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Authors: James Ellroy

La dalia negra (14 page)

BOOK: La dalia negra
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Koenig le dio un empujón al gordo y lo metió en el pasillo.

—¿Dónde está Lee? —pregunté a Harry.

Éste señaló la oficina de Ellis Loew,

—C-c-con Loew. Pe-pe-periodistas, también.

Fui hacia allí y miré por una rendija de la puerta. Ellis Loew estaba de pie detrás de su mesa y le hacía el numerito a una docena de periodistas. Lee se hallaba sentado junto a él, vestido con el único traje bueno que tenía. Parecía cansado... pero ni mucho menos tan tenso como la noche anterior.

Loew, con voz firme y severa, decía en ese momento:

—... y la repugnante naturaleza del asesinato hace imperativo que nos esforcemos todo lo posible por atrapar a ese demonio cuanto antes. Unos cuantos agentes especialmente entrenados, entre los que se encuentran el señor Fuego y su compañero el señor Hielo, han sido apartados de sus trabajos regulares para ayudar en la investigación, y con hombres como ellos en la tarea pienso que podemos esperar resultados positivos muy pronto. Además...

El retumbar de la sangre en mi cabeza me hizo imposible oír nada más. Empecé a abrir la puerta del todo; Lee me vio, le hizo una seña con la cabeza a Loew y salió de la oficina. Me llevó casi por la fuerza hasta nuestro cubículo de la Criminal. Una vez allí, giré en redondo para encararme con él.

—Has hecho que nos asignen el caso, ¿verdad?

Lee me puso las manos en el pecho como para contenerme.

—Vamos a tomarlo todo con calma y sin excitarnos, ¿vale? Primero, le he pasado un informe a Ellis. Le he dicho que tenemos datos comprobados de que Nash ya no está en nuestra jurisdicción.

—Joder, ¿te has vuelto loco o qué?

—Chiiist. Escúchame, eso sólo ha sido para que las cosas funcionaran mejor. Sigue habiendo una orden de búsqueda contra Nash, están vigilando el picadero y cada policía de la parte sur se encuentra en la calle para agarrar a ese bastardo. Esta noche yo mismo me encargaré de vigilar el picadero. Tengo unos prismáticos potentes y creo que entre ellos y los arcos voltaicos podré ver las matrículas de los coches que bajen por Norton. Es posible que el asesino vuelva para disfrutar del espectáculo. Anotaré todos los números de matrícula que pasen y los comprobaré después con los datos de tráfico.

Lancé un suspiro.

—¡Cristo, Lee...!

—Compañero, todo lo que deseo es una semana para dedicarle a la chica. Nash está cubierto y si no le han cogido para entonces volveremos a él como nuestro objetivo prioritario.

—Es demasiado peligroso para que nos olvidemos de él. Eso ya lo sabes.

—Socio, está cubierto. Y ahora no me digas que no quieres aprovechar a esos dos betunes que te cargaste. No me digas que no estás enterado de que la chica muerta es un plato mucho más jugoso que Junior Nash.

Vi más titulares sobre Fuego y Hielo.

—Una semana, Lee. Ni un minuto más.

Lee me guiñó el ojo.

—Pistonudo.

La voz del capitán Jack nos llegó por el intercomunicador:

—Caballeros, todo el mundo a la sala de reuniones. Ahora.

Cogí mi cuadernillo y atravesé la sala común. Las filas de los que tenían confesiones que hacer habían aumentado y los nuevos se encontraban esposados a los radiadores y las cañerías de la calefacción. Bill Koenig abofeteaba a un viejo que pedía hablar con el alcalde Bowron; Fritzie Vogel anotaba nombres en una tablilla. La sala de reuniones estaba llena hasta los topes con hombres de la Central y el Departamento y un montón de policías de paisano a los cuales nunca había visto antes. El capitán Jack y Russ Millard se encontraban en la parte delantera, de pie junto a un micrófono sostenido por un poste metálico. Tierney golpeó el micrófono con la punta de los dedos, y se aclaró la garganta.

—Caballeros —dijo—, ésta es una reunión general de información sobre el 187 en Leimert Park. Estoy seguro de que todos han leído la documentación repartida y todos saben que va a ser un trabajo condenada-mente duro, y muy importante también. La oficina del alcalde ha recibido una gran cantidad de llamadas, nosotros tenemos muchísimas llamadas, el consejo ha recibido un montón de llamadas y al jefe Horrall le han telefoneado bastantes personas a las cuales queremos tener contentas. Todo eso que cuentan del monstruo y el hombre-lobo en los periódicos hará que recibamos muchas más; o sea, hay que ponerse en acción.

»Empezaremos con la cadena de mando. Yo superviso el asunto; el teniente Millard será el oficial ejecutivo; el sargento Sears, el enlace entre los departamentos. El ayudante del fiscal del distrito, Ellis Loew, actuará como enlace con la prensa y las autoridades civiles, y los siguientes policías quedan asignados a la Central de Homicidios, con efectividad 16/1/47: sargento Anders, detective Arcola, sargento Blanchard, agente Bleichert, sargento Cavanaugh, detective Ellison, detective Grimes, sargento Koenig, detective Liggett, detective Navarette, sargento Pratt, detective J. Smith, detective W. Smith y sargento Vogel. Tienen que reunirse con el teniente Millard después de esta sesión. Russ, todos tuyos.

