La tregua con Caradoc había facilitado la decisión de Brennus. Sirviéndose de la caza como excusa, reuniría a las dos familias a su regreso y se marcharía inmediatamente. Liath y la madre de Brac estaban al corriente del plan, pero Brennus había decidido no decírselo a su primo hasta el último momento. Brac, que todavía era ingenuo, podía revelar sin querer el plan a otro guerrero.
Los hombres destripaban el ciervo en silencio, cortando la carne en trozos finos y colgándola de unas barras. En un espetón suspendido sobre el fuego se asaba una pata. Poco después de la puesta de sol, el claro se había llenado del olor a carne asada. Los perros estaban sentados cerca, a sabiendas de que algo les caería.
Para cuando hubieron comido la luna ya había salido. El aire de la montaña empezó a enfriarse enseguida. Se acurrucaron el uno contra el otro y se envolvieron en mantas mientras los perros roían huesos a sus pies.
—El segundo mejor lugar del mundo es aquí arriba. —Brennus señaló el paisaje y eructó satisfecho. La luna coronaba unas montañas cercanas y proyectaba una luz hermosa en las cimas nevadas. Lo único que rompía el silencio era el tranquilizador crepitar del fuego—. Un buen día de caza y luego llenarse la tripa de carne junto a la hoguera.
—¿Dónde está el mejor sitio? —preguntó Brac con curiosidad.
—¡Bajo las sábanas con tu mujer, por supuesto!
Brac se sonrojó y cambió de tema.
—Cuéntame algo sobre la época anterior a la llegada de los romanos.
Brennus estaba encantado de hacerlo. Relatar historias largas sobre cacerías o saqueos de ganado era uno de sus pasatiempos favoritos, y todos los del pueblo lo sabían. Se lanzó directo a la historia del mayor lobo jamás cazado por un alóbroge.
A Brac se le iluminó el semblante.
—El invierno de hace diez años fue uno de los más duros que se recuerdan —empezó a contar Brennus—. Las fuertes ventiscas hicieron que las manadas de lobos hambrientos bajaran de los bosques. Como no tenían nada que comer, empezaron a alimentarse del ganado que teníamos en los rediles cada noche. Pero ninguno de los guerreros se atrevía a salir a cazarlos. —Se encogió de hombros con expresividad—. La nieve llegaba hasta la cintura y era raro que hubiera menos de veinte criaturas juntas.
Su primo miró nervioso el claro.
—En un mes habían matado una docena de vacas. Luego un anciano que recogía leña fue atacado en la linde del bosque y Cornil, tu padre, consideró que era la gota que colmaba el vaso. Con mi ayuda, dedicó varios días a hacer trampas grandes.
—¡Y pillasteis un montón! —A Brac le brillaban los ojos. Frotó el largo colmillo que llevaba colgado al cuello de una cinta de cuero.
Brennus asintió.
—Cinco en otras tantas noches. Los lobos enseguida se volvieron más cautos y la gente se animó. Pero al cabo de poco tiempo el macho dominante de la manada y otros pocos volvieron y mataron una cabeza en cada visita. Se habían vuelto demasiado listos para picar el anzuelo de las trampas y los hombres empezaron a decir que eran espíritus malignos.
—Ultan dice que estaban demasiado asustados para ayudar.
Brennus arqueó las cejas y dio un sorbo al odre de agua.
—Conall y yo hablamos. Era imposible seguir a los lobos hasta el bosque. Allí arriba los ventisqueros eran más altos que un hombre. Así pues, al día siguiente por la noche, Conall ató una vaca vieja a una estaca, fuera de la empalizada. No había luna, sólo unas cuantas estrellas. No quiso que me quedara con él. Me dijo que era demasiado joven. —Brennus sonrió de oreja a oreja al recordar con cariño al hombre que se lo había enseñado todo sobre las armas. Su padre había muerto siendo él muy pequeño—. Por tanto, me senté en el pasadizo con el arco y una antorcha escondida.
—¿Dónde estaba mi padre? —Brac había oído la historia miles de veces pero siempre lo preguntaba.
—Envuelto en una capa de pieles y en un ventisquero, junto a la vaca. Fue una espera larga y fría.
—La mitad de la noche, dijo él.
El inmenso guerrero asintió.
—Por supuesto la vaca olió los lobos antes y empezó a mugir como una loca. Conall conservó la calma y esperó, como hace siempre un buen cazador. Desde donde yo estaba no veía nada. —Brennus se llevó una mano a los ojos como si quisiera ver en la oscuridad—. Entonces aparecieron de repente: siete sombras grises que se movían sigilosamente por el hielo.
Brac se estremeció de gusto.
—El macho dominante llegó rápidamente y fue directo a la presa. Enseguida clavé la antorcha en las almenas para tener luz pero los lobos estaban tan hambrientos que ni siquiera se pararon.
—Mi padre me dijo que rugisteis como si os persiguiera el diablo en persona —se rió Brac.
—¡Pues claro que sí! Le habrían olido enseguida. —Brennus se estremeció—. Un hombre contra tantos lobos no habría tenido ninguna posibilidad de sobrevivir.
