La paja en el ojo de Dios (31 page)

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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La paja en el ojo de Dios
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—Deduzco que hay otras subespecies, pero estrechamente relacionadas con los Marrones, quizás lo bastante para que existan uniones fecundas. Para determinar esto habrá que estudiar el código genético cuando llevemos muestras a Nueva Escocia, donde hay el equipo adecuado. Quizás los pajeños lo sepan, pero hemos de tener cuidado en lo que les preguntemos hasta que sepamos claramente qué tabúes existen entre ellos.

»Evidentemente, no hay discriminación sexual como la que existe en el Imperio; en realidad es notable el predominio de las hembras. Un Marrón es macho y se cuida de las crías. Las crías están destetadas, o por lo menos no hay indicio alguno claro de ninguna hembra (o macho) que los amamante a bordo.

»Mi hipótesis es que, a diferencia de la Humanidad después de las Guerras Separatistas, no tienen escasez de madres o generadores de hijos, y así no hay ningún mecanismo cultural de protección especial como el que sobrevive en el Imperio. No se me ocurre ninguna teoría que explique el que no haya ninguna cría entre los Marrones-y-blancos, aunque es posible que los pajeños inmaduros que he examinado procedan de Marrones-y-blancos y que los Marrones sirvan como educadores de los niños. Es indudable que existe cierta tendencia a que los Marrones hagan todos los trabajos técnicos.

»La diferencia entre los dos tipos es clara pero no espectacular. Los Marrones tienen las manos mayores y mejor desarrolladas, y la frente con una inclinación más pronunciada. Y son más pequeños. Pregunta: ¿cuáles están mejor adaptados para manejar herramientas? Los Marrones-y-blancos tienen una capacidad cerebral algo mayor, los Marrones tienen mejores manos. Hasta ahora todos los Marrones-y-blancos que he visto son hembras, y de los Marrones hay uno de cada sexo; ¿se trata de un accidente, es una característica de su cultura, o es algo biológico? Pongo fin a la transcripción. Bienvenidos a bordo, caballeros.

—¿Algún problema? —preguntó Whitbread.

Sally tenía la cabeza cubierta con una capucha de plástico, sellada alrededor del cuello como un saco de ducha de la Marina; evidentemente, no utilizaba los respiradores nasales. El saco deformaba ligeramente su voz.

—Ninguno. Desde luego aprendí tanto como ellos en la... orgía. ¿Y ahora qué?

Lecciones de idiomas.

Había una palabra:
Fyunch(click).
Cuando el capellán se señaló a sí mismo y dijo «David», la pajeña a la que miraba giró su brazo derecho inferior señalándose y dijo «Fyunch(click)», pronunciando el click con un chasquido de la lengua.

Bien. Pero Sally dijo:

—Creo que mi pajeño tenía el mismo nombre.

—¿Quiere usted decir que se trata del mismo alienígena?

—No, no lo creo. Y estoy segura de que
Fyunch(click) —
la pronunció cuidadosamente, haciendo el click con la lengua, pero estropeando luego el efecto con una risilla— no es la palabra que equivale a pajeño. Lo he comprobado.

—El capellán frunció el ceño.

—Quizás todos los nombres propios nos suenen igual —dijo muy serio—. O puede ser la palabra correspondiente a
brazo.

Había una anécdota clásica al respecto, tan vieja que probablemente datase de la época preatómica. Se volvió a otro pajeño, se señaló a sí mismo y dijo:

—¿Fyunch(click)? —Su acento era casi perfecto, y el click no fue acompañado de ninguna risa.

—No —dijo el pajeño.

—Lo han captado enseguida —dijo Sally.

Whitbread lo intentó. Se colocó entre los pajeños y se señaló a sí mismo diciendo «¿Fyunch(click)?» obteniendo cuatro
noes
perfectamente articulados y luego un pajeño que se hallaba en posición invertida le dio una palmada en la rodilla y le dijo:

—¿Fyunch(click)? Sí.

Conclusión: había tres pajeños que llamaban «Fyunch(click)» a un humano. Cada uno de ellos a un humano distinto, y no a los demás. ¿Por qué?

—Debe de significar algo así como «Estás asignado a mí» —sugirió Whitbread.

—Es una hipótesis posible —aceptó Hardy. En realidad bastante posible, pero los datos eran aún insuficientes... ¿había hecho el muchacho una conjetura afortunada?

Alrededor de ellos se movían los pajeños. Algunos de los instrumentos podrían haber sido cámaras o magnetófonos. Algunos aparatos producían ruidos cuando hablaban los humanos.

Otros corrían cintas o trazaban quebradas líneas anaranjadas en pequeñas pantallas. Los pajeños prestaban también cierta atención a los instrumentos de Hardy, especialmente el Marrón macho, que desarmó el osciloscopio y lo montó de nuevo. Las imágenes que aparecían después en el aparato parecían más claras, y el control de persistencia funcionaba mucho mejor, a juicio de Hardy. Interesante. Y sólo los Marrones hacían cosas como aquélla.

