Geralt guardó silencio. No tenía nada que añadir. La dríada sonrió.
—¿Así era la proposición del rey, Gwynbleidd? O puede que fuera más sincera, diciendo: «No tengas la cabeza tan alta, fantasma del bosque, bestia del despoblado, reliquia del pasado, y escucha lo que queremos nos, rey Venzlav. Nos queremos el cedro, el roble y la hicoria, queremos la caoba y el abedul dorado, el tejo para los arcos y el pino para los mástiles, porque tenemos Brokilón aquí al lado y sin embargo nos vemos obligados a traer madera de más allá de las sierras. Queremos el hierro y el cobre que se encuentran bajo tierra. Queremos el oro que yace en Craag An. Queremos talar y serrar, y cavar en la tierra sin tener que escuchar el silbido de la flecha. Y lo que es más importante: queremos por fin ser un rey al que todo en el reino esté subordinado. No deseamos en nuestro reino ningún Brokilón, un bosque al que no podemos entrar. Tal bosque nos molesta, nos enerva y no nos deja dormir bien, porque nosotros somos humanos, nosotros gobernamos el mundo. Podemos, si queremos, tolerar en el mundo unos cuantos elfos, dríadas o rusalkas. Si no son demasiado descarados. Sométete a nuestra voluntad, Hechicera de Brokilón. O muere».
—Eithné, tú misma reconociste que Venzlav no es tonto ni fanático. Con toda seguridad sabes que es un rey justo y amante de la paz. A él le duele y le mortifica la sangre derramada aquí...
—Si se mantiene lejos de Brokilón no fluirá ni una gota de sangre.
—Bien sabes... —Geralt alzó la cabeza—. Bien sabes que no es así. Mataron gente en los Desmontes, en la Octava Milla, en los montes de los Búhos. Mataron gente en Brugge, en la orilla derecha del río Cintas. Fuera de Brokilón.
—Los lugares que mencionaste —repuso serena la dríada— son parte de Brokilón. Yo no reconozco los mapas humanos ni las fronteras.
—¡Pero allí se taló el bosque hace cien años!
—¿Qué significan cien años para Brokilón? ¿Y cien inviernos?
Geralt se calló.
La dríada dejó de lado el peine, acarició los cenicientos cabellos de Ciri.
—Acepta la proposición de Venzlav, Eithné.
La dríada le miró con frialdad.
—¿Qué nos da eso? ¿A nosotras, hijas de Brokilón?
—La posibilidad de perdurar. No, Eithné, no me interrumpas. Sé lo que quieres decir. Entiendo que estés orgullosa de la independencia de Brokilón. El mundo, sin embargo, está cambiando. Algo se termina, Tanto si lo quieres como si no, el dominio del ser humano sobre el mundo es un hecho. Perdurarán aquellos que se asimilen a los seres humanos. Los otros morirán. Eithné, hay bosques en los que las dríadas, las rusalkas y los elfos viven en paz, adaptándose a los humanos. Estamos muy cercanos. ¡Pero si los humanos pueden ser padres de vuestros hijos! ¿Qué te da la guerra que llevas a cabo? Los padres potenciales de vuestros hijos caen bajo vuestras flechas. ¿Y cuál es la consecuencia? ¿Cuántas de las dríadas de Brokilón son de sangre pura? ¿Cuántas de ellas no son muchachas humanas raptadas y reconvertidas? Incluso has de usar de Zywiecki, porque no tienes elección. Pocas dríadas pequeñas veo por aquí. Sólo la veo a ella, una muchacha humana, asustada y embotada por los narcóticos, paralizada del miedo...
—¡Yo no tengo miedo! —gritó de pronto Ciri, adoptando por un momento su habitual gesto de pequeño diablo—. ¡Ni estoy empotada! ¡Qué te has creído! A mí no me puede pasar nada aquí! ¡No tengo miedo! ¡Mi abuela dice que las dríadas no son malas y mi abuela es la más lista del mundo! Mi abuela... Mi abuela dice que debiera haber más bosques como éste...
Se calló, bajó la cabeza. Eithné sonrió.
—Un Niño de la Vieja Sangre —dijo—. Sí, Geralt. Todavía siguen naciendo en el mundo Niños de la Vieja Sangre, sobre los que hablan las profecías. Y tú dices que algo se acaba...Te preocupa el que no perduremos...
