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Authors: Audrey Niffenegger

La mujer del viajero en el tiempo (26 page)

BOOK: La mujer del viajero en el tiempo
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—¡Caray! —exclama Henry.

Nell deja el pudin delante de mi madre y las llamas vuelven su pálido pelo de una tonalidad rojo cobrizo, como el mío, durante unos instantes, antes de extinguirse. Mi padre descorcha el champán (con un trapo, para que el tapón no saque un ojo a nadie.) Le pasamos las copas para que él las llene y las vamos devolviendo a su dueño. Mi madre corta finas rodajas de pudin de ciruela y Etta nos sirve a todos. Hay dos copas extra: una para Etta y la otra para Nell, y todos nos levantamos para el brindis.

Mi padre empieza:

—Por la familia.

—Por Nell y Etta, que son como de la familia, trabajan muchísimo para sacar adelante nuestro hogar y tienen un enorme talento —dice mi madre, sin aliento y con voz queda.

—Por la paz y la justicia —dice Dulcie.

—Por la familia —interviene Etta.

—Por los comienzos —dice Mark, brindando con Sharon.

—Por que tengamos suerte —responde ella.

Me toca a mí. Miro a Henry.

—Por la felicidad. Por el momento presente.

Henry responde con gravedad.

—Por un mundo suficiente, y el tiempo.

Mi corazón da un brinco, y me pregunto cómo lo ha sabido, pero entonces me doy cuenta de que Marvell es uno de sus poetas preferidos y que tan solo se está refiriendo al futuro.

—Por la nieve, por Jesús, por mamá, por papá, por la tripa, el azúcar y mis nuevas zapatillas Converse rojas de caña alta —dice Alicia, y todos reímos.

—Por el amor —interviene Nell, mirándome fijamente y sonriendo con su enorme sonrisa—, y por Morton Thompson, inventor del mejor pavo que pueda comerse sobre la faz de la Tierra.

H
ENRY
: Durante toda la cena Lucille ha estado escorando peligrosamente de la tristeza a la desesperación, pasando por la euforia. Toda su familia ha estado navegando a favor de su estado de ánimo, con cautela, conduciéndola a territorio neutral una y otra vez, haciendo de barrera, protegiéndola. Sin embargo, cuando nos sentamos y empezamos a comer el postre, irrumpe en sollozos silenciosos; le tiemblan los hombros y aparta la cabeza como si fuera a esconderla bajo el ala, como un pájaro somnoliento. Al principio, soy el único en darse cuenta, y me quedo sentado, horrorizado, sin saber qué hacer. Luego Philip se fija en ella, y acto seguido la mesa queda en silencio. Se levanta y se acerca a su esposa.

—Lucy... —murmura—. ¿Qué sucede, Lucy?

Clare se apresura hacia ella, diciéndole:

—Venga, mamá. No pasa nada, mamá...

Lucille niega con la cabeza.

—No, no, no... —exclama, frotándose las manos.

Philip se retira. Clare la consuela para que se calle; Lucille no deja de hablar en un tono apremiante, pero confuso. Oigo un compendio de palabras ininteligibles.

—Es una gran equivocación... Echará a perder su vida... Nadie me considera en esta familia... Hipócrita... —dice Lucille mientras solloza.

Para mi sorpresa es la tía abuela Dulcie quien rompe la quietud, producto de la conmoción.

—Hija mía, si alguien es hipócrita en esta casa, esa persona eres tú. Tú hiciste exactamente lo mismo, y no veo que eso arruinara la vida de Philip en lo más mínimo. Al contrario, la mejoró, si quieres saber mi opinión.

Lucille deja de llorar y mira a su tía, aturdida y silenciosa. Mark dirige una mirada a su padre, quien asiente una sola vez, y luego a Sharon, que está sonriendo como si le hubiera tocado un bingo. Miro a Clare, que no parece especialmente sorprendida, y me pregunto cómo lo sabía ella si Mark lo ignoraba, y entonces me asalta la idea de que Clare lo sabe todo: nuestro futuro, nuestro pasado, todo, y tiemblo en la cálida estancia. Etta trae el café. No nos alargamos demasiado.

