Una sombra atravesó el gesto de Duellos.
—Le envidio, señor —reconoció con suavidad.
Geary asintió con la cabeza y le dedicó a Duellos una sonrisa con los labios apretados.
Ajá.
La verdad es que no tengo motivos para quejarme de eso, ¿verdad? Gracias por su franqueza, capitán Duellos. Agradezco sus comentarios sinceros —musitó Geary.
Duellos se dispuso a alejarse antes de que su imagen se desvaneciera, pero en ese momento hizo una pausa.
—¿Puedo preguntarle qué haremos si aparece una fuerza síndica en Kaliban? —inquirió Duellos.
—Sopesaré las opciones que tengo y escogeré la mejor sobre la base de las circunstancias exactas que se den en ese momento —respondió Geary.
—Cómo no. Estoy seguro de que no le faltará «espíritu» para adoptar la decisión correcta. —Duellos hizo el saludo de rigor y, acto seguido, su imagen desapareció.
Geary, de nuevo solo en una sala en la que prácticamente nadie más había estado de cuerpo presente, se quedó un buen rato mirando al visualizador estelar que seguía flotando sobre la mesa de conferencias.
Hasta los expertos en ingeniería de la Alianza tuvieron que admitir que las instalaciones síndicas de Kaliban habían sido inutilizadas eficazmente. Se habían apagado todos los aparatos de equipamiento, desconectado o eliminado los suministros de energía, todo lo demás se había empaquetado o directamente retirado, se habían eliminado los rastros de humedad en el ambiente al máximo hasta el punto de que se había extraído el aire de las instalaciones antes de volver a precintarlas. Todo lo que había allí dentro estaba envuelto en un frío polar, pero eso también lo dejaba protegido de las inclemencias provocadas por los cambios de temperatura, los gases corrosivos y otras amenazas.
Las imágenes de las instalaciones parecían mostrar, a primera vista, unas habitaciones oscuras como las que cualquiera podría haber dejado después de un largo día de trabajo. Solo cuando Geary se percató de aquel brillo antinatural con el que se podía percibir absolutamente todo lo que había allí y del modo en el que los rayos de luz no se difuminaban como en una atmósfera normal, el capitán descubrió que en las instalaciones no había aire.
—Fíjese en eso —comentó Desjani. Estaban sentados en la sala de juntas, pero esta vez la mesa seguía pareciendo pequeña. Justo detrás del final, había una gran ventana proyectada sobre la mesa en la que se podían visualizar señales de vídeo de cualquiera de los exploradores a los que se quisiera supervisar adentrándose en las instalaciones síndicas. El explorador en concreto que tanto Desjani como Geary estaban viendo correspondía al que estaba entrando en lo que debía de haber sido la sede de la administración política síndica en Kaliban. Había filas y filas de escritorios distribuidos en cubículos idénticos, todos ellos con la misma forma, con absolutamente todos y cada uno de los objetos situados en la misma posición y de la misma manera sobre los escritorios—. Ahí debe de haber habido personas cuya única dedicación era inspeccionar los escritorios de la gente para asegurarse de que todo estaba dispuesto correctamente antes de marcharse.
—He conocido a gente a la que le gustaba hacer ese tipo de cosas —apuntó Geary.
—Yo también. —Desjani sonrió abiertamente de repente—. Y aquí estamos nosotros, justo enfrente de las mesas que ocupaban esos mismos que fueron los últimos en marcharse.
Geary tampoco pudo evitar que se le escapase una sonrisa. En la última fila había varios escritorios patas arriba, con tazas que hacía mucho tiempo que se habían quedado sin líquido en medio de folios y documentos desperdigados, amén de otra serie de elementos que podrían ser los restos de algunos aperitivos deshidratados y congelados a muy bajas temperaturas hacía tiempo.
—Parece como si los inspectores se hubieran marchado antes que los tipos que se sentaban en esas mesas, ¿no? Ah, esto podría ser interesante. —El explorador de la Alianza estaba entrando en el despacho principal. En él se podía ver todavía un asiento que parecía de los caros, además de una serie mucho más compleja de visualizadores y una terminal de trabajo—. Me pregunto cómo se le queda el cuerpo a uno después de esto. Abandonar un lugar para siempre. Un lugar en el que se lleva trabajando quién sabe cuánto tiempo y al que se sabe casi a ciencia cierta que no se regresará nunca. Sabiendo que nadie más ocupará tu puesto porque tu puesto ya no existe.
—Supongo que es como formar parte del personal de desmantelamiento de una nave, digo yo —ofreció Desjani.
Ajá.
¿Se ha dedicado alguna vez a eso? —preguntó Geary.
Desjani dudó por un momento.
—No nos hemos podido permitir el lujo de retirar muchas naves desde que yo estoy en la flota, señor —indicó la capitana.
Geary notó calor en su rostro y supo que se había puesto rojo por lo embarazoso que le resultaba haber tocado un asunto tan peliagudo.
