Intercambio (17 page)

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Authors: David Lodge

Tags: #Humor, Relato

BOOK: Intercambio
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Morris había fumado ya la mitad de su cigarro cuando oyó la voz de una muchacha —que se excusaba o protestaba, no podía asegurarlo porque, evidentemente, estaba resfriada— al otro lado de la cortina de bayeta. Finalmente, el indio la escoltó hasta un biombo que había en un rincón de la sala. Cuando pasó calzada con unas botas como las de la señora Swallow, cubierta la cabeza con un pañuelo y llevando un pequeño bolso de plástico, parecía tan sexy como una Miss Plan Quinquenal Siberiano. Pero era evidente que el indio pensaba que su reputación estaba a salvo. El hombre era todo sonrisas. Agarró un micrófono, fijó su mirada en Morris, que era el único cliente, y gritó:

—¡BUENAS NOCHES, SEÑORAS Y SEÑORES! Nuestra primera artista de esta noche es Fifí, la Criada Francesa. Muchas gracias.

La música subió de volumen cuando el indio manipuló los botones de su magnetófono, y apareció una rubia que vestía ropa interior y medias negras y un reducido delantal blanco de encaje. Se situó bajo la luz del foco y empezó a hacer posturitas con un plumero en la mano.

—¡Diantre! ¡No es posible! —exclamó Morris.

Mary Makepeace (pues era ella) se adelantó un paso haciendo pantalla con una mano sobre los ojos.

—¿Quién está ahí? Conozco esa voz.

—¿Cómo le fue en Stratford-upon-Avon?

—¡Hola, profesor Zapp! ¿Qué hace aquí?

—Iba a hacerle la misma pregunta.

El indio acudió corriendo.

—Por favor, por favor.. Está prohibido que los clientes hablen con las artistas. Prosiga su actuación, Fifí.

—Eso, eso, continúe, Fifí —dijo Morris.

—Oiga, este señor no es un cliente, es un conocido mío —dijo Mary Makepeace—. Que me ahorquen si hago striptease para él, y encima sin nadie más en la sala. Es indecente.

—Se supone que el striptease es indecente, ¿no? —dijo Morris.

—Por favor, Fifí —imploró el indio—. Si empieza quizá entren otros clientes.

—No —respondió Mary.

—Queda despedida —dijo el indio.

—Muy bien.

—Acompáñeme a tomar unas copas —dijo Morris.

—¿Adónde?

—¿Al Hilton?

—Me ha convencido —dijo Mary—. Voy por el abrigo.

Zapp salió apresuradamente a buscar un taxi. De pronto, la noche parecía haberse enderezado. Acarició la idea de estrechar sus relaciones con Mary Makepeace en su acogedora habitación del Hilton. Cuando el coche se alejó del bordillo, pasó un brazo sobre los hombros de la muchacha.

—¿Qué hace una chica como usted en un lugar como éste? —le preguntó—. Y perdone por lo manido de la frase.

—Supongo que queda claro que sólo voy a tomar una copa con usted, ¿eh, profesor Zapp?

—Naturalmente —dijo Zapp, condescendiente—. ¿Qué más?

—Pues que sigo embarazada. No aborté.

—Me alegro de saberlo —dijo Morris secamente al tiempo que retiraba su brazo.

—Suponía que se alegraría. Pero no hubo nada ético en mi decisión, ¿sabe? Sigo creyendo que la mujer tiene derecho a determinar su destino biológico.

—¿De veras?

—Me acobardé en el último momento. En la clínica. Chicas iban de un lado para otro en bata, llorando. Vi retretes llenos de sangre…

Morris se estremeció.

—Ahórreme los detalles —le dijo en tono perentorio—. Pero ¿qué me dice de su numerito de striptease? ¿Eso no es explotación?

—Claro que sí, pero es lo único que puedo hacer sin permiso de trabajo, y necesito comer.

—¿Por qué no se larga de este piojoso país?

—Quiero tener el niño aquí. Quiero que tenga doble nacionalidad, para que no tenga que hacer el servicio cuando sea mayor.

—¿Y cómo sabe que va a ser un varón?

—Sea lo que fuere, no pierdo nada. Los partos son gratis en este país.

