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Authors: Michael Ende

La Historia Interminable (24 page)

BOOK: La Historia Interminable
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SI NO ESCUCHAS EL AVISO

QUE LA ESCALA DARTE QUISO

Y ESTÁS DISPUESTA A LLEGAR

DONDE NUNCA HAS DE HABITAR,

NO TE DOY OTRO CONSEJO:

¡BIENVENIDA! SOY EL VIEJO.

Cuando la Emperatriz Infantil hubo subido los últimos peldaños, dio un suave suspiro y miró hacia atrás. Su túnica amplia y blanca estaba rasgada: se había quedado enganchada en todos los signos de puntuación, ángulos y puntas de la escala de letras. Aquello no era nuevo para ella, porque las letras no siempre la trataban bien. Era una cuestión de reciprocidad.

Vio ante sí el huevo y la abertura redonda en que terminaba la escala. Entró por ella. La abertura se cerró inmediatamente detrás. Sin moverse, la Emperatriz Infantil esperó en la oscuridad lo que pudiera suceder.

Sin embargo, al principio no pasó nada en mucho tiempo.

—Aquí estoy —dijo ella por fin en la oscuridad, en voz baja. Su voz resonó como en un gran salón vacío… ¿O había sido otra voz, mucho más profunda, la que le había respondido con las mismas palabras?

Poco a poco se pudo ver en las tinieblas un resplandor rojizo y débil. Salía de un libro que, cerrado, flotaba en el aire en el centro de la estancia de forma de huevo. Estaba inclinado, de forma que ella podía ver su encuadernación. Tenía las tapas de color cobre y, lo mismo que en la Alhaja que la Emperatriz Infantil llevaba al cuello, también en el libro se veían dos serpientes que se mordían mutuamente la cola, formando un óvalo. Y en ese óvalo estaba el título:

La cabeza de Bastián le daba vueltas. ¡Era exactamente el mismo libro que estaba leyendo! Lo miró otra vez. Sí, no había duda: el libro que tenía en las manos era el libro del que se hablaba. Pero, ¿cómo podía aparecer ese libro dentro de sí mismo?

La Emperatriz Infantil se había acercado y miraba, al otro lado del libro flotante, el rostro de un hombre, iluminado desde abajo por las abiertas hojas con un resplandor azulado. Aquel resplandor salía de las letras del libro, que eran de color verdemar.

El rostro del hombre parecía la corteza de un árbol viejísimo, por lo lleno que estaba de surcos. Tenía la barba larga y blanca y sus ojos estaban tan hundidos en cuevas oscuras que no se podían ver. Llevaba una cogulla azul de monje, con capucha, y tenía en la mano una pluma con la que escribía en el libro. No levantó los ojos.

La Emperatriz estuvo largo tiempo en silencio, mirándolo. En realidad, lo que hacía el hombre no era escribir: más bien deslizaba la pluma lentamente sobre las páginas en blanco y las letras de las palabras se formaban por sí solas, como si surgieran del vacío.

La Emperatriz Infantil leyó lo que ponía y era exactamente lo que en aquel momento estaba ocurriendo, es decir:

«La Emperatriz Infantil leyó lo que ponía…».

—Escribes todo lo que ocurre —dijo ella.

—Todo lo que escribo ocurre —fue la respuesta. Y otra vez era aquella voz profunda y oscura, que ella había escuchado como un eco de sus propias palabras.

Lo curioso era que el Viejo de la Montaña Errante no había abierto la boca. Había anotado sus palabras y las de ella, y ella las había oído como si sólo recordase que él acababa de hablar.

—Tú y yo —pregunto— y toda Fantasia… ¿todo está anotado en ese libro?

Él siguió escribiendo y, al mismo tiempo, ella escuchó su respuesta.

—No. Ese libro
es
toda Fantasia y tú y yo.

—¿Y dónde está el libro?

—En el libro —fue la respuesta que él escribió.

—Entonces, ¿todo es sólo reflejo y contrarreflejo? —preguntó ella.

Y él escribió, mientras ella le oía decir:

—¿Qué se ve en un espejo que se mira en otro espejo? ¿Lo sabes tú, Señora de los Deseos, la de los Ojos Dorados?

La Emperatriz Infantil se quedó un rato callada y el Viejo, al mismo tiempo, escribió que ella callaba.

Entonces ella dijo en voz baja:

—Necesito tu ayuda.

—Lo sé —respondió y escribió él.

—Sí —dijo ella—, así debe ser sin duda. Tú eres la memoria de Fantasia y sabes todo lo que ha sucedido hasta. este momento. Pero, ¿no puedes hojear tu libro y ver lo que sucederá?

—¡Páginas en blanco! —fue la respuesta—. Sólo puedo mirar atrás y ver lo que ha ocurrido. Podía leerlo mientras lo escribía. Y lo sé porque lo leí. Y lo escribí porque sucedió. De esa forma, por mi mano, la Historia Interminable se escribe a sí misma.

