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Authors: Enric González

Tags: #Biografía, Viajes

Historias de Roma (8 page)

BOOK: Historias de Roma
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Roma es un buen lugar para un niño. En ciudades como Londres, los crios son un estorbo. En Roma son un tesoro. Se les trata bien en cualquier parte.

Llevaba poco tiempo en la ciudad cuando Rubén Amón, el corresponsal de
El Mundo
, se trasladó a París, y fue sustituido por Irene Hernández Velasco. Irene había trabajado hasta entonces en Londres y no había dejado con demasiada alegría su puesto británico. Eso la condujo a desarrollar una instantánea fobia hacia lo romano. Me telefoneó y nos citamos cerca de Piazza Navona, en el Caffé della Pace, un establecimiento delicioso. Los agentes inmobiliarios suelen llevar ahí a sus clientes, porque en ese entorno se acaba firmando lo que sea: lo sé porque yo firmé allí mi contrato para alquilar, por una suma ligeramente inferior al presupuesto nacional de Honduras, el apartamento de Palazzo Massimo.

Pensé que valía la pena mostrarle a Irene que Roma, pese a las dificultades iniciales, ofrecía dosis de belleza casi adictivas. Si uno no se enamora de Roma sentado en la terraza del Caffé della Pace, más vale que deje de intentarlo. Charlamos y mientras yo insistía en las ventajas, ella insistía en los inconvenientes.

Irene se convirtió en una grandísima amiga, una compañera habitual en los descubrimientos romanos. Evidentemente, no tardó en comprobar que Roma poseía un encanto extraordinario y que era un buen lugar para criar un niño. Su hijo, Manuel, nació mientras moría Juan Pablo II. El primer regalo que le hice fue una enorme camiseta del Inter, aunque me temo que mi proselitismo careció de éxito: Manuel, que ya va a la escuela, se ha hecho amigo de un compañero napolitano y sólo habla del Nápoles, que él pronuncia como se debe,
«Náppuli»
; en fin, nadie es perfecto.

Irene todavía piensa a veces en Londres. Hace sus planes, sueña con retirarse allí, y especula, como hemos hecho otros, sobre si en Londres se puede vivir del aire. Pero no quiere irse de Roma. Manuel tampoco.

8

Mario Monicelli, para mí el mejor director de cine italiano, disfruta evocando una de las grandes frases de Alberto Sordi. Cedo la palabra a Monicelli: «Una tarde le comenté que, visto lo mucho que trabajaba, había seguramente ahorrado un montón de dinero, al menos mil millones de liras, quizá mil quinientos. Sordi me respondió: “¿Tú estás loco? Más, mucho más”. “Y entonces ¿por qué no te casas, por qué no fundas una familia?” El me ¿salió con esta frase, completamente espontánea: “¿Y qué quieres que haga, que meta a una extraña en casa?”». Es una de las más mezquinas definiciones del matrimonio, pero no es de las más descabelladas: meter a una extraña, o a un extraño, en casa. En cualquier caso, la frase define sobre todo a Sordi: tacaño, egoísta, desconfiado, cobarde. Sordi fue esas cosas. Y, además, fascista. También fue, a su manera, un tipo maravilloso. Y encarnó como nadie la romanidad. Sordi fue Roma.

Valdría la pena pasar unos años estudiando italiano, y luego olvidarse un poco de él y adentrarse en el romanesco, sólo para escuchar a Alberto Sordi. La ciudad hablaba con su voz. Cuando filmó
Ladrón de bicicletas
, Vittorio de Sica (que como Anna Magnani y el propio Sordi había comenzado en la revista ligera romana) eligió a Albertone para un papel exclusivamente vocal: es la voz del vendedor de bicicletas en el mercadillo popular de Porta Portese.

Sordi nació en 1920 en el Trastevere y cantó en el coro infantil de la Capilla Sixtina. Eso marca. Quiso estudiar arte dramático en Milán, pero le expulsaron de la escuela por su exagerado acento romano. Fue la voz italiana de Stan Laurel
(El flaco)
, cosa comprensible; también fue la voz italiana de Robert Mitchum, cosa mucho menos comprensible. Además de hacer doblaje, ejercía por las noches como cantante y bailarín de revista. Y durante la Segunda Guerra Mundial formó parte de una banda de música del ejército fascista, como virtuoso de la mandolina. Eso también marca.

Fue un gran admirador de Mussolini y no lo ocultó años más tarde, cuando resultaba incómodo: «Mussolini se convirtió en el padre de los italianos y los vistió de uniforme porque, como cualquier padre de familia, no quería ver los defectos de sus retoños. Distribuyó a los jóvenes en diversas ramas institucionales que les proporcionaban todo lo que les hacía falta: la salud, el deporte, el estudio, el trabajo. Desecó los terrenos pantanosos e hizo todo cuanto aún se ve en las ciudades: el Foro Itálico, las escuelas, los barrios para pobres, el cine. Para mí, quizá porque coincidió con los años de mi adolescencia y mi primera juventud, aquélla fue una época bellísima, despreocupada, una especie de largo y dulce sueño. El antifascismo de aquel periodo estaba representado tan sólo por políticos que querían alcanzar el poder, mientras el ciudadano, el pueblo italiano, era fascista, es decir, se adecuaba al régimen y no se sentía descontento, al menos hasta que, sin darnos apenas cuenta, nos encontramos todos con un fusil en la mano». En el caso de Sordi, con una mandolina.

