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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

La paja en el ojo de Dios (60 page)

BOOK: La paja en el ojo de Dios
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Después de que la probaron los oficiales de la Marina, subieron a bordo los civiles. Todo este tráfico demostraba claramente que era mentira lo que se había dicho a los pajeños sobre la plaga que afectaba a la tripulación de la
MacArthur,
Kutuzov lo sabía; pero en realidad no tendría que dar explicaciones a los pajeños. No pensaba comunicarse con ellos. Dejó que Horvath le leyese las instrucciones de la expedición y convocó su consejo de guerra. No habría alienígenas a bordo de la
Lenin
mientras Kutuzov viviese. Aquella nave, sin embargo...

Kutuzov contemplaba la nave flotando en sus pantallas, mientras el personal científico se trasladaba a ella. Habían ido a la
Lenin
para los servicios fúnebres, y ahora volvían presurosos a reanudar los estudios de su nuevo juguete.

Todos los informes indicaban que estaba llena de maravillas de enorme valor para el Imperio; sin embargo, ¿cómo iba a atreverse a subirla a bordo? No tenía objeto buscar consejo. El capitán Blaine podía haberle ayudado, pero no, era un hombre destrozado, condenado a hundirse cada vez más en su propio fracaso, inútil precisamente cuando su consejo podría haber significado una gran ayuda. Horvath tenía fe ciega en las buenas intenciones de los pajeños. Luego estaba Bury, con su odio igualmente ciego, pese a todas las pruebas que pudiesen demostrar que los pajeños eran amistosos e inofensivos.

—Probablemente lo sean —dijo Kutuzov en voz alta. Horace Bury alzó los ojos sorprendido. Estaba tomando té con el almirante en el puente mientras observaban la nave regalo pajeña. El comerciante miró intrigado al almirante.

—Probablemente los pajeños sean amistosos. Inofensivos —repitió Kutuzov.

—¡No puede usted creer eso! —protestó Bury.

—Como he dicho a los otros —dijo Kutuzov encogiéndose de hombros—, lo que yo crea no tiene importancia. Mi obligación es llevar al gobierno la máxima información. Con sólo esta nave, cualquier riesgo de pérdida significa pérdida de toda información. Pero esa nave espacial pajeña sería muy valiosa, ¿no lo cree usted, Excelencia? ¿Cuánto pagaría usted a la Marina porque le concediesen permiso para fabricar naves con ese impulsor?

—Pagaría mucho más porque se eliminase para siempre la amenaza pajeña —dijo Bury con energía.

—Humm. —El almirante se sentía inclinado a darle la razón a Bury.

Había ya bastantes problemas en el sector Trans-Saco de Carbón. Sólo Dios sabía cuántas colonias podían estar sublevándose, cuántos exteriores habrían hecho causa común contra el Imperio; los alienígenas eran un nuevo problema que la Marina no necesitaba.

—Aun así... la tecnología. Las posibilidades comerciales. Creí que estaría usted interesado.

—No podemos confiar en ellos —afirmó Bury.

Se esforzaba mucho por hablar con calma. Al almirante no le impresionaría un hombre incapaz de controlar sus emociones. Bury le entendía muy bien... su propio padre había sido así.

—Almirante, han matado a nuestros guardiamarinas. Supongo que no creerá usted ese cuento de que pretendieron aterrizar en el planeta. Y soltaron a aquellos monstruos en la
MacArthur,
y casi lograron introducirlos en la
Lenin. —
El comerciante se estremeció imperceptiblemente; le brillaron los ojos. El peligro había sido tan grande...—. Supongo que no permitirá usted que esos alienígenas penetren en el Imperio. Supongo que no les permitirá subir a su nave.

Monstruos capaces de leer el pensamiento. Telépatas o no, leían el pensamiento. Bury luchaba por controlar su desesperación: si hasta el almirante Kutuzov empezaba a creer las mentiras de los alienígenas, ¿qué posibilidades tenía el Imperio? La nueva tecnología podía emocionar extraordinariamente a los miembros de la asociación de comerciantes imperiales, y sólo la Marina tenía bastante influencia para bloquear las peticiones de comercio que solicitaría la asociación. ¡Había que hacer algo!

—Me pregunto si no se dejará influir demasiado por el doctor Horvath... —dijo Bury.

El almirante frunció el ceño, y Horace Bury sonrió para sí. Horvath. Ésa era la clave, enfrentar a Horvath con el almirante. Alguien tenía que...

Anthony Horvath se sentía en aquel momento muy bien y muy cómodo, pese a la aceleración de una gravedad y media. La nave regalo era espaciosa y tenía incluso cuidadosos detalles de lujo entre sus innumerables maravillas. Estaba la ducha, con media docena de regaderas ajustables dispuestas en distintos ángulos y un cedazo molecular para recuperar el agua. Había una partida de comidas pajeñas precongeladas, que con ayuda de los hornos microondulares podían convertirse en una gran variedad de platos. Incluso los fracasos culinarios eran... interesantes. Había café sintético pero bueno, e incluso vino. Para mayor comodidad, la
Lenin y
Kutuzov estaban a tranquilizadora distancia. A bordo de la nave de combate iban todos hacinados como mercancías en una nave mercante, en cabinas atestadas y durmiendo en los pasillos, mientras Horvath paseaba allí a su antojo. Cogió el micrófono y continuó su dictado con otro suspiro de satisfacción. Todo iba bien... con las palabras...