—La mocosa tenía que casarse con Kistrin de Verden —le interrumpió Geralt—. Una pena que no lo haga. Kistrin asumirá algún día el reino después de Ervyll y bajo la influencia de una esposa que piensa así, ¿no dejaría quizá los ataques contra Brokilón?
—¡No quiero a Kistrin! —gritó muy agudo la muchacha, y algo relampagueó en sus ojos verdes—. ¡Que Kistrin se busque su hermoso y tonto material! ¡Yo no soy un material! ¡Ni seré princesa!
—Silencio, Niño de la Vieja Sangre. —La dríada abrazó a la muchacha—. No grites. Por supuesto que no serás princesa...
—Por supuesto —añadió, ácido, el brujo—. Tú y yo, Eithné sabemos bien lo que será. Veo que ya está todo decidido. Una pena. ¿Qué respuesta debo llevarle al rey Venzlav, Señora de Brokilón?
—Ninguna.
—¿Cómo que ninguna?
—Ninguna. Él lo entenderá. Hace ya mucho, mucho tiempo, cuando aún Venzlav no estaba en el mundo, a Brokilón acudían los heraldos, tronaban los cuernos y las trompas, relucían las armas, se agitaban los pabellones y los estandartes. «¡Sométete, Brokilón!», gritaban. «El rey Cabridente, de Calvas de Arriba y Prado Mojado, ordena que te sometas, Brokilón!» Y la respuesta de Brokilón fue siempre la misma. Cuando vayas a abandonar mi bosque, Gwynbleidd, vuélvete y escucha. En el murmullo de las hojas oirás la respuesta de Brokilón. Llévasela a Venzlav y añade que no habrá jamás otra, mientras queden robles en Duén Canell. Mientras crezca aunque sea un solo árbol y viva siquiera una dríada.
Geralt se mantuvo en silencio.
—Dices que algo se termina —continuó con lentitud Eithné—. No es cierto. Son cosas que no se terminan nunca. ¿Me hablas a mí de perdurar? Yo lucho por la perduración. Porque Brokilón resiste gracias a mi lucha, porque los árboles viven más que los humanos, sólo hay que protegerlos de vuestras hachas. Me hablas de reyes y princesas. ¿Quiénes son? Los que conozco son blancos esqueletos que yacen en las necrópolis de Craag An, allí, en lo profundo del bosque. En las tumbas de mármol, en ataúdes de metal dorado y piedras relucientes. Y Brokilón perdura, los árboles murmuran sobre las ruinas de los palacios, las raíces perforan el mármol. ¿Acaso tu Venzlav recuerda quiénes fueron esos reyes? ¿Acaso tú lo recuerdas, Gwynbleidd? Y si no, ¿cómo puedes afirmar que algo se acaba? ¿Cómo sabes a quién le está predestinada la aniquilación y a quién la eternidad? ¿Qué te da derecho a hablar del destino? ¿Sabes siquiera lo que es el destino?
—No —admitió—. No sé. Pero...
—Si no sabes —le interrumpió— no hay sitio ya para ningún «pero». No sabes. Simplemente no sabes.
Calló, se pasó la mano por la cabeza, volvió el rostro.
—Cuando estuviste aquí por vez primera —siguió— tampoco lo sabías. A Morénn... Mi hija... Geralt, Morénn ha muerto. Murió junto al río Cintas, defendiendo Brokilón. No la reconocí cuando me la trajeron. Tenía el rostro triturado por los cascos de vuestros caballos. ¿Predestinación? Y hoy tú, brujo, que no podías dar un hijo a Morénn, me la traes a ella, un Niño de la Vieja Sangre. Una muchacha que sabe lo que es el destino. No, no es un conocimiento que pudiera serte adecuado, que pudieras aceptar. Ella simplemente cree. Repite, Ciri, repite lo que me contaste antes de que entrara aquí este brujo, Geralt de Rivia, el Lobo Blanco. El brujo que no sabe. Repite, Niño de la Vieja Sangre.
—Podero... Noble señora —dijo Ciri con la voz quebrada—. No me retengáis aquí. Yo no puedo... Yo quiero... volver a casa. Quiero volver a casa con Geralt. Yo tengo... con él.
