Read La maldición del demonio Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
El guía de Malus avanzó con cuidado por el atestado suelo y el noble lo siguió al mismo tiempo que hacía prudente caso omiso de las miradas desafiantes que le lanzaban. Cuando Nuall los vio, señaló a Malus con un barrido del brazo.
—Y he aquí otro regio regalo para, ti, padre: un prisionero noble, hijo del vaulkhar de Hag Graef. Por él te pagarán un gran rescate sus decadentes familiares.
El urhan le lanzó a Malus una fría mirada de desprecio antes de redirigir su ira contra el hijo.
—¿Te he dicho yo que fueras a buscarme esclavos y rehenes, Nuall? ¿Es hoy mi día de tributo? ¿Por qué intentas colmarme de regalos, entonces?
Varios de los espectros de la estancia rieron con desdén. Nuall apretó las mandíbulas.
—No, padre.
—No, en efecto. Te envié a recuperar el honor de nuestra familia y traerme de vuelta el tesoro de nuestra casa. Pero ¿dónde está? ¿Dónde está el medallón?
—Está... ¡Sé dónde está, padre, pero no pudimos llegar hasta él! El río...
—¡Guarda silencio, cachorro! —rugió el urhan—. ¡Ya he oído bastante tus necios gemidos! ¿Pensabas excusar tu fracaso con regalos como si yo fuera una esposa? No eres un hijo digno, no como tu hermano —gruñó Beg—. Tal vez te haga confeccionar un vestido y vea si puedo casarte con alguna vieja ciega autarii que necesite alguien que le caliente la cama.
La multitud reunida aulló de risa, y a Nuall se le puso la cara blanca como la tiza, de cólera. Una de sus temblorosas manos se desplazó hacia el cuchillo que llevaba colgando junto a la cadera, pero el padre no hizo el más mínimo intento de protegerse y desafió abiertamente a Nuall con una mirada fija.
Tras un momento de vacilación, el joven gruñó, giró sobre los talones, se marchó caminando con torpeza entre la burlona multitud de guerreros del clan y dio un sonoro portazo al salir.
Beg observó con evidente desdén la retirada del hijo.
—Todo músculo y sin agallas —refunfuñó, y bebió un largo trago—. Ahora tendré que vigilar por si me encuentro víboras dentro de las botas, si se desvían flechas en una cacería o cualquier otra cosa típica de jóvenes inexpertos. —Le dirigió a Malus una mirada funesta—. Es seguro que esto te ha resultado entretenido.
Antes de responder, Malus se detuvo a considerar cuidadosamente la situación.
—Todos los padres quieren hijos fuertes —dijo al fin—. En eso no somos tan diferentes, gran urhan.
—¿Tienes hijos?
El noble negó con la cabeza.
—No, soy un hijo que tiene algo que demostrarle a su padre.
Beg ladeó la cabeza y estudió atentamente a Malus por primera vez.
—Así que eres uno de los hijos de Lurhan, ¿eh? No eres el mayor, ni esa cosa deforme que le entregó al templo. ¿El hijo de en medio, tal vez?
Malus sonrió con frialdad.
—No, gran urhan. La difunta esposa de Lurhan no tuvo nada que ver con mi existencia.
Al oír eso, los ojos de Beg se entrecerraron.
—Entonces, eres el cachorro de aquella bruja, el que llaman Darkblade.
—Mi nombre es Malus, gran urhan —replicó el noble—. Las espadas oscuras son cosas defectuosas, objetos de desprecio
[1]
. Ese otro nombre sólo lo emplean mis enemigos.
—Y bien, Malus, ¿qué rescate pagará tu padre por ti?
El noble se puso a reír.
—Más o menos la mitad de lo que tú pagarías si él tuviera a Nuall prisionero.
Los autarii rieron, e incluso Beg sonrió con acritud.
—En ese caso, los presagios son malos para ti, amigo mío. Para mí, un huésped que no puede enriquecerme de algún modo no tiene utilidad alguna.
