La reina de los condenados (67 page)

BOOK: La reina de los condenados
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»Pero cuando ese pequeño espectáculo hubo concluido, nos llevaron a la alcoba de la pareja real y, por primera vez, bajo la débil luz de lámparas distantes, contemplamos la transformación con nuestros propios ojos.

»Vimos a dos seres palidísimos, pero magníficos, parecidos en todos los aspectos a lo que habían sido de vivos; pero una rara luminiscencia los aureolaba; su piel ya no era piel. Y sus mentes ya no eran totalmente sus mentes. Sin embargo, qué espléndidos eran. Como bien os podéis imaginar todos vosotros. Oh, sí, espléndidos, como si la luna hubiese descendido de los cielos y los hubiese moldeado con su luz. Estaban entre su deslumbrante mobiliario dorado, ataviados con sus mejores galas, mirándonos con ojos que brillaban como obsidiana. Entonces, con una voz muy diferente, una voz que parecía amortiguada por música, el Rey habló:

»—Khayman os ha contado lo que nos ha ocurrido —dijo—. En vuestra presencia tenéis a los favorecidos por un gran milagro; porque hemos triunfado ante la muerte segura. Ahora nos hallamos mucho más allá de las limitaciones y de las necesidades de los seres humanos; vemos y comprendemos cosas que antes nos eran ocultas.

»Pero la expresión imperturbable de la Reina se disipó inmediatamente. En un susurro, espetó:

»—¡Tenéis que explicárnoslo!
¿Qué nos ha hecho vuestro espíritu?

»Ante aquellos monstruos nos hallábamos en el peor de los peligros; intenté comunicar este aviso a Mekare, pero en el acto la Reina soltó una carcajada.

»—¿Crees que no sé lo que estás pensando? —preguntó.

»Pero el Rey le rogó que guardara silencio.

»—Dejemos que las hechiceras hagan uso de sus poderes —dijo—. Ya sabéis que siempre os hemos tenido en consideración.

»—Sí —acordó burlona la Reina—. Y vosotras nos enviasteis esta maldición.

«Enseguida declaré que nosotras no éramos las causantes, que habíamos cumplidos nuestra promesa al abandonar el reino, que habíamos regresado a nuestro hogar. Y, mientras Mekare los estudiaba en silencio, yo les supliqué que comprendieran que, si el espíritu les había hecho aquello, lo había hecho por capricho propio.

»—¡Capricho! —soltó la Reina—. ¿Qué quieres decir con una palabra como capricho? ¿Qué nos ha ocurrido? ¿Qué somos? —volvió a preguntar. Y entonces regañó para que viéramos sus dientes. Y contemplamos los colmillos de su boca, diminutos, pero afilados como cuchillos. Y el Rey también nos mostró su transformación.

»—Para sorber mejor la sangre —susurró el Rey—. ¡No sabéis lo que significa la sed para nosotros! ¡No podemos saciarla! Tres, cuatro hombres, mueren cada noche para alimentarnos y, sin embargo, nos vamos a dormir torturados por la sed.

»La Reina se mesó los cabellos como si quisiera abandonarse a gritar. Pero el Rey reposó la mano en el brazo de ella.

»—Aconsejadnos, Mekare y Maharet —nos dijo—. Porque queremos comprender esta transformación y queremos ver cómo puede ser usada para bien.

»—Sí —afirmó la Reina, haciendo esfuerzos para serenarse—. Ya que seguramente un cambio tal no puede acaecer sin razón alguna. —Entonces, perdiendo su convicción, cayó en el silencio. Parecía, efectivamente, que su pragmático y débil punto de vista de las cosas, aunque endeble y buscando justificaciones, se había desmoronado por completo. Por su parte, el Rey se aferraba a sus ilusiones, como a menudo hacen los hombres hasta muy tarde en la vida.