La lección de idiomas se había convertido en tarea de grupo. Era un juego ya aquella enseñanza de ánglico a los pajeños. Bastaba señalar y decir la palabra, y los pajeños generalmente la recordaban. David Hardy daba las gracias.

Los pajeños seguían manipulando las piezas de sus instrumentos, conectándolos, o a veces entregándoselos a un Marrón con una algarabía de silbidos pajariles. La amplitud de sus propias voces era asombrosa. Hablando pajeño, abarcaban los tonos más extremos en instantes. Hardy sospechaba que el tono formaba parte del código.

Tenía clara conciencia del paso del tiempo. Su vientre era un inmenso vacío cuyas quejas ignoraba con indiferente menosprecio. Alrededor de su nariz, donde se ajustaba el respirador, comenzaban a formarse rozaduras. Le picaban los ojos a causa de la atmósfera de la nave pajeña, que se filtraba por debajo de sus grandes gafas; habría preferido elegir un casco o una caperuza de plástico como Sally. El pajeño mismo era un punto difuso y brillante que se movía lentamente a lo largo de la pared curvada y translúcida. El aire seco que respiraba estaba deshidratándole lentamente.

Sentía estas cosas como indicio del paso del tiempo, y las desdeñaba. Bullía en su interior una extraña alegría. Aquélla era la misión más importante de su vida.

Pese a lo excepcional de la situación, Hardy decidió atenerse a la lingüística tradicional. Había problemas sin precedentes como
mano, cara, orejas, dedos.
Resultó que los doce dedos de las manos derechas tenían un nombre colectivo, y los tres dedos gruesos de la izquierda otro. La oreja tenía un nombre cuando estaba caída y otro cuando estaba levantada. No había ningún nombre equivalente a
cara,
aunque captaron inmediatamente la palabra ánglica y parecieron considerarla una innovación valiosa.

Hardy había creído tener los músculos habituados a la caída libre; pero ahora le molestaban. No lo atribuyó al agotamiento. No sabía dónde había ido Sally, y el hecho no le inquietaba lo más mínimo. Esto era un indicio de su aceptación de Sally y de los pajeños como colegas. Pero también lo era de lo cansado que estaba. Hardy se consideraba a sí mismo un hombre ilustrado, pero lo que Sally habría calificado de «protección especial de las mujeres» estaba profundamente enraizado en la cultura Imperial... sobre todo en la monástica Marina.

Hardy sólo se dejó convencer por los demás de que debía volver al transbordador cuando se le acabó el aire.

La cena fue sencilla, y la consumieron apresuradamente, deseosos de cotejar notas. Afortunadamente los otros le dejaron solo hasta que acabó de comer, a instigación sobre todo de Horvath, aunque evidentemente era el que tenía mayor curiosidad de todo el grupo. Aunque los utensilios estaban diseñados para situación de caída libre, ninguno de los otros estaba habituado a largos períodos de gravedad cero, y el comer en tal situación exigía nuevos hábitos que sólo podían aprenderse por medio de una gran concentración. Por último, Hardy dejó que uno de los miembros de la tripulación retirara su bandeja y alzó los ojos. Tres rostros codiciosos le lanzaron telepáticamente un millón de preguntas.

—Aprenden ánglico bastante bien —dijo David—. Me gustaría poder decir lo mismo de mis propios progresos.

—Se esfuerzan por aprenderlo —comentó Whitbread—. Cuando les decimos una palabra, la usan sin cesar, una y otra vez, formando frases, aplicándola a todo lo que hay alrededor... nunca vi nada igual.

—Eso es porque no se ha fijado usted lo suficiente en el doctor Hardy —dijo Sally—. Nos enseñaron esa técnica en la universidad, pero no la domino demasiado bien.

—La gente joven raras veces consigue dominarla —dijo el doctor Hardy estirándose para relajarse; el vacío quedaba salvado; pero resultaba embarazoso... los pajeños eran mejores en su trabajo que él—. Los jóvenes normalmente no tienen paciencia para la lingüística. En este caso, sin embargo, su empeño ayuda y puesto que los pajeños dirigen los esfuerzos de la persona a la que enseñan con gran habilidad profesional. Por cierto, Jonathon, ¿dónde estuvo usted?

—Llevé a mi Fyunch(click) fuera y le hice dar una vuelta alrededor del transbordador. Fuimos a la nave de los pajeños sin nada que enseñarles y no quería traerlos aquí. ¿Podemos hacerlo?

—Desde luego —dijo Horvath sonriendo—. He hablado con el capitán Blaine y lo deja a nuestro criterio. Como dice él, no hay nada secreto en el transbordador. Sin embargo, me gustaría que hubiese algo especial... alguna ceremonia. ¿Se les ocurre algo? Después de todo, si exceptuamos a la minera asteroidal, los pajeños nunca han visitado una nave humana.

—Ellos se preocupan muy poco por el hecho de que subamos a bordo de su nave —dijo Hardy—. Debemos recordar sin embargo que, a menos que toda la raza pajeña esté fantásticamente dotada para los idiomas (hipótesis que rechazo), han tenido su ceremonia especial antes de abandonar su planeta. Han colocado a bordo especialistas en idiomas. No me sorprendería descubrir que nuestros Fyunch(click) son el equivalente pajeño de doctores.

