James Potter y la Encrucijada de los Mayores (8 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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El chico a la derecha de Tabitha continuaba sonriendo a James. La chica de la izquierda estudiaba un punto de la mesa en algún lugar entre ellos, con cara inexpresiva.

—C... Claro. Amigos. Por supuesto —tartamudeó James. El silencio del resto del comedor parecía algo enorme. Se tragaba su voz, haciéndola minúscula.

La sonrisa de Tabitha se caldeó incluso más. Sus ojos verdes chispearon.

—Me alegra que estés de acuerdo. Y ahora te dejaremos terminar tu, er, desayuno. ¿Tom? ¿Philia?

Los tres giraron en el lugar y se alejaron pasillo abajo.

—¿Con qué acabas de mostrarte de acuerdo? —preguntó Ralph mientras se levantaban y seguían a los Slytherin a cautelosa distancia.

—Creo que aquí James acaba de hacer o una amiga guapísima o una enemiga encarnizada —dijo Zane, observando el balanceo de la túnica de Tabitha mientras esta doblaba la esquina—. No puedo decir con seguridad por cual me decanto.

James estaba pensando con fuerza. Las cosas ciertamente habían cambiado mucho desde los días de mamá y papá. Aunque en realidad no podía decir si habían cambiado, a decir verdad, a mejor.

Los tres pasaron el resto de la mañana explorando los terrenos de la escuela. Visitaron el campo de Quidditch, que a Zane y James les pareció notablemente diferente a la brillante luz del sol de lo que había sido en la oscuridad. La boca de Zane se abrió de par en par cuando vio a un grupo de estudiantes mayores jugando un tres contra tres. Los jugadores volaban entrando y saliendo de la formación, apenas separándose unos de otros, gritando jugadas y ocasionalmente juramentos.

—¡Brutal! —proclamó felizmente Zane cuando uno de los jugadores golpeó contundentemente una bludger hacia la cabeza de un jugador contrario, casi tirándole de su escoba—. Y yo que creía haberlo visto todo habiendo estado en un partido de
rugby
.

Pasaron junto a la cabaña de Hagrid, que parecía vacía y oscura, sin humo en la chimenea y con la puerta firmemente cerrada. Poco después, se encontraron con Ted Lupin y Noah Metzker, que les condujeron al borde del Bosque Prohibido. Un gigantesco sauce de aspecto antiguo dominaba el límite del claro. Ted extendió los brazos, deteniendo a Ralph que se acercaba a él.

—Suficientemente cerca, compañero —dijo—. Observad esto.

Ted abrió la boca de una enorme bolsa de lavandería que había estado arrastrando tras él. Sacó de ella un objeto con apenas la forma de un animal de cuatro patas con alas y pico. Estaba cubierto de trozos de papel cuyos colores cambiaban y nadaban con la pequeña brisa.

—¡No! ¡Es una piñata! —exclamó Zane—. Con forma de un... un... ¡No me lo digas! ¡Un...sphinxoraptor!

—Es un hipogrifo —dijo James, riendo.

—Me gusta más su nombre —dijo Ralph.

—¡A mí también! —añadió Noah.

—¡Silencio! —dijo Ted, alzando la mano. Levantó la piraña con la otra mano, la sopesó, y después la tiró tan fuerte como pudo hacia la cortina de ramas que colgaban del sauce. Se desvaneció entre el denso follaje. Y por un momento nada más ocurrió. Entonces se produjo un susurro entre las ramas con aspecto de látigos. Se contorsionaron, como si algo grande se estuviera moviendo bajo ellas. De repente, el árbol explotó en un violento remolino de movimiento. Sus ramas flameaban salvajemente, abofeteando, gimiendo y rechinando. El ruido que hacía era como el de una tormenta muy localizada. Después de unos pocos segundos la piñata estaba atrapada visiblemente entre las ramas. El árbol la abrazaba con una docena de retorcidos y furiosos látigos, y entonces todas las ramas empujaron a la vez. Fue como si la piñata hubiera caído en una batidora. Trizas de papel multicolor y caramelo mágico explotaron cuando el encantamiento basilisco del centro de la piñata se activó. Confeti y caramelo salpicaron el árbol y el claro circundante. El árbol se sacudió, aparentemente molesto ante el colorido desastre en sus ramas, después pareció rendirse. Se reacomodó en su posición original.