»Entonces, cuando ambos callaron, Mekare avanzó y puso las manos en el Rey. Puso las manos en sus hombros; y cerró los ojos. Luego puso las manos en la Reina de la misma manera, aunque la Reina no dejó de mirarla furiosamente con sus ojos envenenados.

»—Contadnos —dijo Mekare dirigiéndose a la Reina— qué ocurrió en el momento exacto. ¿Qué recordáis? ¿Qué visteis?

»La Reina permanecía callada, con el rostro contraído y receloso. Verdaderamente aquella metamorfosis había realzado su belleza; pero había algo repelente en ella, como si no fuera la flor sino la copia de la flor hecha de pura cera blanca. Y, a la par que se sumergía más en la reflexión, aparecía más sombría y más perversa; instintivamente me acerqué a Mekare para protegerla de lo que pudiese tener lugar.

»Pero entonces la Reina habló:

»—¡Vinieron a matarnos, los traidores! Y habrían echado la culpa a los espíritus; éste era el plan. Todos volverían a comer carne humana, la carne de sus padres y de sus madres, y la carne que amaban cazar. Entraron en la casa y me acuchillaron con sus dagas, a mí, su Reina soberana. —Se interrumpió porque pareció que volvía a ver aquellos horrores ante sus ojos—. Me apuñalaron, me hundieron sus dagas en el pecho, y caí. Nadie puede vivir con heridas como las que había recibido; y, por eso, al caer al suelo, supe que estaba muerta. ¿Oís lo que os digo? Sabía que nada podría salvarme. Mi sangre brotaba en grandes chorros y caía al suelo.

»"Al ver el charco que se formaba ante mí, advertí que yo ya no estaba en mi cuerpo herido, advertí que ya había dejado el cuerpo, que la muerte me había tomado y que me estaba absorbiendo rápidamente hacia arriba, como a través de un gran túnel, hacia donde ya no sufriría más.

»"No estaba asustada; no sentía nada; miré hacia abajo y me vi tendida en el suelo de aquella casita, pálida y cubierta de sangre. Pero no me preocupaba. Estaba libre de aquel cuerpo. Pero, de repente, algo me agarró, algo cogió mi ser invisible. El túnel desapareció; estaba atrapada en una gran malla, como la red de un pescador. Con todas mis fuerzas luché por desprenderme; la red cedía antes mis fuerzas pero no se rompía, me ataba y me estrechaba poderosamente y no podía desasirme de ella y elevarme.

»"¡Cuando intenté gritar me encontraba de nuevo en mi cuerpo! Sentí la agonía de las heridas como si los cuchillos volvieran a cortarme de nuevo. Pero aquella red, aquella gran red, todavía me tenía atrapada y, en lugar de ser la cosa infinita que había sido antes, estaba ahora concentrada en un tejido más apretado, como la tela de un gran velo de seda.

»"Y esta cosa (visible y sin embargo invisible) giraba a mi alrededor como si fuera el viento, levantándome, dejándome caer, haciéndome dar vueltas. La sangre salía a borbotones de mis heridas. Y empapaba el tejido del velo, como podía haber empapado la urdimbre de una tela cualquiera.

»"Y lo que antes había sido transparente ahora estaba mojado de sangre. Y vi una cosa monstruosa, informe, con mi sangre esparcida por toda su superficie o su volumen. Con todo, esa cosa tenía otra propiedad: un núcleo central, parecía, un pequeño núcleo ardiente, que estaba dentro de mí y que corría enloquecido por mi cuerpo como un animal asustado. Corría por mis extremidades, chocando, golpeando. Un corazón con piernas y correteando. Daba vueltas por mi vientre mientras yo me lo agarraba, me retorcía. ¡Me habría degollado para sacármelo de dentro!

»"Parecía que la gran parte invisible de la cosa (la niebla sanguinolenta que me envolvía) estaba controlada por aquel diminuto núcleo, que serpenteaba tomando esta u otra forma, que viajaba a toda prisa por mi interior, que penetraba en las manos en un momento y en los pies al siguiente. Que me subía por la espina dorsal.

