Read La maldición del demonio Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Los hombres bestia conservaron la resolución casi hasta el último momento, cuando la atronadora amenaza de la carga hizo que varios de los guerreros de primera fila vacilaran. Se volvieron hacia sus compañeros e intentaron pasar entre ellos, lo que causó más confusión y miedo. El grupo se movía primero a un lado y luego al otro en un intento de reagruparse entre gritos y coléricos ladridos, pero ya era demasiado tarde. Los siete jinetes cayeron sobre la desordenada masa como un martillo sobre cristal.
Lhunara espoleó a
Desgarrador
para que saltara directamente en medio del grupo, mientras levantaba las dos espadas curvas con la cara transformada en una máscara de muerte. Las hojas de las armas destellaban y zumbaban al atravesar músculo y hueso, y los hombres bestia retrocedían tambaleándose ante la guerrera, muertos o agonizando a causa de sangrantes heridas en la cabeza, la garganta y el pecho. Junto a ella, Vanhir mataba a los aterrorizados hombres bestia con veloces y mesurados tajos, apartaba armas a los lados y hendía cráneos con rítmica precisión. Los caballeros se mecían sobre las sillas de montar al luchar contra los enemigos como si se hallaran sobre la cubierta de un barco sacudido por una tormenta, mientras que los gélidos que montaban se debatían y atacaban a la tentadora carne que los rodeaba. Los huesos se hacían añicos bajo las enormes patas de los nauglirs, y los cuerpos volaban por el aire a cada sacudida de sus cabezas acorazadas.
Malus trazó un mortífero arco con la espada y abrió la cabeza de un hombre bestia, cuyos sesos y sangre regaron a los compañeros que lo rodeaban. Otros dos guerreros salieron volando por el aire debido al impacto de la acometida de
Rencor
, y un tercero perdió un brazo y buena parte del hombro entre las poderosas fauces del nauglir. Un hombre bestia le asestó al gélido un tremendo golpe en la paletilla izquierda con un pesado garrote nudoso.
Cuando el guerrero echaba atrás el arma para golpear de nuevo, Malus se lanzó adelante y clavó la punta de la espada en un ojo del hombre bestia. El enorme guerrero cayó de espaldas y casi le arrancó el arma de la mano al noble, pero Malus tiró de ella con una brusca torsión que hizo que la punta de acero raspara sonoramente el hueso.
—¡Adelante! —les gritó Malus a los caballeros—. ¡Adelante! ¡Avanzad!
El noble clavó las espuelas en los flancos de
Rencor
, y el gélido saltó hacia adelante dispersando a derecha e izquierda hombres bestia heridos y en retirada.
Hadar quería usar la caballería druchii como la fuerza de choque que acabara con cualquier resistencia inicial y despejara el camino para que Yaghan y sus campeones pudieran llegar hasta Machuk. Malus no tenía ninguna intención de darles a Yaghan o cualquier otro hombre bestia la oportunidad de matar al usurpador. Eso no sólo significaba apartar del camino al enemigo con toda la rapidez posible, sino que también requería que los druchii derrotaran a los hombres bestia que cargaran contra ellos hasta llegar a la tienda de Machuk y vencieran a los mejores soldados de la manada en cuestión de pocos minutos.
Los hombres bestia se dispersaron, aullando de desesperación.
Rencor
le lanzó un mordisco a uno de los guerreros que huían y le cortó limpiamente la cornuda cabeza; el cuerpo continuó corriendo una docena de pasos más antes de desplomarse. Los caballeros se zafaron de la refriega y siguieron ladera arriba, con las ensangrentadas espadas dispuestas.
