Herejía (41 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Herejía
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—Recuerdo —dijo Palatina de repente, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado— que durante un funeral oí la conversación entre un general y un ministro. No estaba relacionada con el hombre que había muerto, ni con el dolor que su desaparición les causaba: el tema de discusión era quién le sucedería en el cargo. Eso sucedía durante el servicio fúnebre, es decir, mientras el exarca pronunciaba una plegaria. Sé que no nos agrada el Dominio, pero eso era un funeral, no una asamblea. Me puso furiosa.

La miré con perplejidad por un instante, pero ella sólo se encogió de hombros, algo que me resultó bastante perturbador considerando lo ceñido que llevaba el vestido.

—Puedo recordar las cosas más extrañas —agregó.—¿Recuerdas a alguien en particular?

—Sólo a partir de los detalles más pequeños. Al único que puedo recordar con claridad es a mi tutor de guerra, ya que era muy alto. De todos modos, no es momento para hablar de eso. ¿Disfrutamos de la fiesta?

—¿Te refieres a ir preguntándole a cada uno a favor de quién está? —dije, y me sorprendí de mi propia amargura. ¿Qué clase de regreso a casa era éste? Todo cuanto podía salir mal parecía haber sucedido.

Ravenna volvió a dirigirme la mirada, pero todo rastro de cordialidad se esfumó poco después (debió de haber recordado mi mal humor del día anterior). Eso no me hizo sentir nada mejor. Simplemente me sentí más solo.

Avanzamos en dirección a mi padre y a Siana, para que viesen

que ya estábamos allí. De alguna manera, Palatina consiguió interceptar a un camarero y nos trajo unas bebidas, aunque yo no pude ver a ningún sirviente en los alrededores.

—Buenas tardes —dijo Siana al vernos. El anciano sacerdote llevaba puesta la túnica de avarca, roja con bordes dorados, la más lujosa del ceremonial. Se suponía que sus galones sólo eran una cuestión de diseño, carentes de cualquier significado que no fuese el de símbolos religiosos, aunque hacía algún tiempo Siana me había mostrado en su túnica las focas bordadas, emblema de Lepidor.

—Estás maravillosa —le comentó a Ravenna y en su envejecido rostro pareció cruzarse una sonrisa.

—Gracias —le respondió ella.

Supongo que yo fui el único en notar el efecto que la sencilla cortesía del avarca había tenido sobre ella. Era muy contada la gente que le dirigía a Ravenna halagos sinceros.

—¿Cómo estás, querida? —le dijo a Palatina, y me percaté de que sus ojos la estudiaban.

Por un instante hubo algo de confusión en su mirada... ¿o es que la reconocía? No podría asegurarlo. Pero el caso es que Siana meneó levemente la cabeza y esa expresión se esfumó de su rostro.

—Cathan, para variar intenta comer algo —me propuso—.Todavía estás tan delgado como un esqueleto, y no dudo que has pasado hambre después de dieciocho meses alejado de la excelente cocina de Zephehat.

Zephehat era el mejor chef del clan y mucho más hábil que muchos cocineros que había conocido en palacios y zigurats a lo largo de mi viaje. Ese despreocupado comentario era típico de Siana, que adoptaba esa actitud al enfrentarse al más duro trance de su vida. Lepidor sería un sitio menos grato tras su partida y, por lo que habíamos oído, Midian ignoraba incluso cómo sonaba una broma.

Nos hicimos a un lado para permitir que los que acababan de llegar saludasen a mi padre y al avarca. Terminé mi bebida y vagué por la sala. Cerca del portal que comunicaba con la sala del banquete, Mezentus estaba inmerso en una intensa conversación con un grupo de líderes de familias.

Me acerqué a Palatina y se lo conté.

—¿Vamos hacia allí y le decimos cuánto nos agrada verlo? —sugerí.

Palatina sonrió.

—No es nuestra intención ser demasiado simpáticos con esos líderes, ¿verdad? Mezentus es capaz de hacer campaña a su favor y hablar con nosotros al mismo tiempo.

Nos acercamos al pequeño grupo. Mezentus estaba de espaldas a nosotros, pero noté que uno le hacía un gesto con la cabeza y el mercader se volvió rápidamente con una sonrisa falsa. —Buenas tardes, vizconde.

—Buenas tardes, Mezentus —respondí—. Permíteme presentarte a mis primas lejanas, Ravenna y Palatina.

Por fortuna, un primo de mi padre se había casado con alguien del Archipiélago, así que era verdad que tenía primos de allí. Mezentus ignoraba que jamás los había conocido. En realidad era lo mejor, ya que vivían en las islas del Fin del Mundo; según Persea, uno de los sitios más desolados del norte de Silvernia.

Hicimos cuanto pudimos por interrumpir la conversación de Mezentus y disolver el grupo que había congregado. No es que estuviesen intrigando ni nada parecido, pero era inusual que se reuniesen tantos líderes familiares, y Mezentus debía de estar intentando sonsacarles su opinión sobre Hamílcar.

Y a propósito... ¿dónde estaba Hamílcar? No era habitual en él llegar con retraso.