»"Moriría, seguro que moriría, pensaba. Entonces me sobrevino un momento de total ceguera. Silencio. Me había matado, estaba segura. Volvería a ascender, ¿no? No obstante, abrí los ojos de repente; me senté en el suelo como si no hubiera recibido ningún ataque, ¡y vi con toda claridad! Khayman, la refulgente antorcha en su mano, los árboles del jardín… ¡era como si nunca hubiera visto aquellas simples cosas tal cual eran! El dolor había desaparecido por completo, tanto de mi interior como de las heridas. Sólo la luz hería mis ojos; no podía soportar su brillantez. Sin embargo me había salvado de la muerte; mi cuerpo había sido glorificado y perfeccionado. Pero… —y aquí se interrumpió.

«Durante un momento contempló con mirada vacía, indiferente. Luego agregó:

»—Khayman os ha contado el resto. —Miró al Rey que estaba junto a ella, observándola, intentando imaginarse lo que contaba, como nosotras también tratábamos de imaginar.

»" Vuestro espíritu intentaba destruirnos —prosiguió—. Pero había ocurrido algo más; algún gran poder había intervenido para triunfar sobre su maldad diabólica. —Entonces la convicción la abandonó de nuevo. Las mentiras se detuvieron en la punta de su lengua. De inmediato su rostro se puso frío, amenazante. Y dijo con dulzura—: Contadnos, hechiceras, sabias hechiceras, vosotras que conocéis todos los secretos. ¿Cuál es el nombre para el ser que somos?

»Mekare suspiró. Se volvió hacia mí. Yo sabía que Mekare no quería hablar de ello. Y la vieja advertencia de los espíritus me vino a la memoria. El Rey y la Reina egipcios nos harían preguntas y nuestras respuestas no les gustarían. Nos matarían…

«Entonces la Reina volvió la espalda. Se sentó e inclinó la cabeza. Y fue entonces, y sólo entonces, cuando su verdadera tristeza salió a flote. El Rey nos sonrió, cansadamente.

»—Sentimos un gran dolor, hechiceras —dijo—. Podríamos soportar la carga de esta transformación si la comprendiéramos mejor.

Vosotras, que os habéis comunicado con todas las cosas invisibles, contadnos los que sepáis de esta magia; ayudadnos si podéis, ya que sabéis que nunca os quisimos hacer daño, que nuestra intención era sólo extender el imperio de la ley y de la verdad.

»No prestamos atención a la hipocresía de aquellas afirmaciones; de la bondad de extender la verdad a base de matanzas generales y cosas así. Pero Mekare pidió al Rey que contase ahora lo que recordaba.

»Habló de cosas que vosotros, todos los que estáis sentados aquí, conocéis sin duda alguna. De cómo estaba muriendo, de cómo probó la sangre con que su esposa le había cubierto el rostro, de cómo su cuerpo resucitó y anheló aquella sangre, de cómo la tomó de su esposa y de cómo ésta se la dio, y por fin de cómo se convirtió en lo que ella era. Pero para él no hubo la misteriosa nube sanguinolenta. No hubo nada desenfrenado corriendo por su interior.

»—La sed, es insoportable —nos dijo—. Insoportable. Y también agachó la cabeza.

»Mekare y yo quedamos en silencio un momento, mirándonos y, luego, como siempre, Mekare habló primero:

»—No tenemos nombre para lo que sois —dijo—. No tenemos ninguna referencia de que cosa semejante haya ocurrido nunca en el mundo. Pero lo que ocurrió está muy claro. —Clavó los ojos en la Reina—. Mientras contemplabais la muerte, vuestra alma intentó escapar rápidamente del sufrimiento, como suelen hacer las almas. Pero cuando empezó a ascender, el espíritu Amel la capturó, ese ser que es invisible como el alma. Si los acontecimientos hubiesen seguido su curso normal, fácilmente podríais haber vencido a este ente terrestre y haberos ido a reinos que desconocemos.

