Read La maldición del demonio Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Al final, Hadar se volvió a mirar a Malus. Resultaba difícil discernir la expresión del bestial rostro del chamán, pero el noble supuso que Hadar intentaba mostrarse considerablemente grave ante la manada.
—Éste no era el plan, druchii —dijo el chamán—. ¡A Machuk debía matarlo mi campeón Yaghan! ¡Tú lo sabías!
Malus miró al chamán serenamente a los ojos.
—La resistencia fue más débil de lo esperado, gran Hadar. Yo y mis hombres llegamos primero hasta Machuk, y él no estaba de humor para esperar. —Le ofreció al chamán la cabeza del usurpador—. El resultado final es el mismo, ¿verdad? Él está muerto, y tú gobiernas la manada una vez más.
«Aunque gobiernas gracias a mis hombres y a mí, y la manada lo sabe —pensó—. Y eso me da poder para mantener a raya tus traicioneros cuchillos.»
Hadar apretó los dientes con evidente frustración, pero al cabo de un momento se había dominado y cogió la cabeza cortada de manos de Malus. La alzó en alto ante la manada y aulló, y los hombres bestia reunidos cayeron de rodillas y posaron la frente en el suelo. A continuación, se la entregó a Yaghan y se puso a ladrarles órdenes a los campeones.
Al desvanecerse la sed de batalla, Malus comenzó a ver más claramente el entorno. La mitad de los campeones de Machuk yacían en el suelo empapado de sangre, con tajos y miembros amputados o aplastados por golpes tremendos. Dos nauglirs y sus jinetes también yacían entre los cadáveres enemigos; tanto los acorazados druchii como sus monturas habían sido descuartizados por las pesadas espadas y hachas de los campeones. El sol aún no había acabado de salir; en total, tal vez habían pasado cinco o seis minutos desde el inicio de la carga druchii.
Malus se dio la vuelta para buscar a Lhunara y Vanhir. Ambos se encontraban cerca, sucios de sangre y trozos de carne, pero por lo demás, desos. Al verlos, el noble experimentó una peculiar sensación de alivio.
—Lhunara, reúne a los hombres y llevad a los nauglirs ladera abajo —dijo casi farfullando debido a la hinchazón de los labios—. Sería poco apropiado que se pusieran a devorar a los guerreros caídos en medio del campamento. Llévate también a
Rencor
... No sé si puedo caminar demasiado bien, de momento.
Lhunara frunció el entrecejo con preocupación, pues comenzaba a darse cuenta de que la mayor parte de la sangre que cubría la armadura del noble era, de hecho, suya.
—Debemos atender tus heridas, mi señor...
—Haz lo que te digo, mujer —insistió él, aunque la orden fue dada con escaso ardor.
En ese momento, lo único que quería Malus era buscar un sitio donde sentarse y descansar, pero aún había muchas cosas que hacer. Mientras los guardias reunían a las monturas y se encaminaban ladera abajo, el noble se volvió y vio que Kul Hadar aguardaba cerca de él. En la cara del chamán había una expresión expectante.
Malus le dedicó una sonrisa conciliadora.
—Te felicito por la victoria, gran Hadar —dijo, y una mueca de dolor se le dibujó en el rostro al acercarse cojeando al hombre bestia—. Supongo que necesitarás un poco de tiempo para poner en orden las cosas en la manada antes de que podamos comenzar a sondear los secretos del cráneo.
Pero el noble se sorprendió cuando el chamán enseñó los dientes y lanzó una carcajada gutural.
—Todo lo que había que decir ya ha sido dicho, druchii —replicó Hadar—. La manada me pertenece otra vez, y ha llegado el momento que he esperado durante décadas. No perderemos ni un instante más, señor Malus. No, el momento es ahora. Iremos al soto sagrado y obtendremos la llave de la Puerta del Infinito.
Malus obligó a su mente a concentrarse a pesar de la fatiga y las olas de dolor que lo atormentaban con cada vacilante paso. El ascenso de la empinada ladera de la montaña era una tortura, aunque usara la espada de Machuk como bastón improvisado. El noble había sacado el cráneo de la alforja y lo llevaba bajo el brazo izquierdo. Lhunara y Dalvar habían intentado curarle las heridas lo mejor posible, pero era poco lo que podían hacer mientras no se quitara la armadura.
Entonces, él y Hadar caminaban a solas, con paso decidido, hacia la grieta que hendía la montaña. Yaghan y cuatro de sus campeones, que iban a respetuosa distancia tras ellos, reían y se jactaban de proezas en su idioma gutural.
Malus no había esperado que Hadar se pusiera en marcha tan pronto después de la batalla. ¿Era por una cuestión de codicia o intentaba pillar desprevenido a Malus? «Probablemente, ambas cosas —razonó el druchii—. Trata de hacerse con la iniciativa mientras yo estoy cansado y herido. Una táctica bastante sensata —pensó—, pero no le servirá de mucho.» Cuando Malus había ido a buscar el cráneo, le había pedido a Vanhir que le diera un poco de courva de las menguantes reservas que le quedaban. Había masticado mecánicamente la raíz, cuyo sabor amargo le hacía entrecerrar los ojos. Sin embargo, la mente se le aclaraba a cada momento que pasaba, y se le volvía más aguda a medida que el estimulante hacía efecto. Se obligó a mirar el entorno y estudiar los alrededores, cualquier cosa que despertara su mente entumecida.