Otro pequeño grupo de hombres bestia que intentó cerrarles el paso a los druchii se lanzó contra ellos por un flanco desde la sombra de otra tienda voluminosa. Pero cargaron a destiempo y aparecieron demasiado pronto, de modo que Malus se limitó a desviar a
Rencor
hacia el grupo y dirigirlo contra el bruto más corpulento de todos. El nauglir estrelló la roma cabeza contra el pecho del hombre bestia y lo lanzó a través de un lateral de la tienda más cercana, mientras Malus se inclinaba desde la silla de montar y degollaba a otro guerrero con la espada. Tiró de las riendas para que
Rencor
girara a la izquierda y aplastara a otros dos guerreros con las patas antes de regresar a la formación con los demás caballeros.
Las tiendas del usurpador estaban justo ante ellos: una gran tienda circular rodeada por una constelación de otras más pequeñas, todas hechas de gruesas pieles de animales y armazones de madera. Machuk y sus campeones aguardaban allí. La acometida de la caballería druchii dejaba pocas dudas respecto al objetivo final, y el usurpador había dedicado el tiempo a reunir a los mejores guerreros y organizados en algo parecido a una formación.
Malus reparó en que los guerreros de vanguardia llevaban grandes espadas y hachas de guerra, al igual que Yaghan y los suyos, y los hombres bestia tenían aspecto de saber utilizarlas. «Esto va a ponerse feo —pensó—. Si al menos tuviese tiempo para disparar primero unas cuantas andanadas de ballesta..., pero eso le daría a Yaghan el tiempo que necesita para subir la cuesta y unirse a la lucha, cosa que no puedo permitir.»
Malus alzó la espada y buscó al usurpador Machuk entre las filas de hombres bestia. El antiguo teniente de Hadar era, si acaso, aún más grande que el chamán y, a diferencia de éste, llevaba una pesada armadura como la de Yaghan y blandía una espada enorme. «Me cortará como si fuera un asado —pensó Malus—. Será mejor que sea rápido y preciso si quiero vencerlo.»
Señaló al hombre bestia con la espada y bramó un desafío que el usurpador, furioso, aceptó. El noble sacó del cinturón una daga de punta fina como una aguja, y soltó las riendas en el preciso momento en que la carga de caballería chocaba con los enemigos.
La enorme espada de Machuk era temible pero lenta, una fuerza casi irresistible que requería tiempo para ponerse en movimiento. Era cuestión de segundos como mucho, pero las luchas se decidían en fracciones de tiempo así de pequeñas. Con la presión de las rodillas, Malus desvió a
Rencor
hacia la izquierda en el último instante, justo cuando el usurpador echaba atrás el arma, y saltó al suelo, con ambas armas desnudas, directamente hacia el pecho de Machuk.
El estruendo del impacto fue increíble. Los campeones se mantuvieron firmes, y se produjo un estrépito atronador de carne y acero cuando los gélidos chocaron contra la formación. La sangre de amigos y enemigos saltaba en pulverizados chorros. Malus chocó contra Machuk, le rodeó el cuello con el brazo de la espada y le acuchilló la garganta con la afilada daga. La punta fina como una aguja danzaba por las gruesas placas de bronce que cubrían el cuello y los hombros de Machuk, y el enorme hombre bestia bramaba de cólera con la colmilluda boca a pocos centímetros del cuello del druchii.
«Que la Madre Oscura me guarde —pensó Malus—. Eso no ha salido según lo planeado.»
El noble aferró a Machuk en un abrazo mortal mientras los pies le colgaban a casi treinta centímetros del suelo, y retuvo el brazo izquierdo del hombre bestia inmovilizado contra su propio pecho. Machuk se debatía y forcejeaba con el brazo atrapado, y el cuerpo del noble se sacudía violentamente en el aire con los pies paralelos al suelo. Malus se aferraba con desesperación al cuello del hombre bestia mientras continuaba intentando hallar un punto débil con la daga. La punta impactó sobre un collar de cuero y bronce que protegía el cuello del usurpador, y se partió contra un remache metálico.
Machuk soltó el espadón que sujetaba con la mano derecha, cogió a Malus por el cuello y estrelló la gruesa cabeza cornuda contra la frente del noble.