—Pero ¿durante cuánto tiempo podrá continuar haciendo ese trabajo? ¿O va a cambiar su número por el de Fifí, la Criada Preñada?

—Veo que no ha perdido su sentido del humor, profesor Zapp.

—Hago lo que puedo.

Mientras tanto, Philip, que iba por su cuarto gintonic y había estudiado la anatomía de las tres chicas Pussycat Go-go durante dos horas, había llegado, o al menos eso creía, a comprender la causa de la ruptura generacional: se debía a la diferencia de edad. Los jóvenes eran más jóvenes. Y, por consiguiente, más bellos. Su piel era lozana, todavía conservaban las muelas, sus vientres se mantenían lisos y sus senos (¡ah!) firmes; y sus muslos (¡ah, ah!) no tenían venas azules como si fueran de queso azul danés. ¿Que cómo se podía salvar la ruptura generacional? ¡Con amor, naturalmente! Bastaba que chicas como Melanie entregaran generosamente su carne firme y joven a vejestorios como él, para restablecer la circulación de la savia. ¡Melanie! Qué sencillo y natural le parecía su gesto, a la clara luz de la nueva comprensión a que había llegado. ¡Cuán innecesariamente lo había complicado con sus emociones y su ética!

Al fin se levantó para marcharse. El pie se le había dormido otra vez, pero su corazón estaba lleno de buena voluntad hacia la humanidad, en general. Le pareció muy natural, al salir del Pussycat Go-go, deslumbrado por los rayos del sol que se ponía al final de la avenida Cortés, mientras caminaba un tanto inseguro, en parte a causa del licor ingerido y en parte porque se le había dormido el pie, tropezarse con Melanie Byrd, como si la joven se hubiera materializado sobre la acera obedeciendo a sus deseos.

—¡Hola, profesor Swallow!

—¡Melanie! ¡Chiquilla! —dijo Philip cogiéndola firmemente por los antebrazos con ambas manos—. ¿Dónde has estado? ¿Por qué huiste de mí?

—No he huido de nadie, profesor Swallow.

—Tutéame, por favor.

—He estado aquí, en la ciudad, con una amiga.

—¿Con una amiga o con un amigo?

—Con una amiga. Su marido está en la cárcel. Es uno de los Noventa y Nueve de Euforia, ¿sabes? Se siente muy sola.

—También yo me siento muy solo. Vuelve a Plotino conmigo, Melanie —dijo Philip en un tono que, para él, sonó conmovedoramente apasionado y poético.

—Bueno, en estos momentos me siento… comprometida, Philip.


Vente a vivir conmigo y amémonos. Y gozaremos de todos los placeres
—le dijo con una sonrisa rijosa.

—Cálmate, Philip —contestó Melanie sonriendo temerosamente y tratando de librarse de las manos del profesor—. Las chicas del bar te han puesto a cien, por lo que veo. Hay una cosa que siempre me ha intrigado: ¿de verdad van completamente desnudas?

—Completamente, pero no son tan hermosas como tú Melanie.

—Eres muy galante, Philip. —La joven consiguió librarse por fin de sus manos—. Tengo que irme. Hasta la vista.

Echó a andar con paso ligero hacia el cruce de la avenida Cortés y la calle Mayor. Philip trotaba torpemente a su lado. La avenida había empezado a animarse. Se oía el sonido de las bocinas y los motores, y los transeúntes les daban codazos mientras avanzaban por la acera.

—Melanie, no puedes desaparecer otra vez. ¿Te has olvidado de lo que pasó la otra noche?

—¿Es necesario que se lo cuentes a todo el mundo en plena calle?

Philip bajó la voz.

—Fue la primera vez que lo hice.

Melanie se detuvo bruscamente y le miró con estupor.

—¿Quieres decir que eras virgen?

—Quiero decir fuera del matrimonio, claro.

La joven le puso una mano sobre el antebrazo, comprensiva.

—Lo siento Philip. Si hubiera sabido que significaba tanto para ti, no habría hecho lo que hice.

—¿Quieres decir que aquello no significó nada para ti? —preguntó Swallow en tono de amargura, inclinando la cabeza, abatido.

