Read La maldición del demonio Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Se encontraba en una especie de hueco, posiblemente situado justo debajo del árbol. Las paredes, el techo y el suelo estaban formados por una impermeable red de fuertes raíces que se extendían en varias capas. Allí había enredados esqueletos por docenas a los que mantenían unidos jirones de ropa.
El hedor a podredumbre flotaba como una niebla en el aire, y se le adhería al interior de las fosas nasales y a la garganta. En el preciso momento en que se daba cuenta de todo eso, la mano que Malus tendía hacia atrás se hundió en un fango pulposo y suave. Gélidos fluidos corporales manaron en torno a los dedos extendidos. Al volverse, el noble se encontró con la mano sumergida en la masa putrefacta del estómago de un autarii muerto. «Bien hallado, Ruhir», pensó Malus al mismo tiempo que retiraba la mano y fruncía el ceño de asco. El hijo de Beg estaba tendido sobre un potro de tormento formado por raíces de árbol, igual que las otras víctimas de la Bruja Sauce; por debajo de la destrozada garganta colgaba un medallón de plata que tenía grabada la imagen de un venado rampante.
Malus se volvió a mirar a la Bruja Sauce mientras su mente pensaba a toda velocidad. Estaba claro que la dama no muerta era el espíritu lleno de odio de una esclava autarii que había huido de sus captores, había caído al río debido a la ceguera y había muerto bajo el árbol. Al estudiar la putrefacta forma vio, por el harapiento kheitan que llevaba, que en otros tiempos había sido un miembro de la nobleza. En la luz incierta, parecía que las raíces del árbol le perforaban el cuerpo en una docena de sitios; en efecto, resultaba difícil saber dónde acababa el árbol y dónde comenzaba la Bruja Sauce.
—Escucha me, espíritu funesto —dijo Malus con voz ronca—. En este preciso momento, otro hijo de jefe espera en las proximidades para asesinarme cuando salga de tu abrazo. Tiene intención de esclavizar a mis guerreros del mismo modo que te esclavizó a ti. Yo quiero verlo muerto, y me complacerá ponerlo en tus manos. Si me permites salir de aquí con el medallón que rodea el cuello de este cadáver, te los entregaré, a él y a sus hombres. Son siete vidas por el precio de una, y unas presas más dulces, por añadidura. Te lo juro como noble que soy.
La dama no muerta lo contempló en silencio durante largos momentos. El agua oscura chapoteaba suavemente contra las raíces del árbol, y los insectos caminaban y hacían ruiditos por el cadáver putrefacto de Ruhir. Luego, de modo repentino, el hueco volvió a moverse; alargándose y contrayéndose, empujó a Malus de modo inexorable hacia la Bruja Sauce.
Cuando el movimiento cesó por fin, ella estaba a menos de treinta centímetros de distancia del noble. Un aire frío entraba desde lo alto. Al alzar la mirada, Malus vio que se había abierto un canal ligeramente inclinado a través de las raíces, de unos tres metros y medio de largo, y en el otro extremo estaba el oscuro cielo. Con un crujido de viejos cartílagos y cuero, la dama no muerta señaló silenciosamente hacia arriba.
Malus inclinó la cabeza hacia la Bruja Sauce.
—Tus deseos son órdenes para mí —dijo con una sonrisa cruel.
Temblando a causa del frío viento, Malus colgó el cinturón de las espadas en una rama horizontal que se extendía sobre el río en el lado que miraba corriente arriba. Con un gruñido de esfuerzo, tiró hacia sí de la rama hasta tener el extremo a su alcance, colgó el Ancri Dam de la punta y devolvió cuidadosamente la rama a su posición original.
Las colgantes ramas del sauce negro y los largos zarcillos formaban una cortina de follaje que limitaba un espacio más grande que el de una tienda de campaña. «Espacio de sobra para maniobrar», pensó. Luego, ocultó las espadas en medio de un enredo de raíces cercano a la orilla del agua. Cuando todo estuvo en su sitio, dio media vuelta y corrió tierra adentro, atravesando la cortina de follaje para salir al descubierto.
