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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

La paja en el ojo de Dios (64 page)

BOOK: La paja en el ojo de Dios
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En una ocasión Buckman recuperó su interés. Había estado examinando las órbitas de los asteroides como un favor a Horvath. De pronto se quedó con los ojos en blanco. Luego tecleó febrilmente códigos en la computadora y observó los resultados.

—Increíble.

—¿Qué es increíble?—preguntó paciente Horvath.

—La Colmena de Piedra estaba absolutamente fría.

—Sí. —Horvath tenía experiencia en sacarle información a Buckman.

—Supongamos que el resto de los asteroides lo están. Lo creo. Esas órbitas son perfectas... aunque la proyectáramos adelante o atrás lo que quisiéramos, jamás habría colisiones. Esas cosas pueden llevar ahí
mucho tiempo.

Horvath continuó hablando consigo mismo. ¿Qué antigüedad tenía aquella civilización asteroidal? ¡Buckman pensaba en ciclos vitales estelares! No era extraño que la Colmena de Piedra se hubiese enfriado: los pajeños no hacían correcciones orbitales. Simplemente colocaron los asteroides donde los querían...

Bueno, pensó, es hora de volver a la nave regalo. No tardaremos mucho en tener que abandonarla... ¿Hará algún progreso Blaine?

Rod y Sally conferenciaban en aquel momento con el almirante. Estaban reunidos en el puente; que Rod supiese, sólo el almirante y su camarero habían visto alguna vez el interior del camarote de Kutuzov. Posiblemente ni el almirante, pues al parecer siempre estaba en el puente, sin perder de vista las pantallas, perpetuamente acechando una posible traición pajeña.

—Es una lástima —decía Kutuzov— Esa nave sería valiosa. Pero no podemos arriesgarnos a subirla a bordo. Sus mecanismos... ¿quién sabe la fusión que tiene? Y además estarían aquí los pajeños para aprovechar la ocasión...

—Así es, señor —confesó Rod cordialmente; dudaba que la nave obsequio significase una amenaza, pero tenía mecanismos que ni siquiera Sinclair era capaz de entender—. Estaba pensando en algunos de los otros artefactos. Piezas pequeñas. Esas estatuillas que tanto le gustan al capellán Hardy. Podríamos sellarlo todo en plástico, luego fundirlo todo en recipientes de acero y emplazarlo sobre el casco, dentro del Campo. Si los pajeños consiguen algo después de esas precauciones, quizá sea mejor que no volvamos a casa.

—Hum —el almirante se rascó la barbilla—. ¿Cree usted valiosos esos artefactos?

—Sí, señor. —Cuando Kutuzov decía valioso, quería decir algo distinto a lo que querían decir Sally o Horvath—. Cuanto más sepamos sobre la tecnología pajeña, mejores cálculos de amenaza podremos hacer Cargill y yo, señor.


Da.
Capitán, quiero su opinión sincera. ¿Qué piensa de los pajeños?

Sally hubo de hacer un esfuerzo para controlarse. No sabía lo que iba a decir Rod, que estaba demostrando ser todo un genio manejando al almirante.

—Puede decirse que estoy de acuerdo tanto con el doctor Horvath como con usted, señor —dijo Rod, encogiéndose de hombros; al ver que Kutuzov enarcaba las cejas, Rod se apresuró a añadir—: Podrían ser el mayor peligro que hayamos afrontado los hombres, o la mayor oportunidad potencial. O ambas cosas. Pero cuanto más sepamos sobre ellos, mejor... siempre que tomemos precauciones contra los peligros.

—Bien, capitán. Yo valoro su opinión. ¿Asumiría usted personalmente la responsabilidad de neutralizar cualquier amenaza de los artefactos pajeños que cojamos de esa nave? Quiero algo más que obediencia. Exigo su colaboración, su palabra de que no correrá ningún riesgo.

Esto no me hará muy popular ante Horvath, reflexionó Rod. Al principio el Ministro de Ciencias se alegrará de poder cogerlo todo; pero no tardará en querer algo de lo que yo no puedo estar seguro.