—¿Por qué con él?
—Porque él... Él es mi destino.
Eithné se volvió. Estaba muy pálida.
—¿Y qué dices a esto, Geralt?
No respondió. Eithné dio una palmada. Al interior del roble, apareciendo como espíritus desde la noche que reinaba en el exterior, entró Braenn, llevando con ambas manos una gran copa de plata. El medallón en el cuello del brujo comenzó a vibrar rítmicamente.
—¿Y qué dices a esto? —repitió la dríada de cabellos plateados levantándose—. ¡No quiere quedarse en Brokilón! ¡No quiere convertirse en una dríada! ¡No quiere sustituir a mi Morénn, quiere irse, irse tras de su destino! ¿Es así, Niño de la Vieja Sangre? ¿Es justo eso lo que quieres?
Ciri afirmó con la cabeza baja. Sus hombros temblaban. El brujo estaba ya harto.
—¿Por qué torturas a esta niña, Eithné? En unos instantes le darás el Agua de Brokilón y lo que ella desee dejará de tener sentido alguno. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué lo haces en mi presencia?
—Quiero mostrarte lo que es el destino. Quiero probarte que nada se termina. Que todo está comenzando justo ahora.
—No, Eithné —dijo él, al tiempo que se levantaba—. Siento perturbar tu demostración pero no tengo intenciones de contemplar esto. Has ido demasiado lejos, Señora de Brokilón, en tu intento de mostrar la frontera que nos separa. A vosotros, el Antiguo Pueblo, os gusta repetir que el odio os es ajeno, que es un sentimiento que sólo los humanos conocen. Pero no es cierto. Sabéis lo que es el odio y sois capaces de odiar, sólo que lo mostráis de una forma algo distinta, más inteligente y menos violenta. Pero puede que por eso aún más despiadada. Acepto tu odio, Eithné, en nombre de todos los humanos. Nos lo merecemos. Siento lo de Morénn.
La dríada no respondió.
—Así que ésta es la respuesta de Brokilón que tengo que transmitir a Venzlav de Brugge, ¿verdad? ¿Una advertencia y un reto? ¿La prueba fehaciente del odio y el Poder que habita entre estos árboles, un odio y un Poder por cuya voluntad dentro de unos instantes un niño humano va a beber un veneno que le destruirá la memoria, y tomándolo de la mano de otro niño humano cuya memoria y conciencia ya han sido destruidas? ¿Y esta respuesta ha de llevársela a Venzlav un brujo que conoce y ha aprendido a querer a ambos niños? ¿Un brujo culpable de la muerte de tu hija? Bien, Eithné, que sea según tu voluntad. Venzlav escuchará tu respuesta, escuchará mi voz, verá mis ojos y leerá todo en ellos. Pero no estoy obligado a contemplar lo que va a suceder aquí. Ni tampoco quiero.
Eithné continuó en silencio.
—Adiós, Ciri. —Geralt se arrodilló, abrazó a la muchacha. Los brazos de Ciri temblaban violentamente—. No llores. Ya sabes que aquí no te puede pasar nada malo.
Ciri respiró con fuerza. El brujo se levantó.
—Adiós, Braenn —dijo a la joven dríada—. Salud, y cuídate. Vive, Braenn, vive tan largo como tu árbol. Como Brokilón. Y otra cosa...
—¿Sí, Gwynbleidd? —Braenn levantó la cabeza y en sus ojos brilló un algo húmedo.
—Fácil es matar con un arco, muchacha. Y también fácil es soltar la cuerda y pensar que no soy yo, no soy yo, que es la flecha. En mis manos no hay sangre de ese muchacho. La flecha lo mató, no yo. Pero la flecha no sueña nada por la noche. Que tú tampoco sueñes nada por la noche, dríada de ojos azules. Adiós, Braenn.
—Mona... —dijo Braenn casi ininteligiblemente. La copa que sujetaba con las manos tembló, el líquido que la llenaba hasta los bordes onduló.
—¿Qué?
—¡Mona! —jadeó—. ¡Me llamo Mona! ¡Doña Eithné! Yo...
—¡Basta! —dijo Eithné con dureza—. Basta. Contrólate, Braenn.
Geralt sonrió secamente.