—Lo siento. Debí habérmelo supuesto antes de preguntar algo así. —Si la flota estaba fabricando naves a toda prisa para reemplazar las pérdidas, era bastante lógico pensar que no se estarían jubilando naves aunque hubieran pasado su ciclo vital óptimo.
Con todo, Desjani parecía haber pasado página ya de aquello. La capitana volvió a asentir con la cabeza mirando a la imagen otra vez.
—Se puede ver que hay efectos personales que llevan ahí mucho tiempo. Quienquiera que ocupase ese despacho estuvo allí muchos años —reflexionó Desjani.
Geary entrecerró los ojos, fijándose en aquellas oscuras formas cuadradas y rectangulares tan reveladoras.
—Supongo. Me pregunto adonde se marcharía después de abandonar Kaliban —murmuró Geary.
—No tiene mucha importancia. Fuese a donde fuese, su intención sería contribuir a los esfuerzos bélicos de los Mundos Síndicos —repuso Desjani.
El capitán no quiso contestar nada a eso durante un momento, pero sabía tan bien como ella que lo que había dicho era cierto.
Ajá.
¿Qué es eso? —inquirió Geary.
Desjani frunció el ceño y miró al mismo objeto que estaba mirando Geary, un rectángulo plano y blanco que descansaba sobre la superficie del pupitre. El explorador a través de cuyos ojos veían ellos caminó cuidadosamente alrededor del pupitre hasta que la imagen pudo enfocar correctamente aquel objeto.
—Es una nota —informó—. Desgastada, pero legible. —Se agachó para leerla—. Escritura estándar universal:. «A quien pueda interesar. El cajón… de la izquierda… se encasquilla. El… temporizador… de la máquina de café… no funciona. Hay… edulcorante y café en el… cajón de la derecha… Traten todo con… cuidado.» —El explorador de la Alianza se enderezó—. No soy capaz de leer la firma.
Desjani cambió su ceño fruncido por una alegre sonrisa que se fue desvaneciendo lentamente.
—Capitán Geary, es la primera vez que yo recuerde que tengo ganas de haber podido conocer a un síndico. Quienquiera que escribiese esa nota tiene pinta de ser alguien que me habría caído bien. —Desjani se quedó callada durante un momento—. Nunca había pensado que un síndico me pudiese caer bien.
Geary asintió al escuchar sus palabras.
—Un día, que nuestros antepasados así lo quieran, esta guerra llegará a su fin y tendremos la oportunidad de conocer a los síndicos como gente normal de nuevo. Por lo que yo sé de esta guerra, no me parece que usted esté muy interesada en eso, pero es necesario. No podemos permitir que el odio dirija nuestras relaciones con los síndicos toda la vida —sentenció Geary.
Desjani se quedó pensando en lo que había dicho Geary antes de responder.
—Si no, no seremos mejores que ellos. Es justo lo que usted dijo respecto al trato que se debía dispensar a los prisioneros —recordó Desjani.
—En cierto modo, sí. —Geary pulsó el botón del intercomunicador para hablar con el explorador—. ¿Tiene alguna forma de saber cuánto tiempo lleva cerrado ese sitio?
El explorador señaló un documento.
—La fecha que aparece aquí remite al calendario síndico. Un momento, señor, voy a efectuar la conversión. —Un momento después, el explorador volvió con la respuesta—. Hace cuarenta y dos años, señor, si damos por supuesto que esta fecha es precisa. El café que dejaron por aquí no debe ser muy reciente, me temo, pero probablemente será mejor que el que nos sirven en nuestras naves.
—Punto para usted —bromeó Geary—. Gracias. —El capitán cortó la conexión con el intercomunicador y volvió la vista hacia Desjani—. Hace cuarenta y dos años. Quienquiera que escribiese esa nota podría estar muerto fácilmente a día de hoy.
—Tampoco es que hubiera existido nunca una opción real de conocer a esa persona —agregó Desjani con un tono de desdén que daba a entender que no iba a malgastar mucho tiempo lamentando la oportunidad perdida.
—¿Capitán Geary? —Junto a la ventana del explorador apareció una nueva, más pequeña, con imágenes de la coronel Carabali y un capitán de Marina. Los dos miembros de la Marina lucían una armadura de los pies a la cabeza y parecían estar en una instalación síndica en algún sitio en medio de aquel sistema. Geary comprobó el visualizador que había junto a la imagen y amplió el mapa de situación hasta llegar al punto en el que se encontraba Carabali. Estaban en alguna parte de la misma instalación en la que se encontraba el explorador con el que Geary acababa de hablar hace un momento—. Aquí hay algo raro.
De repente Geary sintió como que se le revolvían las tripas.
—¿Peligroso? —inquirió.
—No, señor. No creemos que lo sea. Simplemente… raro. —Carabali le hizo un gesto a su acompañante—. Este es el capitán Rosado, mi mejor experto en sistemas informáticos. —Rosado saludó elegantemente—. Me dice que no es solo que hayan limpiado los archivos de los sistemas síndicos ni que se hayan llevado los dispositivos de almacenamiento de recuperación de datos, es que se han eliminado completamente los sistemas operativos.
