—¿Uno de los guardias? Imposible. Lo siento, eso ha sonado un poco impetuoso. Lo que quiero decir es que me sorprendería. Sabiendo lo que sé de Mahalia, me refiero.
—Que no es mucho, ha dicho.
—No, pero, ya sabe, se sabe qué hace cada cuál, que si tal alumno hace tal cosa. Algunos de ellos, como Yolanda, se juntan con los trabajadores de Ul Qoma, pero no Mahalia. ¿Me dirán si descubren algo de Yolanda? Tienen que encontrarla. O incluso si barajan alguna teoría de dónde está; por favor, esto es horrible.
—¿Es el director de tesis de Yolanda? —pregunté—. ¿De qué va su tesis doctoral?
—Ah. —Hizo un gesto con la mano—.
La representación del género y del otro en los artefactos de la era Precursora
. Yo sigo prefiriendo «pre-Escisión»
[2]
, pero resulta que en inglés es un juego de palabras poco afortunado, así que ahora se prefiere hablar de la era Precursora.
—¿Ha dicho que no es lista?
—Yo no he dicho eso. Es bastante inteligente. Está bien. Lo que pasa es que ella… No hay mucha gente como Mahalia en un programa de doctorado.
—¿Y por qué no fue entonces su director?
Me clavó la mirada como si me estuviera burlando de él.
—Por sus gilipolleces, inspector —dijo al fin. Se levantó y nos dio la espalda, daba la impresión de que quería ponerse a dar vueltas por la habitación, pero era demasiado pequeña—. Sí, nos conocimos en un momento peliagudo. —Se giró de nuevo hacia nosotros—. Detective jefe Dhatt, inspector Borlú. ¿Saben cuántos estudiantes de doctorado están conmigo? Uno. Porque nadie más la quería a ella. La pobre. No tengo despacho en Bol Ye’an. No soy titular ni parece que tenga perspectivas de llegar a serlo. ¿Saben cuál es mi título oficial en la Príncipe de Gales? Soy un «profesor equivalente». No me pregunten lo que significa. Bueno, sí que puedo decirles lo que significa, quiere decir: «somos la institución más importante del mundo en los estudios de Ul Qoma, Besźel y la era Precursora y necesitamos todos los nombres que podamos conseguir, y puede que con el tuyo seduzcamos a algunos ricos chiflados para que financien nuestro programa, pero no somos tan estúpidos como para darte un trabajo de verdad».
—¿Por lo del libro?
—Por
Entre la ciudad y la ciudad
. Porque de joven estaba un poco sonado y tenía un director de tesis negligente, y un gusto por lo arcano. Da igual que te retractes un tiempo después y digas «mea culpa, la cagué, no hay Orciny, mis disculpas». Da igual que un ochenta y cinco por ciento de la investigación aún se tenga en pie y se siga usando. ¿Me oyen? Da igual lo que hagas, nunca más. No puedes apartarte de eso, por mucho que lo intentes.
»Así que, como suele suceder, alguien viene y me dice que el libro que lo jodió todo es tan grande que le encantaría trabajar conmigo (y eso fue lo que hizo Mahalia en la conferencia de Besźel cuando la conocí por primera vez), y que si es tan esperpéntico que se siga prohibiendo la verdad en las dos ciudades, y que si está de mi parte… ¿Sabía, por cierto, que cuando llegó por primera vez no solo había traído una copia de contrabando del libro sino que me dijo que iba a colocarlo en la estantería de la sección de historia de la biblioteca de la universidad, por el amor de Dios? ¿Para que lo encontrara la gente? Me lo dijo llena de orgullo. Le dije que se deshiciera inmediatamente de ella o le echaría a la
policzai
encima. Sea como sea, cuando me dijo todo eso, sí, me puse borde.
»Me encuentro con gente así en cada conferencia a la que asisto. Les digo que estaba equivocado y piensan que el jefe me ha comprado o que temo por mi vida. O incluso que me han reemplazado por un robot.
