A medida que los pasos se acercaban, me descubrí preguntándome cuántos pasos le llevaría a Midian atravesar el muelle. Pero mis cálculos fueron interrumpidos de forma abrupta cuando el avarca Midian cruzó el portal del muelle y pude ver por primera vez a nuestro nuevo sacerdote y quemador de herejes.
Mi impresión inicial no me dio indicios de que fuera en absoluto un demonio fanático. Era un sujeto ancho de hombros, llevaba la barba rizada y el bigote tradicionales de los haletitas, y su rostro parecía abierto y cordial. Su túnica de avarca era con mucho más espléndida que cualquiera de las que hubiese llevado Siana. Estaba adornada con muchísimo hilo de oro pero, a diferencia de la estilizada foca en las mangas de Siana, no pude distinguir ningún dibujo o emblema. Siguiendo la costumbre, Siana dio unos pasos adelante sosteniendo con ambas manos el bastón simbólico del cargo.
—Sé bienvenido en nombre de Ranthas, avarca Midian del clan Lepidor. A ti te entrego este cargo y el cuidado de estas almas. Midian le hizo una reverencia y luego extendió las manos para coger el bastón que le entregaba Siana.
—Dómine Siana, acepto este cargo que me has confiado. Que Ranthas llene de paz el camino que recorras a partir de ahora. Siana dio un paso atrás y Midian alzó el bastón. Mientras yo me ponía de rodillas, imitando al resto de la gente de la sala, una ráfaga de dolor atravesó mi cabeza y casi tuve que apoyar una mano en el suelo para no perder el equilibrio. El dolor pasó tan pronto como había venido, pero cuando elevé la mirada mis ojos chocaron con los de Midian y comprendí que se había percatado de mi percance.
—En nombre de Ranthas, os bendigo a todos y que sus llamas os protejan eternamente.
Se produjo una pequeña pausa, y luego mi padre volvió a incorporarse.
—Bien venido al clan Lepidor, avarca —dijo. —Es un honor estar aquí.
Entonces mi padre y los dos avarcas, el antiguo y el nuevo, se abrieron paso entre la multitud en dirección al ascensor. Ahora tendría lugar una reunión privada en el templo acerca de la situación religiosa del clan, tras la cual Siana partiría a bordo de la misma manta que había traído a Midian.
Cuando el ascensor se elevó perdiéndose de vista, los consejeros se dirigieron a la escalera, ansiosos por huir de la enrarecida atmósfera de la estrecha sala de recepción. Mi misión era encargar me de seleccionar el séquito personal de Midian, los sacerdotes y sus familias que reemplazarían a algunos colaboradores de Siana. Un buen número de los puestos de cada templo se cubría con dependientes o protegidos del avarca, mientras que tres o cuatro de los sacerdotes y monaguillos de Lepidor acompañarían a Siana en su viaje a Pharassa.
Las voces de los consejeros se perdían subiendo por la escalera del muelle, y sólo quedaban en la sala dos jóvenes monaguillos (los únicos que no tenían obligación de recibir a Midian en el templo). Ambos eran de mi edad: uno llevaba la cabeza afeitada y mostraba una expresión distante; el otro, que debía de haber conocido a Sarhaddon, tenía cabellos castaños rizados y una franca sonrisa.
—¿Sabes cuántos hombres ha traído consigo? —susurró el segundo.
Me encogí de hombros.
—No tengo ni idea. Es un haletita y ellos no viajan con poco equipaje.
Un instante después salió de la nave el séquito de Midian. Cuando avancé para recibir a su líder, un hombre de unos cuarenta años con porte distinguido, llegué a contar a tres sacerdotes, incluyéndolo a él, dos monaguillos, cuatro mujeres y un niño, además de otras dos personas.
Una de ellas era Elassel, la joven que yo había conocido en el zigurat de Pharassa, que ahora no vestía una túnica del Dominio, pero parecía igual de rebelde e indomable. La segunda era un trabajador, un mago de la mente.
—¿Por qué? ¿Por qué ha traído uno? —exclamó Palatina caminando en círculo alrededor del lugar donde yo estaba sentado—. ¿En qué podría ayudarlo aquí un mago mental? ¿Crees que sospecha que hay magos aquí?
—¿Cómo podría saberlo? —intervino Ravenna—. Las órdenes deben de haber sido impartidas antes de que nosotros llegásemos a Lepidor y tampoco existe ninguna razón para que sospechen de nosotros.
—¿Será posible que exista otro mago en la ciudad? —aventuró Palatina desplomándose sobre una silla.
—Supongo que es posible —dije, tratando de mitigar el hecho de que todo eso me asustaba. Incluso sabiendo que, por lo general, el Dominio no perseguía a los líderes de los clanes, si ese mago mental detectaba el menor rastro de magia tanto en mí como en Ravenna, estaríamos a su merced. Bastaba sólo con que percibiese la presencia de magia en el aire, aunque no pudiese identificarnos, pero buscaría a alguien que pudiese hacerlo... y sería nuestro fin.
—Si vosotros no hacéis
ningún
uso de vuestra magia, ninguno en absoluto, ¿podría descubriros igualmente?
