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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (88 page)

BOOK: Juego de Tronos
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—Esto sí que es un hombre —dijo Osha mirándolo con una sonrisa amarga—. Si no tiene sangre de gigante, yo soy la reina.

—El maestre Luwin dice que los gigantes ya no existen. Dice que están todos muertos, igual que los hijos del bosque. Ya sólo quedan los huesos en la tierra; a veces, los campesinos los encuentran al arar.

—Pues dile al maestre Luwin que cabalgue más allá del Muro —dijo Osha—. Encontrará a los gigantes, o los gigantes lo encontrarán a él. Mi hermano mató a una. Medía casi cuatro varas, y era de las pequeñas. Los hay de cinco varas. Dicen que son seres temibles, todo pelo y dientes, y que las mujeres tienen barba igual que los varones, así que no hay manera de diferenciarlos. Las hembras se acuestan con humanos; y así nacen los mestizos. A las humanas que capturan no les va tan bien. Los hombres son tan grandes que las destrozan antes de poder dejarlas preñadas. —Le sonrió—. Seguro que no sabes de lo que te hablo, ¿verdad, chico?

—Sí que lo sé —insistió Bran. Sabía todo lo de la cópula: había visto a los perros en el patio, y una vez vio a un semental montando a una yegua. Pero hablar de aquello lo incomodaba. Miró a Hodor y le dijo—: Ve a buscar tus ropas, Hodor. Vístete.

—Hodor. —El hombretón se alejó por donde había llegado, pero tuvo que agacharse para esquivar una rama baja.

Bran se lo quedó mirando. Era increíblemente grande, pensó.

—¿De verdad hay gigantes más allá del Muro? —preguntó a Osha, inseguro.

—Gigantes y cosas peores, joven señor. Intenté decírselo a tu hermano cuando me interrogó, y también al maestre, y a ese chico, Greyjoy, que no hace más que sonreír. Se están levantando vientos fríos, los hombres que se alejan de sus fuegos ya no vuelven... o si vuelven ya no son hombres, sino espectros, con ojos azules y manos frías y negras. ¿Por qué crees que vine al sur con Stiv, Hali y el resto de aquellos idiotas? Mance cree que puede luchar; es un encanto, pero tan testarudo... Como si los caminantes blancos no fueran más que exploradores. ¿Qué sabrá él? Se llena la boca diciendo que es el Rey-más-allá-del-Muro, pero no es más que otro cuervo viejo que huyó de la Torre Sombría. Nunca ha probado el invierno. Yo nací allí arriba, chico, igual que mi madre, y la madre de mi madre, y también su madre. Nací del Pueblo Libre. Nosotros recordamos. —Osha se levantó, sus cadenas tintinearon—. Intenté decírselo a tu señor hermano. Ayer mismo, cuando lo vi en el patio. Lo llamé «Mi señor Stark», toda respetuosa. Pero él me miró como si no me viera, y ese gordo sudoroso, Jon Umber
el Gran Jon
, me apartó a un lado de un manotazo. Pues como quiera. Llevaré grilletes y cerraré la boca. El hombre que no quiere escuchar no puede oír.

—Cuéntamelo a mí. Robb me escuchará, estoy seguro.

—¿De verdad? Ya veremos. Pues dile esto, mi señor: dile que va a marchar en la dirección que no debe. Tendría que llevar sus espadas hacia el norte, no hacia el sur. ¿Me entiendes?

Bran asintió.

—Se lo diré.

Pero aquella noche, durante el banquete del Salón Principal, Robb no estuvo presente. Hizo que le llevaran la cena a sus habitaciones para tomarla con Lord Rickard, el Gran Jon y otros señores vasallos, con intención de ultimar los planes para la larga marcha que los esperaba. A Bran le correspondía ocupar su puesto en la cabecera de la mesa, y actuar como anfitrión para los hijos de Lord Karstark y sus honorables amigos. Ya estaban todos en sus sitios cuando Hodor entró con Bran en la espalda y se arrodilló ante el asiento más elevado. Dos criados lo sacaron de la cesta. Bran sentía los ojos de todos los desconocidos clavados en él. Se había hecho un gran silencio.

