Read La palabra de fuego Online
Authors: Fréderic Lenoir y Violette Cabesos
Tags: #Histórico, Intriga
—¡Si pudiéramos aunque solo fuese tener una vaga idea del contenido de esa frase! —había exclamado la arqueóloga, señalando el hueso negro que había dejado sobre la mesa, al lado del pergamino de María de Betania—. Es contrario a los fundamentos y a la ética de mi profesión, pero no me decido a revelar este descubrimiento al mundo… Sin embargo, si lo hiciera, el mensaje sería descifrado inmediatamente y Vézelay adquiriría una fama jamás alcanzada en el pasado…
—Y usted también —había añadido el franciscano.
—Desde luego. Pero la gloria no me interesa.
—Lo sé. Su búsqueda interior se ha alejado hace tiempo de ese peligroso camino.
—Por otro lado, ¿con qué derecho voy a privar a la humanidad de este tesoro inestimable? —había añadido mirando al anciano—. No sé qué decisión tomar… Ilumíneme…
—Este descubrimiento la supera, hija mía, pero supera también al pobre monje que soy yo.
—Consulte sus libros, padre. ¡Entender unas pocas palabras puede ayudarnos! Le dejo la reliquia y el manuscrito. Están más seguros aquí que en mi casa, donde las idas y venidas de la policía son constantes.
—Lo intentaré, Johanna. Pero no le prometo nada. Trabajaré toda la noche si es preciso. Vuelva mañana por la mañana.
En cuanto la arqueóloga se había marchado, fray Pacifique había cerrado la puerta con llave por primera vez en su larga existencia. Después había dejado escapar un suspiro, más bien un soplo de dolor y de culpabilidad ante el pecado que acababa de cometer. A continuación, se había puesto las gafas, había encendido la lámpara junto a la estufa y acercado a la luz la costilla de cordero grabada. Le había mentido a Johanna. ¿Por orgullo, por vanidad, por miedo o por prudencia? Lo ignoraba. Observó los pequeños signos de grafismo cuadrado que cubrían las dos caras del hueso. Las palabras ocultas de Jesús… Había descifrado enseguida los símbolos en arameo, lengua que había estudiado en su juventud, además del latín, el griego y el hebreo.
La lectura de la palabra perdida de Cristo lo había sumido primero en una gran perplejidad. Luego, como le había sucedido a María de Betania veinte siglos antes, esa palabra se había adueñado de su alma y la había iluminado, antes de atravesarla como una quemadura, de torturarla y de consumirla como si fuese una hoja de papiro.
De rodillas, perdido en su agitación interior, no advirtió la noche que caía sobre la capa de nieve blanda. Las tinieblas tomaron posesión del mundo sin que él se tendiera ni un instante, y no tocó la cena que el monje cocinero de las Fraternidades de Jerusalén depositaba todos los días en su puerta.
—Señor Jesús —murmuró—, este es, pues, el quinto Evangelio, el tercer Testamento, tu última palabra, la única que escribiste con tu mano. Es tan terrible que quisiste ocultarla mientras la humanidad y tus propios discípulos, los cristianos, no estuvieran preparados para escucharla. ¿Quién esculpió la figura y escondió dentro tu frase, junto con la carta de María de Betania? ¿Cuándo? ¿Por qué me has reservado precisamente a mí, un viejo a las puertas de la muerte, un monje mendicante, el más humilde, el más miserable de tus servidores, esta revelación? ¿Qué debo hacer con este mensaje? ¿Sepultarlo en mi corazón o divulgarlo? ¡Es una responsabilidad enorme! Temo que, si acudo al Vaticano, esta palabra desaparezca para siempre, tan revolucionaria es para nuestra santa institución…
A la luz de la luna, prosternado en el suelo de su celda, fray Pacifique pidió que Cristo lo iluminara y pidió también la ayuda de María madre de Jesús, María Salomé, María Jacobe, Abigail, Marta, María de Betania y todas las mujeres a las que Jesús había amado y que habían amado al Señor en vida. Imploró asimismo al misterioso escultor medieval que había tallado la imagen de María Magdalena y escondido dentro, a semejanza de la santa, el pergamino y el hueso.
El alba apareció lentamente a la espalda de fray Pacifique. Lívida al principio, se tiñó de azul y de rosa, con la apariencia de un crepúsculo. Pero los rayos dorados atravesaron los tonos pastel, el cielo adquirió una transparencia que hizo estallar las nubes y el sol impuso la aurora.
El viejo monje se levantó. Sobre el hábito marrón, se puso un abrigo oscuro de paño apolillado y una bufanda gris de punto. Sacó del cajón de la mesa una caja metálica que contenía azúcar, la vació y metió dentro el pergamino y la costilla de cordero ennegrecida, previamente envueltos en su basto pañuelo de algodón. Después se guardó la caja en un bolsillo del sayal, antes de salir de la celda.
