Read La maldición del demonio Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Pero antes debía resolver el problema de la turba que le seguía el rastro.
Malus miró por encima del hombro. Ninguno de los hombres bestia había llegado aún al recodo del camino, y justo delante tenía otra curva. Cuando el nauglir tomaba a la carrera el segundo recodo, Malus tiró de las riendas.
—¡Quieto! —dijo, y desmontó. A continuación le quitó las riendas al gélido y las guardó en la alforja—. Corre,
Rencor
—dijo al mismo tiempo que lo miraba a los ojos—. Caza. Espera mi llamada.
Los nauglirs no eran criaturas de inteligencia brillante; algunos, incluso, los llamarían estúpidos, pero con la suficiente paciencia y repetición podía entrenárselos para obedecer órdenes sencillas.
Rencor
conocía bien las que acababa de recibir, y cuando Malus le dio una palmada en una paletilla, el gélido se alejó al trote en dirección a los árboles que flanqueaban el camino. Se adentraría en el bosque para buscar comida, y probablemente hallaría un lugar en el que echarse y lamerse las heridas. Si las cosas salían bien, Malus podría llamarlo más tarde, aquella misma noche. Si las cosas no salían bien, era mejor que
Rencor
estuviese libre y pudiera cazar por su cuenta.
Cuando el gélido se alejó, Malus envainó la espada y se internó en la maleza del lado del camino más cercano al campamento de la manada. Se mantuvo agachado y se movió con tanta rapidez y sigilo como pudo. En efecto, al cabo de poco rato, oyó aullidos cerca, y luego el estruendo de más de un centenar de pies descalzos cuando los hombres bestia pasaron ante él por el camino de los cráneos. Si tenía suerte, continuarían corriendo durante un buen rato antes de darse cuenta de que habían perdido el rastro de la presa. Para entonces, esperaba hallarse en las profundidades del bosque.
Estaba empezando a felicitarse por la táctica cuando rodeó a la carrera un afloramiento vertical de roca y se lanzó de cabeza contra un hombre bestia que avanzaba en dirección contraria.
Druchii y hombre bestia cayeron en un enredo de brazos y piernas. Malus no sabía si el guerrero formaba o no parte del destacamento que había estado siguiéndolo. Desenfundó la daga y la clavó en el pecho del guerrero, que lanzó un gemido borboteante e intentó golpearlo con el garrote que llevaba. Malus recibió el impacto en el hombro acorazado y volvió a clavar el cuchillo una y otra vez en el pecho y el cuello del hombre bestia. Momentos después, el hombre bestia quedó laxo, pero Malus ya oía gritos procedentes del camino.
Se incorporó y echó a correr con un brazo ante el rostro para protegerse todo lo posible de las zarzas. Oía alaridos y aullidos detrás, y una vez más quedó asombrado ante la soltura con que los hombres bestia podían moverse a través del denso sotobosque. Continuó corriendo otros cincuenta metros, y luego frenó y caminó con lentitud, muy agachado y en busca de un tronco caído o una depresión del suelo donde esconderse. Momentos más tarde encontró la concavidad que buscaba, parcialmente cubierta por espesas plantas rastreras de color verde, y se tendió de espaldas bajo ellas mientras intentaba controlar la respiración.
Al cabo de pocos minutos se vio rodeado por sonidos de persecución. Hombres bestia que lo buscaban por el bosque entre gruñidos y refunfuños pasaron corriendo por ambos lados. Malus permaneció tan inmóvil como pudo, con la ensangrentada daga aún aferrada contra el pecho. Los sonidos se alejaron rápidamente hacia el noroeste, y luego oyó que otro hombre bestia se acercaba al trote, en línea recta hacia su escondite.
No tenía sentido moverse. El explorador tropezaría con él o pasaría de largo. Se quedó tumbado de espaldas y escuchó con atención.
Más cerca..., más cerca. El guerrero ya tenía que haber visto las plantas rastreras. ¿Se desviaría? Más cerca aún. No cambiaba de dirección. Unas patas peludas atravesaron el espeso lecho de plantas. Una pezuña se hundió en la marga a cinco centímetros escasos de un muslo de Malus. Con un movimiento repentino, el noble se sentó, aferró al hombre bestia por uno de los curvados cuernos y lo hizo caer sobre la punta de la daga. La hoja perforó la garganta del guerrero, la atravesó y le cercenó el espinazo. El hombre bestia cayó pesadamente sobre Malus, sufrió un espasmo y murió sin hacer ruido alguno.
El noble permaneció tendido con el hombre bestia encima, mientras la cálida sangre le manaba sobre el pecho y se le encharcaba en la depresión del cuello. Hasta donde Malus podía determinar, el voluminoso hombre bestia le cubría las partes del cuerpo que no quedaban ocultas por las plantas rastreras. Una vez controlada la respiración, Malus apoyó la cabeza contra el frío suelo y se dispuso a aguardar la caída de la noche. Momentos después, se quedó dormido.
