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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La maldición del demonio (8 page)

BOOK: La maldición del demonio
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Nagaira suspiró.

—Es la ley de los lobos, Malus. El lobezno más grande es el que consigue más leche, y así sucesivamente hasta el más pequeño. Bruglir se queda con la parte más grande, y los demás tenemos que luchar por lo que resta. Yo apenas consigo lo suficiente para sobrevivir y, naturalmente, me aseguro de que Urial reciba la porción más pequeña posible. —Se encogió de hombros, pero sus fríos ojos tenían una expresión decidida—. Por desgracia, el templo cuida de los suyos, incluso de los rechazados como él. Si quieres culpar a alguien, cúlpalo a él por quedarse con la parte que legítimamente te corresponde.

Malus observó a su hermana durante un momento mientras consideraba el siguiente movimiento. Tras la fachada tímida de ella, percibía una curiosidad insaciable. Lo que no sabía era hasta qué punto la malicia de Nagaira hacia él era inactiva, ni hasta qué profundidad llegaba. Si estaba realmente disgustada por su ausencia, había muchas probabilidades de que no saliera con vida del sanctasanctórum.

—Resulta que tengo algo más que mi patética porción de oro —dijo— para estar resentido con el querido y deforme Urial.

—¿Ah, sí? —dijo Nagaira al mismo tiempo que alzaba una delgada ceja. Sus ojos se habían oscurecido hasta un gris tormentoso, en cuyas profundidades se enroscaban leves líneas y espirales.

—¿Conoces a Fuerlan?, ¿El rehén de Naggor? Ese cobarde y pequeño saco de piel tiene una exagerada noción de su propio valor.

—Tengo entendido que ése es un defecto corriente entre los naggoritas, ¿sabes? Una debilidad de la sangre, tal vez —respondió ella con una sonrisa cargada de dulce veneno.

Malus hizo caso omiso de la mofa.

—Fuerlan y yo mantuvimos una larga y activa conversación esta tarde —dijo—. Había estado jugando con la falsa ilusión de hacer una alianza conmigo.

—¿Una alianza? ¿Contra quién?

—¿Importa eso? Sin embargo, estaba de lo más ansioso por lograr tal objetivo. Envió una carta por mensajero especial para que me la entregaran cuando bajara del barco en Ciar Karond.

Nagaira frunció el entrecejo.

—¿Ciar Karond? Pero ¿cómo?

—¿Cómo sabía que no había desembarcado en la Torre de los Esclavos? Ningún jinete podría haber hecho el viaje desde Karond Kar a más velocidad que mi barco, así que eso nos deja...

—La brujería —dijo ella.

—Exactamente —asintió Malus—. El mismo tipo de conocimiento que le permitió a alguien preparar una pequeña y astuta emboscada en el Camino de los Esclavistas. —Se inclinó hacia Nagaira, y su voz descendió hasta un sedoso susurro—. Y luego me entero de que mi amada hermana ha estado usando mi nombre para mortificar al único mago de Hag Graef que no está encerrado en el convento local. —Su mano salió disparada y se cerró en torno a la garganta de Nagaira—. Así pues, que ahora soy yo el que está de lo más descontento.

La respiración se atascó en la garganta de Nagaira al sentir el pegajoso y húmedo contacto de la mano de Malus, pero luego sonrió y comenzó a reír. El sonido era grave y sedoso, burlón y seductor.

—Inteligente, inteligente hermanito menor —jadeó—. Pero ¿por qué Urial el Rechazado iba a tener tratos con personajes como Fuerlan?

—Ese pequeño sapo, sin duda, se arrastró para obtener una audiencia —dijo Malus—, del mismo modo que se arrastró ante cada uno de vosotros por turno. Estoy seguro de que Urial consintió en verlo para descubrir si había averiguado algo de interés sobre ti o los demás. —El noble apretó apenas un poco más el cuello y sintió el caliente latir de la sangre de su media hermana—. Fuerlan, al parecer, creía que Urial poseía algún tipo de reliquia mágica, supuestamente una fuente de terrible poder.

—¿Una reliquia? ¿Dónde habrá oído Fuerlan algo semejante?

Malus atrajo a Nagaira hacia sí y sus finos labios quedaron a pocos centímetros de los de ella.

—Pues, lo oyó de ti, dulce hermana. Al principio no lo creí, fiero Fuerlan se tomó dolorosas molestias para convencerme.

Nagaira guardó silencio durante un momento. Malus sentía la tibia y fragante respiración de ella sobre la piel. Luego, la hermana sonrió.

—Lo confieso. Tenía la esperanza de que Urial se comiera el corazón del pequeño rehén, y entonces ni siquiera el templo podría protegerlo. El drachau lo habría desmembrado nervio a nervio, y yo habría saboreado cada momento. —Frunció el entrecejo—. Desgraciadamente, parece que el Rechazado es repulsivo, pero no estúpido.

—En efecto.

