La cicatriz (17 page)

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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

BOOK: La cicatriz
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Se quedó un rato sentada en el suelo con las piernas extendidas, apoyada contra las estanterías, mirando fijamente la copia de
Códices de los Montes del Ojo del Gusano
. Palpó el lomo deshilachado y las letras ligeramente estampadas, «B. Gelvino». Era su propia copia: la reconocía por lo vieja que estaba. La miró con cautela, como si fuera una prueba que corría el riesgo de fallar.

La caja no contenía su otra obra,
Gramatología del Alto Kettai
, pero en cambio encontró los manuales del jaiba de Salkrikaltor que se había llevado al
Terpsícore
.

Nuestras cosas salen por fin a la luz,
pensó.

Aquello la afectó como un golpe.

Esto era mío. Me lo robaron
.

¿Qué más provenía de su barco? ¿Era aquella la copia del Dr. Mollificatt de
Tensiones futuras
?, se preguntó. ¿Y aquella otra la de
Ortografía y jeroglíficos
de la muda Cardomium?

No podía estarse quieta. Se levantó y caminó, tensa, paseó sin propósito, afligida, por la biblioteca. Salió al exterior y vagó por los puentes que mantenían unidos los barcos, llevando su libro aferrado contra el pecho, sobre el agua y luego de regreso a la oscuridad de las estanterías.

—¿Bellis?

Levantó la mirada, confusa. Carrianne estaba allí, con la boca fruncida ligeramente en una mueca que podía ser de burla o preocupación. Estaba terriblemente pálida pero hablaba con su voz fuerte de costumbre.

El libro colgaba de la mano de Bellis. Su respiración se calmó y borró la crisis de su semblante. Adoptó una expresión más apacible y se preguntó lo que debía decir. Carrianne la tomó del brazo y empezaron a caminar juntas.

—Bellis —volvió a decir y aunque esbozaba una sonrisa falsa, en su voz había amabilidad genuina—. Ya va siendo hora de que tú y yo hagamos un esfuerzo por conocernos mejor. ¿Has comido?

Carrianne la arrastró con delicadeza por los pasillos del
Peso Danzante
, hasta una plataforma medio cubierta del
Pincherman. Esto no es propio de mí
, pensó Bellis mientras la seguía,
dejarme llevar de esta manera. No es propio de mí en absoluto
. Pero estaba sumida en una especie de duermevela y no podía sino ceder a la insistencia de Carrianne.

Al llegar a la salida, se dio cuenta con una bocanada de sorpresa que aún llevaba en la mano su copia de
Códices de los Montes del Ojo del Gusano
. La había estado apretando con tal fuerza que sus manos habían perdido todo el color.

Su corazón se aceleró al darse cuenta de que bajo la protección de Carrianne podía pasar al lado de los guardias llevando el libro consigo, perderse de vista, podía dejar la biblioteca con su contrabando.

Pero cuanto más se acercaba a la puerta más titubeaba y menos entendía sus motivos para hacerlo, más se sentía aterrada de repente por la posibilidad de ser capturada, y por fin, con un súbito suspiro depositó la monografía en el carrito que había junto a la mesa. Carrianne la observaba con una mirada inescrutable. Desde la luz, bajo la puerta, Bellis se volvió para mirar a su abandonado volumen y sintió una oleada de algo, una emoción trémula.

Si se trataba de triunfo o derrota, no hubiera podido decirlo.

El
Psire
era el barco más grande de la Espuela del Reloj, un vapor de gran tamaño y diseño arcaico que ahora albergaba industrias y viviendas baratas. Sobre la cubierta de popa se erguían destartalados bloques de hormigón cubiertos de excrementos de pájaro. Los tendederos unían ventanas por las que se asomaban y charlaban humanos y khepri. Bellis descendía tras Carrianne por una escalera de cuerda, hacia el mar, envuelta en el olor de sal y la humedad hasta una galera amarrada a la sombra del
Psire
.

