La palabra de fuego (26 page)

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Authors: Fréderic Lenoir y Violette Cabesos

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: La palabra de fuego
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De pronto, la
ornatrix
se pone a llorar, abre los labios y profiere unos gritos espasmódicos, mientras que su cuerpo es presa de sacudidas:

—¡Livia! ¡Sí, Livia Elia! ¡Sexto! ¡Gayo! ¡Padre! ¡Madre! ¡Rafael! ¡Pedro! ¿Dónde están? ¿Por qué me han abandonado? ¡Oh, no, Simeón Galva Talvo! ¿Por qué? ¿Dónde está Pablo? ¡Pablo! ¡No hay nadie que pueda responderme, nadie! ¿A quién voy a dárselo? ¡Padre nuestro, ayúdame!… ¡Señor, por tu sangre derramada por nosotros…! ¡Por Jesucristo, hijo de Dios, salvador! ¡Por Jesucristo, hijo de Dios, salvador!… ¡Por Jesucristo…!

Faustina da media vuelta y sale del desván.

Al día siguiente, la
ornatrix
va a despertar a su señora en cuanto amanece, como todas las mañanas. Tiene el semblante demacrado y unas oscuras ojeras marcan sus ojos malvas. Le sorprende sobremanera que la mecha de estopa y cera arda todavía. Encuentra a Faustina totalmente vestida, sentada en la cama, rodeada de
Volumina
medio desenrollados. Su rostro todavía maquillado de la noche anterior se agrieta como un viejo cuadro resquebrajado. Con los ojos entornados, la matrona mira a su esclava sin decir palabra. La muchacha abre los postigos de madera y las ventanas sin cristales dejan entrar el fresco de la mañana. Le tiende un vaso de agua a su ama y se arrodilla para ponerle las sandalias dejadas sobre el
toral
. Después pasa al
balnea
y regresa con una palangana llena de agua. La
ornatrix
abre sus dos cofres y empieza su tarea. Lentamente, borra el falso rostro de Faustina. Esta última guarda un silencio desacostumbrado.

«¿Estará enferma? —se pregunta Livia—. Es la primera vez que se pasa la noche leyendo y, sobre todo, que no me cuenta inmediatamente el festín de la noche pasada. ¿Comería algo en casa del prefecto del Pretorio que le ha sentado mal?»Liberada de sus artificios, la cara de la patricia aparece marcada por las huellas de la edad y extrañamente frágil. Sin afeites, ella misma se siente vulnerable.

—¿Ya no tienes fiebre? —le pregunta a su
ornatrix.

Livia niega con la cabeza.

—¿Estás segura de que te encuentras restablecida del todo? ¿No quieres ir al médico? —insiste.

Livia dice por señas que se encuentra perfectamente bien. Luego señala a Faustina, su lecho, los libros, la vela, y adopta una expresión interrogadora.

—¡Ah, sí! No conseguía dormir —explica Faustina— y necesitaba comprobar ciertas cosas…

No dice nada más. Livia deduce que el comportamiento de su ama se debe más a las aserciones de Partenio sobre su supuesta mala conducta en casa del perfumista que a una orgía de comida y vino. El intendente se ha ido de la lengua y Faustina se siente decepcionada de su
ornatrix
, asqueada tal vez… Livia se avergüenza, pero sabe que en Roma vale más ser depravada que cristiana. El vicio es una diversión; la práctica de una religión prohibida, un crimen. Sin embargo, ¿no le ha contado Faustina a Livia que había tenido numerosos amantes y que, hasta una fecha reciente, no vacilaba en engañar a su marido con jóvenes efebos a los que remuneraba por sus servicios? Faustina no es una ingenua ni está despechada, simplemente siente celos de la juventud de su criada.

—Nerón ha muerto.

Faustina ha dejado caer esa frase como un cuchillo sobre el suelo. Livia interrumpe su gesto.

—Anoche se clavó un puñal en la garganta.