Saqué mi pluma y, al hacerlo, le di un suave codazo al hombre que tenía al lado para obtener un poco más de espacio donde escribir. Cada uno de los policías que me rodeaban estaba haciendo lo mismo: se podía sentir su atención concentrada en la parte delantera de la habitación.

Millard habló con su voz de abogado en la sala del tribunal.

—Ayer, a las siete de la mañana, avenida Norton, entre la Treinta y Nueve y Coliseo. Una joven muerta, desnuda, cortada en dos, junto a la acera en un solar vacío. Obviamente torturada pero no voy a extenderme sobre ello hasta que hable con el forense de la autopsia... El doctor Newbarr hará el trabajo esta tarde en el Reina de Los Ángeles. Nada de periodistas..., hay algunos detalles que no deseamos que se den a conocer.

»La zona ha sido batida a fondo una vez..., sin pistas de momento. No había sangre donde encontramos el cuerpo; lo cual significa que la chica fue asesinada en algún otro lugar y abandonado el cadáver en el solar. Hay bastantes solares vacíos en la zona y están siendo registrados en busca de armas y manchas de sangre. Un sospechoso llamado Raymond Douglas Nash, que cometió un homicidio durante un robo a mano armada, alquilaba a veces un garaje al final de la calle. También ha sido examinado en búsqueda de huellas dactilares y manchas de sangre. Los chicos del laboratorio no han obtenido nada y Nash no es sospechoso del asesinato de la chica.

»No la hemos identificado todavía y no encaja con ninguna descripción en los archivos de Personas Desaparecidas. Se han mandado sus huellas por teletipo, así que pronto deberíamos obtener algún tipo de información. Por cierto, una llamada anónima a los de Universidad lo puso todo en marcha. El agente que atendió la denuncia nos ha dicho que era una mujer histérica que llevaba su niña a la escuela. La mujer no dio su nombre y colgó, creo que podemos eliminarle a ella como sospechosa.

Millard pasó a utilizar un paciente tono de profesor.

—Hasta que el cuerpo sea identificado, la investigación debe centrarse en la Treinta y Nueve con la avenida Norton. El paso siguiente es volver a dar una batida por la zona.

Se oyó un gran gemido colectivo.

—Universidad será el puesto de mando —continuó Millard, con el ceño fruncido—, y allí habrá gente que pasará a máquina y reunirá los informes de los agentes que examinen la zona. Habrá policías para montar los sumarios a base de los informes y los índices de pruebas. Serán colocados en el tablero común de Universidad y se repartirán copias por todo Los Ángeles y en las demarcaciones del
sheriff
. Los hombres aquí presentes que pertenezcan a otros departamentos deberán explicar en sus comisarías todo lo hablado en esta reunión, consignarlo en cada informe delictivo general y pasarlo a cada turno. Cualquier información que reciban de los patrulleros ha de ser enviada telefónicamente a la Central de Homicidios, extensión 411. Bien, tengo listas de direcciones que deben ser visitadas de nuevo para todo el mundo, excepto Blanchard y Bleichert. Bucky, Lee, coged las mismas zonas que ayer. Los que sean de otras divisiones que se queden; el resto de hombres liberados de sus puestos por el capitán Tierney que pasen a verme luego. ¡Eso es todo!

Me escabullí por la puerta y bajé por la escalera de servicio hasta llegar al estacionamiento. Quería evitar a Lee y poner alguna distancia entre él y mi visto bueno a su informe sobre Nash. El cielo se había vuelto de un gris oscuro y durante todo el trayecto hasta Leimert Park no hice más que pensar en los chaparrones que podían eliminar algunas pistas en los solares vacíos, llevándose con ellos la investigación de la chica cortada a trocitos y el dolor y la pena que Lee sentía por su hermana pequeña; al arrastrarlo, todo eso iría a parar a la alcantarilla, hasta conseguir que ésta se desbordara y que Junior Nash asomara su cabeza por ella, con la súplica de ser arrestado. Mientras estacionaba mi coche las nubes empezaron a dispersarse; muy pronto estuve registrando la zona con un sol espléndido cayendo sobre mí..., y una nueva ristra de respuestas negativas acabaron con mis fantasías. Hice las mismas preguntas que el día anterior, aunque encarriladas todavía más hacia Nash. Pero esta vez fue diferente. Los policías peinaban el área, anotaban los números de matrícula de todos los coches estacionados y dragaban las cloacas en busca de ropa femenina... Además, la gente de la zona había escuchado la radio y leído los periódicos.