—¡Ah! —Malus alzó un dedo con gesto de advertencia—, ése es un asunto por completo distinto, gran urhan. Creo que mi estancia aquí realmente puede beneficiarte mucho. —Cruzó los brazos—. Has mencionado que perdiste cierta preciosa herencia, ¿me equivoco? ¿Un medallón?
El urhan se irguió en la silla.
—Así es. ¿Y qué?
Malus se encogió de hombros.
—Entré en las montañas en busca de un guía que pudiera mostrarme una senda hasta la frontera. Tú estás ansioso por recuperar el honor de tu familia. Da la impresión de que ambos tenemos algo que ofrecernos.
Beg gruñó con impaciencia.
—Ve directamente al grano, urbanita. ¿Qué propones?
—Yo te recuperaré ese medallón, gran urhan, y tú nos pondrás en libertad a mí y a mis hombres, y nos guiarás por los senderos de montaña hasta la frontera.
El urhan rió fríamente.
—Supón que empiezo a cortarte a trozos hasta que estés dispuesto a traerme las lunas del cielo, si así lo deseo.
Malus sonrió.
—En primer lugar, he prestado el juramento del huésped ante la vieja que hay en tu propia tienda. Si ahora levantas una mano contra mí, te arriesgarás a provocar la ira de la Madre Oscura. En segundo lugar, ya he visto cómo practicas tu arte, gran urhan, y no es el tipo de cosa del que uno se recupere del todo. Supongo que tendré que estar en la mejor forma física posible si tengo que recuperar el honor de tu familia. O... —el noble abarcó con un gesto a los espectros reunidos— tal vez deberías pedirles ayuda a los miembros de tu clan.
Beg se removió con incomodidad en la silla.
«Eso pensaba —reflexionó el noble—. No quieres que nadie más le ponga las manos encima al medallón perdido, por temor a que se corone urhan en tu lugar.»
Malus extendió las manos, fingiendo ser conciliador.
—Lo único que pido es un servicio sencillo, algo por lo que tú y tu clan gozáis de justa fama. A cambio, yo recupero el precioso honor de tu familia. El arreglo redunda claramente en tu beneficio.
El urhan se frotó el mentón con aire pensativo, pero en la expresión de sus ojos Malus vio que el jefe autarii ya había tomado una decisión.
—Que así sea —declaró Beg—. Pero con una condición.
—Muy bien, pero yo pondré otra condición, a cambio.
—Tienes hasta el amanecer de mañana para recuperar el medallón y traérmelo. Si no has regresado para entonces, te daré caza por las colinas como a un venado.
Malus asintió.
—Hecho. A cambio, quiero que se saque a mi partida de guerra de los corrales de esclavos. Puesto que ahora somos aliados, son tus huéspedes tanto como yo y están obligados por el mismo juramento.
Beg sonrió.
—Inteligente. Muy bien; quedan en libertad, pero sin armas.
Malus puso en escena un elaborado encogimiento de hombros.
—No puedo reprocharle al gran urhan que tema por su seguridad si hay diez nobles armados en el campamento.
El silencio descendió sobre la espaciosa casa comunal. Los ojos del urhan se entrecerraron con irritación, pero luego echó la cabeza hacia atrás y rió.
—¡Por la Madre Oscura que eres temerario! —gritó—. Puedo entender por qué tu padre no quiere tener nada que ver contigo.
Malus sonrió sin alegría.
—La pérdida de mi padre es tu ganancia, gran urhan. Ahora, háblame del medallón y de dónde podría encontrarlo.
