—¿Puertas abiertas?
—Apenas —contestó Dhatt—. Ul Qoma necesita gente, pero a todos los que ves los han investigado, han pasado las pruebas, se las saben todas. Algunos de ellos tienen hijos. ¡Negritos y chinitos ulqomanos! —Se rió encantado—. Tenemos más que vosotros, pero no porque tengamos manga ancha.
Tenía razón. ¿Quién querría ir a vivir a Besźel?
—¿Qué hay de los que no consiguen pasar?
—Ah, tenemos nuestros campamentos, como vosotros, aquí y allá, por las afueras. La ONU no está contenta. Tampoco Amnistía. ¿También os dan por saco con las condiciones? ¿Te apetece fumar?
Había un quiosco de tabaco a unos pocos metros de la entrada de nuestra cafetería. No me di cuenta de que lo estaba mirando.
—No especialmente. Sí, supongo. Curiosidad. No he fumado tabaco ulqomano desde no sé cuándo.
—Un momento.
—No, no te levantes. Ya no fumo. Lo dejé.
—Venga, hombre, considéralo como etnografía, no estás en casa… Lo siento, ya paro. Odio que la gente haga eso.
—¿El qué?
—Tentar a la gente que lo ha dejado. Si yo ni siquiera fumo. —Se rió y le dio un sorbo a su bebida—. Entonces al menos sería un resentimiento encabronado porque tú conseguiste dejarlo. Será que me molestas tú en general. Soy un cabroncete malicioso. —Se rió.
—Oye, siento, ya sabes, haberte pisado de esa manera…
—Simplemente creo que necesitamos un protocolo. No quiero que pienses…
—Te lo agradezco.
—Vale, no pasa nada. ¿Qué tal si me encargo yo del siguiente? —sugirió.
Contemplé Ul Qoma. Estaba demasiado nublado como para que hiciera tanto frío.
—¿Dijiste que ese tal Tsueh tenía una coartada?
—Sí. Llamaron para comprobarlo. La mayoría de esos chicos de seguridad están casados y sus mujeres responden por ellos, lo que, por supuesto, no vale un mojón, pero no hemos encontrado ninguna conexión entre ellos y Geary salvo que se saludaban por los pasillos. El tal Tsueh esa noche había salido con un grupo de estudiantes. Está en la edad de confraternizar.
—Oportuno. Pero inusual.
—Desde luego. Pero no hay ninguna relación con nada ni con nadie. El chaval tiene diecinueve años. Cuéntame lo de la furgoneta. —Volví a contarlo—. Por la Luz, ¿es que voy a tener que ir allí contigo? —rezongó—. Suena como si estuviéramos buscando a un besźelí.
—Alguien en Besźel pasó la frontera con la furgoneta. Pero sabemos que a Geary la mataron en Ul Qoma. Así que, a no ser que el asesino la matara, volviera deprisa y corriendo a Besźel, cogiera la furgoneta, vuelta a correr, la cogiera, regresara de nuevo para tirar el cuerpo, y podemos añadir también que por qué tiraron el cuerpo donde lo tiraron, estamos ante una llamada de teléfono transfronteriza seguida de un favor. Así que dos autores.
—O una brecha.
Cambié de postura.
—Sí —dije—. O una brecha. Pero lo que sí sabemos es que alguien se ha tomado no pocas molestias para evitar la brecha. Y para que nosotros supiéramos que no lo había hecho.
—Las famosas imágenes. Curioso cómo aparecieron…
Lo miré, pero no parecía que se estuviera burlando.
—¿Verdad?
—Venga, hombre, Tyador, ¿es que te sorprende? El que haya hecho esto, que es lo bastante listo como para saber que con las fronteras no se juega, llama a algún amigo de tu zona y está cagado de miedo de que la Brecha vaya a ir a por él. Y eso no sería justo. Así que cuentan con la ayuda de alguien de la Cámara Conjuntiva o de Tráfico o de algún otro sitio y les soplan a qué hora cruzaron. No es que todos los burócratas de Besźel tengan una conducta irreprochable.
—En absoluto.
—Ahí lo tienes. ¿Lo ves? Ya pareces más contento.