Una vieja que le daba bastante al jerez, a juzgar por su aliento, me enseñó un crucifijo de plástico y me preguntó si eso mantendría alejado al hombre-lobo. Un carcamal, con ropa interior de franela y un cuello de clérigo, me dijo que la chica muerta era un sacrificio a Dios porque Leimert Park había votado a los demócratas en las elecciones de 1946 para el Congreso. Un chaval me enseñó una foto de Lon Chaney, Jr. como el hombre-lobo y dijo que el solar vacío de la Treinta y Nueve con Norton era el terreno de lanzamiento de su nave cohete. Un aficionado al boxeo, que me reconoció gracias al combate con Blanchard, me pidió un autógrafo y luego, muy serio, me espetó que el asesino era el bassett de su vecino y que si tendría la bondad de pegarle un tiro al capullo ése. Las negativas racionales que obtuve fueron tan aburridas como fantasiosas las respuestas de los chalados y empecé a sentirme como si fuera el único hombre que actuaba de forma normal en una monstruosa comedia de enredo.

Acabé a la una y media y regresé a pie a mi coche. Iba pensando en el almuerzo y en pasarme por Universidad cuando vi un trozo de papel metido bajo el limpiaparabrisas: una hoja con el membrete personal de Thad Green y que en el centro, escrito a máquina, ponía: «Agente de policía que esté de guardia: permita la entrada a este agente en la autopsia de la desconocida 31, a las 2 de la tarde, 16/1/47». La firma de Green estaba garabateada al final... y recordaba sospechosamente a la letra del sargento Leland C. Blanchard. Riendo contra mi voluntad, me dirigí hacia el hospital Reina de Los Ángeles.

Los corredores estaban repletos de monjas-enfermeras y ancianos en camilla. Le enseñé mi placa a una de las hermanas y pregunté dónde estaba la sala de autopsias; ella se persignó y luego me guió a lo largo del pasillo; al final, señaló una doble puerta sobre la que se veía la palabra PATOLOGÍA. Fui hasta el patrullero que montaba guardia y le enseñé mi invitación; se puso muy serio, irguió el cuerpo y abrió las puertas. Entré en una habitación pequeña y fría, toda de un blanco antiséptico, con una larga mesa metálica en el centro. Dos objetos, cubiertos con sábanas, yacían sobre ella. Tomé asiento en un banco de cara a la mesa, estremeciéndome ante la idea de ver otra vez la muerta sonrisa de la chica.

Las dobles puertas se abrieron unos segundos después. Un hombre alto y de avanzada edad que fumaba un puro entró por ellas seguido de una monja con un cuaderno para tomar notas taquigráficas entre las manos. Russ Millard, Harry Sears y Lee entraron detrás acompañados por el oficial ejecutivo de Homicidios meneando la cabeza.

—Tú y Blanchard estáis siempre por todos lados, igual que la falsa moneda. Doctor, ¿podemos fumar nosotros?

El anciano sacó un escalpelo de su bolsillo trasero y lo limpió en la pernera de su pantalón.

—Por supuesto. A la chica no le molestará, va a quedarse para siempre en la tierra de los sueños. Hermana Margaret, ayúdeme a retirar esta sábana, ¿quiere?

Lee tomó asiento en el banco, a mi lado: Millard y Sears encendieron sus cigarrillos y sacaron cuadernillos y plumas. Lee bostezó.

—¿Has conseguido algo? —me preguntó.

Pude observar que se le había terminado el efecto de la benzedrina.

—Sí. Un hombre-lobo asesino que viene de Marte cometió el crimen. Buck Rogers le está persiguiendo en su nave espacial y tú deberías irte a casa a dormir.

Él bostezó de nuevo.

—Luego. Lo mejor que he sacado yo ha sido una pista sobre los nazis. Un tipo me ha dicho que vio a Hitler en un bar entre la Treinta y Nueve y Crenshaw. ¡Oh, Jesús, Bucky!

Lee bajó los ojos; entonces, yo miré hacia la mesa de autopsias. La chica muerta estaba destapada, su cabeza vuelta en nuestra dirección. Clavé la vista en mis zapatos hasta que el doctor empezó a parlotear una jerga médica.

—En el primer examen patológico, tenemos aquí a una hembra caucasiana. El tono muscular indica que su edad está entre los dieciséis y los treinta años. El cadáver viene presentado en dos mitades, con la bisección a nivel del ombligo. En la mitad superior la cabeza está intacta, con grandes fracturas craneales, los rasgos faciales significativamente oscurecidos por considerables equimosis, hematomas y edema. Desplazamiento hacia abajo del cartílago nasal. Laceraciones en ambas comisuras de la boca que atraviesan los músculos maseteros y se extienden por las articulaciones de la mandíbula hasta llegar a los lóbulos. No hay signos visibles de hematomas en el cuello. Múltiples laceraciones en la parte anterior del tórax, centradas en los dos senos. Quemaduras de cigarrillos en ambos. El derecho casi totalmente amputado del tórax. La inspección de la cavidad abdominal superior media revela que no existe flujo sanguíneo. Intestinos, estómago, hígado y bazo quitados.

El doctor aspiró un poco de aire; yo alcé los ojos y le observé chupar su puro. La monja taquígrafa acabó de anotar lo que había dicho, y Millard y Sears siguieron con los ojos clavados en el fiambre mientras Lee miraba al suelo y se enjugaba el sudor de la frente. El doctor palpó los senos y continuó:

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