Y Santos comenzó a crecer. Le di una hermosa nariz nueva, y él siguió hablando más de la cuenta y arriesgándose a que se la volviesen a partir. Pero, ahora, la gente parecía menos proclive a golpearle.
El primer anciano que vino a nosotros fue una mujer con sólo una pierna. El muñón de la pierna amputada le hacía daño, y esperaba que yo pudiera aliviarle el dolor. La mandé con Aaor, porque yo ya tenía más gente para curar de la que podía ocuparme. A lo largo de un período de varias semanas, Aaor le hizo crecer una nueva pierna, con su correspondiente pie.
Después de esto, todo el mundo vino a nosotros. Incluso los ancianos más testarudos se olvidaban de lo mucho que nos odiaban en cuanto los tocábamos. No empezaron a amarnos repentinamente, pero dejaron de escupir a nuestro paso, dejaron de echarnos maldiciones y amenazarnos, dejaron de apuntarnos con sus fusiles para recordarnos su poder y su miedo. Nos dejaron en paz, y eso ya nos bastaba.
En cambio, su gente sí que comenzó a amarnos, y a creer lo que les decíamos, y a hablarnos acerca de cónyuges oankali y construidos.
El transbordador, cuando llegó, aterrizó abajo, en el cañón. Allí podría beber del río y comer algo que no fueran las cosechas de los montañeses. Nadie fue gaseado. No hubo pánico por parte de los humanos. Y fue una buena prueba de la confianza que ahora tenían en nosotros el que dejasen que fuésemos Aaor y yo, con nuestros cónyuges, quienes bajásemos al encuentro de los recién llegados. En el último momento, Francisco decidió venir con nosotros, pero sólo porque, como él mismo no dudaba en admitir, sus largos años no le habían enseñado a tener paciencia.
Siete familias habían venido con el transbordador. La mayor parte de ellas eran de Chkahichdahk, dado que era allí donde vivían los transbordadores cuando no estaban siendo utilizados. No obstante, se habían detenido en Lo para recoger a mis padres. A la primera persona que divisé en la pequeña muchedumbre fue a Tino…, y estuve mucho más a punto de lo que debería de agarrarlo y darle un abrazo. Una reacción demasiado humana. En cambio, sí que abracé a Nikanj, a pesar de que éste no tenía demasiados deseos de ser abrazado. Toleró el gesto, y empleó la oportunidad que le daba para clavar en mí sus tentáculos sensoriales y examinarme a conciencia. Cuando hubo terminado, y sin decir palabra, tendió los brazos hacia Aaor y lo examinó a su vez. A Aaor lo retuvo más tiempo, luego enfocó en Javier y Paz. Ellos le estaban contemplando con evidente curiosidad, pero sin alarma alguna. Ya habían superado el estadio de evitar de modo absoluto a cualquiera que no fuese Aaor. Ahora, como Jesusa y Tomás, eran simplemente cuidadosos.
Ninguno de ellos había visto antes a un oankali. Estaban fascinados, pero no sentían miedo.
Nikanj aplanó sus tentáculos sensoriales hasta aquella brillante superficie lisa que podía lograr cuando estaba muy contento.
—Lelka —dijo—, si me presentas a tus cónyuges, podremos empezar a perdonarte por haberte quedado aquí, sin siquiera decirnos que te encontrabas bien.
—Yo no estoy segura de que te vaya a poder perdonar —dijo Lilith. Pero estaba sonriendo y, por un rato, todo tuvo que esperar, mientras Javier y Paz eran bienvenidos a la familia y el resto de nosotros perdonados y vueltos a bienvenir. Vi a Jesusa tender los brazos a mi madre por vez primera desde su ruptura. Las dos se abrazaron, y sentí cómo mis propios tentáculos sensoriales se alisaban por el placer.
—Los humanos de las montañas decidieron quedársenos —estaba explicando Aaor al resto de la familia—. Y, dado que la única otra alternativa que veían era la de matarnos, no tuvimos inconveniente en quedarnos.