—Cuando se levantó de un salto tú ya habías matado tres lobos con las flechas.
Brennus se encogió de hombros.
—Su tarea era mucho más peligrosa. Cuando disparé contra la tercera bestia, Conall cercenó la cabeza de una cuarta y mutiló a otra, de forma que sólo quedaban el líder y su compañera. Estaban atacando salvajemente a la pobre vaca. Maté a la hembra y conseguí apuntar al macho justo cuando se daba la vuelta para enfrentarse a Conall. Estaban a sólo veinte pasos, suficientemente lejos para que yo lanzara sin correr peligro. Pero tu padre me gritó que me quedara quieto. «¡Este cabrón es todo mío!», gritó.
Se hizo el silencio.
Brennus miró fijamente a Brac.
—Era el hombre más valiente que he conocido jamás. Ese lobo era grande como un oso y Conall no llevaba escudo ni armadura. Sólo la espada y un cuchillo de caza.
Brac se balanceaba adelante y atrás, prácticamente incapaz de contener la emoción.
—El lobo seguía tratando de abalanzarse sobre él para derribarlo, pero Conall supo mantenerlo a raya fácilmente mientras esperaba una oportunidad. De repente resbaló en la nieve, cayó boca arriba y perdió la espada. Antes de que yo tuviera tiempo de reaccionar, el macho saltó. —Brennus bajó la voz—. Iba a reventarle la garganta.
Hizo una pausa y Brac sujetó el colmillo con más fuerza.
—No sé cómo, Conall sacó la daga y la sostuvo en vertical con ambas manos. La hoja atravesó el corazón del lobo cuando se abalanzó sobre él.
—¡Y pensaste que estaba muerto!
—Eso me pareció, hasta que se quitó el lobo muerto de encima —repuso Brennus con una sonrisa—. Nunca he sentido un alivio tan grande en la vida.
—Padre siempre dijo que no habría podido hacerlo sin ti, el único capaz de ayudarle.
—No fue nada —musitó Brennus, incómodo.
—Significó mucho para él. Y para mí.
Brennus apartó la mirada con rapidez.
—Cuéntame otra historia —lo instó Brac intentando distender el ambiente, pero no era la petición más apropiada.
—Esta noche no. —Brennus hundió un palo en el fuego que hizo saltar varias chispas al cielo nocturno—. Otro día, quizá. —Observó taciturno las llamas, con otro estado de ánimo. La muerte de Conall el verano pasado seguía afectándole profundamente. Al final de una escaramuza importante contra los romanos, Brennus había quedado aislado del grueso de guerreros y rodeado de docenas de legionarios. Mientras el hombretón veía que sus compañeros alóbroges corrían a refugiarse entre los árboles, él pedía a los dioses que le concedieran una muerte rápida. Pero en vez de huir como los demás, Conall había conducido a varios hombres a un contraataque suicida para salvar a su sobrino que le costó la vida. Desde entonces a Brennus le embargaba un enorme sentimiento de culpa y Brac sabía que no era oportuno insistir.
—Descansa un poco. Mañana tendremos que cargar toda la carne y será duro.
El guerrero joven se acurrucó obedientemente en la manta y se sintió seguro porque sabía que alguien cuidaba de él.
Brennus siguió despierto un rato, pensando en Conall y recordando las últimas palabras de Ultan.
El druida de la tribu ya era anciano cuando el padre de Brennus era joven. Nadie sabía explicar cómo era posible que Ultan viviera tantos años, pero era temido y respetado por todos, y sus bendiciones y predicciones formaban parte de la vida de la tribu. Si un niño o un animal enfermaban, llamaban a Ultan. Nadie sabía arrancar una flecha de una herida o tratar una fiebre como el druida. Incluso Caradoc le consultaba antes de tomar decisiones importantes.
Brennus había crecido con las sorprendentes historias de Ultan, que contaba junto a la hoguera de la casa comunal en las noches frías de invierno. Admiraba al druida por encima de todo y, a su vez, Ultan sentía debilidad por el hombre que se había convertido en uno de los guerreros alóbroges más fuertes que había visto en su vida.
Antes de partir con Brac, Brennus había pedido la bendición de Ultan. Frustrado por la negativa del druida a intervenir en su nombre ante Caradoc, no se había entretenido en hablar en la cabaña destartalada de Ultan situada en un extremo del pueblo. Una vez terminada la oración, Brennus se había encaminado hacia la puerta y entonces el anciano le había dirigido la palabra.
—Siempre te tocan viajes largos.
Escudriñando la habitación mal iluminada, Brennus había sido incapaz de distinguir la expresión del druida. Junto a los esqueletos de aves y conejos colgaban manojos de hierbas y muérdago. Brennus se había estremecido. Se decía que Ultan sabía preparar brebajes para hechizar incluso a los dioses.
—¿Será una cacería difícil, entonces?
—Más que eso —había musitado Ultan—. Un viaje más allá de donde ha llegado jamás un alóbroge. Ni llegará. No puedes eludir tu destino, Brennus.