—De acuerdo, señor. Iré allí y lo veré por mí mismo. Bueno... necesitaré a la señorita Fowler.

Kutuzov achicó los ojos, mirándole.

—Bien. Será usted responsable de su seguridad.

—Por supuesto.

—Está bien. Adelante.

Cuando Rod y Sally dejaron el puente, el teniente Borman miró con curiosidad a su almirante. Se preguntó si estaría sonriendo. No, por supuesto que no. Era sencillamente imposible.

Si hubiese habido un oficial de rango superior al de Blaine presente en aquel momento. Kutuzov podría haberse explicado, pero no podía hablar de un capitán (y futuro marqués) con Borman. Lo que podía haber dicho, sin embargo, era: «Merece la pena arriesgar a la señorita Fowler para mantener activo a Blaine. Cuando no se pone a cavilar, es un buen oficial». Kutuzov podía no abandonar nunca el puente, pero la moral de sus oficiales formaba parte de sus deberes; y se lo tomaba muy en serio, como todos los deberes.

Empezaron a producirse conflictos inmediatamente, claro. Horvath lo quería
todo,
y suponía a Rod dispuesto a burlar al almirante; cuando descubrió que se tomaba en serio su promesa, terminó la luna de miel. A medio camino entre la cólera y las lágrimas, vio a la tripulación de Blaine que empezaba a desmontar la nave obsequio, arrancando delicados engranajes (cortando a veces al azar por si los pajeños hubiesen previsto lo que harían los humanos) y empaquetando los recipientes de plástico.

Para Rod fue aquél un nuevo período de actividad útil y además con Sally de compañera. Podían hablar durante horas seguidas cuando trabajaban. Podían beber coñac e invitar al capellán Hardy. Rod empezó a aprender algo de antropología escuchando a Sally y a Hardy discutir sobre sutilezas teóricas del desarrollo cultural.

Cuando estaban ya próximos al punto de Eddie el Loco, Horvath se puso casi frenético.

—Es usted igual que el almirante, Blaine —le dijo mientras veía a un técnico aplicar una máquina de soldar a un engranaje que generaba el campo complejo que alteraba las estructuras moleculares de otra cafetera mágica.

—Ya tenemos una de ésas a bordo de la
Lenin.
¿Qué daño nos haría otra?

—La que tenemos no fue diseñada por pajeños que supiesen que iba a estar a bordo de la nave de combate —contestó Sally—. Ésta es distinta...

—Los pajeños siempre hacen cosas distintas —replicó Horvath—. Y usted es la peor de todos... más cauta que Blaine, Dios mío. Creía conocerla mejor.

Ella sonrió y se volvió.

—Mejor que corte también por allí —dijo al técnico.

—De acuerdo, señorita. —El técnico espacial cambió de sitio y empezó otra vez.

—Bah —Horvath salió de estampida a buscar a David Hardy. El capellán había asumido el papel de purificador, lo que no dejaba de ser justo; sin él, habrían cesado las comunicaciones en el transbordador en unas horas.

El técnico espacial terminó de separar el engranaje y lo empaquetó en una caja. Derramó plástico alrededor y selló la tapa.

—Hay que colocar un recipiente de acero fuera, señor. Yo lo soldaré.

—Bien. Adelante —le dijo Blaine—. Ya lo inspeccionaré más tarde. El técnico abandonó la cabina, y entonces Blaine se volvió a Sally:

—Sabes, no me había fijado, pero Horvath tiene razón. Eres más cauta que yo. ¿Por qué?

—No te preocupes por eso —dijo ella, y se encogió de hombros.

—No lo haré, entonces.

—Ahí tenemos esa protoestrella de Buckman —dijo; dio las luces, cogió a Rod de la mano y lo condujo hacia la escotilla de visión—. No me canso de mirarla.