Mantuve una conversación formal con el líder de la familia Setris por unos momentos, hasta que Da1riadis, que al parecer quería atenuar sus insultos, llamó a Mezentus, y entonces me excusé y fui en busca de Hamílcar.

No pude encontrarlo hasta pasados unos diez minutos, cuando dirigí la mirada a mi padre y distinguí por fin, asomándose entre la multitud, su inconfundible silueta. Hamílcar vestía una chaqueta verde que parecía un poco pasada de moda para el gusto actual. ¿Por qué no iba de etiqueta?

—Sufrí un accidente en mi piso —explicó. Me pareció bastante enfadado—. Una fuga de agua empapó la mayoría de mi ropa. Tuve que pedir prestada esta chaqueta en el guardarropa de tu familia y me llevó mucho esfuerzo ajustarla a mis medidas.

Me compadecí de él. Era mala suerte carecer de prendas decentes para vestir en una fiesta. La chaqueta que llevaba puesta debía de haber pertenecido a uno de los tíos de mi padre, el único lo suficientemente alto en toda mi familia para llevarla.

—Seguro que te apetecerá charlar con el líder de la familia Setris —le dije, todavía molesto por el modo en que una fiesta de despedida estaba convirtiéndose en una mascarada política—. Aquel sujeto gordo de traje amarillo, Mezentus, estuvo con él hace un rato y es uno de los que no están seguros de que seas el mercader ideal para la ruta del hierro.

—Gracias —me respondió Hamílcar—. Ya sabes, me agota el modo en que acaban siempre las cosas, con gente intentando convencer a sus huéspedes de que deben apoyar sus planes. No sé si ya te has habituado a ello, pero en Taneth nunca cuentas con un instante de relax. Nadie bebe nunca durante las fiestas, pues temen revelar secretos de sus familias si se emborrachan.

—Aquí las cosas no son mejores —afirmé, mirando con desánimo los pequeños grupos de personas a mi alrededor. ¡Y el banquete todavía no había comenzado!

—Lo son en cierto modo —comentó Hamílcar.—¿De veras lo crees?

—Al menos la gente de tu clan no se acuchilla entre sí por la espalda. En Taneth debes llevar guardaespaldas a todas las fiestas importantes, ya que matones como Lijah Foryth envían pandillas encapuchadas de sus propias filas para atacar a sus adversarios en el camino de regreso a casa.

Recorrí los dos salones durante la siguiente media hora, intentando disfrutar de la fiesta como lo hubiera hecho antes de que se descubriese el hierro. Pensé que eso había cambiado para peor el ambiente del clan. Antes, cuando todo era incierto, todos trabajaban hombro con hombro, atenuando sus diferencias y haciendo lo posible por ocultar la decadencia bajo un manto de alegría. Ahora que el futuro estaba asegurado, se ponían tensos y competían entre sí por los cargos. ¿Sucedería lo mismo en las familias más lejanas? ¿O tan sólo en la misma Lepidor?

Cuando comenzó el banquete me descubrí sentado entre Siana y Ravenna. El rango de Ravenna no hubiese bastado, en realidad, para que ocupase la mesa superior, pero, como dos mujeres de nuestra familia estaban ausentes (una de ellas dando a luz y la otra en el hospital de Kula, recuperándose de una caída), Ravenna pudo sentarse allí.

A mi izquierda, después de Siana, estaban mi padre, mi madre, Hamílcar y tres dignatarios familiares. El embajador de Pharassa, representante del rey, estaba a la derecha de Ravenna. Mezentus y sus seguidores estaban dispersos, y me pregunté si mi padre no habría «colaborado» al distribuir los sitios de cada uno en la mesa:

Haaluk estaba frente a Dalriadis, en un extremo de una de las mesas bajas, mientras que el anciano y arrugado maestro oceanógrafo estaba junto a Mezentus,. Unos sitios más allá de Dalriadis, en la mesa central, estaba Palatina

Se sirvieron los entrantes y a continuación el primer plato, pez cardenal frito.

—Existe una historia acerca de un primado y un pez cardenal —dijo Siana dirigiéndose a :mí cuando nos servían los platos—. Sucedió hace unos siglos. El Dominio acababa de elegir a un nuevo primado, un hombre de Equatoria que jamás había visto el mar. Durante su banquete de investidura, los servidores le trajeron un pez cardenal entero en unas fuentes y lo pusieron frente a él. El primado decretó entonces que, a partir de ese momento y debido a su color rojo, el pez cardenal debía ser servido a él y a sus exarcas. Los demás sacerdotes; no estaban demasiado felices con su decisión, así que idearon un plan. Ordenaron llevar a palacio, a costa de las reservas del propio primado, toneladas y toneladas de pescado cardenal e instruyeron a los cocineros para que se los sirviesen al primado noche y (día. El hombre acabó odiando el sabor del pez cardenal, pero quedaba por resolver la cuestión del edicto, ya que el primado no quería quedar en ridículo. Por tanto, los sacerdotes propusieron que quemase el resto del pescado en honor de Ranthas. A continuación apilaron cuanto trapo sucio —hallaron en la cocina y los cubrieron con una capa de peces cardenal, de manera que al encender el fuego el primado pensó que todos habían sido quemadas. Pero nada mas darles la espalda, los sacerdotes organizaron suntuosos banquetes de pez cardenal a expensas del primado. De más está decir que su sucesor revocó el edicto.