Impresionada por la noticia, Livia mira como atontada el algodón empapado de agua de rosas que acaba de pasar por la cara de su señora. Está sucio, impregnado de sudor y de impurezas.

—Deberías alegrarte, Serva, más aún que nosotros, los romanos.

La
ornatrix
mira a la matrona sin comprender.

—Quiero decir que, si este suicidio significa para nosotros el final feliz y justo de un mal soberano, para ti y los tuyos esta muerte es la de un tirano y, sobre todo, un verdugo…

La joven empieza a comprender las insinuaciones de Faustina, pero finge no oírla. Coge una píxide de estaño y embadurna enérgicamente de crema el rostro fofo y arrugado de su ama.

—Haces como si no entendieras mis palabras —insiste Faustina—, pero no eres sorda… ¡Ni siquiera eres muda!

Livia suelta el bote de crema, que, tras rebotar sobre el suelo de madera, desparrama su contenido sobre el precioso
toral
de lana y seda.

—¡Por fin te he calado! —grita Faustina levantándose—. Anoche subi a verte, estaba preocupada por ti y pensaba que hacerte comer carne asada te curaría… ¡Cuál no fue mi sorpresa cuando te oí hablar en sueños!

Livia se mordió los labios.

—¡Sí, pequeña, cuando uno decide mentir, es preciso controlar también lo incontrolable, es decir, los sueños! ¡Hace cuatro años que estás haciendo teatro, eres tan muda como yo; oyes, escuchas lo que se dice aquí y después vas a contárselo todo a esa banda de malvados que fomenta nuestra ruina!

La esclava está demasiado impresionada por la cólera de Faustina para poder replicar.

—¡Lo sé todo, ya ves! Te delataste tú misma anoche pronunciando el nombre de tu jefe… Debo reconocer que, en el momento, ese nombre no me decía nada…, pero me he documentado…

Faustina señala los papiros.

—¡Sé quién eres, perteneces a esa secta antropófaga y criminal cuyo jefe es un monstruo con cabeza de asno que se llama Jesucristo! Ahora comprendo por qué evitas nuestros alimentos, nuestros templos, nuestras costumbres… Eres nuestra enemiga… Quieres destruirnos… Yo confiaba en ti y me has traicionado, ¡me has traicionado!

El dedo acusador de Faustina se aparta de la
ornatrix
. La mujer se deja caer en la cama y se coge la cabeza entre las manos.

—No —susurra Livia con una voz inaudible—. No. Os equivocáis… —La joven se arroja a los pies de su ama—.Jamás os he traicionado. Jamás. Estaba realmente privada del habla desde hace cuatro largos años… La recuperé ayer, de repente… Volviendo de la tienda del perfumista con Partenio, me crucé en la calle con un viejo amigo al que creía muerto… Un íntimo amigo de mi familia… El no me reconoció, pero yo lo vi perfectamente. La conmoción fue tan grande… que tuve un súbito acceso de fiebre… Vos fuisteis testigo. Cuando os marchasteis, estaba en plena crisis. Me instalaron en el desván, sola, y allí, allí… Vino con el rostro de ese hombre que vi en la calle… las imágenes del drama… el pasado… mi nombre… las palabras… ¡Hablaba, hablaba de nuevo!

Livia se echa a llorar. Faustina la observa con recelo.

—Escuchadme —suplica Livia entre sollozos—. Os lo ruego, escuchadme, os lo voy a contar todo…

Después de haber callado durante cuatro años, Livia cuenta su historia por segunda vez en dos días. Pero a Faustina no le habla de Pablo, Pedro, Simeón Galva Talvo y, menos aún, de su hermano Haparonio. Como al perfumista, no le dice nada de Rafael y del mensaje del que es portadora. Confiesa que es cristiana, pero a la matrona le habla más de su madre, de su padre, de sus hermanos, de Magia y de su infancia romana. Relata el arresto de los suyos, el asesinato de Magia, la traición de sus tíos, su supervivencia y su vagabundeo por la ciudad, durante el cual asistió, impotente, a la matanza de los cristianos que la dejó muda, y finalmente su encuentro con el soldado tuerto que la vendió al mercader de esclavos. Para terminar, admite que, en el fondo, Faustina fue su salvación.

