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Authors: Anne Holt

Tags: #Policíaco

La diosa ciega (9 page)

BOOK: La diosa ciega
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—¿Qué es lo que estamos buscando en realidad? —La pregunta de Håkon Sand era oportuna, pero no hubo respuesta—. Tú eres la investigadora, ¿por qué me has traído aquí?

Seguía sin recibir respuesta, aunque Hanne se levantó, se acercó a la ventana y palpó por debajo del alféizar.

—Todo esto ha sido revisado por los técnicos —dijo al fin—. Pero ellos estaban buscando pistas para un caso de asesinato, y tal vez se les haya pasado lo que estamos buscando nosotros. Creo que tiene que haber documentos escondidos en alguna parte. En algún sitio de este piso debe haber algo que hable de lo que este tipo se traía entre manos, más allá de la abogacía, quiero decir. Ya hemos revisado sus cuentas de banco, al menos las que conocemos, y no se ha encontrado nada sospechoso. —Continuó palpando las paredes y prosiguió—: Si tenemos razón en nuestra débil teoría, el hombre debería tener dinero. No creo que se atreviera a tener los documentos almacenados en el despacho. Por allí pasa un montón de gente todo el tiempo. Aquello es un flujo constante, joder. A no ser que tuviera otro escondite en algún otro lado, tiene que haber algo por aquí.

Håkon siguió el ejemplo de la detective y recorrió la pared de enfrente con los dedos. Se sentía idiota, no tenía ni idea de cómo reconocería una supuesta cámara secreta. Aun así, continuaron hasta que palparon debidamente toda la habitación, sin otro resultado que los dedos sucios.

—¿Y si probamos con lo obvio? —dijo Håkon, mientras se dirigía a la estantería de mal gusto y abría las puertas.

En el primer armario no había nada y el polvo de los estantes indicaba que llevaba mucho tiempo vacío. El siguiente estaba repleto de películas porno, meticulosamente ordenadas por categorías. La subinspectora sacó una de ellas y la abrió. Contenía lo que prometía la voluptuosa etiqueta. Dejó la película en su sitio y sacó la siguiente.

—¡Bingo!

Una nota había caído al suelo. La recogió, era un folio plegado con minuciosidad. En la parte de arriba de la hoja ponía «las alas», escrito a mano. Después aparecían una serie de números, en grupos de tres, con guiones intercalados: 2-17-4, 2-19-3, 7-29-32, 9-14-3. Y así continuaba casi hasta el final de la página.

Miraron la hoja largo rato.

—Tiene que ser un código —intervino Sand, y se arrepintió enseguida.

—No me digas —sonrió Hanne, y luego volvió a plegar la hoja con cuidado y la introdujo en una bolsa de plástico—. Entonces vamos a tener que intentar descifrarlo —dijo con énfasis, y metió la bolsa en una maleta que había traído.

El abogado Peter Strup era un hombre inquieto. Mantenía un ritmo que, teniendo en cuenta su edad, habría hecho saltar las alarmas de cualquier médico, si no fuera porque se mantenía en un impresionante estado físico. Actuaba en los tribunales treinta días al año, además de participar en campañas, programas de televisión y debates. Había publicado tres libros en los últimos cinco años, dos de ellos sobre sus muchas bravatas en los juzgados y el otro una pura autobiografía. Los tres se habían vendido bien, y habían salido al mercado con la anticipación precisa a las Navidades.

En aquel momento se hallaba en un ascensor que se dirigía hacia el despacho de Karen Borg. Vestía un traje de buen gusto, de franela de lana de color rojo que tiraba a marrón. Los calcetines hacían juego con una raya de la corbata. Se vio a sí mismo en el enorme espejo que cubría toda una pared del ascensor. Se pasó una mano por el pelo, se enderezó el cuello de la camisa y le molestó notar que se le insinuaba una franja oscura en torno al cuello.