Esa sería una conspiración más pequeña que la que sugerían las otras siniestras posibilidades. Alguien sabía qué furgonetas había que buscar. Y examina algunos vídeos detenidamente. ¿Qué más? En aquel gélido pero precioso día, donde el frío atenuaba los colores de Ul Qoma a unas tonalidades cotidianas, resultaba difícil y absurdo ver Orciny en alguna esquina.
—Volvamos sobre nuestros pasos —dijo—. No vamos a llegar a ninguna parte si seguimos con el puñetero conductor de la furgoneta. Con suerte los tuyos estarán con eso. No tenemos nada de nada salvo una descripción de la furgoneta, ¿y quién en Ul Qoma va a admitir ni por casualidad que ha visto una furgoneta besźelí, con o sin permiso? Así que volvamos a la primera casilla. ¿Cuál fue vuestro punto de inflexión? —Lo miré. Lo miré detenidamente y repasé el orden de los acontecimientos—. ¿Cuándo dejó de ser ella el cadáver desconocido número uno? ¿Cómo empezó?
En mi habitación del hotel estaban las notas que había tomado con los Geary. La dirección de correo electrónico y el número de teléfono estaban en mi libreta. No tenían el cuerpo de su hija y no podían venir a recogerlo. Mahalia Geary yacía en la cámara frigorífica, esperando. Esperándome a mí, se podría decir.
—Con una llamada.
—¿Sí? ¿Un soplón?
—Más o menos. Fue su pista la que me llevó a Drodin.
Vi que recordaba que no era así como venía escrito en el informe.
—¿Qué quieres…? ¿Quién?
—Bueno, la cosa es la siguiente. —Hice una larga pausa. Después miré la mesa y dibujé formas con el dedo en el té derramado—. No estoy seguro de qué… Fue una llamada de teléfono de aquí.
—¿Ul Qoma? —Asentí—. ¡No me jodas! ¿De quién?
—No lo sé.
—¿Por qué llamaba?
—Había visto los carteles. Sí. Los carteles que pusimos en Besźel.
Dhatt se inclinó hacia delante.
—Los cojones que lo vio. ¿Quién?
—Supongo que te das cuenta de que eso me pone en…
—Claro que me doy cuenta. —Se lo veía decidido, hablaba deprisa—. Claro que sí, pero, venga, eres policía, ¿crees que voy a joderte la vida? Entre nosotros, ¿quién era?
Aquello no era ningún detalle sin importancia. Si yo era cómplice de una brecha, él sería el cómplice de un cómplice. Eso no parecía ponerle nervioso.
—Creo que eran unionistas. ¿Te suenan, los unionistas?
—¿Dijeron que lo eran?
—No, pero por lo que dijeron y cómo lo dijeron. Sea como sea, sé que fue totalmente inaceptable, pero fue lo que me puso en la pista… ¿Qué?
Dhatt se había reclinado de nuevo. Ahora tamborileaba más rápido con los dedos y ya no me miraba.
—Joder, tenemos algo. No me puedo creer que no mencionaras esto antes.
—Un momento, Dhatt.
—Vale, de verdad, ya sé que… de verdad que entiendo que esto te pone en una situación delicada.
—No tengo ni idea de quién era.
—Aún estamos a tiempo; a lo mejor podemos pasarlo y explicar que tardaste en…
—¿Pasar el qué? No tenemos nada.
—Tenemos a un unionista cabrón que sabe algo, eso tenemos. Vámonos.
Se levantó y agitó las llaves del coche.
—¿Vámonos dónde?
—¡A descubrir pistas, coño!
—Está clarísimo, joder —dijo Dhatt. Quemaba las ruedas por las calles de Ul Qoma y la sirena del coche ululaba agónica. Maniobraba y apabullaba a los apresurados civiles ulqomanos con sus improperios a voz en grito, giraba bruscamente sin mediar palabra para esquivar a los peatones y los coches besźelíes y aceleraba con la inexpresiva ansiedad de las emergencias extranjeras. Si nos chocáramos con algunos de ellos sería un desastre burocrático. Y una brecha en este momento no sería nada útil.