Ted y Noah rieron estrepitosamente.

—¡Contemplad la muerte del Sphinxoraptor! —proclamó Noah.

James había oído hablar del Sauce Boxeador, pero aún así le impresionó a la vez su violencia y la despreocupación de los otros dos Gryffindors al respecto. Zane y Ralph simplemente observaban asombrados, con las bocas abiertas. Sin mirar, Ralph se sacó una judía de sabores del cabello y se la metió en la boca. Masticó dubitativamente un momento, y después miró a James.

—¡Sabe a taco! ¡Genial!

James se separó del grupo poco después y subió las escaleras hacia el rellano fuera de la sala común Gryffindor.

—Contraseña —cantó la Dama Gorda cuando se aproximó.

—Genisolaris —replicó, esperando que no la hubieran cambiado ya.

—Proceda —fue la jadeante respuesta, mientras se abría.

La sala común estaba vacía; el fuego, apagado. James ascendió al dormitorio y se dirigió a su cama. Ya sentía una cálida sensación de pertenencia en esta habitación, incluso con su indudable vacío somnoliento. Las camas ya habían sido pulcramente hechas. Nobby, la enorme lechuza parda de James, estaba durmiendo en su jaula con la cabeza metida bajo el ala. James se dejó caer sobre la cama, sacó un trozo de pergamino y una pluma, y empezó a escribir, cuidando de no derramar tinta sobre las mantas.

Queridos Papá y Mamá:

Llegué anoche sin problemas. Ya he conocido a algunos amigos geniales. Ralph resultó ser un Slytherin, lo cual nunca habría supuesto. Zane es un Ravenclaw, y está tan loco como el tío George. Los dos son nacidos muggles, así que estoy aprendiendo un montón aunque las clases no hayan empezado aún. Con su ayuda, Estudios Muggles estará chupado. Ted nos mostró el Sauce Boxeador, pero no nos acercamos mucho, mamá. Hay algunos profesores nuevos aquí. Vi a Neville ayer, pero no tuve oportunidad de entregarle vuestros saludos. Oh, y una delegación de magos americanos llega hoy. Debería ser interesante ya que Zane es de Estados Unidos también. Es una larga historia. Después os cuento más.

Vuestro hijo, James.

Posdata: ¡Soy un Gryffindor!

James sonrió orgullosamente mientras doblaba y sellaba la carta. Se había debatido acerca de la mejor forma de anunciar su Casa a mamá y papá (y a todos los demás, ya que todos estarían esperando a saberlo por sus padres), y había decidido que decirlo directamente sería lo mejor. Cualquier otra cosa habría parecido demasiado casual o innecesariamente grandilocuente.

—Eh, Nobby —murmuró. El pájaro alzó un poco la cabeza, revelando un gran ojo naranja—. Tengo un mensaje para que entregues. ¿Qué tal un vuelo a casa, hmm?

Nobby se estiró, erizó las plumas tanto que pareció del doble de su tamaño por un momento, y después estiró una pata. James abrió la jaula de Nobby y ató la carta. La lechuza se movió cuidadosamente hacia la ventana, desplegó las alas, se encorvó, y se lanzó rápidamente al brillante cielo más allá de la ventana. James, sintiéndose casi absurdamente feliz, observó hasta que Nobby fue una mota entre el distante azul de las montañas. Silbando, se dio la vuelta y corrió ruidosamente escaleras abajo.

