La maldición del demonio (30 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: La maldición del demonio
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Los gélidos regresaron lentamente por el valle. Los druchii alzaron las ballestas y escogieron un blanco.

—¡Disparad a discreción! —ordenó Malus, y la carnicería comenzó.

Las ballestas restallaron y las saetas silbaron por el aire. Dada la oscuridad y la arremolinada refriega, resultaba difícil ver los efectos causados por los disparos. Los druchii volvieron a cargar las ballestas y dispararon otra vez. A la tercera salva, las filas de hombres bestia parecieron oscilar. Luego, de modo repentino, una onda fría espesó el aire alrededor de las criaturas, y Malus sintió que se le erizaba el vello de la nuca. «¡Brujería!», pensó el noble. Los gritos de batalla se transformaron en lamentos de desesperación, y un numeroso grupo de hombres bestia arrojaron las armas y echaron a correr directamente hacia Malus y su partida de guerra.

—¡Disparad a discreción! —ordenó el noble.

Malus apuntó a un hombre bestia que corría y le clavó una saeta en el centro del pecho. Los druchii accionaban las ballestas con rápida y brutal eficacia, cargando, disparando y volviendo a cargar. Habían matado casi una veintena de hombres bestia cuando éstos se dieron cuenta del peligro que tenían delante y se dispersaron para huir hacia la seguridad de los árboles situados al este y al oeste.

Malus apuntó a otro hombre bestia y disparó, y la saeta se clavó en la espalda de la criatura.

—¡Dejad de disparar! —ordenó cuando el hombre bestia se desplomó.

En el valle, más abajo, los hombres bestia armados con antorchas habían acabado con los últimos oponentes, y entonces avanzaban cuesta arriba. Malus vio que a la cabeza de la horda iba un hombre bestia enorme que llevaba un báculo descomunal y se cubría los encorvados hombros con un ropón.

El noble estudió atentamente a la turba que avanzaba hacia ellos. Parecían cautelosos, pero no abiertamente hostiles. Por impulso, guardó la ballesta.

—Creo que vienen a parlamentar —le dijo a Lhunara—. Retén a los hombres aquí. Si algo sale mal, venid a buscarme.

—Sí, mi señor —replicó Lhunara, pero la expresión sofocada de su rostro revelaba de modo elocuente la verdadera opinión que tenía sobre el plan de Malus.

El noble espoleó a la montura y trotó por el terreno sembrado de cadáveres al encuentro de los recién llegados.

El hombre bestia brujo les gruñó una orden a sus compañeros cuando vio que Malus se acercaba, y luego él y otro continuaron avanzando entre los hombres bestia caídos hasta situarse a aproximadamente diez metros por delante de la turba armada con antorchas.

Malus se detuvo a una distancia desde la que parlamentar cómodamente, y mostró las manos vacías.

—Bien hallado, desconocido —gritó al mismo tiempo que se daba cuenta, demasiado tarde, de que el hombre bestia probablemente no entendía ni una sola palabra de lo que estaba diciendo—. Parece que mi enemigo es tu enemigo. ¿Tienes nombre?

Al oír esto, el segundo hombre bestia salió de detrás del brujo, y Malus se sorprendió al ver que era su antiguo prisionero. El hombre bestia se irguió en toda su estatura y señaló con gesto espectacular al enorme brujo.

Los ojos de Malus se abrieron de par en par. Había estado equivocado desde el principio. Kul Hadar no era en absoluto el nombre de un lugar.

El brujo agitó la cornuda cabeza y sonrió.

—Salve, druchii —tronó la voz del brujo en un druhir gutural—. Soy Kul Hadar.

16. Lazos de sangre

La mente de Malus era un torbellino mientras la partida de guerra seguía a la manada de hombres bestia a través del bosque. Kul Hadar, el gran brujo, les había dado muy poca información en el campo de batalla del valle y había aducido que el momento para hablar llegaría cuando regresaran a su campamento, situado en las proximidades. La idea en sí no le gustaba al noble, pero no se encontraba en posición de rehusar. La partida de guerra del brujo había sufrido pocas bajas en la batalla y parecía más que preparada para otra lucha, y Malus no tenía modo alguno de contrarrestar la destreza mágica de Kul Hadar. Malus no contemplaba con placer la perspectiva de una batalla abierta en caso de que el señor de los hombres bestia perdiera la paciencia con los druchii.

