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Authors: Otfried Preussler

Krabat y el molino del Diablo (10 page)

BOOK: Krabat y el molino del Diablo
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—Sí, claro —dijo Krabat siguiéndole hacia la cocina.

Al lado del horno estaba preparado un haz de leña. Juro fue al armario a coger un cuchillo, pero Krabat declaró que llevaba el suyo a mano.

—¡Tanto mejor! Manos a la obra entonces, ¡y ten cuidado, no te vayas a cortar!

Krabat se puso a la faena. Le parecía como si de la navaja de Tonda emanara una fuerza vital. La sopesó, pensativo. Por primera vez desde la noche de año nuevo había vuelto a cobrar ánimos, por primera vez sentía nueva confianza.

Sin que él se diera cuenta, Juro se había puesto a su lado y le miraba por encima del hombro.

—¡Vaya navaja! —dijo—. ¡Con ella sí que puedes ir presumiendo por ahí!

—Es un recuerdo —dijo el muchacho.

—¿De alguna muchacha quizá?

—No —dijo Krabat—. De un amigo como no volverá a haber otro en el mundo.

—¿Estás seguro de eso? —preguntó Juro.

—De eso —dijo Krabat— estaré seguro toda mi vida.

A la mañana siguiente al entierro de Tonda los mozos del molinero llegaron al acuerdo de que a partir de entonces Hanzo ocuparía el puesto de oficial mayor, y Hanzo se declaró dispuesto a serlo.

El maestro estuvo fuera hasta la víspera del día de Reyes. Ya estaban acostados en sus catres, y Krabat iba a apagar la luz justo en el mismo momento en que se abrió la puerta del desván. El maestro apareció en el umbral, muy pálido, como si le hubieran pintado con cal. Echó un vistazo a la redonda. Pareció no ver que Tonda ya no estaba allí; por lo menos no dejó que se notara.

—¡A trabajar! —ordenó. Luego se marchó y no volvió a aparecer en el resto de la noche.

Los ayudantes del molinero parecieron cobrar vida. Echaron a un lado las mantas, saltaron de sus jergones de paja, se pusieron la ropa a toda prisa.

—¡Vamos! —instó Hanzo—. ¡Que si no el maestro se va a impacientar, ya le conocéis!

Petar y Staschko corrieron a la presa del molino, a abrir la esclusa. Los demás se fueron atropelladamente al cuarto de la molienda, echaron el grano y pusieron el molino en funcionamiento. Cuando se puso en marcha, con un gemido y un matraqueo y unas secas sacudidas, a los oficiales se les quitó un peso de encima.

«¡Vuelve a moler de nuevo! —pensó Krabat—. La vida continúa.»

A eso de la medianoche habían terminado el trabajo. Cuando entraron en el dormitorio vieron que en el catre que había sido de Tonda había alguien acostado: un muchachito flaco y pálido de hombros estrechos y cabellos rojos. Se pusieron alrededor del durmiente y le despertaron, igual que habían despertado a Krabat hacía un año. Y al igual que Krabat se asustó de ellos, también el pelirrojo se asustó al ver a aquellos once fantasmas junto a su cama.

—¡No tengas miedo! —dijo Michal—. Somos los ayudantes del molinero, no tienes por qué temblar ante nosotros ¿Cómo te llamas?

—Witko. ¿Y tú?

—Yo soy Michal... y éste de aquí es Hanzo, el oficial mayor. Éste es mi primo Merten, éste es Juro...

A la mañana siguiente cuando Witko llegó a desayunar llevaba puesta la ropa de Tonda. Le sentaba como si la hubieran hecho especialmente para él. Parecía que no le daba mayor importancia y tampoco preguntó a quién le había pertenecido. Estaba bien así, así a Krabat se le hacía la cosa más llevadera.