Almorzó en la mesa Gryffindor en el Gran Comedor y después se encontró con Zane, Ralph y el resto de la escuela que empezaban a reunirse en el patio principal. Una pequeña orquesta estudiantil se había reunido para tocar el himno nacional americano a la llegada de la delegación de Estados Unidos. La cacofonía mientras afinaban sus instrumentos era ensordecedora. Zane comentó con convicción que era la primera vez que oía
Barras y Estrellas
tocada con gaitas y acordeón. Los estudiantes se arremolinaban y congregaban, llenando el patio. Finalmente, el Profesor Longbotton y otro profesor al que James aún no conocía empezaron a moverse entre la multitud, presionando a los estudiantes para que se colocaran ordenadamente a lo largo de las paredes.

James, Zane y Ralph se encontraron colocados cerca de las verjas frontales, esperando la llegada de los americanos con creciente expectación. James recordaba las historias de sus padres sobre la llegada de las delegaciones de Beauxbatons y Durmstrang cuando el Torneo de los Tres Magos se había celebrado en Hogwarts: los gigantescos caballos y el carruaje volador de unos y el misterioso galeón submarino de los otros. No pudo evitar preguntarse como escogerían llegar los americanos.

La multitud reunida observaba y esperaba, con voces susurrantes. La orquesta estudiantil estaba de pie en una pequeña tribuna, con los instrumentos listos, parpadeando a la luz de la tarde nublada. La directora McGonagall y el resto del personal docente observaba el cielo, colocados a lo largo del pórtico que conducía al vestíbulo principal.

Finalmente, alguien señaló y las voces se alzaron. Todos los ojos giraron, afinando la vista
.
James entrecerró la mirada hacia la neblina dorada sobre los distantes picos de las montañas. Un punto resuelto se hacía más grande a medida que se aproximaba. Mientras observaba, dos más se hicieron visibles, siguiendo de cerca al primero. Los sonidos fueron a la deriva por el patio, aparentemente provenientes de los objetos que se aproximaban. James miró a Zane, que se encogió de hombros, obviamente confundido. El sonido era bajo, un rugido ahogado, haciéndose mucho más alto. Los objetos debían estar moviéndose a gran velocidad porque ya estaban descendiendo rápidamente, tomando forma mientras se aproximaban al patio. El sonido se volvió más bajo, vibrando, como el zumbido de un gigantesco insecto alado. James observó como los objetos se detenían, bajando para encontrarse con sus sombras sobre el césped del patio.

—¡Genial! —gritó Zane sobre el ruido— ¡Son coches!

James había oído hablar del Ford Anglia encantado de su abuelo Weasley, que había sido conducido una vez por su padre y su tío Ron hasta Hogwarts, donde se había refugiado en el Bosque Prohibido y nunca se lo había vuelto a ver. Estos no se le parecían en absoluto. Una diferencia era que, al contrario de las fotos del Anglia que James había visto, estos coches estaban relucientes e inmaculados, los cromados lanzaban destellos a la luz del sol por todo el patio. La otra diferencia, que produjo un sustancioso suspiro de apreciación de la multitud de Hogwarts, eran las alas que se desplegaban a mitad de cada vehículo. Eran exactamente como alas de insectos gigantes, zumbando ruidosamente, captando la luz del sol en borrosos abanicos del color del arco iris.

—¡Es un Dodge Hornet! —gritó Zane, señalando al primero de ellos mientras aterrizaba. Las ruedas delanteras tocaron tierra primero y rodaron ligeramente hacia adelante mientras el resto del coche se posaba tras ellas. Tenía dos puertas, y era de un amarillo feroz, con largas alas de avispa. El segundo, según Zane, que parecía ser un experto en el tema, era un Stutz Dragonfly. Era color verde botella, bajo y alargado, con guardabarros sobresalientes y adornos cromados saliendo de la capota terminada en filo. Sus alas eran también largas y afiladas, provocando un profundo y palpitante zumbido que James podía sentir en el pecho. Finalmente, el último aterrizó, y James no necesitó que Zane lo identificara. Incluso él sabía lo que era un Escarabajo Volkswagen. Su cuerpo bulboso se meció hacia atrás y adelante mientras el llamativo coche rojo descendía, sus alas achaparradas tamborileaban bajo dos duras alas exteriores que se desplegaban en la parte de atrás del coche igual que las de un auténtico escarabajo. Se posó sobre sus ruedas como si fueran un tren de aterrizaje, y las alas dejaron de zumbar, se plegaron delicadamente, y desaparecieron bajo las duras alas exteriores, que se cerraron sobre ellas.

