La Profecía (16 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: La Profecía
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El catalista siguió hablando, contando la extraña y triste educación recibida por Joram. El príncipe lo escuchaba en silencio, absorto, fascinado.

—No hay duda de que Anja estaba loca, Alteza —dijo Saryon dejando escapar un suave suspiro—. Su sufrimiento fue terrible; había visto al hombre que amaba...

—El padre de Joram, el catalista —aclaró el príncipe.

—Hum... sí, milord. —Saryon empezó a toser y se vio obligado a aclararse la garganta antes de continuar. Garald se dio cuenta de que no lo miraba al hablar—. El catalista. Ella estuvo presente cuando lo sentenciaron a la Transformación. ¿Habéis asistido a ese castigo, Alteza?

Ahora el catalista sí que volvió la mirada hacia el príncipe.

—No —replicó Garald, sacudiendo la cabeza—. Por Almin, que espero no tener que presenciarlo nunca.

—Hacéis bien en rogar por eso, milord —dijo Saryon, volviendo de nuevo la mirada a las danzarinas llamas de la hoguera—. Yo fui testigo. De hecho, vi cumplirse el edicto en el padre de Joram, aunque, desde luego, yo no lo sabía entonces. Qué extraño es el destino...

Saryon se quedó silencioso durante tanto rato que el príncipe Garald lo tocó en un brazo.

—¿Padre?

—¿Qué? —Saryon dio un respingo—. Oh, sí. —Tiritando, se envolvió en sus ropas—. Es un castigo terrible. En el mundo antiguo, según se nos ha dicho, a los hombres se los sentenciaba a morir por sus crímenes. Nosotros consideramos que eso es una barbarie, y supongo que así debe ser. Pero creo que, en ocasiones, la muerte debe resultar un placer comparada con nuestras civilizadas costumbres.

—Vi enviar a un hombre al Más Allá —dijo el príncipe en voz baja—. No, esperad; era una mujer. Sí, una mujer. Yo no era más que un crío; me llevó mi padre. Era la primera vez que viajaba por los Corredores, y recuerdo que estaba tan excitado por el viaje que apenas si sabía a qué se debía, aunque estoy seguro de que mi padre intentó prepararme para ello. Pero si fue así, no le salió bien.

El príncipe se agitó, inquieto. Se sentó, abandonando la cómoda posición tumbada sobre la hierba y, también él, se quedó mirando fijamente las llamas. Su apuesto rostro y sus claros ojos castaños se oscurecieron con los recuerdos.

—¿Cuál fue su crimen, milord?

—Estaba intentando recordar. —Garald meneó la cabeza—. Debió de ser algo atroz; probablemente relacionado con el adulterio, porque recuerdo que mi padre fue bastante confuso y vago en los detalles. Era una maga, de eso estoy seguro.
Albanara
: un miembro de la corte de gran categoría. Recuerdo que estaba relacionado con hechizos, la seducción de un hombre contra su voluntad. —Garald se encogió de hombros—. Al menos me parece que eso fue lo que mi padre me contó.

»Niño como era —continuó—, creí que sería como un juego; me sentía terriblemente excitado. Todos los miembros de las cortes reales estaban allí, ataviados con sus preciosos vestidos, coloreados especialmente en diferentes tonalidades de rojo para la ocasión. Yo estaba muy orgulloso de mi traje y quería guardarlo, pero mi padre me lo prohibió. Estábamos allí de pie, en la Frontera, junto a los enormes Vigilantes vivientes...

Hizo una pausa y luego continuó:

—Yo no sabía entonces que aquellos hombres y mujeres de piedra estaban vivos. Mi padre no me lo dijo. Me atemorizaban, alzándose en el aire a nueve metros de altura, mirando eternamente las oscuras brumas del Más Allá con mirada imperturbable. Un hombre se adelantó, vestido de color gris. Supongo que era un
Duuk-tsarith
, aunque recuerdo que había algo diferente en sus ropas...