—¿Hablaba Yolanda de Mahalia alguna vez? ¿No le resultaba difícil, dado el sentimiento que le provocaba la mejor amiga de ella?
—¿Provocar el qué? No pasó nada, inspector. Le dije que no sería su director; ella me acusó de cobardía o rendición o de yo qué sé. No me acuerdo; eso fue todo. Supe que ya casi había cerrado la boca con lo de Orciny en los años que estuvo en el programa. Pensé: ¡Bien!, ya ha dejado el tema. Eso fue todo. Y se decía que era lista.
—Me dio la impresión de que la profesora Nancy estaba un poco decepcionada con ella.
—Puede. No lo sé. No sería la primera persona que resulta ser un chasco a la hora de ponerlo todo por escrito, pero aun así tenía una reputación.
—¿A Yolanda no le interesaba todo eso de Orciny? ¿No es por eso por lo que estaba estudiando con usted?
Suspiró y se volvió a sentar. Aquel mediocre sube y baja resultaba torpe.
—Yo creía que no. No le habría dirigido la tesis si no. Y no, no al principio… pero sí que lo había mencionado últimamente. Sacó a relucir los
dissensi
, lo que podría haber ahí, todo eso. Ella sabía cómo me sentía al respecto e intentaba dejarlo caer como si fueran solo casos hipotéticos. Suena ridículo, pero de verdad que no se me había ocurrido que podía ser por la influencia de Mahalia. ¿Le había hablado Mahalia de eso? ¿Lo saben?
—Háblenos de los
dissensi
—le instó Dhatt—. ¿Sabe dónde están?
Se encogió de hombros.
—Ya sabe dónde están algunos, detective. No es que la mayor parte de ellos se mantenga en secreto. A pocos pasos en el interior de un patio trasero, en algún edificio abandonado… ¿Unos cinco metros o así en el centro del parque Naustin?
Dissensus
. Ul Qoma lo reclama; Besźel lo reclama. Están entramados con suma eficacia, o fuera de los límites de ambas ciudades, mientras, continúan las discusiones. No tienen tanto de emocionante.
—Me gustaría que nos hiciera una lista.
—Si quieren, pero seguro que a través de su departamento la consiguen antes, y la mía lleva veinte años obsoleta. A veces sí que se resuelve la situación de estos lugares, y entonces aparecen otros nuevos. Pero luego es cuando se empieza a hablar de los que son secretos.
—Me gustaría tener esa lista. Un momento, ¿secretos? Si nadie sabe que esos lugares se disputan, ¿cómo van a serlo?
—Claro que sí. Es que se disputan en secreto, detective Dhatt. Tiene que cambiar su forma de pensar para que se ajuste a esta locura.
—Doctor Bowden… —dije—. ¿Tiene alguna razón para pensar que alguien pudiera tener algo en contra de usted?
—¿Por qué? —Se sintió alarmado de repente—. ¿Qué ha oído?
—Nada, solo… —empecé a decir, pero hice una pausa—. Se especula que alguien está detrás de la gente que ha estado investigando Orciny. —Dhatt no abrió la boca para interrumpirme—. Quizá debería tener cuidado.
—¿Qué? Pero si yo no me dedico a Orciny, hace años que no…
—Como usted dice, una vez que se empieza con eso, profesor… Me temo que usted es el decano en esa materia, le guste o no. ¿Ha recibido algo que pudiera ser considerado como una amenaza?
—No…
—Entraron en su casa para robar. —Fue Dhatt el que dijo eso—. Hace unas semanas. —Los dos lo miramos. Dhatt no se sintió azorado por mi sorpresa. Bowden abrió la boca como si quisiera decir algo.
—Pero eso no fue más que un robo —dijo—. Ni siquiera se llevaron nada…
—Claro, porque algo los sobresaltó, eso fue lo que dijimos en aquel momento —dijo Dhatt—. Puede que nunca tuvieran la intención de llevarse nada.
