renegados. ¿Acaso han hecho algún bien en todo el tiempo que llevan de historia? ¿O quizá eso es sólo lo que Ukmadorian desea que creamos? —El Dominio se preocupa por los pobres, por quienes carecen de hogar —dije buscando en mi memoria cualquier otra cosa que supiese al respecto.

—Estoy segura de que siempre hubo gente que se ha preocupado por eso, incluso antes del Dominio. Lo que el Dominio ha hecho es otorgarse a sí mismo tanto poder como le ha sido posible, de manera que sus líderes gocen de infinitos beneficios. Y pretenden que todos los demás los crean santos y buenos. Pero su sistema está basado en la opresión. Por supuesto, no sé si se puede afirmar que los Tar' Conantur fuesen mucho mejores —agregó Palatina—, pues eso es algo que no me consta.

—Han existido algunos primados verdaderamente santos. —¿Por qué actúas de abogado del diablo, Cathan? —interrogó Persea con la dureza que caracteriza a la gente del Archipiélago cuando se refiere al Dominio.

—Siempre hay dos puntos de vista para cualquier discusión. —Sí, pero en esta discusión en particular los puntos de vista se encuentran muy desequilibrados.

—Sin embargo hay que tenerlos en cuenta. El Dominio no debería ser borrado de la faz de la tierra sólo por las acciones de sus más antiguos líderes. Sé que fueron malvados, sé que promovieron la cruzada, pero eso no justifica que nosotros cometamos nuestro propio asesinato en masa.

—No pretendemos destruirlos, sino sólo quebrar su monopolio del poder e igualar en estatus a todos los Elementos.

—Bien, pero para lograrlo deberemos destruir a todos los sacri, a todos los magos superiores y a todos los grandes pontífices y sacerdotes. Por no mencionar la lucha contra sus aliados haletitas y todos los ejércitos de caballeros de la cruzada que hayan creado. —¿Siempre es así de pesimista? —le preguntó Persea a Palatina. —Es demasiado negativo y eso no le hace bien ni a él mismo —advirtió Palatina con una amplia sonrisa—. De todos modos, Cathan, no me parece que Persea desee discutir contigo.

Persea sonrió a su compañera. Luego agregó:

—Lo que Palatina quiere decir es que desperdicio mi talento al discutir contigo.

—Como Ravenna... ¿Es eso lo que quieres decir?

—Ah, pero Ravenna no hace otra cosa que discutir —dijo Palatina.

—El único modo de negociar con Palatina es hacerle sentir celos —me susurró Persea, y luego pasó su brazo a través del mío, pero Palatina sólo se encogió de hombros. De cualquier modo, no entraba en mis planes quejarme.

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