—Gran parte de lo que construyen los pajeños tiene objetivos múltiples —decía a su computadora—. Esta nave es en sí una prueba de inteligencia, pretendiérase o no. Los pajeños aprenderán mucho sobre nuestra capacidad teniendo en cuenta el tiempo que tarda nuestra tripulación en controlar adecuadamente esta nave. Sospecho que sus propios Marrones la tendrían en marcha y perfectamente controlada en el plazo de una hora, pero hay que tener en cuenta que un Marrón no tendría ninguna dificultad para concentrarse en la maquinaria varios días seguidos. Los humanos lo suficientemente inteligentes para tales tareas las encuentran terriblemente aburridas, y tenemos por costumbre que los tripulantes hagan guardias mientras sus oficiales permanecen de servicio para resolver cualquier problema. Reaccionamos más lentamente y necesitamos personal para realizar tareas que a los pajeños individuales les parecen muy simples.

»Los pajeños nos han dicho también mucho sobre sí mismos. Por ejemplo, nosotros utilizamos humanos como respaldo de los sistemas automáticos, aunque a menudo omitamos la automatización con el fin de dar empleo constante a los humanos necesarios para emergencias, pero por lo demás superfinos. Los pajeños parecen deficientes en la tecnología de las computadoras, y rara vez automatizan algo. Por el contrario, emplean a una o más subespecies como computadoras biológicas, y parecen tener un suministro adecuado en ellas. Pero no es una opción que esté abierta a los humanos.

Hizo una pausa para pensar y miró a su alrededor.

—Ah. Luego están las estatuas.

Horvath cogió una y sonrió. Las habían colocado como soldados de juguete sobre la mesa ante él: una docena de figurillas pajeñas de plástico transparente. A través del plástico se veían los órganos internos con vividos colores y muchos detalles. Las miró de nuevo y luego frunció el ceño. Aquello
tenía
que llevarse de vuelta al Imperio.

En realidad, hubo de admitir, no había tanto motivo para llevar aquello. El plástico nada tenía de especial, y las estatuillas estaban registradas con todo detalle; cualquier buen formador de plástico podría programarse para producir mil en una hora. Y en realidad, aquéllas debían de haberlas hecho del mismo modo. Pero eran
alienígenas,
y eran un obsequio, y él las quería para su despacho, o para el museo de Nueva Escocia. ¡Que Esparta se quedase con las copias para variar!

Podía identificar la mayoría de las formas inmediatamente: Ingeniero, Mediador, Amo; la inmensa figura de un Porteador, un musculoso Ingeniero de manos anchas y fuertes y grandes pies, probablemente un Campesino. Un pequeño Relojero (¡Malditos Marrones! Dos veces maldito el almirante que no había dejado que los pajeños ayudasen a exterminarlos). Había un Médico de largos dedos y cabeza pequeña. Al lado, había un flaco Corredor que parecía todo piernas... Horvath habló de nuevo a su computadora.

—La cabeza del Corredor es pequeña, pero tiene una frente abultada. Yo creo que el Corredor no es un ser inteligente pero que tiene capacidad verbal para memorizar y transmitir mensajes. Quizás pueda seguir instrucciones elementales. El Corredor debe de haber evolucionado como portador de mensajes especializado antes de que la civilización llegase al estadio del teléfono, y se mantiene ahora por razones tradicionales más que de utilidad. Por la estructura cerebral resulta evidente que el Relojero nunca podría haber memorizado o transmitido mensajes. El lóbulo parietal está muy poco desarrollado. —
Aquello
era para Kutuzov.

—Estas estatuillas son sumamente detalladas —prosiguió—. Se desmontan como rompecabezas mostrando los detalles interiores. Aunque no conocemos la función de la mayor parte de los órganos internos, podemos estar seguros de que se dividen diferencialmente de modo distinto a los órganos humanos, y que es posible que la filosofía a que se atienen los pajeños para diseñar sus aparatos, sobreponiendo funciones múltiples, esté presente también en su sistema anatómico. Hemos identificado ya el corazón y los pulmones; estos últimos consisten en dos lóbulos distintos de desigual tamaño.

El capellán Hardy se abrazó al quicio cuando disminuyó la aceleración de la nave, luego se incorporó. Cuando los Ingenieros estabilizaron la velocidad entró y se sentó tranquilamente sin hablar. Horvath le saludó con un gesto y continuó su dictado.