—¡Nuall! —gritó, sin que le resultara difícil que su voz pareciera la de alguien cansado y herido—. ¡Muéstrate! ¡Sé que estás ahí fuera! ¡Tengo un trato que ofrecerte!
Malus se alejó unos pocos metros del árbol y se dejó caer de rodillas.
El viento susurraba a través de la maleza y agitaba las ramas de los árboles. Malus observaba la oscuridad con prevención. Entonces, sin previo aviso, siete autarii se solidificaron entre las sombras y lo rodearon con las espadas desnudas. Nuall sonrió al ver la expresión conmocionada del rostro del noble.
—Yo te ofreceré un trato a ti —replicó el hijo del jefe—. Dame el medallón y te mataré rápidamente.
—Yo no tengo el medallón, estúpido —respondió Malus con tono despectivo—. Tu padre olvidó decir que el sauce está encantado. Tengo suerte de haber salido con vida.
Nuall avanzó un paso al mismo tiempo que alargaba la espada, hasta que la punta quedó a escasos centímetros de un ojo de Malus.
—Bueno, pues acabas de quedarte sin suerte.
—¡Espera! —gritó Malus a la vez que alzaba una mano—. He visto el medallón. Sé dónde está. Déjame vivir y te llevaré hasta él. Puedes quedártelo, y además te regalaré mis guerreros. Ya he tenido bastante de vuestras malditas montañas.
El hijo del jefe lo pensó; era obvio que luchaba con impulsos opuestos: complacer a su padre y saciar la sed de sangre. Al final, asintió con la cabeza.
—Muy bien.
—¡Quiero tu juramento, Nuall!
—¡De acuerdo, te lo juro! ¡Ahora, muéstrame dónde está el medallón!
Malus se puso dolorosamente de pie. Rodeado por los espectros, giró sobre sí mismo y caminó de vuelta hacia el árbol. Los autarii vacilaron al llegar a la cortina de negros zarcillos, pero cuando el noble la atravesó sin sufrir daño alguno, ellos se apresuraron a seguirlo.
Los condujo hasta la base del viejo árbol, y Nuall miró alrededor.
—Muy bien, y ahora ¿qué?
—El medallón está colgado de una rama del otro lado. Tendremos que ir hasta allí por encima de las raíces...
—¡Estás loco, noble! —exclamó Nuall.
—O tú eres un cobarde —respondió Malus. Antes de que Nuall pudiera reaccionar, el noble se puso a caminar por encima de la enredada masa de raíces—. Es resbaladizo, pero no imposible de cruzar. Bueno, ¿vienes?
Nuall le lanzó una mirada asesina; luego, apretó con resolución las mandíbulas y siguió a Malus. Al hacerlo, se volvió y señaló a tres de sus hombres.
—Vosotros, dad un rodeo y esperadnos al otro lado.
Reacios, los autarii obedecieron. Malus dio media vuelta y avanzó con cuidado por las raíces, en torno al ancho tronco del árbol. Nuall lo seguía de cerca y se volvía más osado a cada paso. Por último, Malus señaló el medallón que, colgado de la cadena, se mecía suavemente sobre el río.
—Allí está —dijo—. Si dos hombres fornidos pueden subir a la rama y avanzar por ella lo suficiente para hacerla bajar hacia la base, un tercero podría coger el medallón.
Nuall asintió con la cabeza.
—Un buen plan. —Justo en ese momento, aparecieron a la vista los guardias que habían rodeado el árbol hasta el otro lado. Nuall los señaló—. Dos de vosotros, subid sobre esa rama y comenzad a curvarla hacia nosotros. Tú —señaló a Malus— coge el medallón y entrégamelo.
Malus asintió con la cabeza al mismo tiempo que intentaba parecer asustado.
—Si insistes.