—Mis señores —anunció Hallis Mollen—, Brandon Stark, de Invernalia.

—Os doy la bienvenida junto a nuestros hogares encendidos —dijo Bran, con rigidez—, y os ofrezco pan y aguamiel en nombre de nuestra amistad.

Harrion Karstark, el mayor de los hijos de Lord Rickard, hizo una reverencia, y sus hermanos lo imitaron. Pero, a medida que se iban sentando, oyó por encima del estrépito de las copas que los dos más jóvenes hacían comentarios. «... antes la muerte que vivir así», dijo uno, el que se llamaba igual que su padre, Eddard. Y su hermano Torrhen le respondió que probablemente el chico estaba tan roto por dentro como por fuera, y tenía miedo de quitarse la vida.

«Roto», pensó Bran con amargura. Agarró el cuchillo por fuerza. ¿Eso era? ¿Bran
el Roto
?

—No quiero estar roto —susurró furioso al maestre Luwin, sentado a su derecha—. Quiero ser caballero.

—A veces a los de nuestra orden nos llaman caballeros del pensamiento —replicó Luwin—. Eres un muchacho muy inteligente cuando quieres, Bran. ¿Has pensado alguna vez que podrías lucir una cadena de maestre? Aprenderías infinidad de cosas.

—Quiero aprender magia —dijo Bran—. El cuervo me prometió que volaría.

—Puedo enseñarte historia —dijo el maestre Luwin con un suspiro—, curación, las propiedades de las hierbas... Puedo enseñarte el lenguaje de los pájaros, y a construir un castillo, y a guiarte por las estrellas como hacen los marineros con sus barcos. Puedo enseñarte a medir los días y a marcar las estaciones, y en la Ciudadela de Antigua aprenderías mil cosas más. Pero no, Bran. Nadie te puede enseñar magia.

—Los hijos sí podrían —replicó Bran—. Los hijos del bosque. —Entonces recordó la promesa que había hecho a Osha en el bosque de dioses, y se lo contó todo a Luwin.

—Me parece que esa salvaje cuenta cuentos mejor que la Vieja Tata —dijo el maestre cuando Bran hubo terminado, después de escucharlo con educación—. Si quieres volveré a hablar con ella, pero será mejor que no molestes a tu hermano con esas tonterías. Tiene muchas preocupaciones; no le hace ninguna falta pensar en gigantes y hombres muertos que rondan por ahí. Los que tienen a tu padre son los Lannister, Bran, no los hijos del bosque. —Le puso una mano en el brazo con gesto amable—. Piensa en lo que te he dicho, muchacho.

Y dos días más tarde, bajo la luz rojiza del amanecer, Bran estaba en el patio, en la puerta de la muralla, sujeto con correas a
Bailarina
, para despedir a su hermano.

—Ahora eres el señor de Invernalia —le dijo Robb. Iba a lomos de un semental gris de crines hirsutas. De la silla del caballo colgaba su escudo, de madera con refuerzos de hierro, blanco y gris, con el blasón del lobo huargo. Vestía una cota de mallas color gris sobre las prendas de cuero, de la cintura le colgaban una espada y una daga, y se cubría los hombros con una capa ribeteada en piel—. Tendrás que ocupar mi lugar, igual que yo ocupé el de mi padre, hasta que volvamos a casa.

—Lo sé —dijo Bran con tristeza. Jamás se había sentido tan solo y tan asustado. No sabía qué hacer para ser un señor.

—Atiende los consejos del maestre Luwin, y cuida bien de Rickon. Dile que volveré en cuanto acabe la batalla.

Rickon se había negado a bajar. Estaba en su habitación, con los ojos enrojecidos, desafiante.

«¡No! —había gritado cuando Bran le preguntó si no quería ir a decir adiós a Robb—. ¡No adiós!»

—Ya se lo he dicho —suspiró Bran—. Dice que nadie vuelve.

