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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La maldición del demonio (29 page)

BOOK: La maldición del demonio
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«No podemos dejarlos atrás —pensó Malus—. Tal vez podamos hacerles frente y rechazarlos.» Hizo dar media vuelta a
Rencor
y comenzó a retroceder a lo largo de la columna.

—Ballestas preparadas —le dijo a cada druchii al pasar.

El guerrero que iba en la retaguardia de la columna era el mismo que había hecho guardia en el castillo la noche anterior. Malus se detuvo junto a él.

—¿Ves algo?

El druchii, con el semblante pálido, observó el sendero que habían dejado atrás.

—No —susurró—, pero los oigo. Se mueven de un lado a otro en la oscuridad, detrás de los árboles.

Entonces, Malus también los oyó: enormes moles se desplazaban lenta y cautelosamente entre las sombras, a unos cincuenta metros detrás de ellos. Forzó los ojos para penetrar la oscuridad, pero no lo logró. El resplandor que generaban los hongos sólo ahondaba las sombras situadas más allá de los árboles, y las criaturas, fueran lo que fueran, eran cautas y astutas.

—Están estudiándonos —dijo Malus a medias para sí mismo—. Intentan decidir si somos una presa.

Malus se irguió en la silla de montar y, tras pensar durante un momento, guardó la ballesta y desenvainó la espada.

—Es hora de que les gruñamos una respuesta —le dijo el noble al druchii que tenía junto a él—. Mantén la ballesta preparada. Voy a intentar darles un susto.

El druchii asintió, aunque tenía los ojos desorbitados. Malus inspiró profundamente y espoleó a la montura para que avanzara.
Rencor
, que percibía la presencia de las invisibles criaturas, gruñó con fuerza.

Se partieron ramas y en la oscuridad que tenían delante resonaron pesados pasos. Malus hacía avanzar a
Rencor
y sentía que el nauglir estaba cada vez más tenso. La cola de la criatura comenzó a agitarse coléricamente, y el noble atisbo algo grande que asomaba el hocico a través de los espesos matorrales situados ante él. Malus hizo que
Rencor
se acercara lentamente al ser. Como era previsible, el nauglir lanzó un largo y furioso bramido que fue rápidamente recogido por el resto de gélidos de la columna. «¿Lo veis? —pensó Malus—. No somos ningún tímido venado que podáis matar. Será mejor que busquéis presas menos mortíferas.»

Justo en ese momento, Malus percibió un ligero movimiento a la derecha. Se volvió al instante, pero lo único que vio fue un atisbo de algo grande que se deslizaba velozmente a través de los matorrales y pasaba de largo en dirección al resto del grupo. «Son más sigilosos de lo que me indujeron a creer —pensó Malus con asombro—. ¡Eso significa que éste de aquí delante es sólo una distracción!»

En ese momento, la criatura que Malus tenía enfrente lanzó un alarido salvaje y cargó hacia él como un jabalí enloquecido. Atronadores gritos le respondieron desde un punto situado más adelante en el sendero.

Matorrales y arbolillos jóvenes se partían al pasar la bestia que cargaba hacia el noble, y Malus sintió cómo el aire se espesaba a medida que se aproximaba. Monstruosa como era, de la criatura se desprendía una aura de palpable disformidad que captaron incluso los sentidos de
Rencor
, el cual retrocedió con un aullido de sobresalto. Luego, el monstruo saltó al sendero, e incluso el noble gritó de miedo y asco ante la abominación que se alzó de manos ante él.

Se trataba de algo enorme, tanto como
Rencor
, con un cuerpo que era poco más que un montón de carne y músculos cancerosos soportados por cuatro patas gruesas como troncos. Largos brazos estrechos rematados por hoces de hueso desnudo que lanzaron tajos hacia Malus cercenaron tres ramas y abrieron grandes estrías en los troncos de los árboles que hallaron en el camino. No tenía ojos, ni siquiera un rostro que Malus pudiese reconocer como tal, sólo una redonda boca de lamprea situada en el extremo de un grueso tronco musculoso. Hileras de dientes aguzados palpitaron hasta la garganta del monstruo cuando el esófago, que era como un esfínter, se dilató y les lanzó un rugido enloquecido al noble y su montura.

—¡ Que la Madre Oscura nos proteja! —exclamó Malus, horrorizado, al mismo tiempo que tiraba de las riendas de
Rencor
.

La deforme monstruosidad se lanzó hacia el noble en el momento en que el nauglir giraba sobre sí mismo y la golpeaba con la poderosa cola. El impacto hizo tambalear al monstruo y lo lanzó contra un roble enorme, que se partió bajo su peso. Las hoces de hueso atacaron al gélido, pero Malus clavó las espuelas en los flancos de
Rencor
y lo lanzó por el sendero a gran velocidad, aunque en el límite de lo prudente.