Por la noche —el nuevo aprendiz había estado todo el día matándose a trabajar en el cuarto de la harina y ya se había ido a la cama—, por la noche el molinero ordenó a los muchachos y a Krabat que fueran a verle al cuarto del maestro. Estaba sentado en su butaca vestido con un abrigo negro: encima de la mesa, ante él, dos velas encendidas, entre ellas había una hachuela y su sombrero de tres picos, que, asimismo, era de color negro.

—Os he mandado venir —dijo una vez que los muchachos estuvieron reunidos en el cuarto— como exige el reglamento del molino. ¿Hay algún aprendiz entre vosotros? ¡Que dé un paso al frente!

En un primer momento Krabat no comprendió que se estaba refiriendo a él. Petar le dio un codazo en las costillas, entonces se dio cuenta y dio un paso al frente.

—¡Tu nombre!

—Me llamo Krabat.

—¿Quién responde de ello?

—Yo —dijo Hanzo poniéndose al lado de Krabat—. Yo respondo de este muchacho y de su nombre.

—Uno es igual que ninguno —replicó el maestro.

—Es verdad —intervino entonces Michal colocándose al otro lado de Krabat—. Pero dos son un par, y un par es suficiente para dar testimonio. Por eso yo también respondo de este muchacho y de su nombre.

Entre el maestro y los oficiales que estaban a los lados de Krabat se entabló un diálogo que discurría siguiendo unas reglas y unas fórmulas fijas. El maestro les preguntó a ambos si el aprendiz Krabat había aprendido el oficio de molinero y dónde y cuándo lo había aprendido, y le aseguraron que el muchacho estaba suficientemente adiestrado en todas las artes y prácticas.

—¿Respondéis de ello ante mí?

—Respondemos de ello —dijeron Hanzo y Michal.

—¡Pues bien, entonces absolveremos a este aprendiz, Krabat, conforme al reglamento del molino y a los usos del gremio!

¿Absolverle? Krabat creía no haber oído bien. ¿Es que su período de aprendizaje había terminado ya... después del primer año?

El maestro se puso en pie, se puso el sombrero de tres picos. Luego agarró la hachuela y se acercó al muchacho. Mientras le tocaba la coronilla y los hombros con la hoja del hacha exclamó:

—¡En nombre del gremio, Krabat! Yo, como patrón y maestro tuyo, te libero con esto, en presencia de los mozos del molino aquí reunidos, de tu condición anterior de aprendiz. De ahora en adelante serás un oficial entre los oficiales y se te considerará mozo según las costumbres de la molinería.

Dicho aquello le puso a Krabat en la mano el hacha, llevarla al cinto era un privilegio de los muchachos absueltos; luego le hizo salir del cuarto junto a los demás.

Krabat estaba sorprendido y perplejo, con aquello no había contado. Abandonó la habitación el último y cerró la puerta tras de sí. Entonces, inesperadamente, le cayó un costal de harina sobre la cabeza, luego alguien le agarró de los hombros y de las piernas.

—¡Fuera con él, al cuarto de la molienda!

Era Andrusch el que había gritado. Krabat intentó soltarse a base de patalear... ¡en vano! Riéndose y armando alboroto, los muchachos le llevaron al cuarto de la molienda, le tiraron al cajón de la harina y esperaron a zurrarle la badana.

—¡Hasta ahora era un aprendiz! —exclamó Andrusch—. ¡Pasémosle entre las piedras, hermanos! ¡Un mozo de molino deber estar limpio de polvo y paja!

Amasaron a Krabat como si estuvieran amasando pan; le revolcaron de tal manera de un lado a otro del cajón de la harina que hasta sintió mareos; le dieron puñetazos y empujones y uno de ellos le pegó un par de veces con todas sus fuerzas en la cabeza, hasta que Hanzo se interpuso:

—¡Basta ya, Lyschko! ¡Queremos molerle, no matarle!

Cuando le soltaron, Krabat se sentía como si realmente le hubieran pasado por una rueda de molino. Petar le bajó al costal, y Staschko le restregó un puñado de harina por la cabeza.