—Entonces, eres una ingenua —susurra la aristócrata, emocionada e impresionada por los orígenes sociales de su sirvienta—. Naciste libre, eres una ciudadana perteneciente a la casta de los
honestiores
y yo te he convertido en una esclava…

—Ha sido Nerón quien me ha convertido en una esclava. Asesinando a los míos, me ha arrebatado mi pasado, mi identidad y mi futuro. Vos me habéis dado un techo, comida, un oficio, afecto. Vos me habéis protegido.

—Pobrecilla… Recuerdo aquel día, en sus jardines. Era cobarde y degradante…, indigno… y repugnante.

Faustina siente compasión por Livia. Pero recobra el dominio de sí misma.

—¿Cómo puedes seguir siendo fiel a tu Dios después de todo eso? —se subleva—. ¡Sabes que tu fe es ilegal, mala y peligrosa! ¡Hará que te maten! ¡Debes abandonarla!

—Eso sería abandonar a mi familia —contesta Livia—, hacerlos morir otra vez.

—¡Pero tus ancestros no practicaban ese culto necio! ¡Respetaban el panteón romano! Escarneces a todos tus antepasados en nombre de tus padres. Además, tus creencias son creencias de esclavos. Tú mereces algo mejor que eso.

—; Creer en la vida eterna después de la muerte es practicar un culto de esclavos?

La adepta de Isis calla.

—Me niego a discutir sobre estas cuestiones contigo —responde finalmente Faustina—.Y me entran ganas de echarte de mi casa.

Livia palidece.

—Pero tu historia me ha conmovido y te tengo afecto —continúa la matrona—. Puedes quedarte, pero con dos condiciones. La primera es que sigas siendo mi
ornatrix
y no le digas a nadie cuál es tu origen. Oficialmente, has nacido esclava, huérfana y muda.

—Os lo prometo, señora.

—La segunda es que, a partir de hoy, dejarás de practicar tu religión, que puede traer la desgracia a esta casa, arruinar la carrera de mi marido y hacer que nos destierren de la ciudad. Los dioses han obrado un milagro y, la noche pasada, la diosa Isis visitó tus sueños para darte el habla. Para agradecérselo, te convertirás en una iniciada, seguirás sus enseñanzas y me acompañarás al templo.

Invadida por una mezcla de sorpresa y terror, Livia dice con un hilo de voz:

—Señora…, os lo ruego, no me pidáis eso…

Faustina se pone en pie, coge de las manos a su
ornatrix
, que sigue arrodillada, y la levanta con una autoridad teñida de ternura.

—No te lo pido, te lo ordeno. No puedo tolerar bajo mi techo la presencia de alguien que realiza, aunque sea en secreto, rituales bárbaros. Además, te tengo demasiado afecto para soportar que te condenes así. Eres demasiado joven y estás demasiado corrompida por tu secta para darte cuenta de que te hago un inmenso regalo, pero ya verás, dentro de un tiempo, cuando te hayas liberado de tus falsas creencias, cuando hayas descubierto el poder y la belleza de Isis, me lo agradecerás… Mientras tanto, date prisa, termina de arreglarme para que vaya a informar al sumo sacerdote y a hablar con él de tu iniciación. Rápido.

Capítulo 17

—¿Qué es más rápido? —preguntó Johanna—. ¿La liebre
á la royale
o la carpa
á la bohémienne
?

—Sin duda alguna la liebre —responde el restaurador—. Cuando está estresada, puede alcanzar los ochenta kilómetros por hora, mientras que la pobre carpa se mueve como mucho a doce… El atún rojo es claramente más rápido, pero no lo sirvo desde que está en peligro de extinción… El tiburón va también deprisa, pero ahora no es temporada… ¡Debería inclinarse hacia el palomo o el pato salvaje, unos auténticos cohetes!