Malus rozó una mejilla de ella con los labios. La respiración se le atascó a Nagaira en la garganta, y por un instante, la mente de él se llenó de gusanos, formas de oscuridad que describían espirales y se retorcían entrando y saliendo se su cerebro, donde dejaban largos túneles que se llenaban de negrísimas sombras. Se estremeció y se reclinó en el diván al mismo tiempo que retiraba bruscamente la mano del cuello de ella como si lo hubiese picado un aguijón. Nagaira lo miró con negros ojos carentes de profundidad.

—¿Es cierto, entonces? —preguntó Malus—. ¿Tiene Urial una reliquia semejante?

Nagaira sonrió y también ella se reclinó en el diván, aumentando la distancia que los separaba. Se dio unos pensativos golpecitos con un tatuado dedo en el labio inferior.

—Eso se me ha inducido a creer —replicó—. Mis espías dicen que Urial ha estado buscándolo durante cierto tiempo, y que lo consiguió recientemente a un elevado precio y tras numerosas expediciones fracasadas. ¿Por qué lo preguntas?

Malus inspiró profundamente.

—Porque me encuentro necesitado de poder y rodeado de enemigos. Si la reliquia le resulta útil a él, ¿por qué no a mí?

—Urial es un brujo, Malus, y tú no lo eres.

—El gran poder encuentra un modo de hacerse sentir, hermana. Brujo o no, puedo someterlo a mi voluntad.

Nagaira rió, y pareció que las sombras de los muros danzaban al ritmo de su risa.

—Eres un estúpido, Malus Darkblade —dijo ella, al fin—. Pero confieso que a veces los estúpidos tienen éxito donde otros mortales fracasan.

—Bien, ¿y qué hay de esa reliquia?

—No es, de hecho, una fuente de poder..., no al menos en ningún sentido que tú puedas entender. Es una llave que, según la leyenda, abre un templo antiguo que está oculto en las profundidades de los Desiertos del Caos. El poder que tú necesitas se encuentra dentro de ese templo.

—¿Qué es?

Nagaira sacudió la cabeza.

—Nadie lo sabe con seguridad. Fue encerrado allí en los tiempos en que Malekith luchaba junto al inmundo Aenarion en la Primera Guerra contra el Caos —explicó—, hace miles y más miles de años. Es posible que el templo ya no exista siquiera, o que se encuentre en el fondo de un mar de hirviente ácido.

Algo despertó en el interior de Malus, como una chispa que prende sobre leña seca.

—Pero si el templo y su tesoro estuviesen fuera del alcance, la magia de la llave se vería afectada, ¿no es cierto?

La mujer druchii sonrió con aprobación.

—En efecto. Eres más astuto de lo que pensaba, hermano querido.

—Así que el templo y su tesoro —concluyó Malus— podrían estar a mi alcance si tuviera un modo de robarle la llave a Urial y buscar yo mismo el emplazamiento.

—¿Deseas enfrentarte al Rechazado dentro de su cubil? Tu estupidez linda con el impulso suicida.

—Urial no pasa todas las horas de vigilia dentro de su torre. De hecho, el templo tiene rituales propios que deben ser observados después del Hanil Khar. Estará en la ciudad cada noche durante los próximos días, ¿verdad?

—Verdad —asintió Nagaira—. Pero están los sirvientes, los guardias y, algo más importante, una red de hechizos protectores y trampas.

Malus se inclinó hacia delante y posó suavemente la punta de un dedo en la depresión de la garganta de ella.

—Estoy seguro de que tienes formas de pasar a través de sus muchos encantamientos.

Nagaira rió entre dientes.

—¿Y por qué tengo que ayudarte?

—Para perjudicar a Urial, por supuesto. Y para compartir el poder cuando lo haya sacado de los Desiertos del Caos.

Ella sonrió.

—Por supuesto.

—¿Puedes meternos a mí y un pequeño grupo de mis guardias dentro de la torre?

Los ojos de Nagaira vagaron por las abarrotadas librerías que rodeaban la habitación, como si hiciera inventario mental.

—Puedo hacer que entre un grupo pequeño en la torre —dijo después de pensarlo un momento—. Pero tendré que acompañaros. Me parece que habrá trampas que requerirán más que un amuleto protector para escabullirse a través de ellas.

Malus se quedó pensativo. No le gustaba la idea, pero no veía qué alternativa tenía. Con ella a su lado, al menos podría estar seguro de que haría todo lo que estuviera en su poder para salir con vida.

—Muy bien.

—¿Y compartiremos cualquier poder que saques de los Desiertos del Caos?

—Por supuesto —replicó él, y la mentira se deslizó impecablemente por su lengua.

Su media hermana sonrió y se reclinó con languidez en el diván.

—En ese caso, quédate aquí conmigo un rato, querido hermano —dijo—. Ha pasado largo tiempo desde que nos vimos por última vez, y tenemos que ponernos al día en muchas cosas.

5. Estratagemas

En contacto con la piel, el agua fría como el hielo le produjo a Malus una conmoción lo bastante fuerte como para que contuviera el aliento mientras se frotaba la sangre seca del pecho y los brazos, aunque no bastó para eliminar la hormigueante sensación de que unos gusanos reptaban a través de su carne. Se esforzó para no vomitar al tener la impresión de que unas cosas que se retorcían le llenaban la boca y le acariciaban la lengua.

