—Ah, sí. He oído hablar de él. Dicen que terminó con la cabeza enterrada en escoria.
—Circulan varias versiones. Pero por aquel entonces seguía estando al mando. Lord de Guarida había acorralado al ejército, bueno, a la horda de Olus en lo alto de las colinas que lindaban con su principado. Lord Dondo y yo partimos en calidad de enviados, bajo bandera de tregua, para comunicar un ultimátum a Olus y disponer los términos de la rendición y los rescates. Las cosas… se torcieron durante la conferencia, y Olus decidió que sólo necesitaba un mensajero para transmitir su desafío a la asamblea de señores de Chalion. Así que nos retuvo en su tienda, a Dondo y a mí, rodeados por cuatro de sus monstruosos guardias con espadas, y nos dio a elegir. El que cortara la cabeza al otro tendría permiso para regresar con ella a nuestras líneas. Si nos negábamos ambos, ambos moriríamos, y devolvería las dos cabezas vía catapulta.
Palli abrió la boca, pero el único comentario que pudo emitir fue:
—Ah.
Cazaril cogió aliento.
—Me ofrecieron la espada a mí primero. La rechacé. Olus me susurró, con su extraña voz untuosa, "No podéis ganar esta partida, lord Cazaril", y yo le respondí, "Lo sé, mi hendi. Pero puedo hacer que vos la perdáis". Guardó silencio un instante, pero luego soltó la risa. Se volvió y ofreció la espada a Dondo, que para entonces se había puesto igual de verde que un cadáver…
Palli se revolvió en su asiento, pero no interrumpió; sin palabras, indicó a Cazaril que continuara.
—Uno de los guardias me tiró al suelo de rodillas y me jaló del cabello, estirándome el cuello sobre una banqueta para los pies. Dondo… descargó el tajo.
—¿Contra el brazo del guardia? —preguntó Palli, ansioso.
Cazaril vaciló.
—No. Pero Olus, en el último instante, interpuso su espada entre nosotros, y el arma de Dondo cayó con la hoja de plano, y resbaló… —Todavía podía escuchar el estridente raspón del metal sobre metal, con los oídos de su memoria—. Acabé con un verdugón en la nuca, que permaneció negro un mes entero. Dos de los guardias arrebataron la espada a Dondo. Y luego nos montaron a nuestros caballos y nos enviaron de regreso al campamento de de Guarida. Mientras me ataban las manos a la silla, Olus volvió a acercárseme y susurró, "Veremos ahora quién pierde". Fue un trayecto muy silencioso. Hasta que avistamos el campamento. Dondo me miró por vez primera, y dijo, "Si llegas a relatar lo ocurrido, te mato". A lo que yo respondí, "No te preocupes, lord Dondo. En la mesa sólo cuento historias
divertidas
". Tendría que haber jurado silencio. Ahora lo sé, y sin embargo… quizá ni siquiera eso hubiera bastado.
—¡Te debe la vida!
Cazaril negó con la cabeza, y apartó la mirada.
—He visto su alma en cueros. No creo que sepa perdonármelo. Bien, no hablé de ello, claro, y él lo dejó estar. Pensé que aquel era el final. Pero luego llegó Gotorget, y luego… en fin. Lo que pasó después de Gotorget. Y ahora estoy doblemente maldito. Si Dondo llega a enterarse, si alguna vez se da cuenta de que yo sé exactamente cómo fue que acabé vendido a las galeras, ¿cuánto crees que valdrá mi vida? Pero si no digo nada, si no hago nada, nada para recordárselo… quizá a estas alturas ya se haya olvidado. Lo único que quiero es estar en paz, en este lugar tan tranquilo. Sin duda en la actualidad se enfrenta a enemigos más acuciantes. —Volvió el rostro hacia Palli, y dijo, con voz tirante—: No me menciones a ninguno de los Jironal. Jamás. Nunca has oído esta historia. Apenas si me conoces. Si alguna vez me has querido, Palli,
déjalo estar
.