Los hombres bestia de Kul Hadar se pusieron rápidamente a saquear los cuerpos de los muertos, y luego, con veloz eficiencia, comenzaron a descuartizar los cadáveres más sanos y gordos. Al cabo de una hora, la manada estaba preparada para ponerse en marcha, y partió rápidamente hacia el oeste. Camino de la salida del valle, Kul Hadar insistió en conducir a la partida de guerra a través del sitio donde él y su manada habían luchado contra los hombres bestia enemigos. En el centro de los cadáveres apilados, Malus vio un círculo de pálidos cuerpos marchitos, cuya anterior musculatura había sido desecada por el paso de un poder invisible que había reducido la carne y los huesos a frágiles cenizas. Los cuerpos se deshicieron en polvo por la vibración de los pesados pasos de los gélidos. El noble tomó nota de lo que veía y recordó la ola de frío que había espesado el aire y desbaratado las filas enemigas. Kul Hadar estaba transmitiéndole un mensaje.

La manada desdeñaba los senderos despejados y avanzaba campo a través, y los nauglirs se veían obligados a caminar con lentitud por el terreno salvaje. El antiguo guía de los druchii iba entonces junto a ellos, señalándoles el camino con enfurecedora arrogancia. Una y otra vez, Malus se sorprendía deseando que la criatura se acercara demasiado a
Rencor
y perdiera un brazo por su torpeza, pero la oportunidad no surgió en ningún momento.

Tras casi una hora, la manada giró al norte, y la partida de guerra se encontró ascendiendo la empinada ladera de la montaña. El aire era frío, pero ni una leve brisa agitaba los oscuros árboles. Se oía un sonido, casi un tarareo, tan grave que apenas era perceptible.
Rencor
lo captaba, y de vez en cuando, sacudía la cabeza en un intento de librarse del sonido. Si el hombre bestia guía había reparado en ello, no lo demostró.

Tras otras dos horas de duro avance, habían recorrido tal vez una cuarta parte de la ladera boscosa. Un cuerno sonó de forma lastimosa más adelante, y fue acompañado por débiles gritos. Malus sospechó que habían llegado hasta los centinelas que guardaban el campamento de los hombres bestia. Diez minutos más tarde, la partida de guerra avistó un extenso conjunto de toscos cobertizos construidos con ramas de pino, que rodeaban la entrada de una gran cueva abierta en la ladera de la montaña. Malus apenas logró ver la espalda de Kul Hadar cuando éste desapareció dentro de la cueva. El guía gruñó y ladró al tiempo que les indicaba que se desviaran a la derecha.

El guía los llevó hasta una área razonablemente despejada, cerca de la periferia del campamento, y mediante gestos y gruñidos les dio a entender que debían permanecer allí. Cerca del centro del campamento, alguien había encendido un fuego, y un coro de voces se alzó en una horripilante salmodia de ladridos.

—¡Alto! —ordenó Malus, y bajó cansadamente de la silla de montar.

Le dolía todo, desde el cuello hasta los pies, y estaba cubierto de sangre seca y fluidos menos agradables. El resto de la partida de guerra lo imitó, silenciosa y estoica como siempre.

—Dalvar —llamó el noble—, si estas bestias han acampado aquí, tiene que haber una fuente en las proximidades. Ve a ver si la encuentras. Huelo como un estercolero.

—¿De verdad, mi señor? No me había dado cuenta —respondió el bribón con una sonrisa burlona, y desapareció rápidamente de la vista.

Malus lanzó una feroz mirada a la espalda del hombre, y se puso a desprender torpemente las hebillas de la armadura.