—No me gusta esto —dijo Silar Sangre de Espinas—. Es temerario. —El alto druchii se encontraba de pie junto al señor, y su largo rostro se mostraba más severo de lo normal—. ¿Cómo sabes que se puede confiar en ella?

Incapaz de soportarlo por más tiempo, Malus metió la cara en la gélida agua teñida de rosado. El punzante frío desvaneció los recuerdos residuales del abrazo de su hermana, aunque sólo por un momento. Salió a respirar jadeando, alterado, pero dueño de su propia piel por unos instantes.

—No se puede confiar en ella —replicó mientras se secaba la cara con una toalla que le ofrecía Silar—. Pero, por el momento, Nagaira y yo tenemos un objetivo común: robar la preciosa reliquia de Urial y hacernos con el poder que protege.

Sólo se puede contar con ella cuando se satisfagan sus propios intereses, y para nada más.

El dormitorio del noble estaba abarrotado de gente tras el intento de asesinato de la velada y la repentina reunión con su hermana. Además de Silar, Lhunara y Arleth Vann se paseaban 0 meditaban en diferentes sitios de la pequeña estancia suavemente iluminada, a las claras descontentos con los resultados que habían tenido los acontecimientos de la noche. La mujer druchii se encontraba de pie ante una de las estrechas ventanas de la habitación y observaba cómo la oscuridad comenzaba a desvanecerse en una lenta progresión desde el negro al gris.

Hag Graef era llamada la Ciudad de Sombras por una razón: rodeado de empinadas laderas de montaña, el fondo del valle únicamente recibía la luz directa del sol un par de horas al día, y esto sólo en los raros días despejados del verano. Durante la mayor parte del año, Hag Graef permanecía envuelta en un crepúsculo perpetuo. Allá abajo, en la ciudad misma, Lhumara veía el débil y oscilante resplandor de los globos de luego brujo que titilaban como estrellas en medio de las corrientes de cáustica niebla nocturna que flotaban por las calles.

—Silar tiene razón —dijo, pensativa—. Estás precipitándote demasiado, mi señor. Hay demasiadas incógnitas, demasiadas cosas que pueden salir mal... Ni siquiera sabemos dónde está ese templo. ¿En algún lugar de los Desiertos del Caos? Podríamos tardar años en regresar... si es que regresamos.

—Según Nagaira, la reliquia señalará el emplazamiento del templo —dijo Malus—, y prefiero deambular por los Desiertos del Caos a esperar aquí a que el siguiente asesino del templo se lleve mi cabeza.

—Pero, sin duda, podemos esperar unos días más, al menos. Gastar un poco de dinero y ver qué podemos averiguar acerca de la torre de Urial para trazar mejor los planes...

—No tenemos unos días. Debemos atacar mientras Urial se encuentra fuera de su cubil. Aunque creemos que estará en el templo unas cuantas noches, la única de la que tenemos plena seguridad es ésta. ¿No es cierto, Arleth?

Arleth Vann salió de las sombras del rincón más alejado de la habitación. Con la gruesa capa negra rodeándose el cuerpo y el borde de la ancha capucha colgando sobre el rostro, resultaba casi invisible en la oscuridad.

—Sí —asintió a regañadientes—. Todos los suplicantes de la ciudad deben asistir esta noche a las ceremonias de veneración, que duran desde el ocaso hasta el alba.

Malus vio que Lhunara observaba con aire interrogativo a Arleth. Muchos de los integrantes de la partida de guerra sospechaban que el guardia había estado vinculado al templo en algún momento del pasado. Desde luego, Arleth tenía buenas razones para no hablar de su vida antes de haberse establecido en Hag Graef, y Malus se guardaba para sí lo que sabía. Era un acuerdo que valía la pena respetar para contar con un guardia de las particulares habilidades de Arleth.

—Así que, como veis, tenemos poco tiempo para prepararnos —intervino el noble—, y mis enemigos están moviéndose en mi contra. Si las cosas se escapan demasiado de las manos, es posible que Lurhan me envíe al exilio, o algo peor, antes que arriesgarse a ahogar a toda la familia en un sangriento conflicto entre linajes. No cuento con los recursos, con el poder, para defenderme de estas amenazas. Ya será bastante difícil equipar a esta expedición, así que mucho más lo sería librar una guerra de linajes contra una alianza de nobles menores. —Malus se puso una bata y se encaminó hacia una mesa de fresno que estaba situada cerca del pie de la cama. Cogió una jarra de vino bretoniano procedente de los saqueos y llenó la copa que había al lado—. Si esta... reliquia... es la mitad de terrible de lo que Nagaira parece pensar, las cosas serán muy diferentes aquí cuando regresemos.

—¿De verdad piensas compartir ese poder con ella? —preguntó Silar.

—Sólo si tengo que hacerlo —admitió Malus, y bebió un sorbo de vino—. Y sólo hasta que esté seguro de que puedo controlarlo yo solo. Si creo que puedo esgrimirlo sin su ayuda... Bueno, los Desiertos del Caos son un lugar peligroso, ¿verdad?

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