Palli tenía los labios apretados; su juramento lo obligaría, pensó Cazaril. Pero, no obstante, hizo un ademán contrariado.
—Como quieras, pero, pero… maldita sea. Maldita sea. —Miró durante largo rato a Cazaril, como si buscara quién sabe qué en su semblante—. Has cambiado mucho. Y no me refiero a esa lamentable barba de pacotilla.
—¿Sí? Bueno, mejor.
—¿Cómo…? —Palli apartó la mirada, volvió a fijarse en Cazaril—. ¿Cómo lo has pasado? De verdad. En las galeras.
Cazaril se encogió de hombros.
—Tuve suerte, dentro de lo que cabe. Sobreviví. Otros no.
—Circulan todo tipo de historias espantosas, cómo aterrorizan a los esclavos, o… abusan de ellos…
Cazaril se rascó la difamada barba. Le pareció inadecuado aportar
demasiados
detalles.
—Las historias no son tanto falsas como retorcidas, exageradas… hechos excepcionales que se confunden con algo normal. Los mejores capitanes nos trataban del mismo modo que trata un buen granjero a sus animales, con una especie de bondad desapasionada. Comida, agua… je… ejercicio… higiene suficiente para librarnos de enfermedades y mantenernos en buen estado. Apalear a un hombre hasta dejarlo inconsciente es la mejor manera de apartarlo de su remo, sabes. Además, ese tipo de… disciplina física sólo era necesario en puerto. Una vez zarpabas, el mar se ocupaba de todo.
—No lo entiendo.
Cazaril arqueó las cejas.
—¿Para qué vas a romperle la cabeza a un hombre cuando puedes romperle el corazón, arrojándolo por la borda, con las piernas oscilando en el agua a modo de cebo para los grandes peces? Los roknari sólo tenían que esperar unos instantes antes de que les rogáramos y suplicáramos llorando que nos devolvieran a nuestra esclavitud.
—Siempre fuiste un buen nadador. Eso te ayudaría a soportarlo mejor que la mayoría. —La voz de Palli era implorante.
—Al contrario, me temo. Los hombres que se hundían como piedras encontraban un final clemente. Piensa en ello, Palli. Yo lo hice. —Todavía lo hacía, sentándose como impulsado por un resorte en la cama, a oscuras, por culpa de alguna pesadilla en la que el agua se cernía sobre su cabeza. O algo peor… no. Cierta vez, el viento había arreciado inesperadamente mientras uno de los maestres remeros se entretenía jugando a este juego con cierto ibrano recalcitrante, y el capitán, ansioso por llegar a puerto antes que la tormenta, se había negado a dar media vuelta. Los alaridos del ibrano habían despertado ecos en las aguas mientras la nave se alejaba, volviéndose cada vez más débiles… El capitán había cobrado al maestre remero el importe de un nuevo galeote, en castigo por su falta de previsión, lo que lo había tenido de un humor de perros durante semanas.
Al cabo, Palli dijo:
—Oh.
Y tanto que
oh
.
—Te digo que mi orgullo, y mi boca, me ganaron una paliza la primera vez que me subieron a bordo, pero eso era porque todavía me tenía por un lord de Chalion. Renunciaría a esas pretensiones… más adelante.
—Pero… no te… no te sometieron a… quiero decir, no te degradarían… um.
La luz era demasiado tenue para juzgar si Palli se había ruborizado, pero Cazaril comprendió al cabo que lo que intentaba preguntar de manera tan aturrullada y preocupada era si lo habían violado. Cazaril torció los labios en un rictus de afinidad.
—Me parece que confundes las flotas roknari con las de Darthaca. Me temo que esas leyendas obedecen a las fantasías de alguien. La herejía roknari de los cuatro dioses convierte en crimen el tipo de amor desviado que rige aquí el Bastardo. Los teólogos roknari afirman que el Bastardo es un demonio, igual que su padre, y no un dios, como su santa madre, y por eso nos llaman adoradores del diablo… lo que supone una grave ofensa contra la Dama del Verano, creo, amén de contra el pobre Bastardo, ¿o acaso pidió nacer? Torturan y ahorcan a los sodomitas, y los mejores capitanes roknari no toleran esa conducta a bordo, entre hombres ni esclavos.