—¿Estás seguro de que es prudente? —preguntó Lhunara, que a pocos metros de distancia examinaba a su montura para ver si tenía heridas.

—Hace tres días que no me quito de encima estos malditos trastos —gruñó Malus—. Si los hombres bestia quisieran matarnos, lo habrían hecho tres horas antes. A este paso, el hedor podría acabar con nosotros, de todos modos.

Las espalderas de Malus chocaron contra el suelo; luego, los avambrazos, y un poco más tarde, el peto y el espaldar. El noble se desperezó con un suspiro y disfrutó del aire frío sobre las mangas de la camisa empapadas de sudor. Se pasó una mano entre el pelo enredado y acartonado, y se frotó sangre seca de las mejillas. «No es un mal aspecto para reuniones sociales o alguna negociación —meditó—, pero no se lo recomendaría a nadie para varios días seguidos.»

—¿Cuál es nuestra situación, Lhunara?

—Un muerto. Todos los demás con heridas menores. Los nauglirs están en buena forma, pero empiezan a adelgazar otra vez. Es una lástima que no haya sido posible alimentarlos en el valle.

—Es probable que a Kul Hadar no le hubiese importado, pero no pensé en preguntárselo.

—La munición para las ballestas empieza a escasear, y lo mismo sucede con la comida y el agua. Además, parece que estamos acampados en medio de una horda de hombres bestia.

—De eso último ya me había dado cuenta —respondió Malus, sombrío.

—Y entonces, ¿qué estamos haciendo aquí, mi señor?

—Estamos aquí para ver a Kul Hadar —replicó el noble—. Parece que cuando Urial escribió eso de llevar el cráneo a «Kul Hadar, en el norte», se refería al hombre bestia brujo. Cómo tenía noticia de Kul Hadar, es un misterio. Tal vez el propio Hadar pueda aclarármelo, o tal vez no.

—Bueno, ¿y qué vamos a hacer ahora?

—Voy a hablar con Hadar, por supuesto —le espetó Malus—. Obviamente, está interesado en alguna clase de negociación, o no nos habría traído hasta el campamento. Sospecho que va tras el cráneo, pero ya lo veremos. Mientras tanto, que los hombres y las monturas descansen. Supongo que sabremos algo antes de que pase mucho tiempo.

Resultó que Kul Hadar los tuvo esperando durante otras tres horas, mientras las llamas del centro del campamento se transformaban en hoguera y el olor a carne asada colmaba el aire. Dalvar encontró la fuente con bastante rapidez, y Malus aprovechó la oportunidad para que él y su partida de guerra se asearan y comieran. Para cuando el hombre bestia guía regresó y le hizo señas a Malus para que lo siguiera, Vanhir y Dalvar hacían guardia mientras la partida de guerra —druchii y nauglirs por igual— dormía sobre el rocoso suelo. Con la armadura puesta una vez más, Malus ascendió por la cuesta hasta la cueva.

Una pálida luz verdosa fluctuaba convulsivamente en la entrada. El noble esperaba encontrar más colonias de hongos resplandecientes, pero se sorprendió al ver que las paredes de piedra estaban desprovistas de toda vida. Justo al otro lado de la boca de la cueva había una pequeña estancia, cuyo suelo estaba cubierto de basura y hedionda carne podrida. Un humo acre flotaba cerca del techo, y corpulentas formas de hombres bestia se inclinaban cerca de las paredes; comían ruidosamente o sorbían vino de enormes pellejos de cuero. Miraron a Malus con hostilidad mal disimulada cuando el guía lo condujo a través de la estancia y por un tosco pasillo serpenteante.

La luz verde procedía de algún punto más profundo del complejo de cuevas. La iluminación se hacía más fuerte cuanto más se adentraba uno en ellas. Por último, el pasillo desembocó en una cueva más grande. Cuando Malus atravesó el umbral, sintió que una ola de frío le atravesaba el cuerpo como si él hubiese pasado a través de un fantasmal muro de hielo. Bajó la mirada y vio que el suelo estaba cubierto por toscos símbolos trazados con tiza de color pálido. «Las protecciones del brujo», pensó.