El sol había desaparecido tras los edificios, y una súbita ráfaga de viento frío, procedente de la bahía, le hizo estremecer. El encanto de la tarde empezaba a esfumarse.

—Fue una de esas cosas que pasan cuando te pones un poco achispada. Estuvo bien, sí, pero… Ya sabes… —le dijo Melanie con un encogimiento de hombros.

—No fue un éxito —murmuró Philip—. Pero dame otra oportunidad.

—¡Por favor, Philip!

—Por lo menos, cena conmigo. Tengo que hablarte.

Melanie negó con la cabeza.

—Lo siento, Philip. No puedo. Tengo una cita.

—¿Una cita? ¿Con quién?

—Con un tipo. No lo conozco mucho, ésa es la verdad, y por eso no quiero hacerle esperar.

—¿Qué vas a hacer con él?

Melanie suspiró.

—Para tu tranquilidad, voy a ayudarle a encontrar apartamento. Parece que el amigo con quien compartía el piso perdió la cabeza, a causa del LSD, y prendió fuego a su casa anoche. Hasta la vista, Philip.

—Puede dormir en mi estudio, si quieres —dijo Philip desesperado, agarrándola por un brazo.

La muchacha frunció el entrecejo y titubeó.

—¿En tu estudio?

—Durante unos días, mientras encuentra piso. Telefonéale y díselo. Y vente a cenar conmigo.

—Puedes decírselo tú —replicó Melanie—. Está allí, en la puerta de Tiempos Modernos.

Philip miró, más allá del reluciente y ruidoso río de automóviles, la librería Tiempos Modernos, en otro tiempo famosa por ser el cuartel general de la generación beat. En la puerta, inclinado ligeramente contra el viento, con las manos metidas en los bolsillos de los tejanos, haciendo un bulto como esas braguetas que aparecen en las pinturas de la Edad Media, estaba Charles Boon.

3. CORRESPONDENCIA

De Hilary a Philip

Amor mío:

Muchas gracias por la carta que nos has enviado por correo aéreo. Nos alegra saber que llegaste bien, especialmente a Matthew, que vio en la tele un reportaje acerca de una catástrofe aérea en los Estados Unidos y estaba convencido de que se trataba de tu avión. Ahora está preocupado por tu broma de que vives en una casa que puede deslizarse y hundirse en el mar en cualquier momento, así que haz el favor de aclarar eso en tu próxima carta.

Espero que las muchachas de la planta baja se compadezcan de que no tienes mujer y se ofrezcan a lavarte camisas, a coserte botones, y todo lo demás. No te veo bregando con la lavadora del sótano. Y, hablando de lavadoras, resulta que la nuestra hace un chirrido espantoso y el técnico me ha dicho que el cojinete principal está cascado y la reparación nos costará veintiuna libras. No sé si arreglarla o venderla, ahora que aún funciona, y comprar una nueva. ¿Tú qué opinas?

Sí, me acuerdo de la vista muy bien, aunque contemplada desde el otro lado de la bahía, por descontado. ¿Recuerdas aquel ático tan pequeño y tan mono que teníamos en Eseyefe? Cuando éramos jóvenes y alocados… Bueno, no sirve de nada ponerse tierno contigo a más de ocho mil kilómetros de distancia y yo con la colada por hacer.

Antes de que se me olvide: no he podido encontrar
Escribamos una novela
ni en casa ni en la universidad. Aunque en la universidad no pude buscarlo a fondo porque tu despacho lo ocupa ahora el profesor Zapp. La verdad es que no me ha caído nada bien. Le pregunté a Bob Busby qué tal se adaptaba, y me dijo que apenas si le ven; parece que es un individuo callado y bastante tieso que casi nunca sale de su despacho.

Resulta increíble que te encontrases con el fresco de Charles Boon en el avión y que tenga éxito en los Estados Unidos. Los americanos son unos gilipollas, ¿no crees?

Abrazos de todos,

Hilary

De Désirée a Morris

Apreciado Morris:

Muchas gracias por tu carta. De verdad. Me divirtió. Especialmente lo que dices del doctor O'Shea, lo de las cuatro clases de enchufes eléctricos en tus habitaciones y lo del tablero de anuncios del departamento. Los niños también se divirtieron mucho con eso.