—Aquí tienes tu predestinación, Señora del Bosque. Respeto tu resistencia y tu lucha. Pero sé que dentro de poco lucharás sola. La última dríada de Brokilón enviando a la muerte a la última muchacha, quien, sin embargo, aún recordará su verdadero nombre. Pese a todo, te deseo suerte, Eithné. Adiós.
—Geralt... —susurró Ciri, aún sentada e inmóvil, con la cabeza baja—. No me dejes... sola...
—Lobo Blanco —dijo Eithné, abrazando la torcida espalda de la muchacha—. ¿Habías de esperar hasta que ella te lo pidiera? ¿Que te pidiera que no la dejaras? ¿Que te quedaras con ella hasta el final? ¿Por qué quieres dejarla en este momento? ¿Dejarla sola? ¿Adónde quieres huir, Gwynbleidd? ¿Y de quién?
Ciri bajó aún más la cabeza. Pero no se echó a llorar.
—Hasta el final. —El brujo movió la cabeza—. Bien, Ciri. No estarás sola. Estaré junto a ti. No temas nada.
Eithné tomó la copa de las temblorosas manos de Braenn, la alzó.
—¿Sabes leer las Antiguas Runas, Lobo Blanco?
—Sé.
—Lee lo que está escrito en la copa. Es una copa de Craag An. Bebieron de ella los reyes a los que nadie ya recuerda.
—Duettaeánn aef cirrán Cáerme Gláeddyv. Yn á esseath.
—¿Sabes lo que significa?
—La espada del destino tiene dos filos... Uno eres tú.
—Levántate, Niño de la Antigua Sangre. —En la voz de la dríada resonó una orden acerada a la que no era posible oponerse, una voluntad a la que sólo era dado someterse—. Bebe. Esto es el Agua de Brokilón.
Geralt se mordió los labios mientras miraba fijamente los ojos plateados de Eithné. No miró a Ciri, quien acercaba lentamente los labios a los bordes de la copa. Lo había visto ya antes, mucho antes. Convulsiones, temblores, gritos increíbles, aterradores, que se apagaban poco a poco. Y el vacío, la torpeza y la apatía de los ojos que se abrían poco a poco. Lo había visto antes.
Ciri bebió. Por el rostro impasible de Braenn se deslizaron lentas lágrimas.
—Basta.
Eithné le quitó la copa, la dejó sobre el suelo, acarició los cabellos de la muchacha con las dos manos, unos cabellos que caían sobre los hombros en ondas cenicientas.
—Niño de la Antigua Sangre —dijo—. Elige. ¿Quieres quedarte en Brokilón o partir en persecución de tu destino?
El brujo agitó la cabeza con incredulidad. Ciri respiraba un poco más deprisa, adquirió color en los pómulos. Y nada más. Nada.
—Quiero ir en persecución de mi destino —dijo con sonoridad, mirando a los ojos de la dríada.
—Que así sea —habló Eithné, con voz fría y concisa.
Braenn suspiró ruidosamente.
—Quiero quedarme sola —dijo Eithné, volviéndoles la espalda—. Idos, por favor.
Braenn agarró a Ciri, tocó el brazo de Geralt, pero el brujo retiró su mano.
—Te lo agradezco, Eithné —dijo él.
La dríada se volvió despacio.
—¿Qué es lo que me agradeces?
—El destino —sonrió—. Tu decisión. Porque eso no era el Agua de Brokilón, ¿no es cierto? El destino de Ciri era volver a casa.
Y tú, Eithné, desempeñaste el papel del destino. Y por ello te lo agradezco.
—Qué poco sabes sobre el destino —dijo la dríada con amargura—. Qué poco sabes, brujo. Qué poco sabes. Qué poco entiendes. ¿Me agradeces? ¿Me agradeces el papel que desempeñé? ¿Una actuación de feria de pueblo? ¿El artificio, el engaño, la mistificación? ¿El que la espada del destino fuera, según tú, de madera dorada? Continúa pues, no me agradezcas, desenmascárame. Quédate en tus trece. Demuestra que la razón está de tu parte. Arrójame a la cara tu verdad, muestra cómo triunfa la lúcida verdad humana, el sano juicio, gracias al cual, en vuestra opinión, os apoderáis del mundo. Ésta es el Agua de Brokilon, aún queda un poco. ¿Te atreves, conquistador del mundo?