Los dos autarii treparon ágilmente por el tronco del sauce y comenzaron a deslizarse por la rama. Lenta pero inexorablemente, la rama descendió y se acercó cada vez más al tronco.
Malus se acuclilló como para estabilizarse. Metió la mano derecha entre las raíces que tenía situadas a un lado, y la cerró sobre la empuñadura de una de las espadas.
El medallón se aproximaba poco a poco a él. Malus tendió la mano izquierda mientras con la otra soltaba la sujeción que retenía la espada dentro de la vaina. «Sólo un poquito más...»
—¡Ja! —gritó Nuall al mismo tiempo que se lanzaba hacia adelante sin previo aviso y cerraba una mano en torno al medallón—. ¡Matad al noble!
«Exactamente como yo esperaba, bastardo perjuro», pensó Malus con desprecio, y saltó un segundo después que Nuall. Aferró la muñeca del autarii y tiró de ella hacia abajo, a la vez que desenfundaba la espada. El hijo del jefe lanzó un chillido, y la rama se quebró con un estampido y arrojó a uno de los espectros al río. Nuall también perdió el equilibrio y cayó al agua, arrastrando a Malus consigo.
En torno a ellos, la Bruja Sauce gimió, hambrienta, y la corriente de fondo se convirtió de inmediato en un voraz remolino. Malus se apretó de espaldas contra las raíces, inmovilizado momentáneamente por la fuerza de la corriente de fondo que pasaba a través de la abertura que tenía justo debajo de los talones.
El espectro desapareció bajo la superficie con un ahogado grito de sobresalto. Nuall manoteó en un intento de aferrarse a las raíces en movimiento. Sujetaba el Ancri Dam con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
—¡Suéltame! —rugió, amenazando con apartar a Malus de las raíces y arrastrarlo a la corriente de fondo.
—Como quieras, estúpido —gruñó Malus.
La espada destelló a la luz de la luna y cercenó el antebrazo de Nuall justo por debajo de la mano con que lo aferraba el noble.
El hijo del jefe chilló mientras la sangre manaba a borbotones del brazo cortado. La luz de la luna hizo brillar los extremos blanco pálido de los huesos partidos. Malus volvió a situarse con cuidado y hundió las botas en la red de raíces para afianzarse.
—¡Tu hermano te espera abajo, Nuall —dijo fríamente—, junto con una muchacha de servicio que está ansiosa por tomarte entre sus brazos!
Nuall chilló cuando Malus le cortó de un tajo la otra muñeca. La sangre manó bajo el agua, y el hijo del jefe desapareció.
De repente, Malus recibió un fuerte golpe en la parte superior de la cabeza, lo que pareció dejarle una línea de fuego en el cuero cabelludo. El noble gritó de dolor mientras la sangre caliente le caía por un lado de la cara. El segundo autarii aún se aferraba a la rama que justo estaba encima de Malus, y lo atacaba con una espada corta y ancha. La mayor parte del cuerpo del hombre se hallaba protegido por la oscura madera, ventaja que intentaba utilizar al máximo. De los otros autarii no se veía ni rastro, aunque las raíces del sauce estaban retorciéndose como un lecho de serpientes hambrientas.
Malus se impulsó contra las raíces que tenía debajo y lanzó un tajo hacia arriba, con lo que obtuvo una lluvia de trozos de madera como recompensa. Volvió a golpear, y esa vez el autarii aprovechó para lanzarle un tajo al antebrazo levantado y abrirle un profundo corte justo por detrás de la muñeca. Malus lanzó una estocada hacia la burlona cara del autarii, pero la distancia era excesiva y la punta no alcanzó el objetivo. El autarii volvió a atacar con un golpe que dejó un corte superficial en el dorso de la mano con que el noble sujetaba la espada.
Malus rugió y trazó un arco con la larga espada cuya hoja hundió en la rama..., que se quebró aún más. Con un estruendo tremendo, la rama se partió y arrojó al aterrorizado espectro al río. Él y la rama chocaron contra el agua con un golpe sordo, pero sólo la rama volvió a la superficie, girando perezosamente en el agua.
