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Authors: Italo Svevo

La conciencia de Zeno (57 page)

BOOK: La conciencia de Zeno
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Por lo pronto, cree que va a recibir otras confesiones mías sobre enfermedad y debilidad y, en cambio, va a recibir la descripción de una salud todo lo sólida y perfecta que mi avanzada edad permite. ¡Estoy curado! No sólo no quiero seguir con el psicoanálisis, sino que, además, ni siquiera lo necesito. Y mi salud no se debe sólo a que me siento un privilegiado en medio de tantos mártires.

No me siento sano por comparación. Estoy absolutamente sano. Desde hace mucho tiempo sabía que mi salud no podía ser sino mi convicción y que era una tontería digna de un soñador hipnagógico quererla curar en lugar de persuadir. Desde luego, sufro ciertos dolores, pero carecen de importancia ante mi gran salud. Puedo ponerme un emplasto aquí o allá, pero el resto ha de moverse, luchar y nunca detenerse en la inmovilidad, como los gangrenados. Además, el dolor y el amor, la vida, en suma, no pueden considerarse una enfermedad porque duelan.

Reconozco que, para llegar a convencerme de mi salud, mi destino tuvo que cambiar y avivar mi organismo con la lucha y sobre todo con el triunfo. Fue mi negocio el que me curó y quiero que el doctor S. lo sepa.

Atónito e inerte, estuve contemplando el mundo trastornado hasta principios de agosto del año pasado. Entonces empecé a
comprar
. Subrayo este verbo porque tiene un significado más elevado que antes de la guerra. Entonces, en boca de un comerciante, significaba que estaba dispuesto a comprar un artículo determinado. Pero cuando yo lo dije, me refería a que compraba cualquier mercancía que se me ofreciera. Como todas las personas fuertes, tenía en la cabeza una sola idea y de ella viví y fue mi fortuna. Olivi no estaba en Trieste, pero es cierto que no habría permitido un riesgo semejante y lo habría dejado para los demás. En cambio, para mí no era un riesgo. Yo sabía el resultado con absoluta certeza. Primero había convertido, según la antigua costumbre en época de guerra, todo el patrimonio en oro, pero había cierta dificultad para comprar y vender oro. El oro, por así decir, líquido, por ser más móvil, era la mercancía y la acaparé. De vez en cuando hago ventas, pero siempre en medida inferior a las compras. Como comencé en el momento adecuado, mis compras y mis ventas fueron tan afortunadas, que éstas me proporcionaban los elevados medios que necesitaba para aquéllas.

Con mucho orgullo recuerdo que mi primera compra fue incluso una tontería en apariencia y estuvo destinada únicamente a poner en práctica al instante mi idea: una pequeña partida de incienso. El vendedor me hacía propaganda sobre la posibilidad de emplear el incienso como sucedáneo de la resina, que ya empezaba a faltar, pero yo, como químico que soy, sabía con absoluta certeza que el incienso nunca podría sustituir a la resina, de la que era diferente
toto genere
. Según mi idea, el mundo llegaría a una miseria tal, que habría que aceptar el incienso como sucedáneo de la resina. ¡Y compré! Hace pocos días vendí una pequeña parte y obtuve lo que me había costado la partida entera. En el momento en que cobré ese dinero, se me ensanchó el pecho, al sentir mi fuerza y mi salud.

El doctor, cuando haya recibido esta última parte de mi manuscrito, debería devolvérmelo entero. Lo reharé con auténtica claridad, porque, ¿cómo podía entender mi vida, cuando no conocía este último período? Tal vez viviera tantos años sólo con el fin de prepararme para él.

Por supuesto, no soy un ingenuo y disculpo al doctor por ver en mi propia vida una manifestación de enfermedad. La vida se parece un poco a la enfermedad, porque avanza por crisis y lisis y tiene mejorías y empeoramientos diarios. A diferencia de las demás enfermedades, la vida siempre es mortal. No tolera curas. Sería como querer tapar los agujeros que tenemos en el cuerpo por considerarlos heridas. Moriríamos estrangulados, nada más curarnos.