—El Verdugo, milord —intervino Saryon con voz tensa—. Habita en El Manantial y sirve a los catalistas. Sus ropas son de color gris, la neutralidad de la justicia, y están marcadas con los símbolos de los Nueve Misterios, para significar que la justicia no hace distinciones.

—No me acuerdo. Era un hombre que resultaba impresionante; eso es todo lo que recuerdo. Un hombre alto, que sobrepasaba mucho a la mujer que llevaba atada a su lado, como las estatuas de piedra se elevaban por encima del resto de nosotros. El Patriarca, debía de ser Vanya porque ha sido el Patriarca desde que yo tengo uso de razón, se dirigió a los presentes, repasando los crímenes de aquella mujer. Pero no lo escuché. —El príncipe sonrió tristemente—. Me sentía aburrido; deseaba que sucediera algo.

»Vanya acabó por fin su discurso. Invocó a Almin, pidiéndole que tuviera misericordia del alma de aquella infortunada. Ella había permanecido muy quieta durante todo el tiempo, escuchando las acusaciones con aire de desafío. Tenía el pelo de un brillante color rojo y lo llevaba suelto, cayéndole por la espalda hasta más abajo de la cintura. Vestía ropas también de color rojo sangre, y recuerdo haberme fijado en la viveza de su pelo, que brillaba bajo el sol, y lo apagadas que se veían sus ropas, por contraste. Pero cuando el Patriarca invocó la bendición de Almin, ella echó la cabeza hacia atrás y cayó de rodillas, mientras exhalaba un lamento que hizo pedazos mi inocencia infantil.

»Mi padre se dio cuenta de que temblaba, y lo comprendió. Me rodeó con un brazo y me apretó contra él. El Verdugo agarró a la mujer y la obligó a ponerse en pie. Hizo un gesto con el brazo, indicándole que debía andar hacia adelante... ¡Dios mío! —El príncipe cerró los ojos—. ¡Dirigirse a aquella espantosa niebla! La mujer dio un paso hacia aquellas arremolinadas brumas, luego volvió a caer de rodillas; sus gritos pidiendo misericordia desgarraban el aire. Rogó y suplicó. ¡Se arrojó sobre la arena y empezó a arrastrarse hacia nosotros! ¡Arrastrándose a gatas!

Garald quedó en silencio, con la mirada fija en el fuego; su boca apretada formaba una sombría línea en el rostro.

—Finalmente —prosiguió—, el Verdugo la llevó a cuestas, pataleando y debatiéndose, hasta el extremo mismo de la Frontera. Las brumas se enroscaron en sus ropas, haciendo que apenas pudiéramos distinguir a ninguno de los dos. Oímos un último y terrible lamento... y luego sólo el silencio. El Verdugo regresó... solo. Volvimos al Palacio de Merilon; y yo caí enfermo.

Saryon no dijo nada. Garald se asustó cuando vio que el catalista se había quedado pálido como un muerto.

—No es nada, Alteza —dijo Saryon, en respuesta a la preocupada mirada del príncipe—. Sólo que... yo mismo he visto varias Expulsiones. Son recuerdos que me persiguen. Y es siempre igual, tal como decís; algunos van por sí mismos, desde luego. Orgullosos, desafiantes, con la cabeza bien alta. El Verdugo los acompaña hasta la Frontera y ellos penetran en la niebla como si pasaran sencillamente de una habitación a otra. Sin embargo... —Saryon tragó saliva—, se oye siempre ese último grito, proviniendo de los remolinos que forma la niebla..., un grito de horror y desesperación, que les es arrancado incluso a los más valerosos. Me pregunto qué es lo que ven...

—¡Es suficiente! —interrumpió Garald, secándose el helado sudor del rostro—. Los dos tendremos pesadillas si seguimos hablando de esto. Volvamos a Joram.

—Sí, milord. Con mucho gusto. Aunque... —el catalista sacudió la cabeza— su historia no da pie precisamente a un sueño tranquilo. No os contaré los detalles de la Transformación en Piedra. Baste decir que el Verdugo cumple con su cometido y que, si yo pudiera elegir mi castigo, escogería ese último momento de terror en las brumas a una existencia como muerto viviente.