—Entonces, ¿no sabes por qué he venido hasta ti?

—No —oyó decir ella a su voz oscura, mientras escribía—, y hubiera querido que no lo hicieras. Por mí todo se hace inalterable y definitivo… también tú, Señora de los Deseos, la de los Ojos Dorados. Este huevo es tu tumba y tu ataúd. Has entrado en la memoria de Fantasia. ¿Cómo quieres salir otra vez de este lugar?

—Todo huevo —respondió ella— es el comienzo de una nueva vida.

—Es verdad —escribió y dijo el Viejo—, pero sólo cuando se rompe su cáscara.

—Tú puedes abrirla —exclamó la Emperatriz Infantil—: me has dejado entrar.

El Viejo negó con la cabeza y lo escribió.

—Fue tu fuerza la que lo hizo. Pero ahora que estás aquí ya no la tienes. Estamos encerrados para siempre. Realmente, ¡no hubieras debido venir! Éste es el fin de tu Historia Interminable.

La Emperatriz Infantil sonrió, sin parecer nada preocupada.

—Tú y yo —dijo— no podemos hacerlo ya. Pero hay alguien que puede.

—Crear un nuevo comienzo —escribió el Viejo— sólo puede hacerlo una criatura humana.

—Sí —contestó ella—, una criatura humana.

El Viejo de la Montaña Errante levantó lentamente los ojos y, por primera vez, miró a la Emperatriz Infantil. Era como si aquella mirada llegase del otro extremo del universo, de tanta distancia y tanta oscuridad venía. Ella le correspondió con sus ojos dorados, sosteniéndole la mirada. Fue como una lucha silenciosa e inmóvil. Por fin, el Viejo se inclinó otra vez sobre su libro y escribió:

—¡Respeta las fronteras, que también valen para ti!

—Lo haré —respondió ella—, pero aquel de quien hablo y al que espero las ha traspasado hace tiempo. Él lee ese libro en que escribes y se entera de cada palabra que pronunciamos. Por lo tanto, está con nosotros.

—Eso es verdad —oyó decir a la voz del Viejo, mientras éste escribía—: también él pertenece irrevocablemente a la Historia Interminable, porque es su propia historia.

—¡Cuéntamela! —ordenó la Emperatriz Infantil—. Tú que eres la memoria de Fantasia, ¡cuéntamela… desde el principio y palabra por palabra, tal como la has escrito!

La mano del Viejo que escribía comenzó a temblar.

—Si hago eso, tendré que escribirlo todo otra vez. Y lo que escribo sucederá de nuevo.

—¡Así debe ser! —dijo la Emperatriz Infantil.

Bastián se inquietó.

¿Qué se proponía ella? Tenía algo que ver con él. Pero si hasta al Viejo de la Montaña Errante empezaba a temblarle la mano…

El Viejo escribió y dijo:

«Si la Historia Interminable

se contase a sí misma,

sería sólo un sofisma

este mundo admirable.»

Y la Emperatriz respondió:

«Pero, si el héroe llega

y a nosotros se entrega,

brotará una nueva vida.

¡De él depende su venida!»

—Eres realmente terrible —dijo y escribió el Viejo—: eso significa el final sin final. Entraremos en el círculo del Eterno Retorno. Y de él no se puede escapar.

—Nosotros no —respondió ella, y su voz no era ya suave sino dura y clara como un diamante—, pero tampoco él… A menos que nos salve a todos.

—¿Realmente quieres dejarlo en manos de una criatura humana?

—Sí, quiero.

Y luego añadió en voz más baja:

—¿O es que tienes una idea mejor?

Durante mucho tiempo reinó el silencio, antes de que la voz oscura del Viejo dijera:

—No.

Estaba profundamente inclinado sobre el libro en que escribía. Su rostro quedaba oculto por la capucha y no podía verse.

—¡Entonces haz lo que te he pedido!

El Viejo de la Montaña Errante se sometió a la voluntad de la Emperatriz Infantil y comenzó a contarle desde el principio la Historia Interminable.

En aquel momento cambió el resplandor que irradiaban las páginas del libro, su color. Se hizo rojizo como los rasgos que ahora surgían bajo la pluma del Viejo. También la cogulla y la capucha de éste tenían ahora el color del cobre. Y mientras escribía sonaba al mismo tiempo su voz profunda.

También Bastián la escuchó muy claramente.

Sin embargo, las primeras palabras que dijo el Viejo no las entendió. Eran algo así como «Noisaco ed sorbil rednaerok darnok Irak oirateiporp».

«Es extraño», pensó Bastián, «¿por qué habla de pronto el Viejo en un idioma extranjero? ¿O será quizá un conjuro?»

La voz del Viejo siguió sonando y Bastián tuvo que escucharla.