—Ah. —Palli se sintió aliviado. Pero entonces, siendo Palli, se le ocurrió preguntar —: ¿Y los peores capitanes roknari?
—Su discreción podía resultar letal. No me ocurrió a mí, supongo que estaba demasiado flaco, pero algunos de los más jóvenes, los muchachos más blandos… Los esclavos sabíamos que ellos eran nuestro sacrificio, e intentábamos ser amables con ellos cuando regresaban a los bancos. Algunos lloraban. Algunos aprendían a sacar provecho de su infortunio… pocos de nosotros los despreciábamos por las raciones extras o las fruslerías que compraban a tan alto precio. Era un juego peligroso, puesto que los roknari que se sentían atraídos hacia ellos en secreto podían volverles la espalda en cualquier momento, y asesinarlos como si así pudieran matar su propio pecado.
—Me estás poniendo los pelos de punta. Pensaba que había visto mundo, pero… eh. Al menos te libraste de lo peor.
—No sé qué es lo peor —dijo Cazaril, meditabundo—. Una vez se divirtieron cruelmente conmigo por espacio de una tarde infernal. La broma hacía que pareciera que lo que ocurría con algunos de los muchachos pareciera una bondad, pero ningún roknari se arriesgaba a ir a la horca por ella. —Se dio cuenta de que nunca había mencionado a nadie aquel incidente, ni a los amables acólitos del templo hospital, ni mucho menos a ningún miembro de la casa de la provincara. No había tenido a nadie a quien
pudiera
contárselo, hasta ahora. Continuó, casi con entusiasmo—. Mi corsario cometió el error de abordar un pesado mercante brajarano, y divisó demasiado tarde las dos galeras que lo escoltaban. Mientras nos perseguían, solté el remo, desmayado a causa del calor. Para darme algún uso a pesar de todo, el maestre remero me quitó las cadenas, me desnudó, y me colgó de la barandilla de popa con las manos atadas a los tobillos, para escarnio de nuestros perseguidores. No sé si los proyectiles de ballesta que se estrellaron contra la barandilla o la popa a mi alrededor obedecían a la buena o a la mala puntería de los arqueros brajaranos, ni a la misericordia de qué dios debo el no haber terminado mis días con algunos de ellos clavados en mi culo. A lo mejor pensaban que era un roknari. A lo mejor intentaban poner fin a mis desdichas. —Motivado por la mirada desorbitada de Palli, Cazaril omitió algunos de los detalles más grotescos—. Verás, vivimos atemorizados durante meses en Gotorget, hasta que nos acostumbramos, como si el miedo fuera un escozor en las entrañas que hubiéramos aprendido a ignorar, aunque nunca desapareciera del todo.
Palli asintió.
—Pero descubrí que… es curioso. No sé muy bien cómo expresarlo. —Nunca había tenido ocasión de intentar ponerlo con palabras, en un lugar donde pudiera verlo, hasta ahora—. Descubrí que hay un lugar que está más allá del miedo. Cuando el cuerpo y la mente ya no pueden resistir más. El mundo, el tiempo… se
reordenan
. Mi corazón dejó de latir desbocado, dejé de sudar y salivar… era casi como una especie de trance divino. Cuando me colgaron los roknari, lloré de miedo y vergüenza, agonizando de repugnancia. Cuando los brajaranos desistieron al fin, y el maestre remero me descolgó, cubierto de llagas a causa del sol… me estaba riendo. Los roknari pensaron que había enloquecido, y lo mismo mis pobres compañeros de banco, pero no creo que fuera eso. Es que todo el mundo era… nuevo. Evidentemente, el mundo entero medía tan sólo unas pocas docenas de pasos, y estaba hecho de madera, y se balanceaba en el agua… el tiempo entero se reducía al vuelco de un reloj de arena. Planeaba mi vida a cada hora con la misma precisión que divide uno el año, y nunca más de una hora. Todos los hombres eran buenos y hermosos, cada uno a su manera, roknari y esclavos por igual, de sangre noble o vil, y yo era amigo de todos, y sonreía. Ya no tenía miedo. Eso sí, procuré no volver a desmayarme sobre el remo.
