La carretera (23 page)

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Authors: Cormac McCarthy

Tags: #Ciencia Ficción, #Drama

BOOK: La carretera
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¿Te acuerdas de aquel niño, papá?

Sí. Me acuerdo.

¿Tú crees que estará bien, el niño?

Oh, seguro que sí. Estará bien.

¿Tú crees que se habrá perdido?

No. No lo creo.

Me da miedo que se haya perdido.

Yo creo que estará bien.

Pero ¿quién lo encontrará si es que se ha perdido? ¿Quién encontrará al niño?

La bondad encontrará al niño. Así ha sido siempre y así volverá a ser.

Durmió aquella noche pegado a su padre y lo abrazó pero al despertar por la mañana su padre estaba frío y tieso. Se quedó allí sentado llorando mucho rato y luego se levantó y atravesó el bosque hasta la carretera. Cuando regresó se puso de rodillas al lado de su padre y cogió su fría mano y pronunció su nombre una y otra vez.

Permaneció allí tres días y luego caminó hasta la carretera y miró alternativamente en ambas direcciones. Alguien se acercaba. Dio media vuelta para meterse en el bosque pero se detuvo. Se quedó en la carretera esperando con la pistola en la mano. Había tapado a su padre con todas las mantas y tenía frío y estaba hambriento. El hombre que apareció al fin y se lo quedó mirando iba vestido con una parka gris y amarilla de esquiar. Llevaba una escopeta con el cañón hacia abajo colgada del hombro mediante una correa de cuero trenzado y portaba una bandolera de nailon con balas para la escopeta. Un veterano de antiguas escaramuzas, barbudo, con una cicatriz en la mejilla y el pómulo hundido y la mirada extraviada en su único ojo. Cuando habló su boca hizo movimientos imperfectos. Luego sonrió.

¿Dónde está el hombre que te acompañaba?

Murió.

¿Era tu padre?

Sí. Era mi papá.

Lo siento.

No sé qué hacer.

Creo que deberías venir conmigo.

¿Tú eres de los buenos?

El hombre se quitó la capucha. Tenía el pelo largo y apelotonado. Miró al cielo. Como si allí hubiera algo que ver. Miró al chico. Sí, dijo. Soy de los buenos. ¿Por qué no guardas esa pistola?

Se supone que no debo dejar que nadie me la quite. Pase lo que pase.

Yo no quiero tu pistola. Lo único que quiero es que no me apuntes con ella.

Vale.

¿Dónde están vuestras cosas?

No tenemos mucho.

¿Tienes saco de dormir?

No.

¿Qué es lo que tienes? ¿Mantas?

Mi papá está tapado con ellas.

Llévame allí.

El chico se quedó quieto. El hombre le observó. Luego hincó una rodilla en el suelo y se descolgó la escopeta y permaneció allí de pie apoyado en la caña del arma. Las municiones que llevaba en la bandolera eran de carga manual y tenían los extremos sellados con cera. Olía a humo de leña. Mira, dijo. Tienes dos alternativas. Hemos discutido un poco sobre la conveniencia de venir a buscaros. Puedes quedarte aquí con tu papá y morirte o puedes venir conmigo. Si te quedas más vale que te apartes de la carretera. No sé cómo habéis llegado tan lejos. Pero yo creo que deberías venir conmigo. No te pasará nada.

¿Y cómo puedo saber que eres uno de los buenos?

No puedes. Tendrás que hacer la prueba.

¿Lleváis el fuego?

¿Cómo dices?

Si lleváis el fuego.

Te has quedado como turulato, ¿verdad?

No.

Solo un poquito.

Sí.

Bueno.

Entonces, ¿sí o no?

¿Qué? ¿Si llevamos el fuego?

Sí.

Sí. Lo llevamos.

¿Tenéis chicos?

Sí.

¿Y un niño pequeño?

Un niño y una niña.

¿Él cuántos años tiene?

Más o menos como tú. Quizá un poco más.

Y no os los coméis.

No.

No coméis personas.

No. No comemos personas.

¿Y puedo ir con vosotros?

Sí puedes.

Entonces vale.

Vale.

Se adentraron en el bosque y el hombre se puso en cuclillas y contempló la gris y consumida figura que yacía bajo el tablero inclinado. ¿Estas son todas las mantas que tenéis?, dijo.

Sí.

¿Tu maleta es esa?

Sí.

Se incorporó y miró al chico. Será mejor que vayas a la carretera y me esperes allí. Yo llevaré las mantas y lo demás.

Y mi papá ¿qué?

Qué de qué.

No podemos dejarlo aquí.

Sí que podemos.

No quiero que lo vea gente.

Nadie lo verá.

¿Puedo taparlo con hojas?

El viento se las llevará.

¿Podríamos taparlo con una de las mantas?

Yo lo haré. Ahora vete.

Vale.

Esperó en la carretera y cuando el hombre regresó del bosque llevaba el maletín en una mano y las mantas sobre el hombro. Las estuvo mirando y le pasó una al chico. Toma, dijo. Envuélvete con esto. Tienes frío. El chico hizo ademán de darle la pistola pero no quiso cogerla. Quédatela tú, dijo.

Vale.

¿Sabes cómo se dispara?

Sí.

Bien.

¿Y mi papá?

No se puede hacer nada más.

Creo que me gustaría decirle adiós.

¿Estarás bien?

Sí.

Adelante. Te espero aquí.

Volvió al bosque y se arrodilló al lado de su padre. Estaba envuelto en una manta como el hombre le había prometido y el chico no lo destapó sino que se sentó a su lado y ahora estaba llorando pero no podía parar. Lloró mucho rato. Te hablaré todos los días, susurró. Y no me olvidaré. Pase lo que pase. Luego se levantó y dio media vuelta y regresó a la carretera.

La mujer al verle lo rodeó con sus brazos y lo estrechó. Oh, dijo, me alegro tanto de verte. A veces le hablaba de Dios. Él intentó hablar con Dios pero lo mejor era hablar con su padre y eso fue lo que hizo y no se le olvidó. La mujer dijo que eso estaba bien. Dijo que el aliento de Dios era también el de él aunque pasara de hombre a hombre por los siglos de los siglos.

Una vez hubo truchas en los arroyos de la montaña. Podías verlas en la corriente ambarina allí donde los bordes blancos de sus aletas se agitaban suavemente en el agua. Olían a musgo en las manos. Se retorcían, bruñidas y musculosas. En sus lomos había dibujos vermiformes que eran mapas del mundo en su devenir. Mapas y laberintos. De una cosa que no tenía vuelta atrás. Ni posibilidad de arreglo. En las profundas cañadas donde vivían todo era más viejo que el hombre y murmuraba misterio.

CORMAC McCARTHY, (1933) nació en Rhode Island, Estados Unidos. Las circunstancias de su biografía se hallan envueltas en la leyenda: no concede entrevistas, se dice que vivió bajo una torre de perforación petrolífera y que en su juventud llevó la vida de un vagabundo. Considerado como uno de los más importantes escritores norteamericanos de la actualidad, la publicación en 1992 de
Todos los hermosos caballos
, ganadora del National Book Award, lo reveló como uno de los autores de mayor fuerza de la nueva narrativa norteamericana. Su éxito, de crítica y público, se vio incrementado con la publicación de
En la frontera
y
Ciudades de la llanura
, que completan la llamada Trilogía de la frontera. Otras de sus obras son
Hijo de Dios, Meridiano de sangre, El guardián del vergel, Suttree, No es país para viejos
y
La carretera
.

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