—Existe la posibilidad —respondió Ravenna, sentada en la silla frente al escritorio. Su rostro estaba más serio de lo habitual y tenía los ojos clavados en la alfombra—. Si él emplea algún poder mágico estando a pocos metros de alguno de nosotros podría comprender la situación. Hay también otras formas por las que podría darse cuenta incluso sin proponérselo, por accidente. Y, por supuesto, si empiezan una caza de magos, tendremos problemas. —¿Podéis hacer algo para inmunizaros?
—¿Inmunizaros? Eso es exactamente...
—No quiero decir para protegeros, sino algo que haga menos probable que os detecten.
Busqué en mi mente intentando recordar si había algo en las lecciones de Chlamas y Jashua que fuese de ayuda. Nos habían enseñado o un par de métodos para camuflarnos en presencia de los magos U del Dominio, pero éstos sólo funcionaban si había sólo uno de nosotros. El hecho de estar juntos Ravenna y yo en Lepidor, por algún motivo, nos hacía mucho más fáciles de detectar de forma individual.
Y no había nada que pudiésemos hacer contra los magos de la mente. .
—No lo creo que exista un método —empecé a decir, pero Ravenna me interrumpió.
—Hay una posibilidad —explicó—, pero no es algo que me agrade, y verdaderamente sólo ponerlo en práctica ya es bastante peligroso si un mago mental merodea a nuestro alrededor.
Por un segundo levantó la vista desde la alfombra hacia mí y luego hacia Palatina. Me pregunté qué iba a proponer. Chlamas, Jashua y todos los antiguos libros habían insistido en que el único modo de evitar ser detectados por un mago mental era echarse al suelo y suplicar un milagro. Por fortuna había pocos magos mentales. —Cathan, ¿recuerdas lo que hiciste cuando Palatina se cayó por el acantilado? —me preguntó volviendo a mirarme. ¿Qué era esa expresión que percibía en su rostro?
—Empleé magia para comprobar cuánto daño se había hecho. —¿Hasta qué estrato lograste llegar?
—Hasta el campo de la mente —respondí mirándola con suspicacia. Parecía dominada por la incertidumbre, y eso era tan raro en ella que no le sentaba bien.
—Supongo que nos resultará posible... contener... nuestra magia enviándola al campo del alma. Eso nos mantendría a salvo a menos que el mago mental nos tocase mientras hace uso de su magia.
Su voz se fue apagando.
—¿Entonces...? —intervino Palatina con ansiedad.
—Resulta que no podemos hacérnoslo a nosotros mismos. Es preciso que nos lo hagamos mutuamente.
Me quedé helado, en un estado de conmoción, pero ella rehusó enfrentar su mirada con la mía.
—No me extraña que afirmen que es imposible.
—Y revertir el proceso podría ser casi tan difícil como llevarlo a cabo —concluyó Ravenna.
—Podemos discutir el asunto más tarde —sugerí poniéndome de pie y avanzando en dirección a la puerta—. He de hacer una visita.
Hasta entonces no había tenido oportunidad de hablar con Elassel, ya que si lo hubiese intentado a su llegada los sacerdotes podrían haberse ofendido. Por eso, antes de que volviese a palacio ella me susurró que fuese a verla en cuanto pudiera. Elassel había despertado mi curiosidad en nuestro fugaz primer encuentro unos quince meses atrás y deseaba conocerla mejor.
Ella podría saber por qué Midian había traído consigo al mago mental. Y, además, necesitaba alejarme de Ravenna.
Todavía me sentía confuso mientras caminaba por las calles. El calor de la tarde era denso y opresivo, lo que anunciaba una nueva tormenta. ¿Acaso Ravenna hablaba en serio respecto a su propuesta? Me constaba que, al menos en teoría, la treta podía funcionar. Pero... ¿a qué coste? ¿No sería el precio demasiado elevado? Como a cualquiera, me aterrorizaba la idea de que otra persona entrase en mi mente. Había empleado mis poderes cuando Palatina cayó del acantilado, pero sólo porque se trataba de una emergencia. Le conté mi experiencia no bien recobró el conocimiento, y me dijo que había hecho lo correcto.
Pero incluso si lo proponía en términos de igualdad, el plan de Ravenna era algo muy diferente. Me parecía bien ocultar los poderes mágicos en un nivel donde ningún mago nacido hasta entonces pudiese acceder sin nuestro consentimiento. Pero una vez que los poderes estaban allí, la única persona capaz de recuperarlos sería aquella que los ocultó en un principio. Para revertir el sellado de nuestra magia deberíamos hallarnos ambos en un mismo sitio y sin correr el peligro de ser detectados. Hasta ese momento, ninguno de los dos tendría poder sobrenatural alguno, seríamos como cualquier otra persona. Como cualquiera.
No es que eso fuese necesariamente malo; por otra parte era poco probable que pudiésemos emplear nuestra magia teniendo a nuestro alrededor las cohortes de Midian. Los padres de Elassel integraban el séquito del primado y me preguntaba qué nexo los uniría a él.