Lo siguiente que supo Malus era que impactaba con fuerza contra el suelo. Cayó de espaldas en la apisonada tierra y resbaló más de un metro, medio ciego de dolor. Se sentía como si la cabeza se le hubiese partido como un huevo duro. Confusamente, oyó un rugido y supo que Machuk estaba casi encima de él, con la espada en alto. «Muévete. ¡Muévete!», le gritó la mente.
Por instinto, rodó hacia la derecha, y la enorme espada del hombre bestia le asestó un golpe de soslayo en una espaldera; la guarda del hombro se abolló bajo el impacto y una punzada de dolor terrible recorrió el pecho de Malus. Rugió de dolor y cólera, y recobró la vista cuando la roja ira de la sed de batalla lo consumió.
Malus volvió a rodar, esa vez hacia adelante, en dirección a la gigantesca figura del hombre bestia. Una vez más se situó por dentro del poderoso arco de la enorme espada del usurpador, y se encontró contemplando las acorazadas pantorrillas de Machuk y un espacio de muslo desnudo entre las grebas y los quijotes. Lanzó una estocada con la espada y la punta penetró profundamente a través de la piel y el músculo del muslo derecho, y derramó un río de oscura sangre espesa.
Un guerrero menos experimentado habría retrocedido ante un ataque semejante, pero Machuk era un veterano endurecido. Le rugió con furia al noble y descargó el pie izquierdo sobre el pecho de Malus para inmovilizarlo contra el suelo. Luego, el espadón se alzó hacia el cielo y descendió como un rayo.
Lo único que salvó a Malus fue el hecho de ser mucho más pequeño que el hombre bestia y constituir un blanco difícil en la posición en que estaba. Machuk apuntó a la cintura de Malus, pero en el último momento, el noble rodó hasta donde le fue posible sobre la cadera. Un tercio de la hoja del arma se enterró en el suelo, aunque impactó contra las placas articuladas que le cubrían la cadera y las atravesaron. El filo de la espada pareció de hielo al penetrar en la piel del noble; luego, la sensación de frío desapareció con el impacto del golpe, la hemorragia de sangre caliente y el dolor.
Malus gruñó como una bestia enloquecida, soltó la espada y buscó a tientas el mango del cuchillo que llevaba en la bota derecha. Con un impulso convulsivo, logró doblarse lo suficiente para coger el pequeño cuchillo y desenvainarlo. Cuando Machuk alzaba la espada para descargar otro tajo devastador, Malus clavó la daga en la corva izquierda del hombre bestia y movió la hoja a izquierda y derecha como si fuera una sierra para cercenar el tendón grueso como un cable.
Machuk bramó de furia y se desplomó encima de Malus, sobre cuya cara descargó la rodilla izquierda. Manó sangre de la nariz y los labios del druchii, y por un momento, no fue consciente de nada más que del estruendo que tenía dentro de la cabeza y de un mundo de tinieblas inyectadas de rojo. La rodilla del hombre bestia continuaba sobre su rostro, y al acuchillar a ciegas hacia arriba, clavó la hoja una y otra vez en la entrepierna de Machuk. El hombre bestia emitió un torturado lamento de dolor, y al caer hacia adelante, libró a Malus de su peso. El noble se alejó rodando mientras parpadeaba para recobrar la visión.
Cuando se le aclaró la vista un momento más tarde, junto a él había dos de los campeones de Machuk que intentaban llegar a su señor herido. Uno se inclinó y aferró a Malus por el pelo, y le echó la cabeza atrás para dejarle el cuello al descubierto mientras alzaba con una mano la pesada hacha de guerra. De repente, se vio un destello de luz y una daga se clavó en un ojo del hombre bestia. El campeón quedó petrificado, con expresión de ligera sorpresa, y luego se desplomó de lado.