—¡Ya está bien molido! —anunció Andrusch—. ¡Os lo agradezco, hermanos! Ahora ya se ha convertido en un mozo de buena cepa del que ninguno de nosotros tiene que avergonzarse.

—¡Arriba! —exclamaron Petar y Staschko, que junto con Andrusch parecían ser los que llevaban la voz cantante—. ¡Arriba con él!

A Krabat le volvieron a coger por los brazos y por las piernas y le lanzaron hacia lo alto y le recogieron. Lo hicieron tres veces seguidas, luego mandaron a Juro a por vino de la bodega, y Krabat tuvo que beber a la salud de todos y cada uno de ellos.

—¡A tu salud, hermano! ¡Buen provecho!

—¡Buen provecho, hermano!

Mientras los demás seguían bebiendo, Krabat se sentó sobre un montón de costales vacíos. ¿Acaso era raro que tuviera la cabeza como un bombo después de todo lo que había tenido que pasar aquella noche?

Después llegó Michal y se sentó a su lado.

—Parece que hay determinadas cosas que no terminas de ver claras.

—No —dijo Krabat—. ¿Cómo es posible que el maestro me haya absuelto? ¿Es que ya ha terminado mi período de aprendizaje?

—El primer año en el molino de Koselbruch vale por tres —dijo Michal—. Debes de haberte dado cuenta de que desde que llegaste aquí te has hecho mayor, Krabat; justo tres años mayor.

—¡Pero eso no es posible!

—Sí que lo es —dijo Michal—. En el molino son posibles muchas más cosas, de eso deberías haberte dado cuenta ya.

Un invierno suave

El invierno siguió tal como había empezado: suave y con mucha nieve. El hielo que se formaba delante de la esclusa, en la presa y en el caz les dio aquel año poco trabajo a los muchachos. Lo arrancaban rápidamente, y a veces no se volvía a congelar otra vez en media semana. Por el contrario nevaba a menudo y en abundancia... para sufrimiento del nuevo aprendiz que apenas podía dar abasto quitando nieve.

Cuando Krabat observaba al tal Witko —tan enjuto y tan mocoso como era— comprendía que debía de ser cierto lo que Michal le había dicho de que él era ahora tres años más viejo y que realmente él mismo tenía que haberse dado cuenta de ello: por su voz, por su cuerpo, por sus fuerzas y porque desde el comienzo del invierno le había salido alrededor de la barbilla y de las mejillas un ligero vello, que no saltaba a la vista pero que se notaba claramente cuando se pasaba el dedo por encima.

Durante aquellas semanas pensó constantemente en Tonda, le echaba de menos en todo, y le dolía no poder visitar su tumba. Lo había intentado en dos ocasiones, pero ninguna de las dos veces había podido llegar muy lejos: había demasiada nieve en Koselbruch, se había quedado atascado en ella, después de haber dado sólo unos pocos centenares de pasos. A pesar de todo, seguía decidido a hacer un tercer intento en cuanto se presentara la ocasión, pero un sueño se le anticipó.

Es primavera, la nieve se ha derretido, el viento la ha disipado. Krabat va por Koselbruch, es de noche y de día. La luna está en el cielo, el sol brilla. Krabat va a llegar pronto a la Planicie Yerma, entonces ve entre la niebla una figura que avanza hacia él. No, se aleja. Le parece que es Tonda.

—¡Tonda! —exclama—. ¡Deténte! ¡Soy yo, Krabat!

Le parece como si la figura dudara un instante. Como luego sigue andando también él prosigue su camino.

—¡Deténte, Tonda!

Krabat empieza a correr. Corre todo lo que puede. La distancia que les separa se reduce.

—¡Tonda! —exclama.

Ya está tan sólo a unos cuantos pasos, está de pie ante una zanja. La zanja es ancha y profunda, no hay ninguna pasarela que la cruce, no hay ningún madero cerca por el que poder cruzar.

Al otro lado está Tonda, le da la espalda.

—¿Por qué huyes de mí, Tonda?

—No huyo de ti. Debes saber que estoy en la otra orilla. Quédate tú en la tuya.