—Me refería al tiempo de preparación de los platos en la cocina…

—Lo había entendido, pero aquí eso no es un criterio. Si tiene prisa, le recomiendo unos bocadillos o unas hamburguesas en el bulevar Saint-Michel.

—Serge, tráenos dos copas de champán —intervino Luca—. Pediremos después.

—Muy bien. Enseguida.

El restaurador se alejó.

—¡Será idiota! —exclamó Johanna.

—No, Jo, no ha hecho más que defenderse —susurró Luca—. Lo has ofendido… En una zona tan turística, se las ingenia para ir al mercado de mayoristas todas las mañanas y elegir los mejores productos, cocinar unos platos tradicionales maravillosos y no excesivamente caros, y servirlos en un marco propicio para relajarse, y tú vienes como si estuvieras a punto de perder el tren…

—Claro —replicó ella en un tono acerbo—. Tengo todo el tiempo por delante, con una niña de cinco años que se ahoga a unas calles de aquí. Lo que más me apetece es esperar una hora para comerme un trozo de pescado…

—Johanna, no exageres! Romane no está sola, está con Isabelle, y estoy seguro de que duerme plácidamente.

—Ah, ¿sí? Se nota que no has pasado una noche entera con nosotras desde hace semanas… En fin, tienes razón, voy a comprobar si todo va bien…

Cogió el móvil y salió a la puerta del restaurante, en una callejuela entre el Sena y la plaza Maubert. Mientras tanto, llevaron a la mesa las bebidas y un cuenco de paté de aceitunas verdes.

Cuando la arqueóloga se sentó de nuevo frente a su compañero, sus facciones estaban menos tensas y su voz sonaba más serena.

—De momento no hay ninguna novedad —dijo—. Isabelle todavía no la ha acostado, están viendo una opereta en la televisión. Parece que a Romane le encanta
El cantor de México.

—Johanna —dijo Luca, cogiéndole la mano—, ¿no crees que tienes derecho a una velada tranquila, sin tu hija por unas horas, a una cena íntima con tu pareja? Acuérdate de que mañana me voy a Nueva York.

—Tranquilo, no se me ha olvidado.

Johanna apretó más fuerte la mano de Luca y sumergió la mirada en sus ojos negros.

—Estoy muy contenta de estar aquí contigo —dijo—, pero no te das cuenta de lo que es mi vida desde que Romane está enferma, no tienes ninguna conciencia de su estado y…

—Jo, ¿no te han dicho, en Necker, en Trousseau y en Port-Royal, que está bien?

—No es exactamente ese el diagnóstico, Luca. Y ya estoy harta de verla sufrir, así que voy a intentar buscar una solución por otro lado. Mañana por la mañana tenemos cita con un psiquiatra que practica la hipnosis.

Luca dejó la copa que acababa de coger.

—¿Con un hipnotizador? Johanna, has perdido la cabeza! Tú, una persona instruida, una científica, ¿vas a poner a tu hija en manos de un charlatán? Ya puestos, ¿por qué no acudir a un curandero o a un brujo?

Johanna suspiró y retiró la mano. Se bebió de un trago su copa de champán. El restaurador volvió con su libreta y ella pidió palomo. Luca optó por la carpa y una botella de cornas.

—Verás, Luca —dijo con calma—, la situación es más grave de lo que crees y, tal como están las cosas, iría a ver a un curandero e incluso a un brujo, si fuera capaz de ayudar a mi hija…

—Pero, Jo, has consultado a los mejores pediatras de París, ¡no puedes poner en entredicho de esta forma su diagnóstico!

—Lo único que me han dicho, Luca, es que Romane no tiene nada orgánico. Y que, por lo tanto, no pueden hacer nada por ella.

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