La maldición del demonio (31 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: La maldición del demonio
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«Y ahora vamos al meollo del asunto —pensó Malus—. Si el cráneo fuera lo único que necesitas, no estaríamos hablando en este momento; estarías asándome en el fuego de ahí fuera.»

—¿Qué deseas?

Hadar se inclinó hacia adelante y apoyó los codos sobre las peludas rodillas.

—Al principio, mi manada acataba mi voluntad y me servía fielmente mientras yo luchaba contra las defensas mágicas del templo. Aparte del grandioso poder que contiene, el santuario interior del templo está lleno de tesoros, o eso dice la leyenda. Durante un tiempo, la promesa de riquezas fue suficiente. Pero a medida que pasaban los años sin incursiones gloriosas ni el dulce sabor de la carne de los enemigos humanos, mi manada empezó a inquietarse. Comenzaron a pensar que yo era débil y estúpido.

Malus asintió con la cabeza y se permitió una ligera sonrisa.

—Sé demasiado bien de qué hablas, Kul Hadar.

—Cuando al fin tuve noticia del lugar de descanso del cráneo, reuní a mis campeones y viajé hasta la ciudad perdida, pero mientras estaba fuera, mi teniente, Machuk, se rebeló y reclamó la manada para sí. Cuando yo regresé con las manos vacías, me persiguió por el bosque como a un animal. La partida de cazadores contra la que luchasteis vosotros en el bosque era una de las varias que registran la montaña en mi busca. —El chamán señaló los sigilos tallados en las paredes de la cueva—. Mi magia y el poder de la piedra de disformidad que tengo aquí han bastado para ocultarnos a mí y a mi horda, pero es sólo cuestión de tiempo que nos encuentren.

El noble asintió, pensativo, y cruzó los brazos.

—Quieres que te ayude a recuperar el control de la manada.

El chamán gruñó a modo de asentimiento.

—Sí. Tu grupo es pequeño, pero contáis con gruesas protecciones y armas que matan desde lejos, además de las bestias terroríficas que os llevan a la batalla. Machuk tiene modos de derrotar mi magia, pero no tiene defensa contra vosotros. Si atacamos con rapidez, podremos matarlos a él y sus campeones, y yo recuperaré el control de la manada. Y más importante aún —señaló Hadar al mismo tiempo que alzaba un dedo con garra para recalcar la frase—, recobraré el acceso al soto sagrado que hay en el centro del campamento de la manada. Necesitaré el poder que hay contenido allí para descifrar los secretos del Cráneo de Ehrenlish y averiguar cómo abrir la Puerta del Infinito.

«Y en ese momento, me arrojarás a las manos de tu manada y reclamarás el poder del templo para ti —razonó Malus—. Por supuesto, yo mismo no soy ajeno a la traición.»

—Muy bien, Kul Hadar. Tenemos un acuerdo. Yo y mis guerreros recuperaremos para ti el acceso al soto, y tú me revelarás los secretos del cráneo. ¿Y luego?

El chamán sonrió, y se convirtió en una lenta aparición de dientes crueles.

—Pues, luego, el poder del templo será nuestro.

—Esto es una locura —dijo Lhunara, recostada contra un flanco de su nauglir, con los brazos cruzados y una expresión desafiante en los ojos.

El resto de la partida de guerra había rodeado al nauglir, y entonces se agrupaban para enterarse de las noticias que traía su señor.

Un coro de gritos guturales se alzó en torno a la hoguera del centro del campamento. Era evidente que Hadar había hecho correr entre sus campeones la noticia sobre la nueva alianza. Con tanto ruido, Malus podía confiar en que no estuvieran escuchándolos a hurtadillas.

—El plan no está exento de riesgos —concedió—, pero necesitamos a Hadar para abrir la puerta, y no se volverá contra nosotros hasta que haya pacificado a su rebelde manada. No van a limitarse a bajar la cabeza en el instante en que hayamos matado a ese Machuk, y a seguir como si la rebelión nunca hubiese tenido lugar. Mientras no haya consolidado su autoridad, Hadar nos necesitará, y tenemos modos de hacer que la manada continúe inquieta hasta que hayamos averiguado lo que necesitamos acerca del cráneo.

Vanhir negó con la cabeza.

—No estamos tratando con otros druchii, mi señor. No es lo mismo que poner a un señor contra otro mediante promesas de sucesión, o avivar enemistades enterradas para hacer que los miembros de esa manada continúen lanzándose los unos al cuello de los otros.

—No, pero podemos hacer que sigan lo bastante enfadados con Hadar para que él no logre sentirse seguro de su autoridad —replicó Malus—. Por lo que me ha dicho, la manada está resentida con él desde hace años. No se sentirán contentos de que vuelva a gobernarlos, por muchos guerreros que tenga consigo.

—Pero esta vez puede prometerles los tesoros que hay en el templo —señaló Dalvar.

—Ya les prometió eso en el pasado. No se convencerán hasta que les muestre los tesoros...y a esas alturas nosotros habremos averiguado lo que necesitamos saber y nos habremos adelantado.

—¿Y cómo, exactamente, vamos a hacer eso? —inquirió Lhunara—. Ninguno de nosotros es brujo.