—¡Vuelve la cara hacia mí al menos!

—No puedo mirar atrás, Krabat, no me está permitido. Pero oigo y te contestaré, tres veces en total. Ahora pregúntame lo que tengas que preguntar.

¿Lo que tenga que preguntar? Krabat no necesita pensárselo dos veces.

—¿Quién es el responsable de tu muerte, Tonda?

—Sobre todo yo mismo.

—¿Y quién más?

—Lo sabrás, Krabat, si mantienes los ojos abiertos. Ahora la tercera pregunta.

Krabat se lo piensa. ¡Habría aún tantas cosas que le gustaría saber!

—Estoy muy solo —dijo—. Desde que no estás ya no me queda ningún amigo. ¿A quién puedo confiarme? ¿Qué me aconsejas?

Tonda no le mira, ni siquiera ahora.

—Vete a casa —dijo— y confíate al primero que te llame por tu nombre: en él podrás confiar. ¡Y otra cosa antes de que me vaya! ¡La última! Que visites mi tumba no es importante. Yo sé que piensas en mí, eso es más importante.

Lentamente Tonda levanta la mano como despedida. Luego se disipa en la niebla, y sin volver la cabeza desaparece.

—¡Tonda! —le llama Krabat—. ¡No te vayas, Tonda! ¡No te vayas!

Grita con toda su alma, y de repente oye cómo alguien exclama «¡Krabat!»... «¡Despierta, Krabat, despierta!»

Michal y Juro estaban ante el catre de Krabat, se inclinaron hacia él. Krabat no sabía si todavía estaba soñando o ya estaba despierto.

—¿Quién me ha llamado? —preguntó.

—Nosotros —dijo Juro—. ¡Tenías que haberte oído, cómo gritabas en sueños!

—¿Yo? —preguntó Krabat.

—Era para sentir compasión por ti —dijo Michal cogiéndole la mano— ¿Tienes fiebre?

—No —dijo Krabat—. Sólo ha sido un sueño...

Y luego añadió apresuradamente:

—¿Quién de vosotros ha sido el primero en exclamar mi nombre? ¡Decídmelo, tengo que saberlo!

Michal y Juro declararon que no sabían qué contestar, no se habían fijado.

—Pero la próxima vez —opinó Juro— nos echaremos a suertes a ver quién puede despertarte..., para que luego no haya ninguna duda.

Krabat estaba convencido de que tenía que haber sido Michal el primero que le había llamado. Juro, sin duda alguna, era un buen chico, un pedazo de pan, pero también un tonto. Tonda sólo podía haberse referido a Michal cuando habían hablado en sueños. A partir de entonces Krabat siempre se dirigió a él cada vez que necesitaba un consejo o la respuesta a una pregunta.

Michal nunca le decepcionaba, siempre estaba dispuesto a informarle sobre cualquier cosa. Sólo le rechazó una vez que Krabat empezó a hablar de Tonda.

—Los muertos están muertos —dijo Michal—. No volverán a la vida por mucho que hable uno de ellos.

En muchas cosas Michal se parecía a Tonda. Krabat sospechaba que le estaba prestando ayuda a escondidas al nuevo aprendiz, porque le veía a menudo hablando con Witko, igual que Tonda había hablado con Krabat y le había ayudado en el invierno anterior.

También Juro acogió para sí al nuevo a su manera, instándole constantemente a que comiera.

—¡Come, muchachito, come para que te hagas grande y fuerte y te salgan grasas encima de las costillas!

La semana después de la fiesta de la Candelaria empezaron a trabajar en el bosque.

Seis muchachos, entre ellos Krabat, tenían que llevar hasta el molino los troncos que habían talado y almacenado fuera el año anterior. Con la nieve tan alta eso no era tarea fácil. Para limpiar con palas el sitio donde estaba la madera necesitaron una semana entera y eso a pesar de que entre ellos estaban Michal y Merten, que eran los que con más empeño trabajaban.

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