C
LARE
: Etta y yo acostamos a mi madre, quien no cesa de disculparse, como es habitual en ella, y de intentar convencernos de que se encuentra lo bastante bien para ir a misa, pero al final conseguimos que se eche en la cama y, enseguida se duerme. Etta dice que se quedará en casa por si mi madre se despierta, y yo le digo que no sea tonta, que me quedaré yo, pero Etta es obstinada, así que la dejo sentada junto a la cama, leyendo a san Mateo. Atravieso el pasillo y atisbo en el dormitorio de Henry, pero está oscuro. Cuando abro mi puerta encuentro a Henry decúbito supino en mi cama, leyendo
Una arruga en el tiempo.
Cierro la puerta con llave y me acuesto a su lado.

—¿Qué le pasa a tu madre? —pregunta mientras me sitúo junto a él con cuidado, intentando no morir apuñalada por el vestido.

—Es maníaco-depresiva.

—¿Lo ha sido siempre?

—Estaba mejor cuando yo era pequeña. Tuvo un bebé que murió, cuando yo tenía siete años, y no pudo soportarlo. Intentó suicidarse. Yo fui quien la encontró.

Recuerdo la sangre, por todas partes, la bañera llena de agua sanguinolenta, las toallas empapadas de sangre. Yo chillaba pidiendo ayuda, pero no había nadie en casa. Henry no dice nada, recuesto la cabeza contra él y veo que está mirando el techo.

—Clare...

—¿Qué?

—¿Por qué no me lo habías dicho? Hay muchas cosas de tu familia que hubiera preferido saber.

—Pero si tú ya lo sabías... —Me callo de repente. No lo sabía. ¿Cómo iba a saberlo?—. Lo siento. Es que... Te lo conté cuando sucedió, pero me olvido de que el presente es anterior a todo aquello, y pienso que tú ya lo sabes todo...

Henry se queda callado unos instantes.

—Bueno, yo te he contado todo lo relacionado con mi familia; he abierto todos los armarios para mostrarte los esqueletos y que tú pudieras examinarlos, y me sorprende mucho... En fin, no sé.

—Sin embargo, tú todavía no me lo has presentado.

Estoy deseando conocer al padre de Henry, pero hasta hoy me daba reparo sacar el tema.

—No. No te lo he presentado.

—¿Lo harás?

—Algún día te lo presentaré.

—¿Cuándo?

Supongo que ahora Henry me dirá que estoy tentando a la suerte, como siempre solía hacerlo cuando le planteaba demasiadas preguntas, pero en lugar de eso se incorpora y se queda sentado junto a la cama, balanceando las piernas. Su camisa está arrugadísima por la espalda.

—No lo sé, Clare. Cuando pueda soportarlo, supongo.

Oigo pisadas al otro lado de la puerta y alguien que se detiene. El pomo oscila arriba y abajo.

—¿Clare? —Es la voz de mi padre—. ¿Por qué has cerrado la puerta?

Me levanto y abro. Mi padre va a decir algo, pero entonces ve a Henry y me hace una seña para que salga al pasillo.

—Clare, sabes que tu madre y yo no aprobamos que lleves a tu amigo al dormitorio —dice con voz tranquila—. Hay muchísimas habitaciones en esta casa para...

—Solo estábamos hablando.

—Podéis hablar en la sala de estar.

—Le estaba contando lo de mamá y no quería hacerlo en la sala de estar, ¿vale?

—Cariño, no veo la necesidad de tener que contarle cosas de tu madre que...

—Después del numerito que acaba de montar, ¿qué se supone que debo hacer? Henry se da perfecta cuenta de que está chalada, no es tan estúpido... —Levanto la voz y Alicia abre la puerta de su dormitorio y se lleva un dedo a los labios.