—¿Es éste uno de los montañeses? —preguntó Ahajas, mirando a Francisco.
Los presenté, y también él se le enfrentó con curiosidad, pero sin miedo.
—¿Los hubieras matado? —le preguntó ella, con extraña jocosidad.
Francisco sonrió, mostrando unos dientes muy blancos.
—Naturalmente que no. Khodahs me capturó mucho antes de que capturase a la mayoría de mi pueblo.
Ahajas enfocó en mí.
—¿Capturar?
—Nadie lo ha capturado —le expliqué—. Quiere ir a la colonia de Marte.
Ahajas se alisó mucho.
—¿Realmente quieres eso?
—Lo quería. —Francisco agitó la cabeza—. Y quizás aún lo quiera.
Le miré, sorprendido. Él había sido uno de los más firmes…, estaba muy seguro de lo que quería. Y, ahora que el transbordador se encontraba allí, no estaba tan seguro.
—¿Quieres que te encontremos cónyuges? —le pregunté.
Me miró, y entonces hizo algo muy oankali: se volvió y se marchó. Caminaba rápidamente, y habría recorrido todo el empinado camino y vuelto al poblado si Ahajas no hubiese hablado.
—¿Tiene una compañera humana, Lelka? —me preguntó.
Asentí con la cabeza.
—Inés. Es una vieja fértil. —Se había unido a Francisco después de tener nueve hijos. Ahora, ya había pasado la edad de tener hijos. En una ocasión, Francisco me la había traído, para que comprobase su salud. Resultó ser una de las viejas fértiles más saludables que yo jamás hubiera tocado; pero comprendí que el propósito real de Francisco había sido compartirla conmigo, y a mí con ella. Y, sin embargo, realmente había deseado emigrar…, hasta ahora.
—Creo que hay cónyuges para él aquí y ahora —me dijo Ahajas—. Tráelo de vuelta, Khodahs.
Fui tras Francisco, lo alcancé y lo sujeté por los brazos.
—Mi madre oankali dice que aquí hay, ahora, gente que podría atriarse contigo.
Se quedó inmóvil por un momento, luego, de repente, trató de soltarse. Yo seguí agarrándolo porque su lenguaje corporal me decía que quería seguir asido, más de lo que deseaba soltarse. Estaba asustado, confuso, avergonzado y poderosamente atraído por la idea de unos posibles cónyuges oankali.
Tras el primer esfuerzo, no iba a quedar aún más en ridículo luchando conmigo, de modo que lo dejé ir cuando realmente lo quería. Entonces lo tomé, sin apretar, por su mano derecha, y lo llevé de vuelta a Ahajas, que le esperaba con un grupo de extraños, tres oankali que evidentemente formaban un grupo familiar. Francisco empezó a sudar.
—Lo daría todo para tenerte a ti, en lugar de a ellos —me dijo.
—Ya tienes todo lo que yo te puedo dar —le contesté—. Si te gusta esa gente, su ooloi te podrá dar mucho más.
Hice una pausa.
—¿Crees que Inés consentirá en que le restauren su fertilidad? Quizá esté harta ya de tener niños.
Él se echó a reír, disminuyendo momentáneamente su nivel de tensión.
—Ha estado dándome la lata para que intentase lograr que nos hicieseis cambios. Quiere tener, al menos, un hijo conmigo.
—¿Un niño construido?
—No lo sé…, aunque, si yo estoy dispuesto, después de permanecer todo un siglo resistiéndome…
—Lleva a esa gente a verla. Habla con ella, y con ellos.
Se detuvo y me volvió para que nos situáramos frente a frente:
—Me has hecho esto a mí… —dijo—. Yo, que me hubiera ido a Marte…
No dije nada.
