La paja en el ojo de Dios (30 page)

Read La paja en el ojo de Dios Online

Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La paja en el ojo de Dios
5.46Mb size Format: txt, pdf, ePub

Había un sillón de choque y un tablero de instrumentos circular a un lado de la sala del transbordador. Era el puente de control de fuego. Pero había también sofás y mesas abatibles para juegos y para comer.

—¿Ha recorrido usted esta nave? —le preguntaba Horvath.

—Perdone, ¿qué decía?

—Le decía si había recorrido usted esta nave. Hay emplazamientos de cañones por todas partes. Los han retirado, pero han dejado suficientes pruebas de que había armas. Lo mismo digo de los torpedos. No están, pero aún siguen ahí las rampas de lanzamiento. ¿Que clase de nave embajadora es ésta?

Hardy salió de un ensueño privado.

—¿Qué habría hecho usted si hubiese sido el capitán?

—Habría utilizado un vehículo desarmado.

—No hay —contestó suavemente Hardy—. No hay ninguno que pueda hacer esta misión, y lo sabría usted si hubiese recorrido la cubierta hangar.

La capilla estaba en la cubierta hangar, y Horvath no había asistido a ninguna ceremonia religiosa. Eso era cuestión suya, pero no tenía nada de malo recordárselo.

—¡Pero está tan claro que se trata de una nave de guerra desmantelada! Hardy asintió.

—Los pajeños descubrirán nuestro terrible secreto tarde o temprano.

Somos una especie guerrera, Anthony. Es algo que forma parte de nuestra naturaleza. Aun así, llegamos en una nave de combate totalmente desarmada. ¿No cree que eso es un mensaje significativo para los pajeños?

—¡Pero esto es tan importante para el Imperio!

David Hardy asintió con un gesto. El Ministro de Ciencias tenía
razón,
aunque el capellán sospechaba que por motivos equivocados.

Hubo un leve ronroneo y el transbordador inició su viaje. Rod observaba desde las pantallas del puente y sentía una gran frustración. En cuanto el transbordador se situase junto a la nave pajeña, una de las baterías de Crawford apuntaría hacia él... y Sally Fowler iba a bordo de la frágil y desarmada embarcación.

El plan original era que los pajeños subiesen a la
MacArthur,
pero mientras no encontrasen a las miniaturas eso era imposible. Rod se alegraba de que su nave no tuviese que hospedar a los alienígenas. Estoy aprendiendo a pensar como un paranoico, se dijo. Como el almirante.

Por el momento seguía sin haber rastro alguno de las miniaturas, Sally no hablaba con él, y todo el mundo parecía nervioso.

—Dispuesto a hacerme cargo, capitán —dijo Renner—. Le relevaré, señor.

—Está bien. Adelante, piloto jefe.

Sonaron las alarmas de aceleración, y la
MacArthur
se alejó suavemente de la nave alienígena... y también del transbordador, y de Sally.

22 • Juegos de palabras

La ducha: una bolsa plástica de agua jabonosa con un joven dentro; el cuello de la bolsa sellado alrededor del cuello del hombre. Whitbread utilizaba un cepillo de mango muy largo para rascarse en donde le picara, y le picaba por todas partes. Resultaba placentero estirar y encoger los músculos. ¡Era tan pequeña la nave pajeña! ¡Tan claustrofóbica!

Una vez limpio se reunió con los demás en la sala.

El capellán, Horvath y Sally Fowler, todos con zapatillas de caída de suela rígida, todos alineados hacia arriba. Whitbread nunca se había fijado antes en aquello.

—Señor Ministro de Ciencias, me pongo a sus órdenes.

—Está bien, señor... Whitbread. —Se alejó. Parecía preocupado e inquieto. Todos lo parecían.

Habló el capellán, laboriosamente.

—Ya ve, ninguno sabemos realmente qué hacer. Nunca se ha establecido contacto con
alienígenas.


Son muy cordiales. Quieren hablar —dijo Whitbread.