—Sí —murmuró Garald—. Me estabais hablando de la madre del muchacho.

—Gracias por hacerme memoria, Alteza. Anja fue obligada a contemplar cómo su amante era transformado de hombre vivo en roca viviente, y luego fue conducida de nuevo a El Manantial, donde dio a luz a..., a su hijo.

—Seguid —lo instó el príncipe, viendo que el rostro del catalista palidecía y apartaba la mirada.

—Su hijo... —repitió el catalista, algo confundido—. Ella... se llevó al... bebé y huyó de El Manantial, viajando a las regiones más distantes del país, donde encontró trabajo como Maga Campesina. En aquel pueblo crió a su hijo..., crió a Joram.

—Esa Anja, ¿provenía de familia noble? ¿Lo sabéis con seguridad? ¿Joram
tiene
sangre noble?

—¿Sangre noble? ¡Oh, sí, Alteza! Al menos, eso fue lo que el Patriarca Vanya me contó —titubeó Saryon.

—Padre, parece como si cada vez os encontrarais más indispuesto —dijo Garald, preocupado, observando los cenicientos labios del catalista y las gotas de sudor que cubrían su cabeza tonsurada—. Continuaremos con esto en otro momento...

—No, no, Alteza —se apresuró a decir Saryon—. Me... alegra que os toméis... tanto interés por Joram. Y... ¡necesito hablar sobre esto! Ha sido... un gran peso que he llevado en mi corazón...

—Muy bien, Padre —repuso el príncipe, fijando sus fríos ojos en el catalista—. Por favor, continuad. Estabais diciendo que al muchacho lo criaron como Mago Campesino...

—Sí; pero Anja le dijo que era de noble cuna y nunca le permitió olvidarlo. Lo mantuvo aislado de los otros niños; según el catalista del pueblo, su madre nunca le permitió a Joram salir de la casucha en que vivían, excepto en compañía de ella, e incluso entonces no dejaba que el niño hablara con nadie. Permanecía en la casa, solo, todo el día, mientras ella trabajaba en los campos. Anja era una
Albanara
. Era una maga poderosa, que rodeaba la cabaña de conjuros protectores para evitar que el niño saliera y los demás entraran. De todas formas, nadie hubiera intentado entrar —añadió Saryon—. A nadie le gustaba Anja. Era fría y reservada, y siempre le estaba inculcando al muchacho la superioridad de éste sobre los demás.

—¿Ella sabía que estaba Muerto?

—Nunca lo admitió, ante el niño ni tampoco para sí misma. Aunque imagino que ésta fue otra razón para mantenerlo aislado. Pero cuando el niño cumplió los nueve años, ella se dio cuenta de que tendría que ir a los campos, como hacían todos los niños, para ganarse el sustento; fue entonces cuando le enseñó a ocultar su
falta
de magia mediante la prestidigitación y el arte de crear ilusiones. Ella lo había aprendido en la corte, sin duda, donde se practica por diversión. También le enseñó a leer y escribir, con libros que sin duda había robado de su hogar. —Saryon volvió a suspirar—. Y entonces lo llevó a ver a su padre.

Garald contempló al catalista con incredulidad.

—Sí; Joram nunca habla de ello, pero me lo contó el catalista del pueblo, que fue quien le abrió los Corredores. Lo que sucedió allí sólo podemos imaginarlo, pero según el catalista, cuando el chico regresó, estaba tan pálido como un muerto; sus ojos parecían haber contemplado las brumas del Más Allá y haber visto el reino de la muerte. Desde el día en el que vio la estatua de piedra de su padre, Joram se convirtió también en piedra. Frío, distante, insensible. Pocos lo han visto sonreír. Nadie lo ha visto llorar nunca.

Los ojos del príncipe se dirigieron al muchacho, que yacía junto al fuego. Incluso dormido, no distendía la severa expresión de su rostro y mantenía las cejas fruncidas, lo que le proporcionaba un aspecto meditabundo.