Al día siguiente tendría lugar la ceremonia de investidura y, cuando llegué al templo, todo era un caos, con los monaguillos y servidores cargando equipajes y ropas de aquí para allá. Sólo un puñado de personas oraba en el altar del patio exterior y no tardaron mucho en partir, supongo que para evitar ser atropellados por los nuevos sacerdotes que cargaban bultos desde el puerto.
Entré por el alto portal principal y atravesé la resonante antesala pintada en sepia. Dos de los viejos sacerdotes de Lepidor que permanecían en su puesto —Siana y su séquito habían partido una hora atrás— conversaban con uno de los recién llegados, que bien podía ser el padre de Elassel.
No quise interrumpir su charla, así que detuve a un monaguillo, el de pelo rizado que estaba en el puerto, y le pregunté dónde se encontraba Elassel.
—¿La joven? Asentí.
—Creo que en los jardines. Ten cuidado, es casi salvaje. —¿Quieres decir que no ha apreciado tus intentos de hablar con ella?
Abandoné la antesala utilizando una puerta lateral y avancé por el pasillo de servicio en dirección al jardín.
Me fascinaban los jardines del templo; eran tupidos y rebosantes de plantas, con los árboles creciendo tan cercanos entre sí que casi formaban un laberinto. Pero era un laberinto que me resultaba familiar, ya que allí me quedaba cuando Siana se demoraba en mis lecciones o cuando las enseñanzas del templo eran tan aburridas que prefería vagar entre la maleza. Ahora Midian estaba aquí y me alegré de no tener ya que asistir a esas lecciones; Siana podía parecer aburrido, pero al menos nunca había sido un fanático. Hallé a Elassel sentada junto a la fuente cubierta de musgo al fondo del jardín, sobre una gruta cuya entrada había sido ocultada por plantas trepadoras. Elassel alzó la mirada con temor, pero luego se relajó, aliviada.
—Cathan —dijo—, pensé que venía una de esas viejas cabras del Dominio, decididas a hacerme trabajar. ¿Quién te dijo que estaba aquí?
—Uno de los monaguillos.
—No hay que creer a los monaguillos, son unos entrometidos. A propósito, me gusta tu ciudad. El luthier es simpático.
Era evidente que Elassel tenía aficiones como yo, aunque en su caso no se relacionaban con la oceanografía sino con los instrumentos musicales.
—¿Cómo es que has acabado aquí con Midian? —pregunté—. Pensaba que tus padres eran misioneros.
—No todo el tiempo —me dijo—. Aquélla fue sólo una misión de servicio. Mi padre adoptivo es juez y empleado del tesoro; siempre necesitan uno en cada misión, así que lo enviaron fuera. No tengo ni idea del motivo por el que los convocó la cabra de Midian.
De repente pareció preocupada. —¿Por qué me lo preguntas?
—Elassel, éste es el clan de mi padre. Se supone que Midian es un cazador de herejes y el hecho de que haya traído consigo a un mago de la mente sólo implica que habrá problemas. —Mantuve
la voz bien baja, pero no estaba seguro de que aquél fuese el sitio adecuado para hablar—. No me gustaría que fuese por ahí quemando gente de mi clan.
—Bien —agregó ella—. Midian ha traído un mago de la mente precisamente para eso, para erradicar a los herejes. ¿Eso te gusta? —No soy un inquisidor —advertí.
Elassel sonrió y con mirada ausente se quitó una hoja del cabello. Parecía mayor, pero todavía indómita y desafiante como cuando la había conocido en el zigurat de Pharassa hacía más de un año.
—Tú eres la única persona aquí que conozco un poco —me explicó—. Este templo dejará de ser en breve un buen lugar, ya que Midian lo recorrerá vomitando fuego en el cuello de todos y encerrándose con sus concubinas cuando se aburra.
—¿Concubinas?
—Esas dos bellezas del ocaso, quizá podría describírselas así, que has visto antes, al acompañarnos hasta aquí. Midian es un noble haletita y en su patria aún defienden la esclavitud un sitio de verdad horrible. Pero él cree en una ley para sí mismo y otra para el resto de nosotros.
—¿Ha mandado quemar herejes? —pregunté mirando ansioso a mi alrededor por si alguien estuviese escuchando entre las sombras.
—¿No conoces un sitio mejor para conversar? consultó Elassel notando mi nerviosismo.
—¿Tienes libertad de movimientos?
—¿Qué te parece? —respondió con sorna—. Cualquiera que intente detenerme se merece lo que reciba. El instructor de novicios de Pharassa, esa víbora llamada Boreth, intentó encadenarme. Pero logré escapar y luego eché ácido en todas sus cerraduras. Debió pagar las reparaciones de su propio bolsillo.
Mientras le mostraba el modo de trepar por el muero del jardín para coger la estrecha calle que casi rodeaba el distrito, me pregunté dónde podía haber aprendido Elassel a manipular candados. La conduje a través de la puerta lateral de los jardines de palacio, aunque no pensaba llevarla allí hasta conocerla mejor y habérsela presentado a Palatina y a Ravenna. No me parecía que Elassel estuviese trabajando para el Dominio (ni, en todo caso, para la familia Foryth), pero quería tomar todas las Precauciones posibles.