Sin embargo, no era tan sencillo. El urhan insistió en partir el pan y compartir vino con su nuevo aliado, y organizó un espectáculo en el que hizo llevar a los guerreros del noble a la casa comunal donde les asignó sitios de honor. Entretanto, otros autarii entraron en el salón, y se hizo evidente que la noticia del trato de Malus con el urhan estaba corriendo por el campamento como las llamas de un incendio. No pasó mucho rato antes de que Malus viera a Nuall rodeado por media docena de hombres con los que murmuraba sombríamente al otro lado del gran salón. «El viejo lobo le está lanzando un desafío implícito a Nuall», calculó Malus mientras luchaba para ocultar la irritación.
La comida continuó durante más de una hora. Finalmente, pareció que Nuall llegaba a algún tipo de decisión y se escabulló fuera del salón con sus hombres. No mucho después, el urhan dio una palmada y un autarii salió de detrás de la plataforma y le devolvió a Malus sus armas y el cinturón de las espadas. El noble se apresuró a ponerse el cinturón y cerrar la hebilla mientras el urhan se reclinaba en la silla y hablaba.
—Comprende, amigo Malus, que no es un una simple chuchería lo que te pido que rescates. Se trata del Ancri Dam, un potente talismán que, según mis ancestros afirmaban, les fue entregado por la Madre Oscura cuando emigraron a estas montañas. Es un símbolo de nuestro derecho divino a gobernar este clan, y ha pasado de padres a hijos a lo largo de generaciones. Cuando el hijo mayor llega a la edad adulta, el medallón pasa a ser suyo en señal de que será el siguiente urhan. Así pasó el medallón de mis manos a las de mi hijo mayor, Ruhir.
El rostro del urhan se ensombreció.
—Luego, una semana después, Ruhir fue de cacería como tenía por costumbre y se perdió en una tormenta. Salimos a buscarlo y, finalmente, encontramos una de sus botas al lado de un río cercano. Junto a ese río crecen muchos sauces negros, y hay uno en concreto que tiene mala reputación. Lo llamamos la Bruja Sauce, y se ha cobrado muchas vidas.
—Incluida la de Ruhir —dijo Malus.
—Exacto.
La mente del noble pensaba a toda velocidad. «¿Tu atontado segundo hijo no puede sacar el medallón de entre las raíces del árbol? ¿Qué otra cosa me estás ocultando, Beg?» Malus esperó a que el urhan continuara, pero pasados unos segundos quedó claro que la narración había concluido.
—Bien, dado que hace ya rato que el sol va camino de la media mañana, tal vez debería emprender la tarea asignada. Y puesto que veinte kilos de acero plateado no es el atuendo más prudente que se puede llevar a las orillas de un río traicionero... —golpeó con los nudillos la armadura esmaltada—, dejaré mis pertrechos al cuidado de mi partida de guerra. Y ahora, ¿cómo puedo encontrar la Bruja Sauce?
Beg lo estudió cuidadosamente, con expresión inescrutable.
—Sal de mi salón y gira al oeste. Cruza las colinas hasta llegar a un río de corriente rápida, y luego remonta el curso hasta encontrar un gran meandro. La Bruja Sauce te espera allí.
Malus asintió.
—Parece bastante simple. Regresaré con el Ancri Dam antes de la salida del sol, urhan Beg. Entonces, hablaremos de mi viaje al norte.
Dicho eso, el noble bajó de la plataforma y avanzó con rapidez hacia sus guerreros. Lhunara, Dalvar e incluso Vanhir se levantaron cuando él se aproximó.
—Quitadme esta armadura —dijo en voz baja mientras se desabrochaba la hebilla del cinturón que acababan de devolverle.
Los ágiles dedos de Lhunara desprendieron las hebillas de la armadura, mientras Dalvar se inclinaba hacia él.
—Tiene intención de traicionarte, temido señor.
—Eso ya lo veo, Dalvar —susurró Malus—. Está utilizándome para empujar a Nuall a emprender acciones más decididas. Supongo que su estúpido hijo esperará hasta que yo haya recuperado el amuleto, y luego intentará matarme para quedarse con él.
—¿Qué hacemos nosotros? —preguntó Lhunara mientras le quitaba el peto.