—El cráneo continuará en mi poder —replicó Malus—. Estaré presente cada vez que Hadar lo examine. Lo que él averigüe, también lo averiguaré yo. Ya he descubierto que las potentes protecciones de Hadar no funcionan conmigo gracias al talismán de Nagaira —Malus se dio unos golpecitos en el peto, sobre el sitio en que descansaba la esfera mágica—, así que es posible que pueda matarlo en el instante en que descubra lo que necesito saber. Luego, podremos escapar.

—Con una horda de vengativos hombres bestia que pedirán nuestra piel a aullidos —murmuró Vanhir.

—Cuando yo tenga el poder del interior del templo, tendrán numerosas razones para aullar, créeme.

—Mi señor, ¿sabes realmente en qué consiste ese gran poder? —preguntó Lhunara—. ¿Lo sabe alguien?

Malus reprimió una ola de ira.

—Es un poder en el que dos grandes brujos han invertido años de esfuerzo y sustancial riqueza para adquirirlo —replicó con frialdad—. ¿Qué más necesitamos saber? El gran poder halla un modo de hacerse sentir, Lhunara. Me obedecerá a mí tanto como obedecería a Urial o Hadar, y no vacilaré en usarlo contra mis enemigos. Y además de eso... —el noble abrió los brazos para abarcar a toda la partida de guerra—, pensad en las riquezas que guarda el templo. Son riquezas que superan todos vuestros sueños; las suficientes para hacer de cada uno de vosotros un señor por derecho propio. Pensad en eso. Cuando lleguemos al interior podréis coger tanto como pueda transportar vuestro nauglir. Os lo juro.

El resplandor de la avaricia pura derritió las máscaras de incertidumbre de las caras de muchos de los druchii, en particular de Vanhir y Dalvar. Lhunara soltó un sonoro bufido.

—El oro no le sirve de mucho a un cadáver —gruñó—, pero este tema no está abierto a votación, precisamente. Tú has tomado una decisión, y ya está, y que la Madre Oscura esté con todos nosotros. ¿Cuándo partimos?

—Saldremos mañana por la noche y atacaremos al amanecer —dijo Malus—. Hasta entonces, afilad vuestras espadas y reparad las armaduras. Tenemos por delante una dura lucha.

17. Espadas al amanecer

El centinela hacía un recorrido predecible; casi invisible, arrastraba los pies entre la maleza de este a oeste y regresaba de nuevo. «Chapucero —pensó Malus—. Debería estar sentado en algún sitio que le proporcionara una buena perspectiva, y usar esas largas orejas que tiene en lugar de moverse.» Estaba claro que la manada pensaba que tenía poco que temer de Kul Hadar o de cualquier otro que estuviera en la ladera de la montaña.

Los druchii se agacharon todo lo posible al aproximarse el centinela. El alba estaba cerca y los atacantes habían estado abriéndose paso a través del bosque durante horas para rodear el campamento permanente de la manada. Ya habían interceptado y habían matado a un puñado de los antiguos seguidores de Kul Hadar, cazadores que regresaban con la comida para la noche siguiente, y pequeños grupos de exploradores que buscaban a Hadar y los demás exiliados. Entonces, le tocaba el turno al centinela y, después de eso, comenzaría la lucha de verdad.

La fuerza atacante estaba dividida en tres grupos mixtos más pequeños, que incluían druchii y hombres bestia. Esto permitía que la totalidad del destacamento se moviera más sigilosamente y cubriera mejor el perímetro del campamento, además de dotar a cada columna con dos o tres ballesteros druchii para silenciar amenazas inesperadas. Malus, Vanhir y uno de los hombres de Dalvar marchaban con quince de los campeones de Hadar, comandados por un hombre bestia corpulento llamado Yaghan. A diferencia de los otros que había visto Malus, Yaghan y sus guerreros iban todos acorazados, con grebas y pesados quijotes de bronce, largos hasta la rodilla, y blandían una enorme hacha de doble filo. De modo sorprendente, a pesar de su tamaño y corpulencia, los campeones se movían silenciosa y ágilmente por el bosque.

Poco antes de abandonar el campamento de exiliados, Hadar se había llevado a Yaghan aparte y le había gruñido una serie de órdenes. El campeón obedecía las señales que Malus hacía con la mano y transmitía las órdenes a los demás campeones sin vacilar, pero nunca sin un ardiente resplandor de resentimiento en los pequeños ojos.

Los movimientos del centinela provocaban poco más que un débil susurro entre los helechos y la maleza que había bajo los altos árboles; alguien que no estuviese tan alerta como ellos podría haber confundido el sonido con el que harían los movimientos furtivos de un zorro. Malus permanecía inmóvil y observaba con atención los espacios que mediaban entre los árboles. Al cabo de un momento, atisbo la silueta del hombre bestia que cruzaba entre la sombra de un árbol y la del siguiente. Estaba exactamente donde el noble pensaba que estaría. Malus se llevó la ballesta al hombro y esperó.