En el momento en que se abrieron las puertas de metal y daba un paso hacia el pasillo, una joven salió por las grandes puertas de cristal con números blancos que le indicaban que se encontraba en la planta correcta. La mujer era rubia, una belleza del montón, y llevaba un traje chaqueta que era prácticamente del mismo color y tela que el traje que llevaba él. Al verlo, la mujer se detuvo perpleja.

—¿Peter Strup?

—Mrs. Borg, I presume —dijo él tendiéndole la mano, que ella estrechó tras una breve vacilación—. ¿Te estás yendo? —preguntó de modo bastante superfluo.

—Sí, pero sólo para recoger algo privado, acompáñame dentro —respondió Karen, y se detuvo—. ¿Querías verme a mí?

El abogado se lo confirmó y entraron juntos en el despacho de ella.

—Vengo a causa de tu cliente —dijo una vez que se hubo sentado en uno de los dos sillones separados por una mesita de cristal—. Lo cierto es que quisiera hacerme cargo del caso. ¿Has hablado con él del asunto?

—Sí, y me temo que no quiere. Quiere que sea yo. ¿Quieres un café?

—No, no te ocuparé tanto tiempo —dijo Strup—. Pero ¿sabes por qué insiste en que seas tú?

—No, la verdad es que no —mintió, y le asombró lo fácil que le resultaba mentir a aquel hombre—. Tal vez quiera que sea una mujer, así de sencillo.

Karen sonrió y el abogado soltó una carcajada breve y encantadora.

—No pretendo ofenderte —le aseguró—, pero con todos mis respetos: ¿sabes algo de derecho penal? ¿Tienes alguna idea de lo que sucede en un juicio?

Ella no respondió, pero se irritó considerablemente. A lo largo de la última semana había sufrido las bromas de sus compañeros, el acoso de Nils y el reproche de la esnob de su madre por haberse hecho cargo de un proceso criminal. Peter Strup pagó el pato. Karen estampó la mano contra la mesa.

—Para serte franca, estoy bastante harta de que la gente resalte mi incompetencia. Tengo ocho años de experiencia como abogada, y eso después de una licenciatura sin duda brillante. Y por usar tus propias palabras: con todos mis respetos, ¿cómo de difícil es defender a un hombre que ha confesado un asesinato? ¿Acaso no basta con poner el piloto automático y añadir una nota de color sobre las dificultades de su vida en el momento en que se esté decidiendo la duración de la pena?

No estaba acostumbrada a presumir, y no solía enfadarse. A pesar de todo, le sentó bien. Se percató de que Strup parecía cohibido.

—Por Dios, seguro que puedes hacerlo —dijo conciliadoramente, como un examinador amable—. No era mi intención herirte. —En el momento en que salía, se giró con una sonrisa y añadió—: ¡Pero la oferta sigue en pie!

Cuando cerró la puerta, marcó el número de teléfono de la jefatura de Policía. Al cabo de un rato le atendió una recepcionista de mal humor; pidió que le pasaran al fiscal adjunto Sand.

—Soy Karen.

Él no respondió, y durante una centésima de segundo sintió la peculiar tensión que había surgido entre ellos antes del fin de semana, pero que entre tanto casi había olvidado. Tal vez era eso lo que quería.

—¿Qué sabes de Peter Strup?

La pregunta se abrió paso a través de la tensión. Él no pudo disimular su asombro.

—¿Peter Strup? Uno de los abogados defensores más competentes del país, tal vez el mejor, lleva siglos en activo ¡y la verdad, es un tipo muy majo! Eficaz, famoso y sin un solo rasguño en el esmalte. Lleva casado veinticinco años con la misma mujer, tiene tres hijos, que han salido muy bien, y vive en una villa modesta en Nordstrand. Lo último lo sé por la prensa rosa. ¿Qué pasa con él?