—Yari, soy Dhatt —le gritó al móvil—. ¿Sabes si en el comité central de los unionistas hay alguien ahora? Estupendo, gracias. —Cerró el móvil de un manotazo.
—Parece que alguno de ellos sí que está. Ya sé que has hablado con los unionistas de Besźel, lo he leído en tu informe. Pero ¡mira que soy tonto! —Se dio varios golpes en la frente con el pulpejo de la mano—. No se me ocurrió ir a hablar con los de nuestra cosecha. Aunque está más que claro que esos cabrones, esos cabrones más que cualquier cabrón, y aquí tenemos muchos cabrones, Tyad, se mantienen informados. Sé dónde se reúnen.
—¿Es ahí donde vamos?
—Odio a esos gilipollas. Espero… Por supuesto que he conocido a muchos besźelíes que eran gente maravillosa. —Me miró de reojo—. No tengo nada contra la ciudad y espero poder visitarla, y es estupendo que ahora nos llevemos tan bien, ¿no?, mejor que antes, ¿qué sentido tenía todo aquello? Pero soy ulqomano y que me jodan si quiero ser otra cosa. ¿Te imaginas una unificación? —Se rió—. ¡Una puta catástrofe! Y un cojón de Ul Qoma eso de que la unidad hace la fuerza. Ya sé eso que dicen de que los cruces hacen que salgan animales más fuertes, pero ¿te imaginas que heredamos, yo qué sé, el sentido de la oportunidad ulqomano y el optimismo besźelí?
Me hizo reír. Pasamos entre los hitos de piedra moteados por el tiempo que flanqueaban la carretera. Los reconocí por las fotografías y me acordé, ya demasiado tarde, de que el que estaba en el lado este de la carretera era el único que debería ver: estaba en Ul Qoma y el otro en Besźel. O eso es lo que decía la mayor parte de la gente: era uno de los lugares más controvertidos que se disputaban las ciudades. Los edificios besźelíes que no conseguí desver del todo estaban, según creí distinguir con una rápida ojeada, limpios y bien conservados, mientras que en Ul Qoma, en cualquier lugar por el que pasábamos, la zona estaba en decadencia. Pasamos junto a unos canales y durante varios segundos no supe en qué ciudad estaban, o si estaban en las dos. Cerca de un patio cubierto de malas hierbas, donde las ortigas se asomaban por debajo de un Citroën que llevaba mucho tiempo sin moverse, como el soplo de aire de un aerodeslizador, Dhatt frenó bruscamente y salió del coche antes de que yo me hubiera quitado el cinturón.
—Hace ya tiempo —dijo— que tendríamos que haber encerrado a todos y cada uno de estos cabrones.
Avanzó con decisión hacia una puerta derruida. En Ul Qoma los unionistas no están legalizados. En Ul Qoma no hay partidos socialistas legalizados, ni fascistas, ni religiosos. Desde el Renacimiento de Plata de hace casi un siglo bajo la tutela del general Ilsa, Ul Qoma solo tenía al Partido Nacional del Pueblo. Muchos antiguos establecimientos y oficinas aún exhibían carteles con el retrato de Ya Ilsa, a menudo sobre los «hermanos de Ilsa», Atatürk y Tito. El estereotipo era que en los edificios más antiguos siempre había una mancha descolorida entre esos dos, desde donde el otrora hermano Mao había sonreído antes.
Pero este es el siglo
XXI
y el presidente Ul Mak (cuyo retrato se puede ver también donde los directivos son más obsequiosos), como ya lo hizo el presidente Umbir antes que él, había declarado que no repudiaría sino que promovería el Camino Nacional, el fin del pensamiento restrictivo, una
glasnostroika
, por usar ese odioso término que habían acuñado los intelectuales ulqomanos. Con las tiendas de CD y DVD, con las nuevas empresas y páginas de
software
, con los mercados ulqomanos en alza, con el dinar revalorizado, llegó, decían, la «nueva política», la muy aclamada apertura a una disidencia que hasta ahora se había considerado peligrosa. Eso no quería decir que los grupos radicales, y mucho menos los partidos, se fueran a legalizar, pero a veces se admitían sus ideas. Siempre y cuando manifestaran cierta contención en las reuniones y en el proselitismo, se los toleraba. O eso se decía.