Bowden y, de forma algo más subrepticia, yo mismo miramos a nuestro alrededor, como si de un momento a otro fuéramos a ser testigos de algún hechizo maligno, una amenaza escrita o el hallazgo de un micrófono oculto.
—Detective, inspector: esto es rematadamente absurdo; no existe ninguna Orciny…
—Pero —replicó Dhatt— los chalados sí que existen.
—Y alguno de ellos —añadí—, por alguna razón, parece estar interesado en parte de las ideas que usted mismo, la señorita Rodríguez y la señorita Geary han explorado…
—No creo que ninguna de ellas estuviera «explorando ideas»…
—Lo que usted diga —respondió Dhatt—. Lo importante es que han llamado la atención de alguien. No, no estamos seguros de por qué, o tan siquiera de si hay un porqué.
Bowden nos miraba fijamente, aterrorizado.
Dhatt cogió la lista que Bowden le había dado y envió a un subordinado a que la completara, además de situar a varios agentes en lugares estratégicos: edificios en ruinas, puntos concretos de las aceras y recodos del paseo fluvial, para hacer muescas en las piedras y sondear los márgenes de los espacios en litigio que estaban funcionalmente entramados. Aquella noche hablé con Corwi de nuevo (ella dijo en broma que esperaba que esa fuera una línea segura) pero no conseguimos decirnos nada que nos resultara útil.
La profesora Nancy me había enviado al hotel una copia impresa de los capítulos de Mahalia. De ellos, dos estaban más o menos terminados y otros dos eran más bien un borrador. No tardé mucho en dejar de leerlos y me dediqué en su lugar a mirar las fotocopias de los libros en los que había hecho anotaciones. Había una intensa disparidad entre el reposado y algo anodino tono del primero y las exclamaciones y las interjecciones garabateadas de los segundos, en las que Mahalia discutía con sus yos anteriores y con el texto principal. Las notas al margen eran, sin lugar a dudas, las más interesantes, hasta el punto de que no les encontraba el sentido. Terminé dejándolas también y cogí el libro de Bowden.
Entre la ciudad y la ciudad
era tendencioso. Se veía claramente. Hay secretos en Besźel y en Ul Qoma, secretos de los que todo el mundo ha oído hablar: no era necesario postular secretos. Aun así, las viejas historias, los mosaicos y los bajorrelieves, los artefactos a los que se refería el libro eran en muchos casos impactantes: me parecían hermosos y sorprendentes. Las lecturas que hizo el joven Bowden sobre algunos misterios sin resolver de la era Precursora o pre-Escisión eran ingeniosas y hasta convincentes. Afirmaba, con argumentos elegantes, que los incomprensibles mecanismos que se habían llamado eufemísticamente «relojes» en realidad no eran ningún tipo de mecanismo, sino cajas con intrincados compartimentos diseñadas con el único propósito de guardar los engranajes que contenían. Los saltos conclusivos de sus «por lo tanto» eran delirantes, como ahora admitía.
La paranoia, sin duda, se apoderaría del visitante en esta ciudad, donde sus habitantes te observan continuamente con furtivo disimulo, donde me vigilaba la Brecha, cuyas fugaces e involuntarias visiones me hacían experimentar sensaciones desconocidas.
Sonó el móvil, más tarde, mientras dormía. Era mi teléfono de Besźel, la pantalla mostraba una llamada internacional. Se iba a chupar el saldo, pero pagaba el Gobierno.
—Borlú —dije.
—Inspector…
Tenía acento ilitano.
—¿Quién es?
—Borlú, no sé por qué… No puedo hablar mucho. Yo… Gracias.
—Jaris. —Me incorporé, puse los pies en el suelo. Era el joven unionista—. Es…
—Esto no nos convierte en puñeteros camaradas, ¿de acuerdo? —Ahora no hablaba en ilitano antiguo, sino que empleaba un apresurado lenguaje coloquial.