La historia de Siana ofreció a mis ojos una imagen humana del Dominio: la idea de los sacerdotes engañando a su primado no parecía encajar en absoluto coro las figuras de Lachazzar y los sacri.

No lo divulguéis —susurró Siana—. Al poder no le agrada las bromas sobre sus primados.,

Esa frase me resultó más familiar, pero a medida que comía el pescado me pregunté cuánto tiempo le habría llevado al primado hartarse de él. Era sin lugar a dudas mi pescado favorito y podría haber comido muchos más ;si no fuese una especie tan escasa.

Ravenna apenas pudo pronunciar palabra en medio del monólogo del embajador de Pharassa Pero, en un instante, cuando él dejó de hablar para acabar su pez cardenal antes de que retirasen los platos, Ravenna me dijo con su frío tono de voz habitual: —¿Todos son por lo general así de callados?

El bullicio no parecía diferir del de cualquier otro banquete. —No noto nada extraño —respondí.

—De la mesa donde está Mezentus parte muy poco ruido, pero aquella en la que está Haaluk es muy bulliciosa.

—¿Eso es muy significativo?

—No era más que una observación —me respondió, volviéndose nuevamente para preguntarle al embajador algo sobre los vinos de Pharassa.

—¿Sabes?, ella tiene razón —dijo Siana susurrándome al oído izquierdo—. Las cosas están muy silenciosas por ahí.

—Es que la mayoría de personas que están en aquella mesa no son compinches de Mezentus —subrayé.

—Es cierto, pero deberían cuidar los modales y hablar al mismo volumen que lo hace él. Además, Mezentus está bebiendo bastante y, sin embargo, no se pone cada vez más ruidoso.

—Quizá lord Foryth le haya pagado esta vez para callarse —añadí. Los camareros retiraron el primer plato y sirvieron el principal: pavo asado, muy bien cocido. Pero yo ya no pude concentrarme en la comida y ni siquiera toqué mi segunda copa de vino.

Sucedió al concluir el banquete, después de que un conjunto de instrumentistas de laúd dejó el escenario en medio del aplauso general. Oí a Hamílcar decir algo sobre mi madre, pero fue interrumpido por Mezentus, que se incorporó dando tumbos de su asiento.

—Disfrutaste al hacerlo, ¿verdad? ¿Disfrutaste? —le preguntó a Hamílcar gritando—. Tranquilizó tu alma, ¿no es cierto?

Siana se levantó de la silla y se enfrentó a Mezentus:

—No permitiré que insultes a un huésped en esta sala, Mezentus. —No estoy insultándolo, av... avarca. Pero su alma necesita reposo, ¿no es cierto? Está atormentada por la sombra de su tío.—¡Mezentus! —estalló mi padre—. ¡Retírate de la sala!

—¿Y qué hay del as... ase... asesino sentado a tu mesa? ¿Eh, conde? Un lobo con piel de cordero. Te asesinará también si no tomas precauciones. El tanethano mató a su tío, ¡lo mató!

Se produjo un silencio perturbador en la sala. Luego Siana se volvió hacia uno de los camareros. El anciano casi temblaba de ira, jamás lo había visto tan furioso.

—Conduce a este hombre al templo y enciérralo en una de las celdas de penitentes.

—¿Y qué hay del asesino? —preguntó Haaluk.

—Sólo los más miserables de Taneth pueden haber difundido ese rumor —dijo Hamílcar con furia, y luego lanzó una mirada por completo fría y despiadada al aristócrata tanethano—. Haríais bien en no asociaros con ellos.

CAPITULO XX

La gente que había a mi alrededor en la cabina de recepción del puerto submarino parecía incómoda. Noté cómo Dalriadis consultaba repetidas veces su reloj y el propio Siana, vestido con túnica de sacerdote y apoyado en su bastón, parecía preocupado.

Cambié una vez más mi peso de un pie al otro, preguntándome por qué la manta de Midian tardaba tanto en atracar. ¿Qué estaba haciendo el nuevo avarca?, ¿bendecir la puerta para limpiarla de herejías?

Miré hacia el amplio ventanal junto al acceso al muelle, donde la manta estaba detenida, pero desde donde estaba me era imposible ver si ya había sido conectada la exclusa de aire. Habían llega do hacía más de diez minutos, pero desde entonces no teníamos ninguna novedad de la manta.

Un resonante crujido y luego una explosión se oyeron entonces a lo largo del muelle y vi a mi padre y a los demás consejeros ponerse tiesos, con las miradas fijas en el sitio de donde provenían.

Se oyó otra explosión cuando las puertas se abrieron y luego, muy brevemente, el sonido de voces. Entonces sentí pasos avanzando por el muelle. Me bajé las mangas de la chaqueta y concentré la vista en la aparición del avarca.

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