Albertone tardó en alcanzar el éxito. Tenía ya treinta y tres años cuando rodó dos películas con Federico Fellini,
El jeque blanco
e
I vitelloni
. Inmediatamente después de acabar
I vitelloni
trabajó con Steno (Stefano Vanzina), un gigante de la comedia apenas conocido fuera de Italia, que le dirigió en
Un giorno in pretura
(Un día en el juzgado). Sigue siendo una película divertida, pero el gran mérito de Steno consistió en permitir a Sordi que creara, con plena libertad, uno de sus mejores personajes: Nando Mericoni. Su impacto popular fue tan grande que Steno y Sordi recuperaron a Mericoni al año siguiente, 1954, como protagonista de
Un americano en Roma
.

Nando Mericoni, trasteverino como el propio Albertone, fue la primera caricatura sordiana, absolutamente feroz, del romano medio. Mericoni era arrogante con los débiles y servil con los poderosos, mentiroso, gandul, oportunista, gorrón. Y se empeñaba en ser americano. Ese es un rasgo que no ha cambiado desde
Un americano en Roma
y desde que Renato Carosone, en 1956, compuso
Tu vuo' fa' l'americano
: el romano, el italiano en general, es incapaz de decir cuatro frases sin soltar alguna palabra inglesa, pronunciada de forma extremadamente discutible. Para satisfacer esa pasión llega a prescindir de algunas de las más bellas palabras italianas. En gran parte del mundo se utiliza, para definir algo que va en aumento, la palabra
crescendo
. En Italia, no. Un italiano preferirá la inglesa
scalation
.

En 1959 Sordi protagonizó
El moralista
, otra sátira del italiano medio, hipócrita y sin más ideología ni principios éticos que sus intereses inmediatos, y uno de los grandes peliculones de todos los tiempos:
La gran guerra
, de Mario Monicelli.
La gran guerra
, con Vittorio Gassman como soldado milanés y Sordi como soldado romano, también caricaturizaba al italiano. Lo hacía, sin embargo, mostrando sus dos caras, la cómica y la trágica, la cobarde y la valiente: los soldados Jacovacci y Busacca, un par de inútiles capturados por los austríacos, están dispuestos a traicionar a su país y pasar información al ejército enemigo con tal de salvar la vida, pero no soportan el insulto de un oficial y se dejan fusilar por puro orgullo.

Sordi siguió caricaturizando en películas como
El médico de la mutua, Il vigile o El taxista
. Como director podría ser calificado de normalito, si no hubiera filmado
Néstor, el último viaje
: uno de los homenajes más bellos, duros y emotivos que se le han hecho a Roma. Para mí, Sordi alcanza en esa película el nivel del mejor Vittorio de Sica. Cuenta la historia de un viejo conductor de carrozas cuyo caballo, Néstor, no puede ya con su alma. El dueño de la carroza vende el vehículo a los estudios de Cinecittà y el conductor intenta salvar del matadero al caballo, al que considera un amigo. Al final no lo consigue. Las escenas del matadero son terribles, casi insoportables, y poca gente se animó a ver la obra. Lástima.

Se ha discutido mucho sobre dónde acababan las caricaturas de Sordi y dónde empezaba el propio Sordi. La cuestión es compleja, porque Albertone, que vivía con su hermana y su secretaria, gastaba poco, creía más en los curas que en los políticos y consideraba que Italia no tenía remedio, se parecía bastante a sus personajes. El gran debate, sin embargo, se centra en una pregunta: ¿por qué Sordi no tuvo éxito en el extranjero? Los grandes actores italianos (Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni), por no hablar de actrices como Anna Magnani o Sofía Loren, se convirtieron en ídolos internacionales. Sordi, no. Uno de sus biógrafos, Goffredo Fofi, ofreció una explicación: «Sordi es irrecuperable, es malvado, es nuestro yo oculto, es nuestro código extremo, es nuestra auténtica realidad. Sordi expone nuestro horror y nos libera de nuestro horror. Se podría añadir: Sordi es un cómico catártico, mientras los otros no lo son; los otros quieren gustarnos y nos gustan, mientras Sordi camina en dirección contraria: no quiere gustarnos ni complacernos, se diría que quiere disgustarnos».

Pier Paolo Pasolini, que fue un admirador declarado de Sordi, escribió un artículo sobre el asunto: «Veamos: en el fondo, el mundo de Anna Magnani es, si no idéntico, parecido al de Sordi: los dos romanos, los dos populares, los dos dialectales, profundamente teñidos de un modo de ser particular, el modo de ser de la Roma plebeya. Y, sin embargo, la Magnani ha obtenido tanto éxito fuera de Italia […] Alberto Sordi, no. Parece intraducibie. Es como una canción popular que no se puede transcribir. Lo vemos, lo escuchamos, lo disfrutamos nosotros, en nuestro mundo particular».