Creo que es la primera carta de veras que he recibido de ti; quiero decir aparte de las notas garabateadas de cualquier manera que escribías en papeles de cartas de hotel, para avisarme de que fuera a esperarte al aeropuerto o para pedirme que te enviara los apuntes de tus conferencias. Leyendo tu carta me has parecido casi humano. Como es natural, comprendo que tratas desesperadamente de hacerte el gracioso y el simpático, lo cual me parece muy bien, con tal de que no me deje engatusar por tus mañas. Y no me dejaré engatusar. ¿Lo captas, Morris? NO ME DEJARÉ ENGATUSAR.

No pienso cambiar de idea respecto al divorcio, así que no es necesario que gastes tanta cinta de máquina tratando de enternecerme. Tampoco hace falta que me seas fiel. Hacías una insinuación sobre esto en tu carta y no quiero que te lamentes, a tu regreso, de que has estado seis meses sin follar para nada.

Por cierto, ¿no es el Lotus Europa que has encargado un coche un tanto
juvenil
para ti? Ayer vi uno en Eseyefe y, francamente, me pareció un cipote sobre ruedas, ¿sabes? En cuanto al Corvair, no me olvidé de poner una nota en el tablón de anuncios del departamento la semana pasada, pero sólo se ha interesado una persona, y cuando llamó por teléfono yo no estaba en casa. Darcy cogió la llamada, y cualquiera sabe lo que le diría al tipo.

El trimestre de invierno comienza esta semana y, ¡sorpresa, sorpresa!, hay síntomas de problemas en el campus. Estalló una bomba en el lavabo de caballeros del pabellón Dealer la semana pasada, probablemente programada para que lo hiciera mientras uno de tus colegas estuviera cagando, pero hubo un aviso y evacuaron el edificio. Los Hogan me invitaron a una de sus aburridísimas fiestas, pero casi no hablé con los invitados, que eran los habituales cretinos más uno nuevo, Charles Boon, el del programa de radio. ¡Ah, sí, lo olvidaba! Conocí al que te reemplaza aquí, Philip Swallow. Estaba un poco achispada en aquel momento y no paré de llamarlo Sparrow, pero hizo como si no se diera cuenta. ¡Joder, si todos los británicos son como él, no sé si vas a sobrevivir! Ni siquiera tuvo…

Coincidencia: cuando empezaba la última frase, miré por la ventana y, ¿sabes a quién vi llegar?, pues al señor Swallow en persona. No venía andando, sino más bien arrastrándose a gatas. Había subido a pie desde el campus; me explicó que en el plano no parecía que estuviera tan lejos y no tenía ni idea de que la calle fuera prácticamente vertical. Resultó ser el hombre que llamó interesado por el Corvair, y venía a verlo. Fue una lástima que le conociera en el cóctel de los Hogan, porque me sentí obligada a explicarle lo de Nader y toda la pesca. Como es natural, desistió de comprarlo. La verdad es que me dio lástima. Según parece, ya lo engañaron alquilándole un apartamento situado en una zona deslizante, de modo que si hubiera comprado el Corvair habría estado en peligro tanto si se quedaba en casa como si salía a la calle.

Aquí estamos muy tranquilos sin ti, Morris. He puesto el televisor de cara a la pared y paso mucho tiempo leyendo y escuchando música clásica: Chaikovski, Rimski-Korsakov, Sibelius y todo ese romanticismo eslavo del que hiciste que me sintiera avergonzada porque me gustaba cuando nos conocimos.

Los gemelos están bien. Pasan mucho tiempo escondidos, no sé dónde. Supongo que se dedican a toquetearse los genitales, pero no puedo hacer nada para evitarlo. La biología es su gran pasión por el momento. Se les ha despertado un gran interés por la jardinería, que he estimulado, naturalmente, concediéndoles un soleado rincón de nuestro empinado jardín. Te envían recuerdos con cariño. Sería una hipocresía por mi parte que yo hiciera lo mismo.

Désirée

P.D. No, no he visto a Melanie. ¿Por qué no le escribes?

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