Más criaturas deformes habían salido al sendero desde el bosque. Malus oyó gritos histéricos del druchii con el que había hablado apenas momentos antes. Uno de los monstruos había saltado sobre el gélido del hombre, al que había inmovilizado contra el suelo con las cuatro zarpas y había reducido a un despojo sangrante con las hoces de los brazos. Malus vio las piernas del druchii, que aún pataleaban mientras el monstruo lo hacía bajar, con armadura y todo, por la garganta llena de colmillos.

Con un alarido furioso, Malus espoleó con más fuerza a la montura y se lanzó directamente contra el espantoso monstruo. «Yo también puedo jugar a esto», pensó, enloquecido. En el último instante, tiró de una de las riendas.

—¡Arriba! —gritó.

Rencor
saltó sobre el monstruo, y las patas provistas de garras cortaron y arañaron mientras intentaban sujetarse. El monstruo pareció distenderse bajo el peso del gélido; se aplastó como si no tuviera esqueleto. El icor manó como una fuente por grotescas heridas, allí donde las zarpas del nauglir arrancaban trozos de carne pútrida; pero era como desgarrar un montón de estiércol.

Malus le asestaba tajos con la espada y sentía náuseas a causa del hedor a podrido que flotaba en el aire. La criatura aullaba y gorgoteaba de furia, y lanzaba salvajes tajos con los brazos. Finalmente, las garras de
Rencor
lograron aferrarse, y el gélido saltó por encima del monstruo en el preciso momento en que uno de sus compañeros de manada avanzaba pesadamente por detrás. Malus continuó corriendo sendero adelante y se arriesgó a echar una sola mirada atrás, momento en el que vio que el monstruo mortalmente herido era apartado a un lado por el compañero de manada con el fin de continuar la persecución.

La partida de guerra estaba en plena lucha, intentando escapar de la trampa. Malus veía agitarse las colas de los nauglirs que corrían más adelante y pasaban ante galopantes cuerpos gelatinosos, erizados de hoces de hueso y zarpas. El noble se agachó sobre el lomo de la montura, espada en alto, y dejó que
Rencor
apartara a los monstruos a golpes de hombro. El gélido chocaba contra los glutinosos cuerpos de los monstruos y a veces los atravesaba, de modo que rociaba a Malus con fluidos malolientes. Pero al cabo de pocos momentos dejaron atrás la manada y comenzaron a alejarse. Aullidos de cólera y hambre hicieron temblar los oscuros árboles y parecieron resonar por todas partes.

A pesar de lo sorprendentemente rápidos que eran los monstruos, estaban lejos de ser ágiles, mientras que los gélidos recorrían con facilidad los serpenteantes senderos. Escasos minutos después, el grupo se había alejado de los perseguidores, pero los monstruos parecían incansables y no aminoraban el paso. Malus avanzó con rapidez hasta la vanguardia de la columna, donde Lhunara cabalgaba con una espada manchada en cada mano; los ojos, desorbitados, evidenciaban una mezcla de terror y furor guerrero. El noble vio que el hombre bestia había desaparecido.

—¿Qué le ha sucedido al guía? —chilló Malus.

—Saltó hacia los árboles al principio de la emboscada. ¡No pude detenerlo!

Malus lanzó una maldición terrible.

—¡Mantén los ojos abiertos por si hay desvíos en el sendero! —gritó—. Esas cosas no pueden seguir nuestra velocidad; si podemos desviarnos, lo haremos, y si no, veremos si se cansan y abandonan.

Pero pasaban los minutos, y los monstruos se negaban a renunciar a la persecución. Los nauglirs corrían incansablemente, pero Malus sabía que los vigorosos gélidos tenían sus límites. «¿Por qué continúan persiguiéndonos? —se preguntó el noble—. No pueden darnos alcance; eso debería resultarles obvio a estas alturas.»

Justo entonces, Malus se vio sorprendido por una inundación de luz caótica procedente de lo alto. El sendero descendía bruscamente hacia un valle de montaña, y los árboles se separaban a ambos lados de un estrecho y oscuro arroyo. «Más espacio para maniobrar, al fin —pensó Malus—. Si puedo dirigir a la partida de guerra como una sola unidad, podríamos tener alguna posibilidad contra esas cosas.»

La mente de Malus trabajaba a toda velocidad para trazar tácticas mientras le hacía un gesto a la columna para que formara una línea y continuara corriendo por el valle. Habían cubierto casi cien metros cuando entre los árboles de ambos lados estallaron aullidos y gritos de guerra, y una horda de hombres bestia cargó desde las sombras de los árboles, agitando hachas y garrotes en el aire.

«Sabuesos de cazadores —se dijo Malus, mientras se le helaba el corazón—. Esas criaturas estaban conduciéndonos por el sendero hacia sus amos.»

En la oscuridad y confusión no había modo de determinar cuántos hombres bestia había, pero estaba claro que los druchii se encontraban ampliamente superados en número y rodeados por todas partes. Con la batalla encima, Malus tomó la única decisión posible. Alzó la espada.

—¡Adelante! —gritó.