—Tu madre no es una «chalada» —dice mi padre con voz severa.

—Sí que lo es —afirma Alicia, entrando en la refriega.

—Tú no te metas donde no te llaman.

—Y una mierda.

—¡Alicia! —exclama mi padre con la cara roja, los ojos salidos y elevando el tono de voz hasta gritar.

Etta abre la puerta del dormitorio de mi madre y nos mira a los tres con expresión furibunda.

—Haced el favor de ir abajo si queréis gritar —susurra, y luego cierra la puerta.

Nos miramos, avergonzados.

—Después —le digo a mi padre—. Si quieres hacerme sufrir, hazlo después.

Henry ha permanecido sentado en mi cama todo ese rato, fingiendo que no se hallaba presente.

—Vamos, Henry. Vayamos a sentarnos en cualquier otra parte.

Henry, dócil como un chiquillo rechazado, se levanta y me sigue escaleras abajo. Alicia nos sigue con la gracia de un elefante. Al llegar al pie de las escaleras miro hacia arriba y veo a mi padre que nos observa con aire desconsolado. Gira entonces sobre sus talones y llama con los nudillos a la puerta de mi madre.

—Eh, ¿por qué no vemos
¡Qué bello es vivir!
? —pregunta Alicia consultando su reloj—. La ponen en el canal sesenta dentro de cinco minutos.

—¿Otra vez? ¿Acaso no la has visto, digamos, unas doscientas veces?

Alicia siente debilidad por Jimmy Stewart.

—Yo no la he visto nunca —interviene Henry.

—¿Nunca? —exclama Alicia mostrándose muy sorprendida—. ¿Cómo es posible?

—No tengo televisor.

Ahora Alicia está francamente sorprendida.

—¿Se averió?

—No —responde Henry con una carcajada—. Lo que ocurre es que los odio. Me producen dolor de cabeza.

En realidad son uno de los desencadenantes de sus viajes a través del tiempo. La causa está en la calidad parpadeante de la imagen.

—¿Y no quieres verla? —aventura Alicia, decepcionada.

Henry me mira de reojo; a mí no me importa.

—Muy bien —digo—. La vemos un ratito, pero no podremos terminarla. Tenemos que arreglarnos para ir a misa.

Nos dirigimos en tropel hacia el cuarto de la televisión, que no está en la sala de estar. Alicia enciende el aparato. Un coro está cantando
It Came Upon the Midnight Clear
.

—Puaj —exclama burlona—. Mirad esos trajes amarillos de plástico malo. Parecen ponchos para la lluvia.

Se deja caer en el suelo y Henry se sienta en el sofá. Yo me acomodo junto a él. Desde que llegamos me preocupa cómo debo comportarme con Henry delante de los distintos miembros de mi familia. ¿Hasta qué punto puedo sentarme cerca de él? Si Alicia no estuviera presente, me echaría sobre el sofá y apoyaría la cabeza sobre el regazo de Henry. Sin embargo, es él quien reacciona enseguida, se acerca a mí y me pasa el brazo por la espalda. Es un abrazo en cierto modo premeditado: jamás nos sentaríamos de este modo en ningún otro contexto. Claro que nunca vemos la televisión los dos juntos. Quizá así es como nos sentaríamos si la viéramos alguna vez. El coro desaparece y empieza una tanda de anuncios. McDonald's, un concesionario local de Buick, Pillsbury, Langosta Roja: todos nos desean Feliz Navidad. Miro a Henry, que tiene una expresión de sorpresa absoluta dibujada en el rostro.

—¿Qué pasa? —le pregunto bajito.

—Es la velocidad. Saltan de un plano a otro cada par de segundos; voy a ponerme enfermo. —Henry se frota los ojos con los dedos—. Creo que iré a leer un rato.

Se levanta y se marcha de la sala. Al cabo de un minuto, oigo sus pasos en las escaleras. Yo elevo al cielo una rápida plegaría: «Por favor, Señor, haz que Henry no viaje a través del tiempo, sobre todo ahora, que estamos a punto de ir a la iglesia y no sabré qué excusa dar». Alicia se tiende sobre el sofá cuando los créditos iniciales aparecen en la pantalla.