—Ni siquiera puedo odiarte —susurró—. Dios mío, si hubiera habido gente como tú hace un centenar de años, no me hubiera convertido en resistente. Creo que no hubiese habido resistentes.
Me miró durante un momento más.
—¡Maldito seas! —dijo, lenta y tristemente—. ¡Maldita sea tu estampa!
Pasó por mi lado, y fue hacia Ahajas y la familia oankali que le estaba esperando.
—Son tus parientes ooan —me dijo Lilith, y yo la miré asombrado. De algún modo había logrado acercarse a mí sin que me diese cuenta. Y ella me explicó—: Estabas demasiado preocupado.
Deseaba mucho tocarme, y no hacía nada por ocultarlo. Me miró con hambre.
—Tú y Aaor sois hermosos —me dijo—. ¿Realmente estáis bien los dos?
—Lo estamos. Necesitamos cónyuges oankali, pero aparte de eso, estamos bien.
—Y ese hombre, Francisco, ¿es un ejemplo típico de la gente de por aquí?
—Es uno de los viejos. El primero con el que me encontré.
—Y te ama.
—Como tú dijiste en cierta ocasión, son las feromonas.
—Al principio fue eso, sin duda. Pero ahora…, te ama.
—…Sí.
—Como João. Como Marina. Tienes un extraño don, Lelka.
Cambié bruscamente de tema.
—¿Dices que esa gente que está con Francisco son mis parientes ooan? ¿Son parientes de Nikanj?
—Son los padres de Nikanj.
Me volví para mirarlos, recordando sus nombres. Nombres que había oído durante toda mi vida. El ooloi era Kahguyaht, y era grande para ser un ooloi…, tanto como Lilith, que era de gran tamaño para ser una hembra humana. Kahguyaht no le había dado ese tamaño tan grande a Nikanj. Su compañero macho, Jdahya, era de tamaño normal. La colocación de sus tentáculos sensoriales le daba un aspecto extrañamente humano: colgaban de su cabeza como si fueran cabellos, y estaban colocados en su cara de tal modo que podían ser confundidos por ojos, nariz y orejas humanos. Aquél era el primer oankali al que había visto Lilith. Y ahora ella lo estaba mirando y sonriendo.
—A Francisco le gustará —afirmó.
A Francisco le gustarían todos si se permitía a sí mismo que le gustasen. Ahora estaba hablando con Tediin, la enorme compañera de Kahguyaht…, otra hembra que, también, era de tamaño superior al habitual. Ella no parecía, en lo más mínimo, humana. Francisco se estaba riendo de algo que ella le decía.
—Hay gente que espera verte, Khodahs —dijo Lilith.
Oh, sí, estaban esperando a verme, y examinarme, y decidir si se me podía permitir seguir ahí, libre. Ya estaban con Aaor.
Tres ooloi estaban investigando a Aaor. Dos esperaban hablar conmigo. Mis padres ooan estarían un tiempo ocupados con Francisco, pero había que contentar a estos otros. Fui hacia ellos, cansinamente.
El ser examinado por tantos no era tan malo. No resultaba incómodo. Al cabo de un tiempo, incluso nuestra familia ooan dejó a Francisco para venir a olisquearnos y hurgarnos. Nos llevaron al transbordador. A través del mismo, los oankali y los construidos de todos los sexos podían efectuar un rápido y fácil contacto no verbal con nosotros y entre ellos. El grupo hizo que el transbordador saliese volando del cañón y subiese tan alto como era necesario para comunicarse con la nave. Chkahichdahk transmitía nuestros mensajes y los de sus tripulantes a las poblaciones de las tierras bajas, y los mensajes de ellos a nosotros. De este modo, la gente se unió por segunda vez para compartir los conocimientos de un ooloi construido que no debía de existir, y para decidir qué hacer con nosotros.