Despertó con un sobresalto; su respiración se condensaba en el frío aire nocturno. El hombre bestia se había puesto rígido, y la sangre seca crepitó débilmente cuando el noble se movió. Con lentitud y cuidado, apartó el cadáver del guerrero y se sentó, al mismo tiempo que hacía una mueca debido a lo entumecido que tenía el cuerpo. El noble recorrió el bosque con los ojos, y por un momento, su exhausta mente no supo dónde estaba ni cómo había llegado allí. Pero luego, cuando el palpitante dolor de las heridas penetró en su conciencia y percibió una sensación de vacío en el pecho, recordó.
Cansado, se puso de pie e intentó orientarse. Desde lejos le llegaban los sonidos de la manada y el crepitar de las hogueras. «El ruido parece el de una reunión verdaderamente solemne —pensó Malus con una sonrisa despiadada—. Saborea los amargos frutos de tu victoria, Kul Hadar. Nunca deberías haber intentado oponer tu voluntad a la mía.»
No había modo de saberlo con certeza, pero parecía que al menos la mitad de los supervivientes había regresado al campamento. Si Hadar seguía el mismo ritual que Machuk, estaría junto al fuego, bebiendo y comiendo con el resto de la manada casi hasta el amanecer. Malus tendría que llegar hasta la linde del bosque para ver si el imponente chamán se encontraba entre los hombres bestia reunidos en torno a las hogueras.
Luego, quedaría el reto de deslizarse por el campamento sin ser visto. Aunque era probable que la mayoría de los hombres bestia estuviesen borrachos a primeras horas de la mañana, su silueta delataría el hecho de que no era miembro de la manada. Tenía que encontrar una forma de cambiar su apariencia.
Malus bajó la mirada hacia el cadáver que tenía a los pies. Estudió al hombre bestia durante un momento, y luego, se inclinó sobre él y comenzó a desollarlo.
Llevaba la piel del hombre bestia echada sobre la armadura como si fuese una capa. No se le ajustaba bien, pero sólo tenía que engañar a la manada desde lejos, y por el espacio de una breve mirada. O al menos, eso esperaba él.
Malus se acuclilló en la linde del bosque y estudió cada una de las hogueras con tanta atención como pudo, pero no vio a Kul Hadar por ningún sitio. «No te sientes parte de la manada, ¿verdad, Hadar? No es extraño que acabaran por echarte.»
La buena noticia fue que contó menos de cien hombres bestia en el campamento. Entre los que habían muerto en el enfrentamiento con los jinetes de Urial y los que habían caído en la terrible batalla de la entrada del templo, la manada había quedado diezmada. Los que veía alrededor de las hogueras parecían estar realmente muy borrachos.
El noble salió de entre los árboles y comenzó el ascenso hacia la tienda de Kul Hadar. Se mantenía en las sombras, avanzaba al paso e intentaba que las tiendas y los cobertizos quedaran entre él y las hogueras siempre que era posible. Nadie le dio el alto mientras se adentraba en el campamento.
Al aproximarse a la tienda de Kul Hadar, reparó en que las tiendas satélite más pequeñas estaban a oscuras. Si pertenecían a Yaghan y sus campeones, probablemente significaba que aún estaban buscándolo por el bosque. Eso le facilitaría mucho la tarea.
El noble dio un rodeo hasta la parte posterior de la gran tienda y se pegó a las capas de pieles que la formaban. Percibía olor a humo de leña, y oyó que alguien se movía en silencio por el interior. Desenvainó la daga y, silenciosa y cautelosamente, abrió en la piel un tajo lo bastante largo como para apartarla hacia los lados y asomar la cabeza.
En el centro de la tienda había una figura sentada junto a un brasero de hierro, de cara a la entrada. Oyó un murmullo débil, como una salmodia. Kul Hadar estaría rezándoles a sus dioses para pedirles protección o salvación, o para que descargaran sobre algún otro la culpa por la profanación del soto sagrado. Malus sonrió con ferocidad para sí mismo y comenzó a cortar con cautela hacia el suelo para ampliar lentamente el tajo. Cuando el corte fue tan grande que podía atravesarlo, dejó caer al suelo la piel del hombre bestia y se deslizó en silencio dentro de la tienda.
El suelo del interior estaba cubierto de gruesas alfombras y cojines con funda de pieles; tanto Machuk como Hadar antes que él habían vivido como un urhan de los autarii, tumbados igual que señores rurales sobre blandos cojines que entonces silenciaban los movimientos de Malus en tanto se acercaba a la figura que salmodiaba junto al fuego. Cuando el noble se encontraba a poco más de un metro de distancia, la salmodia cesó de repente y la figura cornuda se tensó. Sin vacilar, Malus saltó hacia el hombre bestia, lo aferró por un cuerno y le apoyó la daga contra la garganta.
—Nada de ruido, Hadar, o te abro un tajo desde un cuerno hasta el otro.
La figura cubierta por una capa lanzó un rebuzno de alarma, y Malus supo de inmediato que no era Hadar. En pocos instantes, las colgaduras de pieles que había en torno al perímetro de la tienda fueron apartadas a un lado y dejaron a la vista aberturas que comunicaban con las tiendas que la rodeaban. Yaghan y sus campeones entraron precipitadamente, con las armas a punto. Tras ellos entró Kul Hadar, que llevaba el báculo en una mano y enseñaba los colmillos al sonreír.