—La única zona en que las estatuillas son vagas e indiferenciadas es en los órganos reproductores. —Horvath sonrió e hizo un guiño al capellán; realmente estaba contento—. Los pajeños han sido siempre muy reticentes sobre la sexualidad. Estas estatuillas quizás sean muñecos educativos para los niños; desde luego fueron fabricadas en serie. Si es así (en realidad tenemos que preguntarles a los pajeños si tenemos posibilidad) quiere decir que la cultura pajeña comparte algunas similitudes con la de los humanos.

Horvath frunció el ceño. La educación sexual de los jóvenes era un problema periódico de la humanidad. A veces era algo totalmente explícito y general, y en otros períodos de la historia desaparecía del todo. En las partes civilizadas del Imperio estas cuestiones se dejaban entonces a los libros, pero había muchos planetas recién descubiertos donde todo el asunto era para los subadolescentes conocimiento prohibido.

—Por supuesto puede ser una cuestión de simple eficiencia —continuó Horvath—. Estatuas destinadas a diferenciar los órganos sexuales quizás exigiesen el triple de figurillas, unas para los machos, otras para las hembras y otras para la propia fase reproductiva. Ya indiqué que hay una sola glándula mamaria desarrollada en todas las especies, y creo que nos dijeron que todos los pajeños pueden dar de mamar a los pequeños.

Dejó de dictar y accionó varios instrumentos de la computadora. Sobre la pantalla comenzaron a fluir palabras.

—Sí. Y esta mama única está siempre del lado derecho, o al menos del lado contrario al brazo único destinado al trabajo pesado. Así pueden sostener a la cría con el brazo más fuerte, mientras quedan libres los brazos derechos para acariciarla y cuidarla; esto es muy lógico, dada la ultrasensibilidad y las densas terminaciones sensoriales nerviosas de los brazos derechos.

Carraspeó e hizo una seña a Hardy para que se sirviera algo de beber.

—La mama única de las formas superiores indica claramente que deben de ser sumamente raros los partos múltiples entre los pajeños de las castas superiores. Sin embargo, deben de darse con frecuencia en la casta de los Relojeros, o al menos debe suceder después de que la criatura ha dado a luz ya varias crías. Podemos estar seguros de que los vestigios de mamas que hay en el costado derecho de las miniaturas se convierten en órganos plenos en cierta etapa de su desarrollo; de no ser así nunca podría haberse multiplicado su número con tanta rapidez a bordo de la
MacArthur. —
Dejó la caja—. ¿Qué tal, David?

—Muy bien. Este juguete pajeño me tiene fascinado. Es un juego de lógica, no hay duda, y muy bueno. Un jugador elige un criterio para distribuir en categorías los distintos objetos, y los otros jugadores intentan descubrir el criterio y demostrarlo. Muy interesante.

—Ah. Quizás el señor Bury quiera comercializarlo.

—La Iglesia podría comprar unos cuantos —dijo Hardy—. Serían útiles para la formación de los teólogos. Dudo que interese mucho a la mayoría de la población. Demasiado difícil. —Miró las estatuillas y frunció el ceño—. Parece haber por lo menos una forma perdida, ¿se da cuenta?

Horvath asintió.

—El animal no inteligente que vimos en el zoo. Los pajeños no querían hablar de él cuando estábamos allí.

—Ni después —añadió Hardy—. Se lo pregunté a mi Fyunch(click) y cambió de conversación.

—Otro misterio para los futuros investigadores —dijo Horvath—. Aunque podríamos también evitar el tema en presencia de los pajeños. No deberíamos preguntar a sus embajadores, por ejemplo —hizo una pausa invitadora.

David Hardy sonrió suavemente, pero no aceptó la invitación.

—Bueno —dijo Horvath—. Sabe, no hay muchas cosas de que los pajeños no quieran hablar, y me pregunto por qué se mostrarán tan silenciosos respecto a esa casta. Estoy casi seguro de que no era un antepasado de las otras formas pajeñas... no era un mono, o un simio, como si dijésemos.

Hardy bebió un trago de coñac. Era muy bueno, y se preguntó dónde habrían conseguido los pajeños el modelo para reproducirlo. Era sin duda sintético, y Hardy pensó que podía percibir la diferencia, pero tenía que esforzarse.

—Fueron muy amables al poner esto a bordo. —Bebió de nuevo.

—Es una lástima que tengamos que abandonar todo esto —dijo Horvath—. De todos modos nos va muy bien con las grabaciones y registros que estamos haciendo. Hologramas, rayos X, densidades de masa, emisiones de tadon y hemos desmontado todo lo que se desmonta para comprobar las piezas. El teniente Sinclair nos ha ayudado mucho... La Marina puede ser muy útil a veces. Me gustaría que lo fuese siempre.

—¿Ha pensado usted en el problema desde el punto de vista de la Marina? Si usted se equivoca en sus suposiciones, pierde alguna información. Si ellos se equivocan, ponen en peligro a toda la especie.

—Vamos, por muy avanzados que estuviesen los pajeños, no hay
bastantes
simplemente para amenazar al Imperio. Lo sabe perfectamente, David.

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