Bajo la cubierta de la galera se encontraba el restaurante, lleno de ruidosos comensales. Los camareros eran humanos y khepri e incluso había entre ellos un par de vetustos constructos. Caminaban por los estrechos espacios que quedaban entre las dos filas de bancos, depositando cuencos de gachas y platos de pan negro, ensaladas y quesos.

Carrianne pidió para las dos y a continuación se volvió hacia Bellis con una mirada de preocupación sincera.

—¿Y bien? —dijo—. ¿Qué te pasa?

Bellis la miró y durante un segundo terrible creyó que iba a echarse a llorar. La sensación desapareció rápidamente y recompuso el semblante. Apartó los ojos de Carrianne y se volvió hacia los demás clientes, humanos, khepri y cactos. Un par de mesas más allá había dos llorgis, cuyos cuerpos trifurcados parecían mirar en todas direcciones al mismo tiempo. Tras ella había una resplandeciente cosa anfibia procedente del paseo Soleado, de una especie que ni siquiera reconocía.

Sintió el movimiento del restaurante al ser acariciado por las olas.

—Reconozco los síntomas, ¿sabes? —dijo Carrianne—. A mí también me trajeron aquí a la fuerza.

Bellis levantó la mirada al instante.

—¿Cuándo? —preguntó.

—Hace casi doce años —dijo Carrianne mientras miraba por la ventana en dirección a Puerto Basilio y los remolcadores que navegaban más allá, arrastrando todavía la ciudad. Dijo algo muy despacio en un idioma que Bellis casi reconoció. La parte analítica de su cerebro de lingüista empezó a cotejar, a catalogar las fricativas con su distintivo punteo, pero Carrianne se le adelantó.

—Es algo que solíamos decir en mí país cuando alguien se sentía mal. Algo estúpido y trivial como «Podría ser peor». Literalmente significa «Aún tienes ojos y no se te han roto las gafas» —se inclinó hacia delante y sonrió—. Pero no me molestaré si no te consuela. Estoy más lejos de mi primer hogar que tú, chica de Crobuzon. Más de tres mil kilómetros más lejos. Soy del estrecho de Fuegagua.

Rió al ver que Bellis enarcaba las cejas en una mirada incrédula.

—De una isla llamada Geshen, controlada por la Brujocracia —probó la gallina enana de Armada—. La Brujocracia, más propiamente conocida como Shud zar Myrion zar Koni —agitó las manos en un gesto de burlona grandilocuencia—. Ciudad de Ratjinn, Colmena de la Tristeza Azabache… y cosas así. Ya sé lo que decís de ella los de Nueva Crobuzón. Y muy poco de ello es cierto.

—¿Cómo te cogieron? —dijo Bellis.

—Fueron dos veces —respondió Carrianne—. Me atraparon y me volvieron a atrapar. Navegábamos en un pesquero de arrastre, en dirección a Kohnid, en Gnurr Kett. Es una travesía larga y difícil. Yo tenía diecisiete años. Me había tocado la lotería de ser mascarón de proa y concubina. Pasaba el día atada al bauprés, arrojando pétalos de orquídea frente al barco y la noche leyéndole las cartas a los hombres y calentándoles las camas. Esa parte era muy aburrida pero los días me encantaban. Colgada allí, cantando, durmiendo, contemplando el mar. Pero una carabela de guerra de Dreer Samher nos salió al paso. Querían proteger su comercio con Kohnid. Por entonces tenían el monopolio… ¿Todavía es suyo? —añadió de repente y Bellis sólo pudo sacudir la cabeza, insegura.
No lo sé
—. Bueno, el caso es que me reemplazaron por el capitán en el bauprés y hundieron el barco, abandonaron a la mayoría de los hombres y las mujeres en botes salvavidas con unas pocas provisiones y les enseñaron la dirección de la costa. Estaba muy, muy lejos y dudo que lo consiguieran. A algunos se nos llevaron a bordo de su barco. Aparte de algunos empellones y groserías, no nos trataron mal. Yo me torturaba preguntándome lo que me iban a hacer, pero entonces vino la segunda captura. El paseo de Otoño Seco necesitaba barcos, así que enviaron a sus cazadores. Por entonces Armada se encontraba mucho más al sur, así que los barcos de Dreer Samher eran presas ideales.