Pasolini seguía: «¿De qué tipo es la risa que suscita Alberto Sordi? Pensadlo bien un momento: es una risa de la cual uno se avergüenza un poco». La suya es «la comicidad que nace de la fricción, con la variopinta y estandarizada sociedad moderna, de un hombre cuyo infantilismo en vez de producir ingenuidad, candor, bondad, disponibilidad, ha producido egoísmo, cobardía, oportunismo, crueldad. Es una desviación del infantilismo».

El propio Sordi, que definía Italia como «trágica al veinticinco por ciento, cómica al setenta y cinco por ciento», tenía una definición sobre su humor: «En mis películas me limito a expresar las inquietudes de todos nosotros, es decir, el pesimismo».

Alberto Sordi murió unos meses antes de que yo llegara a Roma. No pude conocerle. Durante la noche del 24 de febrero de 2003 falleció en su casa, a causa de una enfermedad pulmonar. Su cadáver fue trasladado al Ayuntamiento, en el Capitolio, para recibir el homenaje de cientos de miles de personas. Uno de los primeros en acudir fue el presidente de la República, Cario Azeglio Ciampi: «Sordi supo interpretar los sentimientos de los italianos», dijo Ciampi, «sobre todo en nuestros momentos más difíciles y duros». El 27 de febrero se celebró su funeral en la catedral de San Juan de Letrán. Medio millón de personas acudieron a despedirle. Ese domingo, los jugadores de la Roma y de la Lazio lucieron un brazalete negro como signo de duelo.

Es muy difícil pasar en taxi por las Termas de Caracalla y la Piazza de Numa Pompilio sin que el taxista señale hacia lo alto de una colina y salude:
«Aó, la casa d'Albé»
. Yo también lo hago cuando paso cerca de aquella villa donde vivió Sordi:
«Aó, la casa d'Albé»
.

9

Hablábamos de Alberto Sordi. Si esto, en lugar de un libro de papel, fuera un libro digital, pondría aquí un fragmento de
Il marchese del Grillo
, una de esas comedias cínicas y amargas que fabricaban Monicelli y Sordi. En concreto, la escena de la taberna, en la que el marqués, Sordi, invita a una cortesana francesa a comer un buen plato de
rigatoni con la pajata
. Cuando la cortesana, relamiéndose, pregunta al marqués en qué consiste la
pajata
(léase
«pagliata»
, o sea, más o menos
«pallata
»), éste responde con tres palabras:
«Mmerda, é mmerda»
.

Y es cierto. Es mierda, literalmente.

La cocina romana suele basarse en productos muy pobres. Históricamente, los papas y la aristocracia negra comían determinadas cosas y la gente, otras cosas muy distintas. La aparición de la burguesía es reciente. No hubo, como en Francia, una revolución que empujara a los cocineros de la nobleza a abrir restaurantes, y la ciudad nunca anduvo sobrada de dinero. En conclusión, el pueblo romano se acostumbró a vivir del «quinto cuarto» (visceras, rabos, etcétera, el material cárnico más barato), de pasta, de verduras y, de vez en cuando, algo de pescado.

Volviendo a la
pajata
, se trata simplemente de intestino de cordero lechal. Ocurre que el intestino no se limpia: se deja en el interior el excremento, de origen lácteo y con un sabor vagamente agrio, no muy distinto al del requesón. Está rico. Pero es mierda.

En La Matricianella, que está en Via del Leone, entre la Piazza di San Lorenzo in Lucina y la embajada española ante la República Italiana (no confundir con la embajada ante la Santa Sede, en Piazza di Spagna), sirven a veces
pajata
. En la carta siempre hay sesos y mollejas
(fritti romani)
, hígado, riñones, rabo
(coda alia vaccinara)
y esas cosas, que a alguna gente le dan grima. Con mi amigo Pedro Jesús Fernández, escritor y consejero de información de la embajada, nos regalábamos de vez en cuando un festín de casquería en La Matricianella, rematado con una
grappa bianca
. Lo aconsejo vivamente.

Los españoles solemos quejarnos de que la pasta, en Italia, está dura. No tenemos ni puñetera idea de cómo funciona la pasta. La
pasta asciutta
, la seca, ha de estar cocida
al dente
, es decir, debe ofrecer una ligera resistencia al mordisco: no sólo es más sabrosa, sino que se digiere mejor. En Roma se hace en potaje con garbanzos
(pasta e ceci)
o con condimentos humildes:
cacio e peppe
(queso y pimienta),
aglio e olio
(ajo y aceite),
grigia
(tocino frito con queso) y
amatriciana
(lo mismo, añadiendo tomate). También se consume
alla carbonara
, aunque desde hace poco. Esta receta tan tradicional la inventó algún romano en 1944 o 1945, aprovechando el huevo en polvo y el tocino que traían las tropas estadounidenses. Es muy posible que el lugar del invento fuera el restaurante La Carbonara, en Campo dei Fiori.

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