Los hogwartianos irrumpieron en un enorme y excitado saludo en el mismo momento en que la orquesta comenzaba a tocar el himno. Detrás de James, la voz de una chica se mofó por encima del ruido.

—Americanos y sus máquinas.

Zane se giró hacia ella.

—Ese último es alemán. Habría pensado que sabrías eso. —Sonrió hacia ella, después se giró, disfrutando del aplauso.

Mientras la banda de Hogwarts se abría paso a través del himno, las puertas de los coches se abrieron y la delegación americana comenzó a emerger. Tres magos adultos idénticamente vestidos aparecieron primero, uno saliendo de cada coche. Vestían capas oscuras de un gris verdoso hasta el muslo, chalecos negros sobre camisas blancas de cuello alto, y pantalones grises sueltos que se acumulaban justo sobre los calcetines blancos y los brillantes zapatos negros. Se quedaron de pie medio minuto, parpadeando y frunciendo el ceño, como examinando al gentío. Aparentemente satisfechos con el nivel de seguridad del patio, los hombres se apartaron de las puertas abiertas de cada vehículo y asumieron una posición en guardia. James podía ver un poco por la puerta abierta del coche más cercano, el escarabajo, y no se sorprendió ante al interior desproporcionadamente grande y suntuoso. Se movían unas figuras dentro, y entonces la vista quedó bloqueada cuando empezaron a salir del coche.

El número de figuras que emergió de los coches sorprendió incluso a James, que había acampado en tiendas mágicas en muchas ocasiones y sabía lo flexible que el espacio mágico podía ser. Mozos de equipajes con capas color borgoña se acercaron a los portaequipajes de cada vehículo, sacando pequeños carritos y descargando innumerables baúles y maletas en ellos, formando tambaleantes e inestables pilas. Jóvenes brujas y magos con túnicas sorprendentemente informales, algunos incluso con vaqueros y gafas de sol, empezaron a llenar el centro del patio. Brujas y magos adultos con aspecto oficial los siguieron, sus capas de un ligero gris y túnicas color carbón los identificaban como miembros del Departamento Americano de Administración Mágica. Gravitaron, sonriendo, con las manos extendidas, hacia el pórtico, donde la directora McGonagall y los profesores estaban descendiendo para encontrarse con ellos.

Los últimos en emerger de los coches fueron también adultos, aunque la variedad de vestimenta y edad implicaba que ni eran oficiales del departamento ni estudiantes. James supuso que eran los profesores de
Alma Aleron
, la escuela americana de hechicería. Parecía haber uno por coche. El más cercano, que salía del escarabajo, era tan gordo como un barril, con largo cabello gris dividido para enmarcar una cara agradable y cuadrada. Llevaba unas diminutas gafas cuadradas y sonreía con un aire de vaga y arrogante benevolencia hacia los hogwartianos. Algo en él disparó las alarmas en el recuerdo de James, pero no pudo ubicarle del todo. James se giró, buscando al segundo profesor, y le encontró emergiendo del Stutz Dragonfly. Era muy alto, de cabello blanco, con una cara larga y gris, seria y severa. Examinó a la multitud, sus pobladas cejas negras trabajando sobre la tabla de su frente como un par de orugas. Un mozo apareció cerca de él y le ofreció un maletín negro de piel. Sin mirar, el profesor agarró el asa de la maleta con una gran mano nudosa y avanzó, aproximándose al pórtico como un barco a toda vela.

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