Se había preparado para lo peor.
—¿Moriré en el bosque?
A Brennus le pareció intuir cierta tristeza en los ojos del anciano. Con tan poca luz, no estaba seguro.
—Tú no. Muchos otros. Seguirás un camino que te llevará a un gran descubrimiento.
A pesar del calor del fuego, el hombretón había tenido un escalofrío. Como solía, Ultan se había negado a dar más explicaciones. Preso del desasosiego, Brennus había rezado más oraciones de lo habitual a Belenus mientras ascendían por las laderas boscosas. Hasta el momento, la cacería había ido bien, pero sabía que el druida tendía a acertar en sus predicciones. ¿Estaría a salvo su familia? ¿Lo estaría la de Brac? Aunque el verano acababa de comenzar, el recorrido por la montaña no estaba exento de peligros. Los aguardaban la nieve, el hielo, las corrientes rápidas de los ríos y los senderos peligrosos.
¿O acaso Ultan se refería a otra cosa completamente distinta?
Miró a su alrededor en el claro tranquilo. Los perros, que normalmente estaban atentos, se movían felices soñando con cazar ciervos. Nada. Cerró los ojos con un suspiro, acercó la manta y se tumbó junto a Brac con actitud protectora. Durmió bien pero no soñó.
Aquél sería el último descanso sosegado que Brennus tendría durante años.
Cuando el guerrero más joven se despertó, los rayos del sol ya iluminaban las montañas del otro lado del valle, tiñendo la nieve de los picos pronunciados de colores rosados primero y luego anaranjados. Apartó la manta y se levantó, tiritando de frío en el aire matutino.
—¿Has dormido lo suficiente? —Brennus, que estaba al lado de donde se secaba la carne, se echó a reír.
Brac se sonrojó al ver que los fardos ya estaban preparados. Sólo faltaba enrollar las mantas y llenar los odres con agua del arroyo.
—¿Cuánto he dormido? —murmuró, apresurándose.
—Todo lo que necesitabas. —Brennus habló con tono afable—. ¿Te sientes descansado?
—Sí.
—¡Bien! Prueba con esto.
Tambaleándose por el peso de un fardo, Brennus señaló el otro que tenía al lado. Con ayuda, Brac consiguió colocarse el abultado fardo a la espalda. Se avergonzó al darse cuenta de que era mucho más ligero que el de su primo.
—Déjame llevar el que pesa más.
—Yo soy más corpulento y más fuerte. No hay que darle más vueltas. El tuyo ya pesa lo suficiente. —Brennus le dio una palmada en el brazo para tranquilizarlo—. Muchos no podrían con él.
Brennus iba en cabeza apoyándose en una lanza de caza para no perder el equilibrio en el terreno irregular. Brac y los perros le seguían muy de cerca. El grupito fue avanzando de forma regular por el bosque. A media mañana ya habían recorrido la mitad de la distancia que los separaba del poblado.
—Es hora de descansar otra vez. —Brennus dejó la carga junto a una gran haya.
—Puedo seguir.
—Siéntate. —Acarició el musgo pensando que era un buen momento para contarle el plan a Brac—. Comamos. Así aligeraremos la carga.
Los dos se echaron a reír.
Se sentaron el uno al lado del otro apoyados en el ancho tronco. En silencio, bebieron agua y comieron carne desecada.
—¿Eso es humo? —Brac señaló hacia el sur.
Una densa nube gris se elevaba por encima de las copas de los árboles más cercanos.
Brennus cerró el puño en la lanza.
—¡Levántate! Es del poblado.
—Pero cómo… —Brac estaba confundido.
—Deja el fardo y la manta. Coge sólo armas.
El joven guerrero obedeció rápidamente y un instante después corrían colina abajo a toda velocidad, seguidos por los perros. Brennus corría como si los dioses le hubieran dado fuerza y Brac no tardó en quedarse rezagado. Estaba sano y en forma, pero había pocos hombres capaces de igualar el poderío físico de su primo. Cuando el enorme galo advirtió las dificultades de Brac, se paró.
—¿Qué ocurre? —preguntó Brac jadeando.
Brennus mentía muy mal.
—No lo sé, chico. ¿Una hoguera para cocinar que se ha descontrolado? —Se quedó mirando el suelo mientras las palabras de Ultan resonaban en su cabeza.
«Tú no. Muchos otros.»
—No me ocultes cosas —dijo Brac—. Soy un hombre, no un niño.
Brennus arqueó las cejas. Brac no era tan ingenuo como parecía.
—Muy bien. Nuestros guerreros han sufrido una derrota. —Suspiró profundamente—. Es obvio que esos cabrones no han esperado a que les presentáramos batalla.
Brac palideció.
—¿Y el humo?
—Ya sabes lo que pasa. Están incendiando el pueblo. —Brennus cerró los ojos. Liath. Su bebé recién nacido. ¿En qué había estado pensando para dejar a su familia en aquellos momentos?
—¿Por qué nos hemos parado? —Brac se abrió paso con brusquedad, plantando bien los pies en el sendero estrecho.