»"Pero el espíritu Amel había puesto en marcha, mucho tiempo atrás, un gran cambio en sí mismo; un cambio que lo transformó por completo. Este espíritu había probado la sangre de los humanos, de los humanos que había picado o fustigado, como vos misma pudisteis ver. Vuestro cuerpo allí tendido y lleno de sangre aún tenía vida, a pesar de sus múltiples heridas.

»"Así pues, el espíritu, sediento, se zambulló en vuestro cuerpo, con su invisible forma, entretejida aún con vuestra alma.

»"No obstante, podíais haber triunfado sobre él, luchando hasta expulsar este ser maligno, luchando como con frecuencia hacen los posesos. Pero el pequeño núcleo de este espíritu (la parte material que constituye el centro motor de todos los espíritus, del cual proviene su inagotable energía) había quedado súbitamente lleno de sangre, como nunca había ocurrido en el pasado.

»"Así pues, la fusión de la sangre y del tejido eterno fue magnificada y acelerada un millón de veces; y la sangre fluyó por todo su cuerpo, tanto material como inmaterial, y eso fue la nube sanguinolenta que visteis.

»"Pero lo más significativo es el dolor que experimentasteis, ese dolor que viajó por vuestros miembros. Ya que lo más probable fue que, puesto que la muerte inevitable llegaba a vuestro cuerpo, el diminuto núcleo del espíritu se aleara con vuestra carne, como su energía se había ya aleado con vuestra alma. Encontró algún lugar concreto, algún órgano, en donde fundir la materia con la materia, como el espíritu ya se había fundido con el espíritu; y un nuevo ser fue creado."

»—Su corazón y mi corazón —musitó la Reina— se fundieron en uno. —Y, cerrando los ojos, levantó la mano y la reposó en el pecho.

»No replicamos nada, aunque esto nos pareciera una simplificación, aunque no creyéramos que el corazón fuese el centro del intelecto o de las emociones. Para nosotras, el cerebro era quien controlaba esos aspectos. En aquel momento, tanto a Mekare como a mí, nos vino a la memoria un terrible recuerdo: el corazón y el cerebro de nuestra madre tirados por el suelo y pisoteados entre las cenizas y el polvo.

»Pero alejamos este recuerdo. Habría sido una aberración que aquel dolor pudiera ser vislumbrado por los que lo habían causado.

»El Rey nos agobió con otra pregunta:

»—Muy bien —dijo—, habéis explicado lo que le sucedió a Akasha. El espíritu está en su interior, su núcleo está fusionado con su corazón, quizá. Pero ¿qué hay en mi interior? No sentí aquel dolor, no sentí que el espíritu maligno correteara en mi interior. Sentí… sentí sólo la sed cuando las manos ensangrentadas de ella tocaron mis labios. —Y miró a su esposa.

»La vergüenza y el horror que experimentaba por causa de la sed eran evidentes.

»—El mismo espíritu está también en vuestro interior —respondió Mekare—. No hay sino un solo Amel. Su núcleo reside en la Reina, pero también en vos.

»—¿Cómo es posible una cosa así? —inquirió el Rey.

»—Una gran porción de este ser es invisible —contestó Mekare—. Si hubierais podido verlo en toda su extensión, antes de que tuviera lugar la desgracia, hubierais contemplado algo casi infinito.

»—Sí —confesó la Reina—. Era como si la red tapara el cielo entero.

»Mekare explicó:

»—Solamente gracias a la concentración de un tamaño de tal enormidad, los espíritus consiguen toda la fuerza física que desean. Dejados a sus anchas, son como nubes en el horizonte, quizá más grandes; muchas veces han alardeado ante nosotras de no tener verdaderos límites, aunque quizás esto no sea verdad.

»El Rey miró a su esposa.

»—Pero ¿cómo podemos librarnos de él? —interrogó Akasha.

»—Sí. ¿Cómo podemos hacer que se vaya? —insistió el Rey.

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