—Por ahora, nada. Aún necesitamos a los autarii para que nos lleven hasta la frontera. Pero...
En el momento en que le quitaban la armadura y aún tenía la espalda vuelta hacia la plataforma, Malus pasó un dedo pulgar por la vaina de una de las espadas. Una fina hoja de oscuro hierro saltó fuera de un compartimiento oculto. Con un movimiento diestro, depositó la pequeña arma en una mano de Dalvar.
Si yo no regreso al amanecer, huid como podáis. Id a buscar a los nauglirs e intentad volver al camino. No obstante, en caso de que os sea posible, dejad ese trozo de hierro dentro del cráneo del urhan antes de marcharos.
Dalvar se guardó el arma en un bolsillo.
—Tienes mi palabra —dijo con tono tétrico.
Lhunara observó la conversación con los ojos entrecerrados, y luego le lanzó una mirada significativa a Malus.
—Espero que sepas lo que haces.
El noble le dedicó una sonrisa lobuna.
—Tanto si acierto como si me equivoco, Lhunara, siempre sé lo que hago.
La oficial observó a su señor mientras salía del salón con paso confiado y lanzaba duras miradas a cualquier hombre lo bastante temerario como para mirarlo a los ojos.
—De algún modo, eso no me tranquiliza en lo más mínimo —murmuró Lhunara.
Malus se recostó contra el áspero tronco de un roble espinoso y, una vez más, calibró la luz que se filtraba a través de las nubes del cielo encapotado. Corrían las últimas horas de la tarde. Según sus cálculos, apenas había recorrido unos cinco kilómetros desde el campamento de los autarii, y todavía no había visto el río, y mucho menos la Bruja Sauce.
Los pájaros trinaban con estridencia sobre las cumbres, y al mirar hacia atrás por donde había venido, vio un venado de pelaje negro que caminaba furtivamente entre los árboles. Al no contar con una numerosa manada de nauglirs y una ruidosa columna de caballeros que asustaran a su paso la vida salvaje, el noble descubrió que el sotobosque hervía de criaturas grandes y pequeñas. Los gatos, que andaban de caza, aullaban en las sombras con la esperanza de asustar a las presas para que salieran al descubierto, y los halcones pasaban en vuelo rasante sobre la maleza. Serpientes aladas tomaban el sol en ramas altas, con las correosas alas abiertas como abanicos para absorber el escaso calor.
Malus había aprendido muy pronto a permanecer cerca de los árboles y avanzar cortos trechos entre un tronco y otro. Casi dos horas después de salir del campamento, había empezado a oír los sonidos de algo pesado que avanzaba furtivamente tras él entre la maleza, a su derecha. Cuando él se detenía, también cesaba el ruido. Mientras continuaba adelante y oía cómo los sonidos del perseguidor se le acercaban lenta pero constantemente, el noble deseó haber llevado consigo la ballesta.
Al fin, Malus llegó al pie de una de las colinas y descubrió un pequeño claro justo ante él. El primer impulso fue cruzar a la carrera aquella favorable zona de maleza, pero entonces tenía más cerca al perseguidor y el instinto lo impulsó a poner en práctica una estrategia diferente. Tras desenvainar la espada, el noble saltó ágilmente entre las ramas bajas de un árbol. Con tanto sigilo como pudo, trepó hasta más de tres metros y medio de altura, y se instaló cuidadosamente sobre una rama grande, que aún estaba cubierta por un manto de hojas rojas.
Permaneció allí durante varios largos minutos, controlando la respiración. Luego, sin previo aviso, el sotobosque se separó y apareció a la vista una enorme figura de lomo curvo. Era un jabalí, un gigantesco animal de negro pelaje erizado, con cicatrices y dos crueles colmillos parecidos a dagas. Se detuvo debajo del árbol unos cuantos segundos, y allí olfateó el aire y aparentemente escuchó para determinar la posición de Malus.