—¡Abrid! —Dhatt aporreó la puerta—. Este es el sitio donde se reúnen los unionistas —me dijo—. Siempre están hablando por teléfono con sus compañeros en Besźel… Es un poco su… «trabajo», ¿no?
—¿Cuál es su situación legal?
—Estás a punto de escuchar que solo son un grupo de amigos que se reúne para charlar. No tienen carnés de miembros ni nada por el estilo, no son estúpidos. No nos haría falta ser unos sabuesos para encontrar algo de contrabando, pero no hemos venido para eso.
—¿Para qué hemos venido? —Miré a mi alrededor a las decrépitas fachadas de Ul Qoma, grafitis en ilitano que mandaban a no sé quién a tomar por culo y que revelaban que aquel otro era un chupapollas. La Brecha tenía que estar mirando.
Dhatt me miró sin que su rostro delatara ninguna emoción.
—Quienquiera que te hizo esa llamada de teléfono tuvo que hacerlo desde aquí. O viene por aquí. Casi puedo garantizártelo. Me gustaría saber qué saben nuestros amigos los sediciosos. ¡Abrid! —Eso lo dijo ya mirando a la puerta—. No te engañes con todo ese «¿quién?, ¿nosotros?»; son perfectamente capaces de reventar a hostias a cualquiera que, comillas, esté en contra de los unionistas, cierro las putas comillas. ¡Abrid!
La puerta obedeció esta vez y detrás de una rendija apareció una joven con los lados de la cabeza afeitados y con el tatuaje de algún pez y de algunas letras en algún alfabeto muy antiguo.
—¿Quién…? ¿Qué es lo que quieren?
Quizá decidieron que fuera ella quien abriera la puerta porque esperaban que, debido a su tamaño, a cualquiera le diera vergüenza hacer lo que Dhatt hizo a continuación, que fue empujar la puerta con la fuerza suficiente como para que retrocediera tropezando hasta el interior de aquel vestíbulo con aspecto de tugurio.
—¡Todos aquí, ahora! —gritó mientras avanzaba como un huracán por el pasillo, dejando atrás a la chica punki desaliñada.
Tras algunos momentos de confusión, cuando la idea de intentar escapar debió de habérseles pasado por la cabeza para descartarla después, las cinco personas que estaban dentro de la casa se reunieron en la cocina y se sentaron en unas inestables sillas que colocó el propio Dhatt sin tan siquiera mirarlos. Dhatt se sentó en la cabecera de la mesa y se inclinó hacia ellos.
—Muy bien —empezó—. Esta es la situación. Alguien hizo una llamada que mi querido colega aquí presente está deseando recordar y los dos tenemos muchas ganas de saber quién fue el que se mostró tan colaborador por teléfono. No voy a haceros perder el tiempo fingiendo que creo que alguno de vosotros va a admitirlo, así que en vez de eso vais a ir por turnos, alrededor de esta mesa, diciendo: «inspector, tengo algo que decirle». —Se le quedaron mirando fijamente. Él sonrió y les hizo una señal con la mano para que empezaran. No lo hicieron, así que abofeteó al que tenía más cerca, lo que provocó los gritos de sus compañeros, el grito de dolor del hombre y una exclamación de sorpresa por mi parte. Cuando el hombre levantó despacio la cabeza, tenía una mancha en la frente que pronto se iba a convertir en un cardenal.
—«Inspector, tengo algo que decirle» —volvió Dhatt a la carga—. Vamos a seguir hasta que encontremos a nuestro hombre. O mujer. —Me miró de reojo: se le había olvidado comprobarlo—. Y así trabajamos los polis. —Se preparó para cruzarle la cara al mismo hombre de antes. Yo sacudí mi cabeza y levanté ligeramente las manos, los unionistas que se sentaban alrededor de la mesa soltaron varios gemidos. El hombre al que Dhatt amenazaba intentó levantarse, pero Dhatt lo agarró por el hombro y lo obligó a sentarse de nuevo.