Whitbread hizo un gesto que llamó la atención de los otros y por último habló. Estaba muy orgulloso de haber desarrollado una técnica que permitía a un guardiamarina interrumpir a los demás.

—Señor, esa nave abandonó el planeta pajeño hace sólo
horas,
después (quizás menos de una hora) de que apareciese la
MacArthur
en su sistema. ¿Cómo iba a darles tiempo a reclutar especialistas?

—No lo sé —dijo Hardy lentamente—. Pero tienen que ser especialistas de algún tipo. ¿Qué utilidad podría tener una capacidad lingüística tan fantástica entre la población general? Y fantástica no es una palabra bastante fuerte. De todos modos, hemos logrado desconcertarles un poco, ¿se dieron ustedes cuenta?

—¿La sala de herramientas? —preguntó Sally—. Supongo que se refiere a eso, aunque creo que no me habría dado cuenta si Jonathon no me hubiese dado la primera clave. Me llevaron allí inmediatamente después de dejarle a usted, doctor Hardy, y a mí no me parecieron desconcertados. Me di cuenta, sin embargo, de que usted permanecía allí mucho más tiempo que yo.

—¿Qué hizo usted allí? —preguntó David.

—Bueno, estuve examinando todos aquellos artilugios. Todo estaba lleno de aparatos... por cierto, aquellas abrazaderas fijadas a la pared no eran bastante grandes para soportar gravedad real, de eso estoy seguro. Debieron de construir aquella sala después de venir aquí. Pero de cualquier modo, como no había nada que yo pudiese entender, no presté mucha atención.

Hardy juntó las manos en actitud de oración, y luego alzó la vista embarazado. Había adquirido aquel hábito mucho antes de ingresar en el sacerdocio, y no podía prescindir de él; pero indicaba concentración, no reverencia.

—No hizo usted nada, y ellos no manifestaron curiosidad por tal cosa. —Pensó intensamente durante largos segundos—. Sin embargo yo pregunté los nombres de las piezas y pasé mucho tiempo allí, y mi Fyunch(click) pareció sorprenderse mucho. Pude interpretar mal la emoción, desde luego, pero creo realmente que mi interés por las herramientas les desconcertó.

—¿Intentó usted utilizar alguna? —preguntó Whitbread.

—No. ¿Y usted?

—Bueno, yo estuve jugueteando con algunas...

—¿Y se sorprendieron por eso, o manifestaron curiosidad?

—No dejaron de observarme ni un instante —dijo Jonathon, encogiéndose de hombros—. No noté ningún cambio de actitud.

—Sí —Hardy unió de nuevo sus manos, pero esta vez sin darse cuenta de lo que hacía—. Creo que hay algo extraño en esa habitación y en la curiosidad que les causa nuestro interés por ella. Pero dudo que sepamos el motivo mientras el capitán Blaine no nos envíe su especialista. ¿Saben ustedes quién vendrá?

—Envía al ingeniero jefe Sinclair —dijo Horvath.

—Hummm. —El sonido era involuntario; los otros miraron a Whitbread, que sonrió lentamente—. Si los pajeños estaban desconcertados con
usted,
señor, piense lo que pasará cuando oigan hablar al teniente Sinclair.

En un barco de guerra de la Marina los hombres no mantienen un peso medio. Durante los largos períodos de ocio, los que tienen tendencia a comer, se divierten comiendo. Engordan. Pero los hombres capaces de dedicar su vida a una causa (incluyendo un buen porcentaje de los que permanecerán en la Marina) tienden a olvidarse de comer. No pueden centrar la atención en la comida.

Sandy Sinclair miraba fijo al frente. Estaba sentado, muy rígido, al borde de la mesa de examen. Sinclair hacía siempre eso; no podía mirar a un hombre a los ojos estando desnudo. Era grande y delgado, y sus músculos nervudos eran mucho más fuertes de lo que parecían. Podría haber sido un hombre medio con un esqueleto demasiado grande.

Un tercio de su área superficial era tejido rosa cicatriz. Ardiente metal procedente de una explosión había dejado aquella extensión rosada sobre sus costillas. El resto procedía principalmente de llamas y salpicaduras de metal al rojo. Una batalla en el espacio deja siempre huellas, si es que el combatiente sobrevive.

El médico tenía veintitrés años y era muy alegre.

—Veinticuatro años de servicio, ¿eh? ¿Ha participado alguna vez en un combate?

—Ya tendrá usted su propia cuota de cicatrices —masculló Sinclair—, si continúa el tiempo suficiente en la Marina.

—Le creo, le creo. Bien, teniente, está usted en magnífica forma para sus cuarenta y tantos años. Podría soportar perfectamente un mes de caída libre, según mi opinión, pero jugaremos sobre seguro y le haremos volver a la
MacArthur
dos veces por semana. Supongo que no hará falta que le diga que debe seguir haciendo los ejercicios de caída libre.

Rod Blaine llamó al transbordador varias veces al día siguiente, pero hasta el anochecer no pudo localizar a nadie, aparte del piloto. Hasta Horvath estaba a bordo de la nave pajeña.

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