—¿Y… cómo hiciste…? ¿Os resultó difícil —dijo Bellis— cuando llegasteis aquí?

Carrianne la miró durante algún rato.

—Algunos de los cactos —dijo— nunca lograron amoldarse. Se negaron a aceptarlo o trataron de escapar o atacaron a los guardias. Supongo que los mataron. Mis compañeros y yo… —se encogió de hombros—. A nosotros nos habían rescatado, así que la cosa era muy diferente. Pero, sí, fue duro y yo me sentí miserable y echaba de menos a mi hermano y todo lo demás. Pero ya ves, hice una elección. Elegí vivir, sobrevivir. Después de algún tiempo, varios de mis compañeros se mudaron del paseo Otoño Seco. Uno de ellos vive en Sombras, otro en Vos-y-los-Vuestros. Pero la mayoría se quedó en el paseo que nos había acogido. —Comió en silencio durante un rato y entonces volvió a levantar la mirada—. Puedes conseguirlo, ¿sabes?
Convertirás
este lugar en tu hogar.

Pretendía tranquilizarla con aquellas palabras. Estaba siendo amable. Pero a Bellis le sonaron a amenaza.

Carrianne le estaba hablando de los paseos.

—Anguilagua ya lo conoces —le decía con voz neutra—. Los Amantes. Los desfigurados Amantes. Jodidos bastardos. La Espuela del Reloj ya la conoces.

El barrio de los intelectuales
, pensó Bellis.
Como la Ciénaga Brock en Nueva Crobuzón
.

—Sombras pertenece a los costrados. El Soleado. Vos-y-los-Vuestros. —Carrianne estaba contando los paseos con los dedos—. Jhour. Raleas, con el Consejo Democrático. Ese valiente bastión. Y Otoño Seco —concluyó—. Donde yo vivo.

—¿Por qué te marchaste de Nueva Crobuzón, Bellis? —dijo inesperadamente—. No te pareces al típico colono.

Bellis bajó la vista.


Tuve
que irme —dijo—. Por problemas.

—¿Con la ley?

—Pasó algo… —suspiró—. Yo no había hecho nada, nada en absoluto —no pudo contener la amargura de su voz—. Hace unos pocos meses hubo una epidemia en la ciudad. Y… se rumoreó que alguien a quien yo conocía estaba implicado. La milicia estaba investigando a todas las personas con las que se había relacionado. Era evidente que terminarían por ir a por mí. Nunca quise irme —hablaba con mucho cuidado—. No fue decisión mía.

La comida, la compañía, incluso la pequeña charla que normalmente hubiera desdeñado la habían calmado. Mientras se levantaban, le preguntó a Carrianne si se sentía bien.

—En la biblioteca me he fijado… espero que no te importe que te lo diga pero me ha parecido que estabas muy pálida.

Carrianne esbozó una sonrisa irónica.

—Es la primera vez que te preocupas por mí, Bellis —dijo—. Tienes que cuidarte eso. Podría empezar a pensar que te caigo bien —la amistosa pulla le dolió—. Estoy bien. Es sólo que la pasada noche me tocó la tasa.

Bellis esperó y revisó la información que ya había asimilado para ver si las palabras de Carrianne cobraban algún sentido de pronto. No fue así.

—No te entiendo —dijo, exhausta de incomprensión.

—Bellis, yo vivo en el paseo Otoño Seco —dijo Carrianne—. Algunas veces tenemos que pagar una tasa, ¿entiendes? Bellis, sabes que nuestro gobernante es el Brucolaco, ¿no? ¿Has oído hablar de él?