El segundo campeón había pasado de largo e intentaba ayudar a Machuk a levantarse. Malus gruñó de ira y se puso en pie de un salto. Un dolor lacerante le estalló en la cadera izquierda y se le dobló la pierna, de modo que cayó pesadamente contra el hombre bestia. Antes de que el campeón pudiera reaccionar, Malus clavó el cuchillo en el cuello desnudo del hombre bestia y cortó la gruesa vena; salió un torrente de caliente sangre brillante. El campeón lanzó un estrangulado grito y cayó de costado, y Malus se lanzó sobre la espalda de Machuk.
Las heridas del usurpador eran mortales. La sangre arterial manaba con latidos regulares por la herida del muslo, y de las cuchilladas de la entrepierna salían sangre y fluidos que formaban un charco cada vez más grande bajo él. A pesar de todo, Machuk se esforzaba por levantarse y sus gruesos brazos temblaban a causa del esfuerzo. No parecía notar en absoluto el peso del noble.
Malus vio la espada de Machuk tirada a un lado, y con la punta de los dedos, rozó la empuñadura para atraerla hacia sí. Cuando la tuvo al alcance, levantó el tremendo peso del arma por encima de la cabeza.
—Has luchado bien, Machuk —graznó a través de los hinchados labios, y descargó la espada con todas las fuerzas que le quedaban.
La pesada hoja hendió el cuello por un lado y penetró en el espinazo. El usurpador, con los pulmones comprimidos por el peso, lanzó un grito ahogado y se desplomó de cara sobre el suelo empapado de sangre. Con un grito salvaje, Malus arrancó la espada del cadáver y asestó otro tajo que hizo rodar la cabeza de Machuk por la hierba.
Se oyó un rugido de furia, ladera abajo. Yaghan y sus guerreros acababan de llegar, y el campeón miraba a Malus con franca cólera. El noble le dedicó una ensangrentada sonrisa bestial. «Demasiado tarde, Yaghan —pensó—. Demasiado tarde.» Enredó los dedos en la mata de pelaje de la cabeza de Machuk y alzó muy arriba el goteante trofeo.
—¡Gloria a la Madre Oscura y Hag Graef! —gritó Malus, y oyó que los caballeros recogían el grito desde la refriega circundante.
Entre los campeones supervivientes se alzó un alarido de desesperación cuando se dieron cuenta de que su jefe estaba muerto. Malus sintió más que vio que los guerreros vacilaban en torno a él, y entonces una voz tronante resonó por el campo de batalla. Había aparecido Kul Hadar, que ascendía a grandes zancadas por la colina, con el báculo en alto. El noble no entendía ni una palabra de lo que decía el brujo, pero la intención era clara: «El rey ha muerto. Larga vida al rey».
Los sonidos de lucha se apagaron bruscamente: sólo se oían los gritos secos de los druchii, que forcejeaban con sus monturas, enloquecidas por la batalla. Malus clavó la espada de Machuk en el suelo y la empleó para ponerse dolorosamente de pie. Sentía que la sangre le bajaba por la pierna izquierda y le encharcaba la bota, y el brazo izquierdo ya se le estaba hinchando y agarrotando. Escupió sangre y avanzó con lentos pasos metódicos hacia Kul Hadar.
El chamán giraba lentamente sobre sí mismo, clavando la feroz mirada en todos los miembros de la manada que podía ver. Continuaba hablándoles a los hombres bestia con palabras graves y sonoras; estaba claro que establecía la nueva ley de la manada tras la muerte de Machuk.
Malus se detuvo junto al chamán y alzó en alto la cabeza del usurpador para que todos la vieran, a pesar de que el brazo le temblaba a causa de la herida. La manada que iba reuniéndose observaba la escena con diversas expresiones, que iban desde el deleite a la consternación, pasando por una resignación cansada. Los ojos se movían desde Hadar a la cabeza de Machuk y al propio Malus. El noble mantuvo la mirada neutral, pero su cara ensangrentada no resultaba menos feroz por eso.