—No puede comportarse como un crío eternamente. Es un Stark, y tiene casi cuatro años. —Robb suspiró—. En fin; Madre no tardará en volver. Y yo traeré a Padre, te lo prometo.

Espoleó el caballo y se alejó al trote seguido por
Viento Gris
, delgado y veloz. Hallis Mollen los precedió a través de la puerta, con el estandarte blanco de la Casa Stark ondeando al viento. Theon Greyjoy y el Gran Jon iban cada uno a un lado de Robb, y sus caballeros formaron una doble columna tras ellos, mientras el sol arrancaba reflejos de las puntas de acero de las lanzas.

Recordó, inquieto, las palabras de Osha: «Va a marchar en la dirección que no debe». Por un momento sintió deseos de galopar en pos de él y avisarle, pero entonces Robb desapareció bajo el rastrillo, y la ocasión se esfumó.

Al otro lado de los muros del castillo resonó un clamor. Los soldados de a pie y los habitantes de la ciudad aclamaban a Robb cuando pasaba junto a ellos. Aclamaban a Lord Stark, al señor de Invernalia, a lomos de su gran corcel, con la capa ondeando al viento y
Viento Gris
corriendo a su lado. Bran, dolido, comprendió que a él nunca lo aclamarían así. La ausencia de su padre y de su hermano lo convertía en el señor de Invernalia, pero seguía siendo Bran
el Roto
. Ni siquiera podía bajarse solo del caballo.

Cuando los gritos y aclamaciones se fueron acallando, y el patio quedó al fin desierto, Invernalia le pareció un lugar abandonado y muerto. Bran examinó los rostros de los que quedaban allí, mujeres, niños y ancianos... y Hodor. El enorme mozo de cuadras tenía una expresión asustada en el rostro.

—¿Hodor? —dijo con tristeza.

—Hodor —asintió Bran, preguntándose qué significaría aquello.

DAENERYS (6)

Cuando hubo obtenido placer, Khal Drogo se levantó de las mantas de dormir, imponente como un torreón. La luz rojiza de los braseros le arrancaba destellos de la piel oscura como el bronce, y destacaba las líneas tenues de antiguas cicatrices en el pecho amplio. El pelo suelto, negro como la tinta, le caía sobre los hombros y por la espalda, más allá de la cintura. Su miembro tenía un brillo húmedo. El
khal
tenía los labios fruncidos bajo los largos bigotes.

—El semental que monta el mundo no necesita sillas de hierro.

Dany se incorporó sobre un codo para mirarlo, tan alto, tan magnífico. Lo que más le gustaba era su cabello. Nunca se lo había cortado, porque no conocía la derrota.

—La profecía dice que el semental cabalgará hasta los confines de la tierra —dijo.

—La tierra termina en el mar de sal negra —replicó Drogo al instante. Mojó un paño en un barreño de agua tibia para limpiarse el sudor y el aceite de la piel—. Ningún caballo puede cruzar agua envenenada.

—En las Ciudades Libres hay miles de barcos —le dijo Dany, como tantas veces antes—. Caballos de madera con cien patas, que vuelan sobre el mar con alas llenas de viento.

—No hablaremos más de caballos de madera y sillas de hierro. —Khal Drogo no quería oír hablar de aquello. Soltó el paño y empezó a vestirse—. Hoy iré a la hierba a cazar, mujer esposa —anunció mientras se ponía un chaleco pintado y se abrochaba un cinturón ancho, hecho de medallones de plata, oro y bronce.

—Sí, mi sol y estrellas —dijo Dany.

Drogo y sus jinetes de sangre iban a cabalgar en busca del
hrakkar
, el gran león blanco de las llanuras. Si regresaban triunfantes, su señor esposo estaría de excelente humor, y quizá entonces la escuchara.

Él no temía a las bestias salvajes, ni a ningún hombre que respirase, pero el mar era otra cosa. Para los dothrakis, el agua que los caballos no podían beber era agua contaminada; las llanuras ondulantes y verdosas del océano les inspiraban una repulsión supersticiosa. Drogo era más audaz que cualquier otro señor de los caballos en casi todos los sentidos... pero no en aquél. Si ella consiguiera subirlo a un barco...