El chamán estaba sentado sobre un ancho saliente situado al otro lado de la cueva, y tenía cerca el gran báculo. Los oscuros ojos del brujo lo estudiaban con intensa curiosidad. «Algo lo ha sorprendido —comprendió Malus—. ¿Podría ser el talismán de Nagaira? Tal vez su magia no funciona demasiado bien contra el talismán.»

A diferencia de la cueva anterior, ésta estaba sorprendentemente limpia. Había símbolos trazados sobre las paredes y el techo, y en torno a la cámara se veían varias colecciones de frascos, botes, huesos y plumas ordenados encima de estantes de piedra. La estancia estaba iluminada por una fuerte luz verde que emanaba de lo que parecía un enorme cristal facetado y relumbrante que había en el suelo.

Kul Hadar despidió al guía con un gesto de la ancha mano provista de garras. Visto de cerca, el hombre bestia brujo ofrecía un espectáculo atemorizador. Era grande y de constitución fuerte, incluso para ser un hombre bestia; de haberse puesto de pie, su cornuda cabeza habría raspado contra el techo de la cueva, situado a más de dos metros de altura. De su grueso cuello pendían collares de huesos y plumas, así como varios medallones de latón que tenían grabados toscos sigilos. Malus se sintió conmocionado al darse cuenta de que se parecían asombrosamente a las runas que cubrían la reliquia de Urial.

Los negros ojos del brujo lo estudiaban desapasionadamente; el largo hocico y los enormes cuernos lustrosos de macho cabrío le conferían un aura de amenaza sobrenatural. La energía reverberaba en el aire y vibraba en los huesos de Malus.

—Hu'ghul dice que has acudido a los Desiertos del Caos buscándome por mi nombre y con un cráneo en la mano —dijo Kul Hadar.

Malus meditó durante un momento las palabras del hombre bestia. Resultaba desconcertante oír un druhir inteligible tronando en aquel hocico bestial. «¿Más brujería? —se preguntó Malus—. Tal vez.» Al fin, asintió con la cabeza.

—Así es.

El noble percibió un ligero temblor en el poderoso cuerpo del hombre bestia, y el febril brillo de sus ojos negros resultó inconfundible. «¡Ah! —pensó Malus—. Interesante.»

—¿Y cómo ha averiguado un señor como tú el nombre de Hadar? —inquirió el chamán al mismo tiempo que entrecerraba los ojos con suspicacia.

Malus se encogió falsamente de hombros.

—Le quité el cráneo y algunos documentos a un brujo druchii —replicó—. Los documentos hablaban de muchas cosas que no entendí, pero también mencionaban tu nombre.

Hadar meditó sobre lo que acababa de oír.

—¿Y qué quieres de mí, druchii?

—Quiero el poder que está encerrado en el templo..., lo mismo que tú.

El chamán lo estudió durante varios segundos, y luego rió para sí desde lo más profundo del pecho.

—He sido el kul, el señor chamán, de muchas manadas durante muchos años, druchii. Me apoderé de esta montaña y estudié el templo cuando otros señores llevaban a sus manadas a saquear los débiles reinos de los hombres. Conozco el camino que va más allá de la Puerta del Infinito, y el Cráneo de Ehrenlish es la llave. Durante largo tiempo lo he buscado en los Desiertos del Caos y he hecho pactos con los Poderes Oscuros a cambio de indicios sobre su paradero. Al fin, me enteré de que descansaba en una antigua ciudad situada junto al mar, pero cuando llegué a las ruinas, una banda de bribones druchii había llegado antes y se había llevado la reliquia. —La mirada del chamán destelló de ambición frustrada—. Pero ahora los Poderes Malignos te han traído a ti y a la reliquia de vuelta a mis manos. —Hadar volvió a reír entre dientes al saborear alguna broma privada—. Los dioses son seres volubles, señor Malus. Te ayudaré a atravesar la puerta, druchii, pero mi auxilio no deja de tener un precio.

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