Delante de la casa rectoral, tropezó con un montículo de nieve. Se puso en pie, levantó la cabeza y finalmente se dio cuenta de que nevaba.
—Hágase Tu voluntad —susurró, observando el cielo—. Es demasiado pronto… aún es demasiado pronto… No ha llegado el momento… Voy a esconderlos… Los hombres esperarán el tiempo que quieras… No están preparados para escuchar tu testamento… ¡el testamento de Dios!
Entró en el cobertizo de la casa rectoral, salió con un pico y se apoyó en él como si fuera un bastón. Lentamente, se alejó a través de la cortina de copos, que transformó su abrigo negro en alba blanca.
FRÉDERIC LENOIR, ensayista y novelista francés (Madagascar, 1962). Licenciado en Filosofía por la Universidad de Friburgo, donde tiene dos profesores que influirán notablemente en él: el filósofo dominico Marie-Dominique Philippe y el filósofo y talmudista Emmanuel Lévinas. En 1986 entra como editor de la sección de religiones de Editions Fayard, puesto al que renuncia en 1991 para dedicarse a su tesis doctoral sobre el budismo en Occidente en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, que finaliza en 1994, año en que accede como investigador asociado a la propia Ecole, trabajando junto a Edgar Morin, otro de sus maestros intelectuales, con el cual abordará un enfoque multidisciplinar de la fe religiosa desde las perspectivas de la filsofiía, la sociología y la historia.
En 2001 publica su primera novela, Le secret; en 2004 publica La promesa del ángel, escrito junto con Violette Cabesos, y en 2006 El oráculo de la luna. De estas dos obras se venderán más de un millón de ejemplares en una veintena de países. En 2004 asume la dirección de la revista Le monde des religions, dedicada a ofrecer una visión cultural y laica sobre el hecho religioso, y empieza a colaborar regularmente con L'Express y Psychologies Magazine. En 2009 se estrena la obra teatral Bonté divine, coescrita con Louis Michel Colla, y aparece su ensayo La saga des francs maçons, colaboración con Marie-France Etchegoin. Ese mismo año comienza la emisión semanal Les racines du ciel en la cadena televisiva France Culture, donde Lenoir responde a preguntas del auditorio sobre temas de religión y espiritualidad. En 2010 publica dos nuevos ensayos, Comment Jésus est devenu Dieu y Petit traité de vie intérieure. En 2011, una nueva colaboración con Violette Cabesos da como resultado la publicación de La palabra perdida.
VIOLETTE CABESOS, escritora francesa, recibió en 2004 el Prix des Maisons de la Presse gracias a su segundo libro, La promesa del ángel, escrita junto a Frédéric Lenoir, y en el que hay grandes dosis de novela histórica, romance y aventuras.
[1]
Del 19 al 24 de julio del año 64 d. de C.
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[2]
Vinos famosos en la antigua Roma. (N. de la T.)
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[3]
Es decir, octubre del año 64.
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[4]
Pergamino utilizado como esquela mortuoria para anunciar la muerte de un miembro eminente de la orden. El documento era llevado por un monje de monasterio en monasterio —todos pertenecientes a la misma orden, en este caso, la orden benedictina— y cada establecimiento escribía en él sus condolencias. Pegadas unas a otras, acababan por formar un rollo, llamado «rollo de los muertos», que podía llegar a medir más de veinte metros de largo.
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[5]
Unos doscientos kilómetros.
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[6]
El día antes era el 9 de junio del año 68 d. de C.
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[7]
El 24 de octubre del año 69.
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[8]
El 18 de diciembre del año 69.
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[9]
Es decir, año 74 d. de C.
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[10]
Es decir, el año 62 d. de C., más precisamente el 5 de febrero de 62.
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[11]
La actual Via Stabiana, calle de Estabia.
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[12]
La actual Via dell'Abbondanza, calle de la Abundancia.
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[13]
Jules Roy es un escritor francés que vivió en Vézelay, frente a la basílica, desde 1978 hasta 2000, año en que falleció, y está enterrado en esa pequeña ciudad. Christian Zervos, coleccionista de arte y editor, además de fundador de la revista
Cahiers d'Art
, donó una colección de obras de arte a la ciudad, donde se exponen en el llamado Musco Zervos. (N. de la T.)
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[14]
Es decir, abril del año 78 d. de C.
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[15]
El 1 de agosto
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[16]
El 1 de agosto.
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[17]
Es, pues, el 1 de agosto del año 79.
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[18]
Es decir, el 24 de agosto.
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[19]
Entre las 9.30 y las 10.44 de la mañana.
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[20]
La una de la tarde.
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