Sus ojos tardaron unos segundos en ajustarse, pero luego el Saco de Carbón dejó de ser sólo negrura interminable. Después aparecieron los rojos y hubo un pequeño torbellino de rojo sobre negro.

Estaban muy juntos. Últimamente solían estarlo, y a Rod le agradaba. Recorrió la espina dorsal de ella con los dedos hasta que se dio cuenta de que estaba rascándole suavemente detrás de la oreja izquierda.

—Tendrás que hablar muy pronto con los embajadores pajeños —dijo ella—. ¿Has pensado lo que vas a decirles?

—Más o menos. Quizás hubiese sido mejor darles algún aviso, pero bueno, quizás sea más seguro al estilo del almirante.

—Dudo que sea muy distinto. Será hermoso volver a donde hay más estrellas. Me pregunto... Rod, ¿cómo piensas que serán los embajadores pajeños?

—Ni idea. Supongo que lo sabremos muy pronto. Hablas demasiado.

—Eso dice siempre mi tío Ben.

Callaron largo rato.

—Preparados. Llegan a bordo.

—ABRAN LAS ESCOTILLAS DE LA CUBIERTA HANGAR. SAQUEN LOS REMOLCADORES.

—PREPAREN LAS CABINAS.

El aparato descendió a las entrañas de la
Lenin.
Había otro bote con el equipaje de los pajeños; todo, incluso los trajes de presión que habían usado los pajeños a bordo, había sido transferido a otro bote. El vehículo de pasajeros aterrizó en las cubiertas de acero con un
clunk.

—¡Compañía de la nave, ATENCIÓN!

—¡Infantes de marina, PRESENTEN ARMAS!

La cámara neumática se abrió y todo un coro de contramaestres hicieron sonar las gaitas. Apareció una cara marrón-y-blanca. Luego otra. Cuando los dos Mediadores salieron, apareció el tercer pajeño.

Era un blanco puro, con matas sedosas en los sobacos, y un tono gris alrededor del hocico y manchas por el torso.

—Un Amo viejo —susurró Blaine a Sally. Ella asintió. El impacto de los rayos cósmicos sobre los folículos capilares tenía los mismos efectos en los pajeños que en los humanos.

Horvath avanzó hasta el final de la línea de infantes de marina y auxiliares.

—Bienvenidos a bordo —dijo—. Me alegro de verles... éste es un momento histórico.

—Esperamos que para ambas razas —contestó el primer Mediador.

—En nombre de la Marina les doy la bienvenida a bordo —dijo Rod—. Debo pedir disculpas por las preocupaciones de cuarentena, pero...

—No se preocupe por eso —dijo un pajeño—. Yo soy Jock. Y éste es Charlie —señaló al otro Mediador—. Los nombres son sólo una convención; no podrían ustedes pronunciar los nuestros. —Se volvió al Amo blanco, y gorjeó, terminando con—: Capitán Roderick Blaine y ministro Anthony Horvath —luego se volvió a los humanos—. Señor ministro Horvath, le presento al embajador. Solicita que le llamen Ivan.

Rod se inclinó. Nunca se había visto cara a cara con un pajeño, y sentía un vivo impulso de acercarse a él y palparle la piel. Un blanco macho.

—La guardia de honor les conducirá a sus dependencias —dijo Rod—. Espero que sean bastante grandes; hay dos cabinas adyacentes.

Y cuatro oficiales maldiciendo por verse privados de ellas; las consecuencias de esto fueron prolongándose hasta que un joven teniente se encontró en la sala artillera con los guardiamarinas de la
Lenin.


Sería suficiente una cabina —dijo con mucha calma Charlie—. Nosotros no necesitamos intimidad. No es una de las exigencias de nuestra especie. —Había algo familiar en la voz de Charlie que molestó a Rod.

Los pajeños se inclinaron al unísono, copias perfectas de conducta cortesana. Rod se preguntó dónde habrían aprendido aquello. Devolvió la inclinación, lo mismo que hicieron Horvath y los demás que había en la cubierta hangar; luego los infantes de marina les condujeron fuera de allí, con otro escuadrón cerrando el cortejo. El capellán Hardy les esperaba en sus dependencias.