—Vaya, eso me pone en un apuro, aunque sea positivo. —El capellán lanzó una nerviosa carcajada—. ¿Cómo es su nave, Whitbread?

Intentó explicárselo. Muy estrecha hasta que se llega a los toroides plásticos... frágil... es inútil intentar distinguir o diferenciar a los pajeños, salvo los Marrones, que son algo distintos de los Marrones-y-blancos...

—Van desarmados —les dijo—. Estuve tres horas explorando la nave. No había a bordo ningún lugar en que pudiesen esconder armas grandes.

—¿Tuvo usted la impresión de que intentaban ocultarle algo?

—No...

—No parece usted muy seguro —dijo rápidamente Horvath.

—Bueno, no es eso, señor. Es que estaba recordando en este momento la sala de herramientas. Entramos en una sala que era todo herramientas: paredes, techo y suelo. En un par de paredes había cosas normales: brocas manuales, sierras de extraños mangos, tornillos y destornilladores. Cosas que yo podía reconocer. Y clavos y lo que me pareció un martillo con una gran cabeza lisa. Todo aquello parecía el taller del sótano de un aficionado a la mecánica. Pero también había cosas realmente complejas; cosas que no pude descubrir para qué servían.

La nave alienígena flotaba fuera, frente a la escotilla frontal. Dentro de ella se movían formas no humanas. Sally las observaba también... pero Horvath dijo secamente:

—Decía usted que los alienígenas no le
conducían.


No creo que pretendieran ocultarme nada. Estoy seguro de que fui yo quien se dirigió a la sala de herramientas. No sé por qué, pero creo que era una prueba de inteligencia. Si lo era, fracasé.

—El único pajeño —dijo el capellán Hardy— al que hemos interrogado hasta ahora no comprende siquiera los gestos más simples. Ahora me dice usted que los pajeños han estado haciéndole pruebas de inteligencia...

—E interpretando gestos. Tienen una facilidad asombrosa para comprenderlos, de veras. Son
distintos.
Ya vio usted las imágenes. Hardy se acarició el pelo rojizo.

—¿Las de la cámara de su casco? Sí, Jonathon. Creo que estamos tratando con dos tipos distintos de pajeños. Uno es un sabio idiota y no habla. Los otros... hablan —concluyó torpemente; se dio cuenta de que estaba jugueteando con su pelo y lo alisó de nuevo—. Pero será difícil aprender a contestarles.

Whitbread comprendió que todos temían el encuentro, y sobre todo Sally. E incluso el capellán Hardy, que nunca se inquietaba por nada. Todos temían aquel primer contacto.

—¿Alguna impresión más? —preguntó Horvath.

—Sigo pensando que la nave estaba diseñada para caída libre. Hay puntos de fijación en toda ella. Y también muebles hinchables. Y hay pequeños pasadizos unidos a los toroides, de la misma anchura que ellos. Con aceleración deben de ser como trampillas abiertas sin salida.

—Es extraño —musitó Horvath—. La nave estaba bajo aceleración hasta hace cuatro horas.

—Exactamente, señor. Las uniones deben de ser nuevas.

Esta idea asaltó de pronto a Whitbread. Aquellas uniones tenían que ser nuevas...

—Pero eso nos explica aún más —dijo quedamente el capellán Hardy—. Y dice usted que los muebles están situados en todos los ángulos. Todos vimos que los pajeños no se preocupaban de cuál era su orientación cuando hablaban con usted. Como si estuviesen extrañamente adaptados a la caída libre. Como si hubiesen evolucionado en ella...

—Pero eso es imposible —protestó Sally—. Imposible, pero... ¡Tiene usted razón, doctor Hardy! Los humanos siempre se orientan. ¡Incluso los veteranos que han pasado toda su vida en el espacio! Pero nadie puede evolucionar en caída libre.

—Una raza lo suficientemente vieja podría —dijo Hardy—. Y tenemos esos brazos asimétricos. ¿Progreso evolutivo? Es conveniente tener en cuenta esta teoría cuando hablemos con los pajeños. —Si podemos hablar con ellos, añadió para sí.