—No ha aguantado demasiado —observa.

—Le dan unas cefaleas terribles, de esas que tienes que acostarte a oscuras y no moverte; y si alguien te causa un sobresalto, es como si el cráneo te explotase.

—Ah.

James Stewart agita un montón de folletos de viaje, pero el compromiso de tener que asistir a un baile le impide partir.

—La verdad es que es monísimo.

—¿Te refieres a Jimmy Stewart?

—El también. Me refería a tu novio, a Henry.

Sonrío. Estoy tan orgullosa..., como si yo lo hubiera creado.

—Sí —respondo.

Donna Reed sonríe radiante a Jimmy Stewart desde el otro lado de una sala abarrotada. Se ponen a bailar, y el rival de Jimmy Stewart da la vuelta al interruptor que abre la pista de baile y revela que hay una piscina debajo.

—A mamá le gusta muchísimo.

—Aleluya.

Donna y Jimmy bailan hacia atrás y caen a la piscina; los demás invitados, vestidos con trajes de noche, no tardan en zambullirse tras ellos mientras la banda sigue tocando.

—Nell y Etta también lo aprueban.

—Fantástico. Ahora solo nos queda pasar las siguientes treinta y seis horas sin cargarnos esa primera buena impresión.

—No te costará demasiado... A menos que... No, no serías tan tonta... —Alicia me mira con aire de sospecha—. ¿Acaso estás...?

—Claro que no.

—Claro que no —repite ella como un eco—. Dios santo, no puedo creer lo de Mark. Será estúpido el cabrón...

Jimmy y Donna cantan
Chicas de Buffalo, ¿por qué no salís esta noche?
, mientras caminan por las calles de Bedford Falls resplandecientes, él vestido con un uniforme de fútbol y ella con un albornoz.

—Tendrías que haber estado aquí ayer. Creí que a papá le iba a dar un infarto justo delante del árbol de Navidad. Imaginé que se precipitaría contra el árbol, que este le caería encima y que los camilleros tendrían que sacar primero todos los adornos y los regalos que lo habrían sepultado antes de poder practicarle los primeros auxilios.

Jimmy, mientras tanto, le ofrece la luna a Donna, y ella acepta.

—Creí que habías aprendido a administrar los primeros auxilios en la escuela.

—Habría estado demasiado ocupada intentando hacer volver en sí a mamá. Fue una escena espantosa, Clare. Todo el mundo gritaba.

—¿Sharon estaba presente?

—¡No lo dirás en serio! —exclama Alicia con sorna—. Sharon y yo estábamos aquí dentro intentando mantener una conversación educada, claro, mientras Mark y nuestros progenitores se habían reunido en la sala de estar y no paraban de gritarse unos a otros. No tardamos mucho en quedarnos sentadas en silencio, escuchando.

Alicia y yo intercambiamos una mirada que significa: «Nada nuevo bajo el sol». Nos hemos pasado la vida escuchando los gritos de nuestros padres, peleándose entre ellos, peleándose con nosotros. A veces pienso que si veo llorar a mi madre una sola vez más, me marcharé para siempre y nunca regresaré. Ahora mismo tengo ganas de agarrar a Henry, coger el coche y no parar hasta llegar a Chicago, donde nadie grita, nadie finge que todo funciona perfectamente y que nada ha cambiado. Un hombre iracundo y barrigón, que va vestido con una camiseta, le grita a James Stewart que deje de matar de aburrimiento a Donna Reed y la bese de una vez. No puedo estar más de acuerdo con él, pero Jimmy no es de la misma opinión. Al contrario, le pisa el albornoz, y como ella sigue caminando, lo pierde sin querer. Entonces se oculta desnuda en el interior de un enorme arbusto de hortensias.

BOOK: La mujer del viajero en el tiempo
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