Karen contó su historia. Fue escueta, no añadió ni quitó nada. Al acabar dijo:

—Algo falla. No puede estar buscando trabajo. ¡Y se tomó la molestia de venir a mi despacho! ¡Podría haberme llamado otra vez! —Parecía casi indignada, pero Håkon se había puesto a pensar y no dijo nada—. ¡Oye!

—Que sí, mujer, aquí estoy —reaccionó él—. No, la verdad es que no lo entiendo, pero es probable que simplemente pasara por allí. Tal vez estaba en las inmediaciones por algún asunto de trabajo.

—En fin, puede ser, pero entonces me extraña que no llevara un maletín o algo así.

Håkon estaba de acuerdo, pero no dijo nada. Nada de nada. Aunque estaba pensando con tal intensad que no hubiera sido raro que Karen lo oyera.

Miércoles, 7 de octubre

—Ésto es un código de libro. Eso al menos está claro.

El anciano estaba seguro de lo que decía. Se hallaba en la cantina de la séptima planta junto con Hanne Wilhelmsen y Håkon Sand.

Era un hombre guapo, delgado y muy alto para su generación. Aunque el pelo era más escaso de lo que fue en tiempos, aún conservaba el suficiente como para tener una imponente cabellera blanquecina, peinada hacia atrás y cortada hacía poco. Tenía una cara poderosa y bien definida, con la nariz recta, de estilo nórdico, y unas gafas que se balanceaban elegantemente sobre la punta. Iba bien vestido, con un jersey rojo oscuro y unos distinguidos pantalones azules. Las manos sujetaban la hoja de papel con firmeza y tenía una alianza atascada en el dedo anular derecho.

Gustav Løvstrand era policía retirado. Había comenzado su vida laboral durante la guerra, en los servicios secretos del Ejército, pero más tarde había apostado por una carrera en la Policía, más orientada hacia el público. Era un hombre de enorme aplomo, muy apreciado y respetado por sus compañeros antes de que lo reclutara la Brigada de Información, donde terminó su carrera como consejero. Había experimentado la gran alegría y satisfacción de ver a sus tres hijos trabajando en servicios relacionados con la Policía. Gustav Løvstrand cultivaba a su mujer y sus rosas, disfrutaba de la vida de jubilado y ayudaba a todo aquel que opinaba que él aún tenía algo que aportar.

—Es sencillo ver que se trata de un código de libro. Mirad —dijo, y dejó la hoja sobre la mesa y señaló la ristra de números—: 2-17-4, 2-19-3, 7-29-32, 9-14-3,12-2-29,13-11-29,16-11-2. Increíblemente banal —añadió con una sonrisa.

Los otros dos no entendían bien lo que quería decir, fue Hanne la que se atrevió a preguntar:

—¿Qué es un código de libro? ¿Y por qué está tan claro que lo es?

Løvstrand la miró durante un momento y después señaló la primera fila de números.

—Tres dígitos en cada grupo. Número de página, de línea y de letra. Como veis, sólo los primeros números de cada grupo tienen alguna conexión lógica. O bien es el mismo número que el anterior, o bien es más alto: 2, 2, 7, 9, 12, 13, 16 y así sucesivamente. El número más alto en segunda posición es el 43, rara vez los libros tienen más de cuarenta y pocas líneas en una página. Si se tiene el libro de que se trata, el enigma se resuelve de inmediato. —Añadió que el código no debía de estar hecho por profesionales, los códigos de libros eran fáciles de reconocer—. Pero son increíblemente difíciles de descifrar. ¡Hay que saber de qué libro se trata! Si encima han acordado un código para saber de qué libro se trata, has de tener mucha suerte para averiguarlo. Cuando me mandaste esta copia, me pasé por una librería. Me dieron una lista con más de 1.200 libros cuyo título contiene las palabras «las alas». ¡Nada menos! En realidad, estas palabras también podrían ser un código, así que estaríamos en las mismas. Sin el libro adecuado, no hay manera de resolver esto. —Plegó la hoja y se la dio a Hanne, que parecía desanimada, porque no quería quedarse con el papel, aunque fuera una copia; sus muchos años en los servicios secretos habían dejado su huella—. Pero con lo banal que es el código en sí mismo, yo buscaría lo más evidente. Buscad el libro en el entorno cercano. Tal vez tropecéis con él. Gran parte del trabajo policial de calidad es resultado de una mera casualidad. Buena suerte.