—He oído el nombre…

—El Brucolaco. Es un Oupyro. Loango. Katalkana. —Con cada palabra esotérica que pronunciaba, Carrianne escudriñaba los ojos de Bellis y veía que no la entendía—. Hemófago, Bellis. A-muerto.

«Vampiro».

Rodeada como había estado durante semanas por una nube de rumores e insinuaciones semejantes a moscas tozudas, Bellis había descubierto al menos unas pocas cosas sobre la mayoría de los paseos. Todos aquellos extraños femto-estados formaban una congregación malsana en cuyo seno daban rienda suelta a sus mutuos resentimientos y se enfrentaban tratando de mejorar su posición.

Pero por alguna razón, las cosas más importantes, más chocantes o increíbles o espantosas se le habían pasado por alto. Al terminar el día, pensó en aquel momento, cuando le habían hecho ver lo ignorante que era: cuando Carrianne le había explicado la razón de su palidez y Bellis se había dado cuenta de lo lejos de casa que se encontraba.

Estaba contenta por no haber hecho más que palidecer al escuchar la explicación de Carrianne. Algo se había endurecido en su interior cuando había escuchado la palabra
vampiro
: una misma palabra en ragamol y en sal. En aquel momento Carrianne le había enseñado que no había un lugar más lejano al que pudiera ir. No podía estar más lejos de casa.

En Armada hablaban una lengua que ella podía entender. Reconocía los barcos, por mucho que hubieran sido transformados y reconstruidos. Tenían dinero y gobierno. Podía aprender las diferencias de calendario y terminología. La ecléctica y carroñera arquitectura resultaban insólita pero comprensible. Pero aquella era una ciudad en la que un vampiro no tenía que ocultarse y cazar a escondidas sino que podía salir abiertamente de noche. Y podía gobernar.

Bellis se dio cuenta de que todos sus referentes culturales estaban obsoletos. Su ignorancia la puso enferma.

En la sección de Ciencias del catálogo por materias, sus dedos recorrieron a toda velocidad el alfabeto hasta encontrar el nombre de Johannes Lacrimosco: había más de una copia de varios de sus libros.

Si esos Amantes que se han adueñado de mi vida estaban tan desesperados por traerte aquí, Johannes
, pensó para sus adentros mientras copiaba las signaturas de las obras,
voy a meterme dentro de sus mentes. Veamos qué es lo que los excita tanto
.

Uno de los libros estaba prestado pero había copias disponibles de los demás. Como empleada de la biblioteca, Bellis tenía preferencia a la hora del préstamo.

Hacía mucho frío mientras regresaba a casa entre la muchedumbre, bajo el barbullar de los monos de Armada en sus aparejos, sobre las plataformas que se mecían y las cubiertas y las calles sobreelevadas de la ciudad, sobre las olas que rompían entre las embarcaciones. Se escuchaban silbidos por todas partes. En el bolso, Bellis llevaba
Predadores de las Aguas Bajías de la Bahía de Hierro
,
Anatomía de la Sárdula
,
Ensayos sobre las Bestias
,
Teoría de la Megafauna
y
La Vida Transplanar como Problema para el Naturalista
, todos ellos obra de Johannes Lacrimosco.

Era ya tarde cuando se sentó hecha un ovillo junto a la estufa, mientras en el exterior, unas nubes de helada difuminaban la luz de la luna. Leyó a la luz de una lámpara, pasando de libro a libro.

A la una de la mañana levantó la mirada y contempló las sombrías siluetas de los barcos sobre el horizonte.

El halo de remolcadores que rodeaba a la ciudad seguía en marcha.

Pensó en todos los barcos de Armada que navegaban en aquel momento, los agentes de su piratería, saqueando las comunidades y barcos con los que se encontraban. Recorriendo miles de kilómetros durante meses hasta que al fin, cargadas las bodegas de botín y mientras la ciudad seguía moviéndose, regresaban a casa por medios arcanos.

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