Habló más despacio, caviloso.
—Así que, cuando el miedo me atenaza de nuevo el corazón, siento más agradecimiento que otra cosa, puesto que me lo tomo como una señal de que, a fin de cuentas, no estoy loco. O quizá, cuando menos, de que estoy mejorando. El miedo es mi amigo.
Alzó la vista, con una fugaz sonrisa contrita.
Palli estaba sentado pegado contra la pared, tensas las piernas, los ojos negros abiertos como platos, con una sonrisa hierática. Cazaril se rió con ganas.
—Cinco dioses, Palli, perdona. No pretendía convertirte en un mulo en el que cargar mis confidencias, para transportarlas a lugar seguro. —O quizá sí, pues Palli se iría mañana, después de todo—. Menuda colección de fieras para cargarte con ella. Lo siento.
Palli desechó sus disculpas con un ademán, como quien espanta una mosca. Movió los labios; tragó saliva, y consiguió decir:
—¿Seguro que no fue una simple insolación?
Cazaril se rió en voz baja.
—Oh, también padecí una insolación, claro. Pero si no te mata, la insolación desaparece al par de días. Esto duró… meses. —Hasta el último incidente con aquel aterrorizado y desafiante muchacho ibrano, y la consiguiente tanda de latigazos para Cazaril—. Nosotros, los esclavos…
—¡Deja de decir eso! —exclamó Palli, pasándose las manos por el cabello.
—¿Que deje de decir qué? —preguntó Cazaril, desconcertado.
—Deja de decir eso.
Nosotros, los esclavos
. ¡Eres un señor de Chalion!
La sonrisa de Cazaril se torció. En voz baja, dijo:
—En ese caso, ¿nosotros, los señores, remando? ¿Sudando, meando, jurando, gruñendo, los señores? No, Palli. En las galeras no éramos señores ni hombres. Éramos hombres o animales, y lo que demostraba qué eras no guardaba relación que yo supiera con la cuna ni la sangre. El alma más noble que conocí allí había sido curtidor, y le besaría los pies ahora mismo, dichoso, si supiera que sigue con vida. Nosotros, los esclavos, los señores, los necios, los hombres y las mujeres, los mortales, los juguetes de los dioses… todo es lo mismo, Palli. Para mí, ahora todo es lo mismo.
Tras inhalar profundamente, y contener la respiración largo rato, Palli cambió abruptamente de tema hacia los pormenores del mando de su escolta de la orden militar de la Hija. Cazaril se encontró comparando trucos útiles para tratar la carcoma del cuero y las infecciones de los cascos de los caballos. Poco después, Palli se retiró —o huyó— a descansar. Una retirada disciplinada, pero Cazaril reconoció su naturaleza a pesar de todo.
Se acostó con sus dolores y sus recuerdos. Pese al banquete y el vino, el sueño tardó en venir. Quizá el miedo fuera su amigo, si es que no había hablado por hablar para impresionar a Palli, pero estaba claro que los hermanos de Jironal no lo eran.
Lo
s
roknari dijeron que te había matado la fiebre
era una mentira flagrante, y, astutamente, imposible de comprobar ahora. En fin, estaba a salvo refugiado en la tranquila Valenda.
Esperaba haber prevenido a Palli lo suficiente para que se condujera con prudencia en la corte de Cardegoss y no pisara sin querer una pila de vieja escoria reseca. Cazaril se dio la vuelta a oscuras y elevó una plegaria susurrada a la Dama de la Primavera, para que velara por Palli. Y a todos los dioses y también al
bastardo
, por la liberación de todos los que estuvieran en el mar esa noche.