—Un macho —comentó Sally.

—Interesante. Los Mediadores le llaman «el Embajador», sin embargo parece que los pajeños consideran que los tres tienen los mismos poderes. Nos dijeron que tenían que actuar al unísono para firmar tratados...

—Puede que los Mediadores no sean
sus
Mediadores —dijo Sally—. Preguntaré... Estoy segura de que tendré oportunidad. Rod, ¿estás seguro de que no puedo ir allí con ellos, ahora?

Rod rió entre dientes.

—Ya tendrás tu oportunidad. Deja a Hardy que tenga la suya de momento.

Ahora la cubierta hangar se despejaba rápidamente. No había ya rastro alguno de la tripulación de la
Lenin
allí, ni en los botes que recibían a la nave pajeña. El vehículo de los equipajes estaba sujeto, colocado en su lugar y sellado.

—¡ATENCIÓN! OCUPEN SUS POSICIONES DE SALTO, PREPÁRENSE PARA EL IMPULSOR ALDERSON. OCUPEN SUS POSICIONES DE SALTO.

—No pierden el tiempo, ¿verdad? —dijo Sally.

—Ni un minuto. Es mejor que nos apresuremos. —La cogió de la mano y la llevó hacia su camarote mientras la
Lenin
iniciaba muy lentamente su rotación a gravedad cero—. Sospecho que los pajeños no necesitan el giro —dijo Rod cuando llegaban a la puerta de la cabina—. Pero es cosa del almirante. Si tienes que hacer algo, hazlo inmediatamente...

—PREPÁRENSE PARA EL IMPULSOR ALDERSON. TODOS A SUS PUESTOS DE SALTO.

—Vamos —urgió Rod—. Tenemos el tiempo justo para fisgonear la cabina pajeña por el intercomunicador.

Accionó los controles hasta que apareció en la pantalla el camarote de los pajeños.

—Si necesitan ustedes algo —decía el capellán Hardy—, habrá soldados a la puerta siempre, y este botón les conectará directamente con mi cabina. Yo soy su anfitrión oficial en este viaje.

Sonaron timbres por la nave. Hardy frunció el ceño.

—Ahora me iré a mi cabina... Probablemente prefieran estar solos durante el cambio Alderson. Les sugiero que se coloquen en sus literas y no se muevan de ellas hasta que el cambio termine. —Se contuvo para no decir más. Sus instrucciones eran claras: los pajeños no debían saber nada hasta que estuviesen fuera de su sistema natal.

—¿Dura mucho? —preguntó Jock.

—No —contestó Hardy con una leve sonrisa—. Hasta luego.


Auf Wiedersehen —
dijo Jock.


Auf Wiedersehen. —
David Hardy salió desconcertado. ¿Dónde habrían aprendido
aquello?

Las literas tenían unas proporciones erróneas y eran demasiado duras; no preveían las diferencias individuales de los pajeños. Jock balanceó el torso y movió el brazo derecho inferior, indicando su disgusto por la situación, pero al mismo tiempo su sorpresa porque las cosas no fuesen peor aún.

—Evidentemente lo copiaron de algo destinado a un Marrón.

Sus tonos indicaban conocimiento deducido pero no directamente observado. La voz cambió a tono de conversación—. Ojalá hubiésemos podido traer nuestro propio Marrón.


Pienso lo mismo también

dijo Charlie—. Pero habrían desconfiado con un Marrón. Lo sé. —Inició un nuevo pensamiento, pero habló el Amo.

—¿Estaba el Amo humano entre los que nos recibieron? —preguntó Ivan.

—No —respondió Jock—. ¡Maldito sea! Con el tiempo que llevo intentando estudiarlo, y ni le conozco aún ni he podido siquiera oír su voz. Mi opinión es que debe de ser un comité, o un Amo sujeto a la disciplina de los humanos. Apostaría cualquier cosa a que es humano.

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