Furioso, Malus degolló al hombre bestia al que había atrapado y retrocedió mientras el cebo de Hadar sufría convulsiones y se desangraba sobre las alfombras.
El chamán no se dejó intimidar.
—Cuando Yaghan y sus guerreros te perdieron la pista en el bosque, él vino a verme y me preguntó qué podrías hacer a continuación. —La cabeza cornuda de Hadar se sacudió de un lado a otro—. Le dije que, si aún no estabas corriendo, eso significaba que ibas a regresar aquí. Predecible, druchii; predecible. Lo que no entiendo es por qué has vuelto.
Malus le dedicó una sonrisa lobuna.
—He venido a negociar contigo, Hadar —dijo—. Estoy buscando un talismán, un objeto llamado Octágono de Praan, y me han dicho que lo tienes tú. —El noble tendió una mano hacia el brujo—. Dámelo y compartiré contigo todo lo que he encontrado dentro del templo.
El hombre bestia echó atrás la cabeza y lanzó una carcajada áspera como un rebuzno.
—Me haces gracia, druchii. Mira, te haré una contraoferta. Suelta ese cuchillo y cuéntame todo lo que sabes sobre el templo, y te prometo no desollarte vivo antes de sacrificarte en el soto sagrado.
—Interesante oferta, Hadar. Déjame pensarlo un momento —dijo Malus, y lanzó el cuchillo hacia la cabeza del chamán.
Hadar lo desvió en el aire con un golpe de báculo, pero Malus ya había desenvainado la espada y cargaba hacia él.
Yaghan rugió y los campeones se lanzaron adelante. Un fornido guerrero intentó coger a Malus, y el noble le asestó un tajo de revés que le cortó casi todos los dedos de la mano. Mientras el guerrero bramaba de dolor, Malus invirtió la dirección de la espada y lo degolló.
Otro de los campeones le lanzó un golpe con un nudoso puño que impactó justo debajo de una sien del noble. Malus lo vio todo rojo, con puntos que danzaban ante sus ojos. Otro par de poderosas manos aferraron el brazo con que Malus sujetaba la espada y se lo inmovilizaron; el nudoso puño salió disparado por segunda vez, y Malus recibió otro golpe tremendo en la cabeza. Sintió que le cogían el brazo izquierdo y se lo torcían hacia la espalda, y cuando se le aclaró la vista vio que Yaghan estaba de pie ante él y blandía una enorme hacha de guerra. El campeón le enseñó a Malus los dos crueles filos del hacha y, con un movimiento veloz, la hizo girar y le estrelló el mango contra el estómago.
Se oyó un sonido de metal que se abollaba, y una conmoción gélida le convulsionó el cuerpo. Malus bajó la mirada cuando Yaghan retiró el mango del hacha, y vio que estaba rematado por una púa triangular de diez centímetros de largo que entonces salía del agujero que le había abierto en el vientre. De la herida manó sangre oscura a borbotones, y cuando llegó el dolor, eclipsó todo lo demás.
Le quitaron las espadas y la armadura y lo golpearon con los puños hasta que la ropa y el kheitan quedaron empapados en sangre. Aún le sangraba la herida del vientre y el dolor hacía que cualquier movimiento fuese prácticamente imposible. Lo ataron a uno de los puntales de la tienda de Hadar, y el chamán lo interrogó largamente acerca de lo que había encontrado en el templo.
Malus se lo contó todo. Incluso exageró la cantidad de tesoros que había en la sala del terrible cristal. Que los hombres bestia se mataran unos a otros en el intento de llegar allí. Si la Madre Oscura se mostraba benevolente, Hadar tendría éxito, y Tz'arkan podría poseerlo como había hecho con Malus. El brujo dijo que no creía una sola palabra y volvió a amenazar con desollarlo vivo. Malus se limitó a reírse de él, cosa que, dadas las circunstancias, ya constituyó una tortura. Dentro de poco estaría en poder de un demonio para toda la eternidad. ¿Qué podía hacerle Hadar que fuese ni remotamente comparable?
«No tienes que morir aún —resonó la voz del demonio dentro de su cabeza—. Si lo deseas, puedo curarte las heridas. Puedo dotarte de enorme fuerza y velocidad. Puedo...»
—No —murmuró el noble.
«¿No? ¿Me rechazas? ¿Prefieres sufrir como esclavo mío para toda la eternidad?»
—Cállate —murmuró Malus.
Recibió un golpe tremendo en un lado de la cabeza. El dolor le recorrió el estómago, y Malus perdió el sentido durante varios segundos.
Cuando recobró el conocimiento, Hadar estaba de rodillas, con los ojos alzados hacia Malus.
—No te me mueras todavía, druchii —gruñó el chamán—. Aún tenemos algunas cosas de las que hablar antes de que asciendas la ladera para purgar tus pecados en el soto. Veamos, ¿qué quiere Tz'arkan del Octágono de Praan?