Habían ascendido por la ladera lo bastante como para proporcionarle una visión panorámica del bosque que se extendía a derecha e izquierda del pie de la montaña. También veía otra montaña más pequeña, que se alzaba un poco más lejos, a la derecha, y en medio había un valle muy boscoso que aún envolvía la niebla. Señaló el valle con un gesto de la cabeza.
—¿Es eso...?
—Sí. El templo de Tz'arkan se encuentra allí —replicó Hadar—. Un camino de cráneos serpentea por el valle, y al final está la Puerta del Infinito. Al otro lado de la puerta, en un espacio que no es enteramente de nuestro mundo, se alza el gran templo.
Malus reprimió un gemido. «¡Malditos brujos y sus retorcidas creaciones!»
—¿Cuándo se construyó el templo?
—Hace milenios —gruñó Hadar—, durante la época en que vuestro pueblo luchaba contra los hijos de los Poderes Malignos; posiblemente antes, incluso. Cinco grandes brujos, poderosos sirvientes de los Dioses Oscuros, conspiraron para dominar un gran poder y ponerlo a su servicio. Tramaron el plan durante más de cien años, según dice la historia, y al final encerraron al poder tras los muros del gran templo y lo sometieron a su voluntad. Con esto, se convirtieron en conquistadores y causaron gran destrucción en el mundo desgarrado por la guerra.
Malus sonrió codiciosamente mientras su corazón se aceleraba, expectante. En poco tiempo, ese grandioso poder sería suyo. «Y pensar que yo busqué este lugar sólo para saciar mi sed de venganza —pensó—. ¿Qué más podría lograr con ese poder en mis manos?» Se vio sentado en la Corte de las Espinas, con la armadura del drachau y la Garra de la Noche puestas, mientras de detrás del hirviente resplandor rojo de sus ojos ascendía vapor y todos los nobles de la ciudad hincaban la rodilla y se sometían a sus torturas.
El noble vio un gran ejército en pie de guerra, con él a la cabeza, que surcaba las olas hacia la apestada Ulthuan y convertía en ruinas sus grandes ciudades. Se vio en la oscura Naggarond, fortaleza del Rey Brujo, sentado en un trono de hueso de dragón...
—Con el paso del tiempo, sin embargo, la fortuna abandonó a cada uno de los brujos por turno. Fueron traicionados por los compañeros o sus propios tenientes, o se volvieron demasiado confiados y acabaron derrotados en el campo de batalla. Uno a uno fueron destruidos, pero el poder del templo perduró. Cuando cayó el último brujo, el templo de Tz'arkan cayó en el olvido, y sus secretos quedaron guardados por las más terribles protecciones mágicas. —Hadar miró a Malus y volvió a dedicarle una cruel sonrisa colmilluda—. Hasta ahora.
Habían llegado a la entrada de la gran grieta. Vista de cerca era mucho más amplia de lo que Malus había esperado, y se ensanchaba aún más hacia el interior. La tierra se había acumulado dentro de la grieta a lo largo de los eones, y había dado vida a una hierba verde oscura y altos árboles de lustrosas hojas. En el aire se oía un murmullo grave muy parecido al que Malus había percibido en el campamento de los exiliados, pero más fuerte e intenso. Los árboles susurraron quedamente cuando ellos se acercaron, aunque el noble reparó en que no soplaba ni la más ligera brisa.
Hadar se detuvo en la entrada de la grieta y apoyó el báculo en el suelo.
—Éste es nuestro soto sagrado —declaró con voz reverente—. Aquí reside la fuente de todo nuestro poder. Camina con suavidad, druchii. Hasta este día, ningún ser vivo que no fuera de nuestra raza ha entrado aquí y ha sobrevivido.
El chamán inclinó la cornuda cabeza, dijo con tronante voz algo que parecía una plegaria y luego continuó adelante.
Había una especie de sendero desdibujado que serpenteaba entre los árboles. Hadar lo siguió con la soltura nacida de la familiaridad, y Malus tuvo que cojear, dolorido, tras él. A medida que ascendían por la grieta, Malus reparó en que los grandiosos árboles estaban cubiertos de negras y brillantes enredaderas que tenían centenares de espinas finas como agujas. Al pie de cada árbol, había montoncitos de huesos; algunos erosionados por los elementos y otros tan frescos que sobre ellos aún relucían fragmentos de grasa y tendones. Malus contempló el bosque con mucho más respeto que antes.
Avanzaron por el sendero durante varios largos minutos más, hasta que Malus vio el primero de los cristales relumbrantes. La roca verdosa afloraba del suelo igual que la que había visto en la cueva de Hadar, y Malus tuvo la sensación de que las formaciones eran el origen de las poderosas vibraciones que sentía en los huesos.