Cuando el
khal
y sus jinetes de sangre se marcharon con sus arcos, Dany llamó a las doncellas. Se sentía tan gruesa y torpe que agradecía la ayuda de sus manos fuertes y hábiles, cuando en el pasado la había incomodado su manera de revolotear en torno a ella. La limpiaron bien, y la vistieron con sedas sueltas y vaporosas. Mientras Doreah le cepillaba el cabello, envió a Jhiqui a buscar a Ser Jorah Mormont.

El caballero acudió al instante. Llevaba polainas de piel de caballo y chaleco pintado, como cualquier otro jinete. Tenía el pecho amplio y los brazos musculosos cubiertos de vello negro.

—Princesa mía —dijo—. ¿En qué puedo serviros?

—Quiero que habléis con mi señor esposo —dijo Dany—. Drogo dice que el semental que monta el mundo gobernará sobre todas las tierras, y no tendrá por qué cruzar las aguas envenenadas. Habla de llevar el
khalasar
al este cuando nazca Rhaego, para saquear las tierras que rodean el mar de Jade.

—El
khal
no ha visto jamás los Siete Reinos —dijo al final el caballero, que se había quedado pensativo—. Para él no significan nada. Si alguna vez piensa en ellos, sin duda los imagina como islas, como unas cuantas ciudades pequeñas erigidas sobre rocas, como Lorath o Lys, y rodeadas de mares tormentosos. Las riquezas del este le parecen una perspectiva más tentadora.

—Pero debe ir hacia el oeste —insistió Dany, desesperada—. Por favor, ayudadme; tengo que hacer que lo entienda.

Ella nunca había visto los Siete Reinos, igual que Drogo, pero sentía que los conocía tras escuchar todas las historias que le contara su hermano. Viserys le había prometido mil veces que algún día la llevaría allí. Pero estaba muerto, y sus promesas habían muerto con él.

—Los dothrakis hacen las cosas cuando creen conveniente, y por los motivos que consideran convenientes —respondió el caballero—. Tened paciencia, princesa. No cometáis el mismo error que vuestro hermano. Volveremos a nuestro hogar, os lo prometo.

¿Hogar? Aquella palabra la entristecía. Ser Jorah tenía su Isla del Oso, pero, ¿cuál era el hogar para ella? Unas cuantas historias, nombres recitados con la solemnidad de una plegaria, el recuerdo cada vez más lejano de una puerta roja... ¿Sería Vaes Dothrak su hogar para siempre? Cuando miraba a las viejas del
dosh khaleen
, ¿estaba contemplando su futuro?

Ser Jorah debió de advertir la tristeza en su rostro.

—Durante la noche ha llegado una gran caravana,
khaleesi
. Cuatrocientos caballos que vienen de Pentos, pasando por Norvos y por Qohor, bajo el mando del capitán mercante Byan Votyris. Puede que Illyrio haya enviado alguna carta. ¿Queréis ir al Mercado Occidental?

—Sí —dijo Dany animada—. Me encantaría. —Los mercados cobraban vida siempre que llegaba una caravana. Nunca se sabía qué tesoros llevaban los mercaderes, y le gustaría volver a oír hablar en valyriano, como en las Ciudades Libres—. Irri, que me preparen una litera.

—Avisaré a vuestro
khas
—dijo ser Jorah, al tiempo que se retiraba.

Si Khal Drogo hubiera estado con ella, Dany habría ido montada en plata. Las madres dothrakis iban a caballo casi hasta el momento del parto, y ella no quería parecer débil a los ojos de su esposo. Pero el
khal
estaba de caza, y era agradable tumbarse sobre cojines suaves y dejarse llevar por Vaes Dothrak bajo cortinas rojas que la protegían del sol. Ser Jorah montó y cabalgó junto a ella, con los cuatro jóvenes de su
khas
y las doncellas.

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