Los gélidos bajaron la cabeza y cargaron para adentrarse más en el valle. Una parte de los hombres bestia cerraron filas detrás de ellos y comenzaron la persecución, y la muralla de enemigos que tenían delante se lanzó contra los druchii en desordenada formación. Los caballeros que cargaban chocaron con los hombres bestia, y empezaron a oírse los crujidos de los huesos al partirse y el sonido característico del acero contra la carne.

Un hombre bestia desapareció bajo las zarpas de
Rencor
con un alarido ronco. Malus le lanzó un tajo a otro que tenía cabeza de cabra y era casi tan alto como él; la cornuda testa aullante quedó separada del grueso cuello musculoso. La sangre le salpicó la armadura, pero Malus agradeció el acre olor de ésta tras el horrendo icor de los monstruosos engendros del Caos que habían encontrado en el bosque. Un pesado golpe resonó contra el lado izquierdo de su peto, y Malus lanzó un tajo contra la cabeza de otro hombre bestia y cercenó parte de un cuerno curvado. Otro enemigo saltó hacia él por la derecha; blandía una hacha que erró en el muslo y abrió un tajo en el borrén de la silla de montar. El noble respondió con un golpe de revés en un ojo del atacante. El enemigo dejó caer el hacha y retrocedió con paso tambaleante al mismo tiempo que se llevaba las manos a la cara herida.

Malus espoleó a
Rencor
para que avanzara y derribara a los hombres bestia que tenía delante, en tanto los golpes de cola del nauglir partían huesos. Una mano con garras intentó coger las riendas, y Malus la cercenó por la muñeca. Una hoja de hacha se desvió sobre el acorazado muslo, y un garrote se estrelló contra el espaldar y lo lanzó contra la silla. Luego,
Rencor
salió de un salto del apretado grupo y continuó cargando valle adentro, con lo que dejó momentáneamente atrás a los hombres bestia.

Con una rápida mirada, Malus comprobó que el resto de la partida de guerra también se había abierto paso fuera de la masa enemiga y avanzaba torpemente en una desordenada fila, junto a él. La destreza, la experiencia y las pesadas armaduras habían ganado la partida, pero el enemigo se hallaba lejos de estar vencido. Malus señaló un grupo de rocas dispersas que había más adelante.

—¡Formad una línea allí y preparad las ballestas! —ordenó.

Los druchii alzaron la espada a modo de respuesta y espolearon a los gélidos hacia las rocas.

Habían ganado tal vez unos treinta metros de ventaja respecto a los hombres bestia. Malus miró por encima del hombro y vio que quedaban cerca de cien que avanzaban a brincos en desordenada turba y le aullaban al cielo. Peor aún, vio cómo la manada de monstruos armados con hoces ascendía lentamente por el valle, tras ellos. Era probable que pudiese derrotar a los hombres bestia con unas cuantas andanadas de saetas y otra carga, pero incluso los gélidos les tenían miedo a las deformes criaturas. «Sin embargo, si hacemos retroceder a los hombres bestia hacia sus sabuesos, podríamos conseguir un poco de espacio para maniobrar —pensó—. Aunque, incluso en ese caso, nuestras perspectivas son muy malas.»

Malus llegó hasta las rocas junto con los otros guerreros.

—Preparaos para disparar —dijo—. Tres andanadas, y luego cargaremos. Intentaremos derrotar a los animales y escabullimos más allá de sus monstruos aprovechando la confusión.

Justo en ese momento, un cuerno gimió en el fondo del valle. Un aullido como el grito de una doncella espectral resonó entre los árboles. Malus se puso de pie en los estribos y vio cómo otro oscuro grupo de hombres bestia salía de entre los árboles situados al oeste agitando antorchas por encima de la cabeza. «Otros cincuenta, tal vez —pensó, ceñudo—. Esto vamos a pagarlo caro.»

Entonces, para sorpresa de Malus, los recién llegados lanzaron sacos o vejigas contra el lomo de los enormes monstruos. Tras las vejigas arrojaron las antorchas, y de repente, la manada se vio envuelta en azules llamas que ascendían hacia el cielo.

Un grito de cólera se alzó entre los hombres bestia situados más adentro del valle, y la confusión hizo acto de presencia cuando los que blandían antorchas cargaron valle arriba contra ellos.

Varios druchii lanzaron vítores de alivio. Lhunara se volvió a mirar a Malus.

—En el nombre de la Oscuridad Exterior, ¿qué está sucediendo?

Malus negó con la cabeza.

—No tengo ni idea, pero le daré gracias a la Madre Oscura por este regalo. —Más abajo, las dos turbas de hombres bestia habían chocado una con otra, y los sonidos de la batalla estremecían el aire. El noble se volvió a mirar a los guerreros—. ¡Comprobad vuestras ballestas y aseguraos de que están cargadas al máximo! ¡Avanzaremos al paso y dispararemos contra la refriega!

Lhunara frunció el ceño.

—¿A quién apuntamos?

—¿Qué importa? Todos podrían ser enemigos. Mataremos tantos como podamos y ya nos preocuparemos por el resto cuando llegue el momento. —Malus envainó la espada y cogió la ballesta—. ¡Preparados...! ¡Avanzad!

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