—¿Qué les confiere un poder semejante a estas piedras, Hadar?
—Son regalos de los Dioses Oscuros —replicó el chamán con orgullo—. Las manadas pueden oír la potente canción desde leguas de distancia, y las buscamos por el poder que nos otorgan. Las piedras nos hacen muy fuertes; cuando sentimos su canción en los huesos podemos llevar a cabo increíbles hechizos, mucho más potente que vuestras insignificantes brujerías. ¡Cuando extendemos una mano, la tierra y el cielo se someten a nuestra voluntad!
Barrió el aire con un brazo para abarcar toda la grieta de la montaña.
—Una tribu es considerada verdaderamente poderosa si su soto contiene tres de las grandes piedras. Aquí, en la montaña bendecida por el Dios del Hacha, tenemos casi una docena. Cuando conduje por primera vez a mi manada hasta este lugar, lo celebraron durante quince días cantándole mi nombre al oscuro cielo. Creían que los dioses me favorecían, puesto que había sido capaz de conducirlos hasta un poder semejante. —Hadar rió entre dientes para sí—. Las conquistas, las carnicerías, la terrible destrucción que podría haber obrado. Podría haber doblegado a las otras manadas y haber gobernado como nadie de mi raza lo ha hecho en miles de años. Pero no lo hice. —El chamán volvió la cornuda cabeza y clavó en Malus un ojo oscuro—. No lo hice porque sabía que me encontraba a las puertas de un poder aún más grandioso.
Cuanto más avanzaban, más cristales veía Malus, y la luminiscencia aumentó hasta que pudo sentirla contra la piel desnuda como si fuera la cálida luz del sol. El noble también comenzó a ver toscos obeliscos de piedra que tenían talladas puntiagudas runas y sigilos, y estaban dispuestos en torno a las formaciones de cristal, y postes de los que colgaban los podridos cuerpos de hombres bestia sacrificados. Los huesos viejos entrechocaban en un viento inexistente, y en el aire flotaba olor a cuero y putrefacción.
Unos minutos más tarde, llegaron a un círculo de piedras erectas, todas precariamente inclinadas sobre la empinada ladera. En el exterior del círculo había un gran gong de bronce, con el mazo apoyado junto a él. En el interior, el pavimento era de pizarra; el centro estaba manchado por la sangre derramada durante años. Hileras de runas corrían a lo largo de cada piedra, talladas encima de finas líneas grabadas que eran mucho más antiguas. Malus tuvo la sensación de que la manada de Hadar no era la primera que había reclamado para sí esa grieta y su poder.
Hadar avanzó hasta el gong y recogió el mazo. Golpeó tres veces el disco metálico, lenta y decididamente, y luego inclinó la cabeza para mirar hacia un punto situado por encima de las piedras erectas. Malus siguió la mirada del hombre bestia y vio que el otro extremo de la grieta estaba sorprendentemente cerca, y que se estrechaba hasta acabar en una oscura abertura que parecía ser la entrada de una cueva. Los ecos resonaron en las paredes de la grieta y luego se apagaron. Los oscuros árboles susurraron y después quedaron inmóviles.
A continuación, Malus percibió un atisbo de movimiento dentro de la grieta. Una fila de hombres bestia ataviados con hábitos y cogullas salieron de la oscuridad; llevaban báculos ceremoniales e incensarios de latón batido, frascos de polvos y largas botellas de color que contenían líquidos extraños. Descendieron sin hacer el más ligero ruido, aparentemente deslizándose sin esfuerzo por la empinada ladera hacia las piedras erectas. Hadar inclinó la cabeza con reverencia cuando se acercaron.
Malus se apoyaba con fuerza en la espada de Machuk, repentinamente intranquilo. ¿De qué servían los polvos y las pociones cuando el conocimiento que buscaban se hallaba encerrado dentro de un cráneo antiguo?
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó.
Kul Hadar lo miró de soslayo, con un destello de irritación en los oscuros ojos.
—Ahora invocaremos la sombra de Ehrenlish, estúpido.
Las cejas del noble se fruncieron con consternación.
—¿Su sombra?
El chamán se volvió a mirarlo y estiró los labios en una mueca burlona.
—¿Cómo has llegado tan lejos sabiendo tan poco? —El chamán señaló con gravedad el cráneo que Malus tenía en las manos—. Ese es el Cráneo de Ehrenlish, el más grande de los cinco brujos que dominaron el poder del templo. El, el último de los conspiradores, sintió que no tardaría en correr la misma suerte que sus compañeros e intentó burlar a la muerte mediante la magia, uniendo su alma a sus propios huesos.
El chamán rió entre dientes.
—Pero al final resultó que el estúpido se había construido la más horrible de las prisiones. Un rival le cortó la cabeza y molió sus huesos hasta transformarlos en polvo. Entonces, el gran brujo se convirtió en un trofeo que pasaría de mano en mano durante cientos de años, olvidados largo tiempo atrás sus sueños de gloria. —Hadar avanzó un paso—. Pero el secreto para abrir la puerta permanece encerrado dentro de esos viejos huesos, y haremos que Ehrenlish nos lo revele.