Con un esfuerzo supremo, Malus se impulsó hacia arriba hasta situarse sobre la masa de retorcidas raíces. En la mano izquierda aún sostenía el antebrazo cercenado de Nuall, cuya mano sujetaba el medallón en una presa de muerte.
Reacio a soltar la espada para quitarle el medallón mientras aún se hallaba en la móvil masa de raíces, Malus clavó los dientes en los tiesos dedos de Nuall y los fue abriendo uno a uno. Cuando recuperó el Ancri Dam, el noble se apresuró a arrojar la mano dentro del remolino de la base del árbol. De inmediato, los palpitantes zarcillos se aquietaron. Malus rodó sobre la espalda y logró reír aunque sin aliento.
—¡Qué apetito! —le dijo al árbol que se extendía por encima de él—. Ése es el tipo de odio épico que puedo admirar de verdad.
Permaneció un rato tendido allí, en el frío, para recobrar el aliento, y contempló la posibilidad de echar un sueñecito. «Sólo uno corto —pensó—. Las raíces no están tan mal. Sólo una cabezadita para recobrar las fuerzas.» Pero, al final, una vocecilla diminuta y estridente que había en el fondo de su cabeza se abrió paso hasta el frente para advertirle que si se detenía a descansar durante demasiado tiempo no volvería a levantarse.
Gimiendo, Malus se incorporó, y luego se puso cuidadosamente de pie. Se ciñó el cinturón de las espadas y se pasó la cadena del medallón por encima de la cabeza cubierta de sangre. El tajo que tenía en el cuero cabelludo le dolía y escocía, y se concentró en el dolor para sacar fuerzas de él. «La sabiduría de la Madre Oscura —pensó mientras su mente evocaba los catecismos de la infancia—. En el dolor hay vida. En la oscuridad, fortaleza infinita. Fíjate en la noche y aprende bien estas lecciones.»
Malus rodeó el árbol con cuidado. Un viento frío soplaba valle adentro, y las ramas de la Bruja Sauce susurraban y suspiraban por encima de él.
«Espera —pensó Malus—. Este árbol no se mueve con el viento...»
El noble se volvió en el preciso instante en que el espectro saltaba sobre él desde una de las gruesas ramas del sauce, y la cuchillada destinada al corazón le abrió un corte irregular en la espalda. Los dos hombres cayeron, pidiendo a gritos la sangre del otro.
Malus gruñó como un lobo, estrelló el pomo de la espada contra la cara del autarii y le partió el pómulo izquierdo como su fuese madera seca. Se apartó del espectro al mismo tiempo que descargaba un tajo con la espada, pero el hombre alzó la mano izquierda para protegerse la garganta desnuda.
La espada sonó como una campanilla al impactar en la carne blanda que mediaba entre los dedos medios del hombre y cortarle la mano hasta la muñeca. Regueros de sangre brillante corrieron por el antebrazo del espectro, pero, cosa increíble, el enloquecido autarii cerró el puño y rotó la mano, trabando la espada. El hombre rodó sobre la espalda y lanzó cuchilladas enloquecidas, con lo que dejó otra línea sangrienta atravesada en una mejilla de Malus. Otra veloz puñalada clavó seis centímetros de la punta del cuchillo en un hombro del noble. Rugiendo, Malus aferró la muñeca de la mano que sujetaba el cuchillo y saltó encima del espectro a fin de liberar la espada y asestarle el golpe mortal.
Se oyó un retronar debajo del autarii, y el suelo comenzó a hundirse en torno a los combatientes. Al percibir lo que sucedía, Malus soltó la espada y cogió al autarii por el cuello para empujarlo hacia el abrazo de la tierra. Entonces, el suelo se abrió, y ambos hombres se precipitaron a través de un conducto de palpitantes raíces.