—Lo que más les extrañó fue mi columna vertebral —dijo Whitbread—. Como si no hubiesen visto nunca una. —Se detuvo—. No sé si se lo han dicho. Me desnudé para que me vieran. Me parecía justo que ellos... supieran con quién trataban —No podía mirar a Sally.

—No me río —dijo ella—. Tendré que hacer lo mismo.

Whitbread dio un respingo.

—¿Cómo?

Sally eligió cuidadosamente las palabras; tengo que recordar las costumbres provincianas, se dijo. No alzó la vista de la cubierta.

—No creo que el capitán Blaine y el almirante Kutuzov pretendan ocultar a los pajeños la existencia de dos sexos entre los humanos. Tienen derecho a saber cómo estamos hechos, y yo soy la única mujer a bordo de la
MacArthur.


¡Pero es usted la sobrina del senador Fowler! Sally no sonrió al oír esto.

—No se lo diremos. —Se levantó inmediatamente—. Piloto Lafferty, partiremos ya.

Se volvió, de nuevo la dama imperial, y por el gesto que hizo no parecía que estuviese en caída libre.

—Jonathon —dijo—, le agradezco su interés. Capellán, debe reunirse conmigo en cuanto le llamen —y con esto, se fue. Mucho después, Whitbread dijo:

—Me preguntaba por qué estábamos todos tan nerviosos. Y Horvath, sin mirarle, dijo:

—Ella insistió.

Sally llamó al transbordador cuando llegó. El mismo pajeño que había recibido a Whitbread u otro idéntico la ayudó a subir a bordo cortésmente.

Una
cámara
del taxi recogió esto
e
hizo inclinarse profundamente hacia adelante al capellán.

—Ese gesto que hizo parece de usted, Whitbread. Es un excelente imitador.

Sally volvió a llamar unos minutos después. Estaba en uno de los toroides.

—Estoy rodeada de pajeños. Muchos de ellos llevan instrumentos. De tamaño manual, Jonathon...

—La mayoría no tenían nada en la mano. ¿Cómo son esos instrumentos?

—Bueno, uno parece una cámara a medio desmontar y otro tiene una pantalla como la de un osciloscopio —hubo una pausa—. Bueno, llegó el momento...

Durante veinte minutos no supieron nada de Sally Fowler. Los tres hombres esperaron con los ojos fijos en la pantalla vacía del intercomunicador.

Por fin sonó áspera la voz de Sally.

—Muy bien, caballeros, pueden venir ustedes ya.

—De acuerdo —dijo Hardy, soltándose y flotando en un lento arco hacia la cámara neumática del transbordador. Su tono era también áspero pero aliviado. La espera había terminado.

Alrededor de Rod había el movimiento habitual del puente; los científicos observaban las principales pantallas visuales, los oficiales controlaban los movimientos de la
MacArthur. Para
mantener a los tripulantes ocupados Rod había ordenado al guardiamarina Staley que realizase un simulacro de asalto a la nave pajeña con los soldados. Todo puramente teórico, por supuesto; pero ayudaba a mantener a Rod ocupado impidiéndole cavilar sobre lo que sucedía a bordo de la nave alienígena. La llamada de Horvath fue una distracción venturosa, y Rod se mostró muy cordial en su respuesta.

—¡Qué hay, doctor! ¿Cómo van las cosas?

Horvath casi sonrió.

—Muy bien, gracias, capitán. El doctor Hardy ha ido hacia la nave pajeña con la señorita Sally. Envié con ella al señor Whitbread.

—Estupendo. —Rod sentía una dolorosa tensión en los omoplatos. Así que Sally había tenido que pasar por...

—Capitán, el señor Whitbread mencionó una sala de herramientas a bordo de la nave alienígena. Cree que comprobaban su capacidad para utilizar herramientas. Pienso que quizás los pajeños nos juzguen casi exclusivamente en función de esa capacidad.

