Read Introducción a la ciencia I. Ciencias Físicas Online
Authors: Isaac Asimov
La respuesta llega a partir de otra consideración. Los límites de las placas eran lugares donde, no sólo los terremotos constituían algo común, sino también los volcanes. Asimismo, las orillas del Pacífico, si se siguen los límites de la placa pacífica, están tan señaladas por los volcanes, tanto activos como inactivos, que a todo el conjunto se le ha dado la denominación de
círculo de fuego circumpacífico
.
¿No podría ser que el magma surgiese de las profundas capas interiores de la Tierra a través de las rendijas entre las placas tectónicas, y esas rendijas representasen zonas débiles en la por otra parte sólida corteza terrestre? De una forma específica, el magma debe surgir de la Dorsal atlántica y se solidifica en contacto con el agua oceánica para formar la Cordillera atlántica en el otro lado de la Dorsal.
Podemos llegar aún más lejos. Tal vez a medida que el magma surge y se solidifica, ejercita una fuerza que separa a las placas. Si es así, es probable que empujase a África y a Sudamérica hacia el Sur, y a Europa y a Norteamérica hacia el Norte, rompiendo la Pangea, formando el océano Atlántico y haciéndolo más ancho. Europa y África también resultarían separadas, con lo que se formarían los mares Mediterráneo y Rojo. Dado que con todo ello se ampliaría el fondo del mar, a este efecto se le ha llamado
extensión del fondo del mar
, propuesta en primer lugar por H. H. Hess y Robert S. Dietz, en 1960. Los continentes no han flotado o derivado apartándose, como Wegener había creído, sino que se hallaban fijos sobre unas placas que fueron
empujadas
hasta separarlas.
¿Y cómo puede demostrarse esta extensión del suelo marino? A principios de 1963, las rocas obtenidas a ambos lados de la Dorsal atlántica fueron objeto de pruebas para descubrir sus propiedades magnéticas. La pauta cambió según la distancia a la Dorsal, pero lo hizo dentro de una correspondencia exacta, como la imagen en un espejo, a cada uno de sus lados. Resultó así una clara evidencia de que las rocas eran más jóvenes cerca de la Dorsal y que se hacían cada vez más antiguas a medida que se avanzaba a uno u otro lado.
De este modo, cabe estimar que el suelo marino del Atlántico se extienda en aquel momento en la proporción de menos de tres centímetros al año. Partiendo de esta base, se pudo determinar,
grosso modo
, la época en que empezó a abrirse el océano Atlántico. De ésta y de otras formas, el movimiento de las placas tectónicas ha revolucionado por completo el estudio de la geología durante estas dos últimas décadas.
Naturalmente, si se fuerza a dos placas a separarse, cada una de ellas (dada la firmeza del encaje de las placas), queda empotrada en otra en el otro lado. Cuando dos placas se acercan lentamente (en una proporción de más, o menos, dos centímetros al año), la corteza se comba y se abomba hacia arriba y hacia abajo, formando montañas y sus
raíces
. Así las montañas del Himalaya parecen haberse formado cuando la placa sobre la que se asienta la India entró en lento contacto con la placa que soportaba el resto de Asia.
Por otro lado, cuando dos placas se unen con demasiada rapidez para permitir el pandeo, la superficie de una de las placas se escopleará debajo de la otra, formando una profunda fosa oceánica, una hilera de islas y una disposición hacia la actividad volcánica. Tales fosas oceánicas e islas se encuentran, por ejemplo, en el Pacífico occidental.
Las placas pueden separarse bajo la influencia de la ampliación del suelo marino, pero también pueden unirse. La Dorsal discurre a la derecha a través de Islandia occidental, que, muy poco a poco, se está separando. Otro lugar de división es el mar Rojo, que es más bien joven y existe sólo a causa de que África y Arabia ya se han separado de algún modo. (Las riberas opuestas del mar Rojo siguen firmemente unidas.) Este proceso aún continúa, por lo que el mar Rojo, en cierto sentido, es un nuevo océano en proceso de formación. El activo empuje hacia arriba del mar Rojo queda indicado por el hecho de que, en el fondo de esta masa de agua, según se descubrió en 1965, existen secciones con una temperatura de 56 °C y una concentración salina, por lo menos, cinco veces superior a la normal.
Presumiblemente, ha existido un muy largo ciclo de magma fluyente que ha separado las placas en algunos lugares, y luego las placas se han unido, empujando la corteza hacia abajo y convirtiéndola en magma. En el proceso, los continentes se han unido en una sola extensión de tierra y luego se han agrietado, no una sola vez sino varias, con montañas que se han formado y allanado, profundidades oceánicas también formadas y luego rellenadas, volcanes que han surgido y luego se han extinguido. Así, pues, la Tierra, tanto desde el punto de vista biológico como geológico, sigue viva.