Los otros dos se quedaron sentados sin decir nada.

—Míralo positivamente, Håkon —dijo Hanne al final.

Al menos sabemos que no andamos tan desencaminados. No creo que el abogado Olsen tuviera necesidad de escribir sus alegatos en código. Sin duda tiene que ser algo que intentaba ocultar.

—Pero ¿qué? —suspiró Håkon—. ¿Repasamos otra vez lo que tenemos?

Les llevó un rato. Al cabo de una hora, los dos estaban de bastante mejor humor. Estaba claro que cabía la posibilidad de que encontraran el libro. Además, hacia poco, les habían confirmado que el abogado Olsen se había reunido con su cliente el día que tenían una cita, aunque la reunión no había tenido lugar en el despacho y a ambos les sorprendía que se hubieran reunido en un sitio tan público como Gamle Christiania.

—Podría ser la señal de que era una reunión en confianza —dijo Håkon lúgubremente.

—You never know —dijo Hanne preparándose para irse.

—¿Por qué hablas tanto en inglés?

—Porque soy una apasionada de Estados Unidos. —La subinspectora sonrió algo avergonzada—. Sé que es una mala costumbre.

Se bebieron el resto del café y se fueron.

Esa misma tarde, dos excursionistas charlaban sentados sobre un árbol caído en Nordmarka. El mayor se había colocado una bolsa de plástico bajo el trasero para protegerse de la humedad. El otoño estaba pasando por su época más prototípica, en el aire había diminutas gotas de llovizna, además de una suave neblina. No veían gran cosa, pero tampoco estaban ahí para disfrutar del paisaje. Uno de ellos lanzó una piedra a la relumbrante laguna del bosque y ambos mantuvieron silencio mientras las ondas se extendían bellamente siguiendo las leyes de la física, hasta que el agua estuvo de nuevo quieta.

—¿Va a reventar todo el tinglado?

Lo preguntaba el más joven de los dos, un hombre de treinta y pocos años. La voz tenía un aire de calma tensa. Estaba asustado, y se le notaba, aunque intentara parecer relajado.

—No, no va a reventar —lo tranquilizó el mayor—. El sistema está construido con esclusas cerradas. Hemos podado una de las ramas. Una lástima, la verdad, porque era lucrativa. Pero era necesario. Hay demasiado en juego.

Lanzó otra piedra, esta vez con más fuerza, como para subrayar lo que había dicho.

—Pero sinceramente —se aventuró a decir el más joven—, hasta ahora el sistema ha sido seguro, nunca hemos corrido riesgos y la Policía nunca se nos ha acercado. Dos asesinatos se toman más en serio que lo que hemos estado haciendo hasta ahora. Con lo avaricioso que era Olsen, no entiendo por qué no podíamos comprarle su parte. ¡Mierda, me siento muy sudado!

El hombre mayor se levantó y se colocó ante él. Miró hacia ambos lados para asegurarse de que estaban solos. La niebla se había espesado y no veían más allá de veinte o treinta metros. No había nadie dentro de ese radio.

—Ahora me vas a escuchar —le espetó—. Siempre hemos tenido claro que esto implicaba sus riesgos. Pero, aun así, es necesario hacer unas pocas operaciones más, para impedir que quede demasiado clara la relación entre los dos asesinatos y la droga. Vamos a dejarlo mientras estemos en la cresta de la ola, pero eso exige que tú mantengas la cabeza fría y no tropieces durante los próximos dos o tres meses. Tú eres el que tiene los contactos. Pero tenemos un pequeño problema que nos puede quemar —añadió—. Han van der Kerch. ¿Cuánto sabe?

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