—Bueno, puede ser. La construcción y el uso de herramientas es un elemento básico...

—¡Sí, claro, capitán, pero ninguno de nosotros somos constructores de herramientas! Aquí hay un lingüista, un antropólogo, un administrador (yo) y algunos soldados. Resulta irónico, capitán. Hemos dedicado todas nuestras energías a aprender sobre los pajeños. No hemos pensado en la necesidad de impresionarles con
nuestra
inteligencia.

Blaine consideró esto.

—Están las naves... pero tiene usted razón, doctor. Le enviaré a alguien. Tenemos que presentarles a alguien que pueda superar perfectamente una prueba.

En cuanto Horvath desapareció de la pantalla, Rod accionó de nuevo los controles del intercomunicador.

—Kelley, puede retirar ya a la mitad de sus soldados de los puestos de alerta.

—De acuerdo, capitán. —El artillero no mostraba emoción alguna, pero Rod sabía lo incómoda que era la armadura de combate. Todos los soldados y oficiales de la
MacArthur
la llevaban puesta en situación de alerta en la cubierta hangar.

Luego, Blaine llamó a Sinclair.

—Tenemos un problema complicado, Sandy. Necesitamos a alguien que sea muy hábil manejando herramientas y que esté dispuesto a ir a la nave pajeña. Si me indica usted unos cuantos hombres, pediré voluntarios.

—No se preocupe, capitán, iré yo mismo.

Blaine se quedó sorprendido.

—¿Usted,
Sandy?

—Sí, ¿por qué no, capitán? ¿Es que no soy hábil con las herramientas? ¿Acaso no soy capaz de arreglar cualquier cosa que se estropee? Mis compañeros podrán solucionar los problemas que puedan surgir en la
MacArthur.
Están perfectamente entrenados por mí. No me echará nadie de menos...

—Espere un momento, Sandy.

—¿Sí, capitán?

—Está bien. Cualquiera capaz de hacer bien una prueba sabría todo lo relativo al Campo y al Impulsor. Aunque puede que el almirante no quiera dejarle ir...

—No hay a bordo quien sepa más que yo sobre ese tema, capitán.

—Lo sé... está bien, consiga la aprobación del médico. Y déme un nombre. ¿A quién debo enviar si usted no puede ir?

—En ese caso puede enviar a Jacks. O a Leigh Battson, o a cualquiera de mis compañeros... excepto Menchijov Pulgares.

—Menchijov. ¿No es ése el técnico que salvó a seis hombres que quedaron atrapados en la cámara de torpedos posterior durante el combate con la
Defiant?


El mismo, capitán. Es también el que arregló su ducha dos semanas antes de esa batalla.

—Ah. Bien, gracias, Sandy.

—Apagó la pantalla y miró a su alrededor. Tenía en realidad muy poco que hacer. Las pantallas mostraban la nave pajeña en el centro de la línea de fuego de las baterías principales de la
MacArthur;
su nave estaba perfectamente a salvo de lo que pudiese hacer la nave alienígena; pero ahora a Sally se habían unido Hardy y Whitbread... Se volvió a Staley.

—Ese último me parece excelente. Ahora proyecte un plan de rescate suponiendo que sólo la mitad de los soldados estén en situación de alerta...

Sally percibió la actividad cuando Hardy y Whitbread fueron conducidos a bordo de la nave pajeña, pero apenas si volvió la vista cuando aparecieron. Se había dado tiempo para vestirse adecuadamente, pero lamentaba que hubiese sido necesario, y bajo la difusa y filtrada luz pajeña recorría con sus manos el cuerpo de un Marrón-y-blanco, doblando su codo y accionando las articulaciones de los hombros y tanteando los músculos, mientras dictaba un rápido monólogo al micrófono que llevaba al cuello.

Other books

Where There's Smoke by Sitting Bull Publishing
The Collapsium by Wil McCarthy
Love LockDown by A.T. Smith
Cowboy for Keeps by Debra Clopton