Los geólogos pueden ahora seguir el curso del más reciente desmembramiento de Pangea, aunque sea sólo
grosso modo
. Una primera desintegración se produjo en la línea Este-Oeste. La mitad norte de Pangea —incluyendo lo que es ahora América del Norte, Europa y Asia— se llama a veces Laurasia, a causa de que la parte más antigua de la superficie rocosa de Norteamérica, geológicamente hablando, es la de las Higlands Laurentinas, al norte del río San Lorenzo.
La mitad meridional —incluyendo lo que es ahora Sudamérica, África, la India, Australia y la Atlántida— se llama Gondwana (nombre inventado en los años 1890 por un geólogo austríaco, Edward Suess, que lo hizo derivar de una región de la India y basándolo en una teoría de evolución geológica que parecía entonces razonable, pero que se sabe que era errónea).
Hace unos 200 millones de años, Norteamérica comenzó a separarse de Eurasia, y hace 150 millones de años, Sudamérica comenzó a ser apartada de África, y los dos continentes llegaron a conectarse por una parte estrecha en América Central. Las masas terrestres fueron empujadas hacia el Norte al separarse, hasta que las dos mitades de Laurasia apretaron la región del Ártico entre ellas.
Hace unos 110 millones de años, la porción oriental de Gondwana se fracturó en varios fragmentos: Madagascar, la India, la Antártida y Australia. Madagascar quedó más bien cerca de África, pero la India se separó más que cualquiera otra masa terrestre en los tiempos desde la más reciente Pangea. Se movió 8.000 kilómetros hacia el Norte hasta empujar contra el Asia meridional y formar las montañas del Himalaya, el Pamir y la meseta del Tíbet, es decir, las tierras altas más jóvenes, mayores y al mismo tiempo más impresionantes sobre la Tierra.
La Antártida y Australia pueden haberse separado hace sólo 40 millones de años. La Antártida se movió hacia el Sur, hacia su helado destino. Hoy, Australia sigue moviéndose hacia el Norte.
Desde la Segunda Guerra Mundial, numerosas expediciones han explorado los abismos submarinos. En los últimos años, un mecanismo de escucha submarina, el hidrófono, ha mostrado que las criaturas marinas chascan, gruñen, crujen, gimen y, en general, hacen de las profundidades marinas un lugar tan enloquecedoramente ruidoso como lo es la zona terrestre. Un nuevo
Challenger
, en 1951, sondeó la fosa de las Marianas, en el Pacífico Oeste, y comprobó que era ésta (y no la situada junto a las Islas Filipinas) la más profunda de la Tierra. La parte más honda se conoce hoy con el nombre de «Profundidad Challenger». Tiene más de 10.000 m. Si se colocara el monte Everest en su interior, aún quedaría por encima de su cumbre más de 1 km de agua. También el
Challenger
consiguió extraer bacterias del suelo abisal. Se parecían sensiblemente a las de la tierra emergida, pero no podían vivir a una presión inferior a las 1.000 atmósferas.
Las criaturas de estas simas se hallan tan asociadas a las enormes presiones que reinan en las grandes profundidades, que son incapaces de escapar de su fosa; en realidad están como aprisionadas en una isla. Estas criaturas han seguido una evolución independiente. Sin embargo, en muchos aspectos se hallan tan estrechamente relacionadas con otros organismos vivientes, que, al parecer, su evolución en los abismos no data de mucho tiempo. Es posible que algunos grupos de criaturas oceánicas fueran obligados a bajar cada vez a mayor profundidad a causa de la lucha competitiva, mientras que otros grupos se veían forzados, por el contrario, a subir cada vez más, empujados por la depresión continental, hasta llegar a emerger a la tierra. El primer grupo tuvo que acomodarse a las altas presiones, y el segundo, a la ausencia de agua. En general, la segunda adaptación fue probablemente la más difícil, por lo cual no debe extrañarnos que haya vida en los abismos.
Desde luego, la vida no es tan rica en las profundidades como cerca de la superficie. La masa de materia viviente que se halla por debajo de los 7.000 m ocupa sólo la décima parte, por unidad de volumen de océano, respecto a la que se estima para los 3.000. Además, por debajo de los 7.000 m de profundidad hay muy pocos carnívoros —si es que hay alguno—, ya que no circulan suficientes presas para su subsistencia. En su lugar, hay seres que se alimentan de cualquier detrito orgánico que puedan hallar. Cuan poco tiempo ha transcurrido desde la colonización de los abismos puede demostrarse por el hecho de que ningún antecesor de las criaturas halladas se ha desarrollado a partir de un período anterior a 200 millones de años, y que el origen de la mayor parte de ellos no se remonta a más de 50 millones de años. Se produjo sólo al comienzo de la Era de los dinosaurios, cuando el mar profundo, hasta entonces libre de todo organismo, vióse invadido, finalmente, por la vida.