Geary se quedó pensando en las implicaciones de aquello.
—¿Y eso resulta raro? —incidió Geary.
—Sí, señor —afirmó el capitán Rosado—. No tiene sentido. ¿Por qué eliminar los sistemas operativos? Tenemos copias del código síndico que han sido adquiridas a través de varios medios, así que podemos conseguir que esto vuelva a ponerse en funcionamiento. Y no tener los sistemas operativos cargados y configurados no hace sino dificultar mucho más las cosas para cualquier síndico que quisiera regresar aquí.
—¿Saben los síndicos que tenemos copias? —interrogó Geary.
—Saben que tenemos copias de material mucho más nuevo que el que se solía usar en estas reliquias, señor —respondió Rosado.
Esas «reliquias» probablemente tienen menos años que yo.
—¿Se le ocurre alguna razón por la que hayan podido borrar los sistemas operativos? —prosiguió Geary.
El capitán Rosado parecía incómodo.
—Solo se me ocurre una, señor —musitó.
—¿Cuál? —incidió Geary.
—Señor —afirmó Rosado con renuencia—, la única razón por la que podrían haber eliminado los sistemas operativos es que les preocupase que alguien aparte de nosotros pudiera acceder a estos sistemas después de que los abandonaran. Alguien que no creyesen que tenía copias de su código.
—¿Alguien aparte de nosotros? —Geary paseó la vista de Desjani a Carabali—. ¿Quién?
—Un… un tercero en discordia —concluyó Rosado.
Desjani intervino entonces.
—No hay ningún tercero en discordia. Estamos nosotros y los planetas que se han aliado con nosotros, y luego están los síndicos. No hay nadie más —rechazó.
—Se «supone» que no hay nadie más —corrigió Carabali—. Pero según parece los síndicos estaban preocupados por alguien. Alguien que no tenía acceso al
software
al que cualquier humano se supone que podría acceder.
—No está sugiriendo de verdad la existencia de seres inteligentes no humanos, ¿verdad? —preguntó Desjani—. Nunca hemos encontrado a ninguno.
Carabali se encogió de hombros.
—No. La verdad es que no hemos encontrado a ninguno. Pero no sabemos qué hay en la otra parte del espacio síndico. Nos ocultaron lo que había allí por supuestos motivos de seguridad incluso antes de que diese comienzo la guerra —recordó Carabali.
Geary se dio la vuelta para estudiar el visualizador estelar. Las estrellas como Kaliban se encontraban lejos del espacio de la Alianza, pero si se la observaba en comparación con la frontera exterior del territorio síndico, no estaba tan lejos de los límites conocidos de los Mundos Síndicos.
—Si esta hipótesis fuera cierta, tendrían que haber estado al corriente de la existencia de estos entes, sean lo que sean, al menos desde hace cuarenta y dos años, cuando clausuraron todo lo que había en Kaliban. ¿Podrían haber guardado un secreto así durante tanto tiempo? —indagó Geary.
Carabali se volvió a encoger de hombros.
—Dependería de muchos factores, señor. Ni el capitán Rosado ni yo estamos diciendo que esos seres existan. Lo que estamos señalando es que esta es la única explicación que hemos podido encontrar para que los síndicos abandonaran Kaliban de esta forma —argumentó Carabali.
—Si esas cosas estuvieran por aquí —replicó Desjani—, ¿no nos las habríamos encontrado ya?
—Tal vez lo hagamos —repuso Geary—. ¿Existe algún procedimiento estándar en esta flota para abordar casos de contacto con seres no humanos?
Desjani parecía desconcertada.
—No lo sé. Nunca se los ha buscado, así que no sé de nadie que lo haya investigado. Tal vez exista algo, pero datará de hace mucho tiempo, de antes de la guerra. —Geary dio por supuesto que había conseguido ocultar su reacción a esa última frase, porque Desjani siguió hablando como si nada—. En cualquier caso, ¿cómo habrían podido llegar esos seres inteligentes a Kaliban si los síndicos no querían que lo hicieran? Kaliban no está justo al lado de la frontera síndica.
La coronel Carabali puso gesto de pedir perdón, pero volvió a tomar la palabra.
—Si hubiera entes no humanos con inteligencia por aquí, podrían tener diferentes medios de viajar a velocidades superiores a la de la luz —sugirió Carabali—. Ahora mismo, los humanos tenemos dos medios de hacerlo. Podría haber otras maneras y una de esas formas podría hacer que Kaliban fuera accesible a través de la frontera síndica. Pero no estoy diciendo que esa sea la razón de los actos de los síndicos. No estoy diciendo que existan seres inteligentes no humanos o que los síndicos los hayan encontrado. Lo único que digo es que es la única explicación que hemos sido capaces de encontrar y que tiene algo de sentido si tenemos en cuenta cómo actuaron los síndicos al salir de aquí.