—Continuad —invitó el príncipe suavemente.

—Joram era un hábil ilusionista, gracias a lo cual pudo ocultar durante muchos años el hecho de que estaba Muerto. Sé, porque él me lo dijo, que siguió esperando que la magia llegara a él algún día; creyó a Anja cuando le dijo que era un poco lento en desarrollar ese poder, como sucedía con muchos
Albanara
. Lo creyó porque quería creerlo, claro está. Al igual que aún cree todas las historias de Anja sobre la hermosa ciudad de Merilon. Trabajó en los campos con los otros y nadie le hizo preguntas. Fue fácil para él engañar a los Magos Campesinos —añadió el catalista—. A los muchachos de su edad no se les facilita Vida, por razones obvias.

—De esta forma, el capataz mantiene el control sobre ellos —intervino el príncipe, sombrío.

—Sí, Alteza —asintió Saryon, mientras enrojecía ligeramente—. Los jóvenes hacen sobre todo trabajos que implican un esfuerzo físico, tales como limpiar los campos. Este tipo de trabajo no requiere el empleo de la magia, por lo que a Joram lo acompañó la suerte durante un tiempo. Mientras crecía, en el pueblo hubo un buen capataz. Toleraba el mal carácter y el malhumor de Joram. Lo comprendía; después de todo, había visto cómo se había criado el muchacho. Pero llegó un momento en el que la locura de Anja fue evidente para todo el mundo; incluido Joram, estoy seguro. Pero siguió encerrado en sí mismo, apartándose de los demás. Excepto de Mosiah, claro.

—Ah, me preguntaba qué había entre ellos —observó el príncipe, dirigiendo la mirada hacia el otro muchacho, que dormía cerca de Joram.

—Una extraña amistad, milord. Desde luego, no fue nunca fomentada por Joram, por lo que he oído. Pero ahora se siente muy unido a Mosiah, como lo demuestra el hecho de que estuviera dispuesto a luchar con vos para proteger a su amigo. Y Mosiah se halla también muy unido a él, aunque estoy seguro de que muchas veces se debe preguntar por qué se preocupa. Pero siguiendo con la historia... —Saryon se frotó los ojos—. Llegó el día, como tenía que suceder más tarde o más temprano, en el que Joram descubrió que estaba Muerto. El viejo capataz había muerto; y el que ocupó su lugar se tomó como una ofensa personal la actitud resentida de Joram. La consideró una rebeldía y decidió que doblegaría el carácter del muchacho.

»Una mañana, el capataz le ordenó al catalista que facilitara Vida a Joram para que pudiera sobrevolar los campos y ayudar en la siembra como los otros Magos Campesinos. El catalista le dio Vida al muchacho, pero igual podría habérsela dado a una piedra. Joram podía volar igual que un cadáver respirar. El catalista, que debía de ser un miembro de nuestra Orden no demasiado inteligente —añadió Saryon, meneando la cabeza—, concluyó que el muchacho estaba Muerto. El capataz se sintió muy satisfecho, sin duda, y empezó a comentar la necesidad de enviar a buscar a los
Duuk-tsarith
.

»En aquellos días, Anja había perdido por completo el más mínimo vestigio, por tenue que fuera, de cordura. Cambió su apariencia por la de una tigresa y se abalanzó sobre la garganta del capataz; pero éste reaccionó instintivamente, protegiéndose con su magia. El escudo que alzó fue demasiado poderoso. Unos abrasadores rayos de energía golpearon a Anja y ésta cayó muerta a los pies del capataz. Su hijo contempló los hechos, impotente.

—En nombre de Almin —susurró el príncipe, con tono respetuoso.

—Joram tomó del suelo una pesada piedra —continuó Saryon, imperturbable— y se la arrojó al capataz. El hombre no la vio venir; le aplastó el cráneo. De modo que Joram estaba doblemente condenado: por ser uno de los Muertos que se pasean por el mundo y por haber cometido un asesinato.

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