No obstante, algunos de los organismos que invadieron las profundidades sobrevivieron en ellas, en tanto que perecieron sus parientes más próximos a la superficie. Esto se demostró de forma espectacular, a finales de la década de 1930. El 25 de diciembre de 1938, un pescador de arrastre que efectuaba su trabajo en las costas de África del Sur capturó un extraño pez, de 1,5 m de longitud aproximadamente. Lo más raro de aquel animal era que tenía las aletas adosadas a lóbulos carnosos, en vez de tenerlas directamente unidas al cuerpo. Un zoólogo sudafricano, J. L. B. Smith, que tuvo la oportunidad de examinarlo, lo recibió como un magnífico regalo de Navidad. Se trataba de un celacanto, pez primitivo que los zoólogos habían considerado extinto hacía 70 millones de años. Era el espécimen viviente de un animal que se suponía había desaparecido de la Tierra antes de que los dinosaurios alcanzaran su hegemonía.
La Segunda Guerra Mundial constituyó un paréntesis en la búsqueda de más celacantos. En 1952 fue pescado, en las costas de Madagascar, otro ejemplar de un género diferente. Posteriormente se pescaron otros muchos. Como está adaptado a la vida en aguas bastante profundas, el celacanto muere rápidamente cuando es izado a la superficie.
Los evolucionistas han tenido un particular interés en estudiar este espécimen de celacanto, ya que a partir de él se desarrollaron los primeros anfibios. En otras palabras, el celacanto es más bien un descendiente directo de nuestros antepasados pisciformes.
Un descubrimiento aún más excitante se produjo en los últimos años de la década de los setenta. Se trata de la existencia de parajes
calientes
en el suelo de los océanos, donde el cálido magma del manto asciende desacostumbradamente cerca de los límites superiores de la corteza y calienta el agua que hay por encima.
A principios de 1977, un submarino abisal, con científicos a bordo, investigó el suelo marino cerca de los lugares cálidos al este de las islas Galápagos y en la boca del golfo de California. En este último lugar caliente descubrieron
chimeneas
, a través de las cuales aparecían erupciones de barro humeante, que sembraban de minerales el agua del mar circulante.
Los minerales eran ricos en azufre y también abundaban en especies de bacterias, las cuales conseguían su energía de las reacciones químicas implicadas en el azufre más el calor, y no de la luz solar. Pequeños animales se alimentaban de esas bacterias, y los animales más grandes devoraban a los más pequeños.
Esto constituyó una nueva cadena de formas de vida que no dependían de las células de las plantas en las capas superiores del mar. Aunque la luz solar no aparezca en ninguna parte, esta cadena puede existir, dado que el calor y los minerales continúan surgiendo desde el interior de la Tierra; por lo tanto, sólo aparecerán en las cercanías de los lugares calientes.
Almejas, cangrejos y diversas clases de gusanos, algunos bastante grandes, se retiraron y estudiaron en esa zona de los suelos marinos. Todos ellos se desarrollaron perfectamente en aguas que serían venenosas para especies no adaptadas a las particularidades químicas de la región.
Éste es un ejemplo del hecho de que la forma ideal de estudiar las profundidades es enviar observadores humanos a las mismas. El agua no es un medio ambiente conveniente para nosotros, como es natural. Desde los tiempos antiguos los buceadores han practicado sus habilidades y aprendido a bajar hasta profundidades de unos 20 m, y a permanecer debajo del agua durante, más o menos, 2 minutos. Pero el cuerpo, sin ayudas, no puede mejorar estas marcas.
En los años 1930, por medio de gafas, aletas de goma para los pies y
snorkels
(cortos tubos, con un extremo en la boca y otro sobresaliendo por encima de la superficie del agua; de una voz alemana que significa «hocico»), hicieron posible a los nadadores el avanzar por debajo del agua durante largos períodos de tiempo, y con mayor eficiencia que de otro modo. Se trataba de una natación submarina, inmediatamente por debajo de la superficie del mar.
En 1943, el oficial de Marina Jacques-Yves Cousteau desarrolló un sistema por medio del cual los submarinistas comenzaron a transportar cilindros de aire comprimido, que podían espirarse en unas latas con productos químicos, los cuales absorbían el anhídrido carbónico y conseguían que el aire espirado pudiese respirarse de nuevo.
Esto constituyó la escafandra autónoma, y el deporte, que se hizo popular después de la guerra, recibió el nombre de escafandrismo autónomo.
Los escafandristas experimentados alcanzan unas profundidades de 70 m, pero esto resulta muy somero si lo comparamos con la profundidad de los océanos.
El primer traje práctico para bucear lo inventó, en 1830, Augustus Siebe. Un buzo, con el traje moderno adecuado, baja a unos 100 m. Un traje de buzo recubre por completo el cuerpo humano, pero un revestimiento aún más elaborado lo representa un barco adecuado para los viajes por debajo del mar, es decir, un
submarino
.