Escuchó el arrastrar de las pezuñas por el suelo del bosque y siguió con los ojos la invisible presencia del centinela. El hombre bestia atravesó el campo visual de Malus y casi llegó hasta una gran mata de zarzas situada a cinco metros de distancia. Avanzó unos pocos pasos más y se detuvo. Por un momento, reinó el silencio. Luego, Malus oyó que el hombre bestia olfateaba el aire con suspicacia.

De repente, la mata de zarzas crujió y se estremeció, y
Rencor
se lanzó hacia el hombre bestia. En menos tiempo del que se tarda en inspirar, el nauglir alzó al centinela del suelo con las fauces y le partió el torso de un mordisco; se oyó un crujido sordo de huesos. Un brazo y una cabeza golpearon el suelo, y el gélido se sentó.

Malus sonrió.

—Muy bien. Ese es el último —les susurró a sus hombres—. A vuestras monturas. Nos ponemos en marcha.

Los dos druchii asintieron con la cabeza y se escabulleron en silencio hasta donde aguardaban los nauglirs. Malus se volvió a mirar a Yaghan e hizo un gesto con la cabeza. El hombre bestia le lanzó una mirada feroz y asintió con la cornuda cabeza para indicarles a los campeones que avanzaran. «Sólo podemos esperar que llegues a un glorioso y sangriento final aquí, en los próximos minutos —pensó Malus, fríamente—. En caso contrario, podrías convertirte en un problema más adelante.»

Los atacantes avanzaron con cautela a través del bosque, guiados por la luz de las hogueras que entonces ardían con poca llama en el centro del campamento. La costumbre de la manada era comer y beber en abundancia hacia la madrugada, y dormir la mona durante el día. Malus ya oía gemidos y gruñidos graves de cansados hombres bestia borrachos que se alejaban dando traspiés hacia las tiendas o una de las cuevas que abundaban en esa zona de la falda de la montaña.

Según Hadar, la tienda de Machuk estaba rodeada por las de sus campeones, en un punto situado más arriba de la ladera, cerca de la entrada de la gran grieta que para Hadar era el soto sagrado. Allí lo encontrarían los atacantes justo al amanecer, y la misión de los druchii era allanar el camino para que Yaghan y sus campeones llegaran a las tiendas y le cortaran la cabeza al usurpador en nombre de Hadar.

Malus llegó junto a
Rencor
y pasó una mano por el acorazado flanco del gélido. En primer lugar, se aseguró de que el nauglir hubiese acabado de comer; obligar a un gélido a renunciar a una comida equivalía a provocar un desastre.

—Arriba,
Rencor
—susurró Malus al mismo tiempo que tocaba al gélido por detrás de la pata delantera con el pomo de la daga.

El nauglir se levantó y avanzó en silencio.

La linde del bosque se encontraba a tan sólo quince metros de distancia. Malus ya veía la pálida luz de la aurora, que iluminaba el oscuro cielo por encima de la montaña. Débilmente, oía las pisadas de los otros gélidos, a la derecha; formaban un frente de aproximadamente cinco metros, pero el plan era cerrar filas de modo considerable cuando salieran al descubierto. El aspecto de los gélidos, por sí mismo, bastaría para mantener a distancia a la mayoría de los hombres bestia, al menos al principio, pero cualquier resistencia organizada debía ser desbaratada rápidamente y con la máxima fuerza antes de que el enemigo pudiese reagruparse.

Malus subió a la silla de montar y miró la grieta de la ladera de la montaña. Hadar había dicho que la primera luz del día proyectaría un haz por dentro de la grieta, cosa que serviría como señal para atacar. El noble se envolvió las riendas en la mano izquierda y, lenta, silenciosamente, desenvainó la espada. Mucho dependía del resultado de los escasos minutos siguientes. Si el plan salía bien, le sacaría ventaja a Hadar. Si no...

La oscuridad se desvaneció en claros matices de gris, y un fino haz de luz entró en el campamento. Malus alzó la espada y lanzó un largo grito ululante que fue repetido a lo largo de la línea de árboles. El noble golpeó con las espuelas los flancos de
Rencor
, y el ataque dio comienzo.

Los gélidos salieron de los matorrales del bosque provocando una explosión de hojas y ramas, y estiraron el cuerpo al subir corriendo por la empinada falda de la montaña. Por instinto, los caballeros determinaron la posición de los demás e hicieron que las monturas se aproximaran unas a otras hasta hallarse a menos de la distancia de una espada. Las afiladas hojas de las armas destellaban a la débil luz, y del campamento se elevó un aullido de consternación y espanto. Malus sonrió como un lobo ante la perspectiva de derramamiento de sangre y carnicería.

Fieles a las predicciones de Hadar, muchos hombres bestia solitarios se apartaron a toda prisa del camino de los caballeros, mirándolos con ojos desorbitados de sorpresa. En mitad del ascenso, sin embargo, Malus vio que un numeroso grupo de guerreros corría hasta situarse alrededor de una tienda grande, con las armas a punto. A pesar de que muchos parecían muy bebidos, estaban preparados para luchar. El noble señaló con la espada al grupo de hombres bestia, y los caballeros espolearon las monturas y se lanzaron a galope tendido hacia los enemigos.

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