El transbordador dejó a los niños y a la mayor parte de los humanos allá en el cañón. Todos ellos podrían haber participado a través de sus ooloi, pero para ellos la experiencia resultaría sobresaltante y desorientadora. Todo era tan intenso, sucedía tan rápidamente, que resultaba demasiado alienígena para los humanos. El unirse al sistema nervioso de un transbordador, de una nave o de un pueblo, a través del propio ooloi, era, según decía Lilith, una de las peores experiencias que había sufrido en su vida. Y, sin embargo, ella y Tino subieron con nosotros, y absorbieron todo lo que pudieron del complejo intercambio.
Las peticiones que los habitantes de las tierras bajas hacían a la gente de la nave me resultaron sorprendentemente fáciles de absorber y comprender. Podía enfrentarme a la intensidad y la complejidad de las mismas. De lo que no estaba tan seguro era de poder enfrentarme al resultado. Todo el asunto era como la redonda masa de cabello oscuro de Lilith: cada rizo parecía seguir su propio camino, enroscándose, girando, volteándose, inclinándose, tumbándose. Y, sin embargo, todos juntos formaban una forma simétrica, reconocible…, y todos estaban pegados a la misma cabeza.
También la opinión oankali y construida tomaba una forma reconocible a partir de un aparente caos. Y la cabeza a la que estaban unidas las opiniones era la creencia, generalmente aceptada, de que Aaor y yo éramos potencialmente peligrosos y que, o bien deberíamos ir a la nave, o bien quedarnos donde estábamos. Las poblaciones de las tierras bajas nos daban sus excusas, pero aún se sentían inseguras y temerosas de nosotros. Nosotros representábamos la prematura llegada al estadio adulto de toda una especie. Y representábamos la independencia, la auténtica independencia reproductiva, de esa especie…, y esto asustaba tanto a los oankali como a los construidos. Tal como había señalado uno de los que habían mandado su señal, éramos unos ooloi aterradoramente competentes. Debíamos de ser estudiados, y comprendidos, antes de que se hicieran más de nosotros…, y antes de que se nos permitiese establecernos en una población de las tierras bajas.
De modo que continuaba el exilio. En las montañas, porque no iríamos a Chkahichdahk; eso lo sabía el pueblo. Y se lo hicimos saber de nuevo, Aaor y yo, juntos los dos.
—Habrá dos más de vosotros —señaló alguien desde muy lejos. Separé la señal en mi memoria y me di cuenta de que había llegado desde lejos, al este y al sur, del otro lado del continente. Allí, un ooloi en un poblado Jah, en el que se hablaba chino mandarín, estaba informando de su avergonzante error, de cómo sus hijos iban por el camino errado. Ambos estaban ya en metamorfosis, ambos serían ooloi.
—Tráelos aquí tan pronto como puedan viajar —le señalé—. Necesitarán cónyuges rápidamente. Sería mejor si ya los hubieran elegido.
—Esta es su primera metamorfosis —protestó el de la señal.
—¡Y son construidos! Tráelos aquí o morirán. Ponlos en un transbordador tan pronto como puedas y, por el momento, hazles saber que aquí tienen cónyuges.
Al cabo de un tiempo, el que señalaba estuvo de acuerdo.
Esto produjo confusión entre el pueblo. Un error simplemente enfocaba la atención en el ooloi responsable del mismo. Dos errores inconexos, pero sucediendo tan próximos en el tiempo tras un siglo de perfección, podía indicar otra cosa que ya no fuera incompetencia ooloi.
Hubo mucha comunicación respecto a esto, pero ninguna conclusión. Finalmente, Aaor interrumpió:
—Probablemente esto sucederá de nuevo —dijo—. Todo ooloi subadulto que no desee ir a la nave será enviado aquí. Los humanos que quieran quedarse aquí serán dejados tranquilos. Quieren cónyuges, y creo que habrá oankali y construidos que estarán dispuestos a venir aquí y unirse a ellos.
—Creo que nosotros nos quedaremos —señaló Kahguyaht—. Hemos hallado resistentes que quizá se unan a nosotros.