—¿Por qué íbamos a serlo?
—Pues eso. No puedo hablar mucho.
—Está bien.
—Sabía que era yo, ¿verdad? Quien lo llamó a Besźel.
—No estaba seguro.
—Claro. Esta puta llamada nunca ha existido. —No dije nada—. Gracias por lo del otro día —continuó—. Por no decir nada. Conocí a Marya cuando vino por aquí. —No la había llamado por ese nombre más que cuando Dhatt interrogaba a los unionistas—. Me dijo que conocía a nuestros hermanos de la frontera; que había trabajado con ellos. Pero no era uno de los nuestros, ya me entiende.
—Entiendo. Me pusiste en la pista allí en Besźel…
—Cállese. Por favor. Al principio pensé que lo era, pero las cosas que preguntaba, eran… Estaba metida en cosas de las que no tiene ni idea. —No quería sacarle de su error—. ¡Orciny! —Seguro que interpretó mi silencio como sorpresa—. No le importaba una mierda la unificación. Nos estaba poniendo a todos en peligro solo por poder usar la biblioteca y nuestra lista de contactos… Me caía muy bien, pero era conflictiva. Lo único que le importaba era Orciny.
»Borlú, Mahalia la encontró, joder.
»¿Sigue ahí? ¿Entiende? La encontró…
—¿Cómo lo sabe?
—Me lo dijo ella. Ninguno de los otros lo sabía. Cuando nos dimos cuenta de lo… lo peligrosa que era, le prohibieron que viniera a las reuniones. Creían que era, no sé, como una espía o algo. Pero no lo era.
—Aun así siguió en contacto con ella. —No dijo nada—. ¿Por qué, si eran tan…?
—Porque… ella era…
—¿Por qué me llamó? ¿En Besźel?
—Merecía algo mejor que el campo de un alfarero
[3]
.
Me sorprendía que conociera el término.
—¿Estabais juntos, Jaris? —pregunté.
—Apenas sabía nada de ella. Nunca le preguntaba nada. Nunca conocí a sus amigos. Somos prudentes. Pero me habló de Orciny. Me enseñó todas las notas que tenía sobre eso. Era… Mire, Borlú, no me creerá, pero había establecido contacto. Hay lugares…
—¿Dissensi?
—No, cállese. No disputados: lugares que todos en Ul Qoma creen que están en Besźel y todos los de Besźel creen que están en Ul Qoma. No están en ninguna de las dos. Son Orciny. Los encontró. Me dijo que los ayudaba.
—¿Haciendo qué? —Solo me decidí a hablar porque el silencio duraba demasiado.
—No sé mucho. Estaba salvándolos. Querían algo. Eso dijo. Algo así. Pero cuando una vez le dije «¿Cómo sabes que Orciny está de nuestra parte?», ella se rió y dijo: «Yo no lo estoy, ellos tampoco». No quería decirme casi nada. Yo no quería saberlo. Apenas hablaba de eso. Pensé que a lo mejor se dedicaba a pasar al otro lado, por alguno de esos sitios, pero…
—¿Cuándo la vio por última vez?
—No lo sé. Unos pocos días antes de que… antes. Oiga, Borlú, esto es todo lo que necesita saber. Ella sabía que estaba en un lío. Se molestó y se cabreó bastante cuando dije algo sobre Orciny. La última vez. Dijo que no entendía nada. Comentó algo sobre que no sabía si lo que estaba haciendo era una restitución o un delito.
—¿Qué quería decir con eso?
No lo sé. Dijo que la Brecha no era nada. Me dejó horrorizado. ¿Se imagina? Dijo que todos los que sabían la verdad sobre Orciny estaban en peligro. Dijo que no había muchos pero que el que la supiera no tenía ni idea de la mierda en la que estaba metido, que no se lo creería. Yo dije: «¿Incluso yo?»; y ella respondió: «Puede, a lo mejor ya te he contado demasiado».