La vida actual está envenenada hasta las raíces. El hombre ha ocupado el lugar de los árboles y de los animales y ha envenenado el aire, ha impedido el libre espacio. Pueden ocurrir cosas peores. El triste y activo animal podría descubrir y poner a su servicio otras fuerzas. Hay una amenaza de esa clase en el aire. El resultado será una gran riqueza… en el número de hombres. Cada metro cuadrado estará ocupado por un hombre. ¿Quién nos curará de la falta de aire y de espacio? ¡Sólo de pensarlo me asfixio!

Pero no es eso, no es eso sólo.

Cualquier esfuerzo por conseguir la salud es vano. Ésta sólo puede pertenecer a los animales que conocen un único progreso: el de su organismo. Cuando la golondrina comprendió que su única posibilidad de vida era la emigración, aumentó el músculo que mueve sus alas y que se convirtió en la parte más importante de su organismo. El topo se metió bajo tierra y todo su cuerpo se adaptó a su necesidad. El caballo creció y transformó su pie. No conocemos el progreso de algunos animales, pero habrá existido y nunca habrá perjudicado a su salud.

En cambio, el hombre, el animal con gafas, inventa instrumentos fuera de su cuerpo y, si quien los inventó gozó de salud y nobleza, quien los usa casi siempre carece de ellas. Los instrumentos se compran, se venden y se roban y el hombre se vuelve cada vez más astuto y más débil. Es más: se comprende que su astucia crezca en proporción a su debilidad. Sus primeros instrumentos parecían prolongaciones de su brazo y sólo podían ser eficaces por la fuerza de éste, pero ahora el instrumento ya no guarda relación con el miembro. Y el instrumento es el que crea la enfermedad con el abandono de la ley, que fue la creadora en toda la tierra. La ley del más fuerte desapareció y perdimos la saludable selección. Necesitaríamos algo muy distinto del psicoanálisis: bajo la ley del posesor del mayor número de instrumentos prosperarán enfermedades y enfermos.

Tal vez gracias a una catástrofe inaudita, producida por los instrumentos, volvamos a la salud. Cuando no basten los gases venenosos, un hombre hecho como los demás, en el secreto de una habitación de este mundo, inventará un explosivo inigualable, en comparación con el cual los explosivos existentes en la actualidad serán considerados juguetes inofensivos. Y otro hombre hecho también como todos los demás, pero un poco más enfermo que ellos, robará dicho explosivo y se situará en el centro de la tierra para colocarlo en el punto en que su efecto pueda ser máximo. Habrá una explosión enorme que nadie oirá y la tierra, tras recuperar la forma de nebulosa, errará en los cielos libre de parásitos y enfermedades.

ITALO SVEVO es el seudónimo literario de Ettore Schmitz, nacido en el año 1861 en la ciudad de Trieste, que por entonces formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Su educación quedó interrumpida cuando su padre cayó en la bancarrota. Svevo tuvo que trabajar como empleado de banca durante un tiempo y, más tarde, en el negocio de pinturas de la familia de su esposa. Ello no le impidió, sin embargo, escribir, y sus dos primeras novelas,
Una vida
(1893) y
Senectud
(1898), constituyeron un completo fracaso, tanto de crítica como de público.

En 1907, el escritor irlandés James Joyce, que vivió una temporada en Trieste, le dio clases de inglés. Svevo se sintió entonces con valor suficiente como para empezar una nueva novela,
La conciencia de Zeno
(1923).

Murió unos años más tarde, en 1928, dejando inéditas un buen número de narraciones breves y parte de una novela,
Il vecchione
. Svevo desarrolló un estilo informal e irónico, usando el dialecto local y esforzándose especialmente en describir los pensamientos y recuerdos de sus personajes, basados en su propia vida. Recibió asimismo la influencia de las ideas de Sigmund Freud acerca de los efectos de las vivencias infantiles sobre los sentimientos de culpabilidad y angustia. Al ser judío, de origen alemán, y ciudadano del Imperio Austro-húngaro hasta que éste quedó disuelto, en el año 1918, Svevo quedó aislado del ambiente literario italiano. Sus novelas, que giran siempre alrededor de los detalles de la vida cotidiana y de la complejidad de las motivaciones humanas, ejercieron muy poca influencia hasta que en la década de 1970 fueron redescubiertas.

Se le considera pionero de la novela psicológica

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