«Esta era la inscripción que había en la puerta de cristal de una tiendecita, pero naturalmente sólo se veía así cuando se miraba a la calle, a través del cristal, desde el interior en penumbra.

Fuera hacía una mañana fría y gris de noviembre, y llovía a cántaros. Las gotas correteaban por el cristal y sobre las adornadas letras. Lo único que podía verse por la puerta era una pared manchada de lluvia, al otro lado de la calle.»

«Esa historia no la conozco —pensó Bastián un tanto decepcionado—, no aparece en el libro que he estado leyendo hasta ahora. Bueno, ahora resulta que todo el tiempo me he equivocado. Había creído realmente que el Viejo empezaría a contar la Historia Interminable desde el principio.»

«La puerta se abrió de pronto con tal violencia que un pequeño racimo de campanillas de latón que colgaba sobre ella, asustado, se puso a repiquetear, sin poder tranquilizarse en un buen rato.

El causante del alboroto era un muchacho pequeño y francamente gordo, de unos diez u once años. Su pelo, castaño oscuro, le caía chorreando sobre la cara, tenía el abrigo empapado de lluvia y, colgada de una correa, llevaba a la espalda una cartera de colegial. Estaba un poco pálido y sin aliento pero, en contraste con la prisa que acababa de darse, se quedó en la puerta abierta como clavado en el suelo…»

Mientras Bastián leía esto, oyendo al mismo tiempo la voz profunda del Viejo de la Montaña Errante, comenzaron a zumbarle los oídos y a írsele la vista.

¡Lo que allí se contaba era su propia historia! Y estaba en la Historia Interminable. Él, Bastián, ¡aparecía como un personaje en el libro cuyo lector se había considerado hasta ahora! ¡Y quién sabe qué otro lector lo leía ahora precisamente, creyendo ser también sólo un lector… y así de forma interminable!

A Bastián le entró miedo. De pronto tuvo la sensación de no poder respirar. Se sentía preso en una prisión invisible. Quiso detenerse, no seguir leyendo.

Pero la voz profunda del Viejo de la Montaña siguió narrando.

y Bastián no pudo hacer nada para resistirse. Se tapó las orejas, pero no sirvió de nada, porque la voz resonaba en su interior. Aunque desde hacía tiempo sabía que no era así, se aferró a la idea de que el parecido con su propia historia era sólo, quizá, una casualidad increíble.

Pero la voz seguía hablando inexorablemente.

y entonces oyó cómo decía muy claramente:

«… Desde luego no te sobra, porque, si no, te hubieras presentado por lo menos.

—Me llamo Bastián —dijo el muchacho—. Bastián Baltasar Bux.»

En aquel momento Bastián tuvo una experiencia importante: se puede estar convencido de querer algo —quizá durante años—, si se sabe que el deseo es irrealizable. Pero si de pronto se encuentra uno ante la posibilidad de que ese deseo ideal se convierta en realidad, sólo se desea una cosa: no haberlo deseado.

Al menos así le ocurrió a Bastián.

Ahora, cuando todo se hacía irremisiblemente serio, le hubiera gustado huir. Pero en aquel caso no había ya «huida». Y por eso hizo algo que, evidentemente, no podía servirle de nada. Se quedó como un escarabajo echado de espaldas.

Quería hacer como si él mismo no existiera, estarse quieto y resultar tan imperceptible como fuera posible.

El Viejo de la Montaña Errante siguió contando y, al mismo tiempo, escribiendo de nuevo cómo Bastián había robado el libro y cómo se había refugiado en el desván del colegio y había empezado allí a leer. Y otra vez empezó de nuevo la búsqueda de Atreyu, que llegó hasta la Vetusta Morla y encontró a Fújur en la tela de Ygrámul, en el Abismo Profundo, donde oyó el grito de espanto de Bastián. Una vez más fue curado por la vieja Urgl e instruido por Énguivuck. Atravesó las tres puertas mágicas y entró en la imagen de Bastián y habló con Uyulala. Y luego vinieron los gigantes de los vientos y la Ciudad de los Espectros y Gmork y la salvación de Atreyu y el regreso a la Torre de Marfil. Y entretanto sucedió también todo lo que Bastián había vivido, las velas encendidas y la forma en que había visto a la Emperatriz Infantil y ella había esperado inútilmente que él llegase. Y una vez más ella se puso en camino para buscar al Viejo de la Montaña Errante, una vez más subió la escala de letras y entró en el huevo y otra vez se desarrolló, palabra por palabra, toda la conversación sostenida por los dos, que terminaba cuando el Viejo de la Montaña Errante empezaba a escribir y contar la Historia Interminable.

Y entonces comenzó todo otra vez desde el principio —inalterado e inalterable— y otra vez terminó todo en el encuentro de la Emperatriz Infantil con el Viejo de la Montaña Errante, que una vez más comenzó a escribir y a contar la Historia Interminable…

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