Read La reina de los condenados Online
Authors: Anne Rice
»Pero el gran dios no podía mirar sin odio a las hechiceras que habían turbado a su amado pueblo. Y pedía que no se tuviera piedad con ellas.
»—Mekare, por tus malvadas mentiras y por tu asociación con los espíritus malignos —sentenció la Reina—; se te arrancará la lengua de la boca. Y Maharet, por la maldad que has imaginado y en la que querías hacernos creer; se te sacarán los ojos. Y permaneceréis atadas juntas toda la noche, para que podáis oíros llorar, una incapaz de hablar y la otra incapaz de ver. Y después, mañana al mediodía, en la plaza pública delante de palacio, seréis quemadas vivas para que todo el pueblo pueda contemplarlo.
»—Porque fijaos bien: ninguna maldad semejante dominará nunca a los dioses de Egipto ni a su Rey y Reina elegidos. Porque los dioses nos han mirado con benevolencia y favor especial, y ahora somos como el Rey y la Reina de los Cielos y nuestro destino es hacer el bien común.
»Quedé sin habla al oír la pena a que nos condenaban; el miedo y el dolor estaban más allá de mi alcance. Pero de inmediato Mekare gritó en tono de desafío. Sorprendiendo a los soldados, se separó de ellos y dio unos pasos adelante. Con la mirada en las estrellas, habló. Y, por encima de los cuchicheos ahogados de la Corte, declaró:
»—Pongo a los espíritus por testigos, porque suyo es el conocimiento del futuro, tanto de lo que será, ¡como de lo que yo seré!
¡Sois la Reina de los Condenados, es lo único que sois! Vuestro único destino es la maldad, como bien lo sabéis. Pero yo os detendré, aunque tenga que resucitar de entre los muertos para hacerlo. ¡Y, en la hora de vuestra mayor amenaza, seré yo quien os derrotará! ¡Seré yo quien os abatirá! ¡Fijaos bien en mi rostro, porque volveréis a verlo!
»No bien hubo pronunciado aquel juramento, aquella profecía, que los espíritus se reunieron y desataron su torbellino; las puertas de palacio se abrieron violentamente y la arena del desierto llenó el aire de sal.
»Los cortesanos, aterrorizados, echaron a gritar.
»Pero la Reina llamó a los soldados.
»—¡Cortadle la lengua como os he ordenado! —Los soldados salieron de entre los cortesanos que se arrimaban aterrados a los muros, avanzaron hasta Mekare, la cogieron y le cortaron la lengua.
»Fría de horror miré cómo tenía lugar el sacrificio; terminó y oí los jadeos de Mekare. Entonces, con una furia inusitada, apartó a un lado, con sus manos atadas, a los soldados, se arrodilló, de un zarpazo cogió la lengua ensangrentada del suelo y se la tragó antes de que la pisotearan o la tirasen.
»Los soldados me aferraron a mí entonces.
»Lo último que contemplé fue a Akasha, señalándome con el dedo, y con los ojos refulgentes. Y el rostro paralizado de Khayman, con lágrimas que caían por sus mejillas. Los soldados me sujetaron la cabeza, tiraron mis párpados hacia arriba y me arrebataron la visión, mientras yo lloraba en silencio.
»Luego, de repente, sentí que una mano afectuosa me cogía; y sentí algo contra mis labios. Khayman había recogido mis ojos; Khayman los estaba apretando contra mis labios. De inmediato me los tragué, para que no los profanaran o se perdiesen.
»El viento arreció con más violencia; la arena se atorbellinó a nuestro entorno y oí a los cortesanos que echaban a correr en todas direcciones, unos tosiendo, otros jadeando y muchos gritando en su estampida; mientras, la Reina imploraba a sus súbditos que se calmaran. Me di la vuelta, tanteando en busca de Mekare, y sentí que reposaba su cabeza en mi hombro, sentí su pelo contra mi mejilla.
»—¡Ahora quemadlas! —ordenó el Rey.
»—No, es demasiado pronto —dijo la Reina—. Dejad que sufran.
»Se nos llevaron, nos ataron juntas y nos dejaron solas en el suelo de la pequeña celda.
«Durante horas, los espíritus revolvieron el palacio; pero el Rey y la Reina consolaron a su pueblo y les dijeron que no tuvieran miedo. A mediodía de la mañana siguiente todos los males del reino serían expiados; que hasta entonces los espíritus hicieran lo que quisiesen.
»Más tarde, todo quedó tranquilo y silencioso, mientras nosotras yacíamos juntas. Parecía que nada, excepto el Rey y la Reina, anduviese por el palacio. Incluso nuestros guardias dormían.
»Éstas son las últimas horas de mi vida, pensé. Y el sufrimiento de Mekare será mayor que el mío, porque me verá arder, mientras que yo no podré verla y ni siquiera oírla, porque no puede gritar. Acerqué a Mekare contra mí. Reposó su cabeza contra los latidos de mi corazón. Y así transcurrieron los minutos.
«Finalmente, cuando debían faltar unas tres horas para el amanecer, oí ruidos fuera de la celda. Algo violento; el guardia soltando un grito agudo y luego cayendo. Alguien había matado al hombre, Mekare se agitó junto a mí. Oí que descorrían el cerrojo; las bisagras crujieron. Luego me pareció oír un ruido producido por Mekare, algo semejante a un gemido.
»Alguien había entrado en la celda, y supe por mis viejos poderes instintivos que se trataba de Khayman. Cuando nos hubo cortado las cuerdas que nos ataban extendí mi brazo y agarré su mano. Pero al instante pensé ¡éste no es Khayman! Y comprendí.
»—¡Te lo han hecho a ti! ¡Lo han realizado contigo!
»—Sí —susurró, con una voz llena de ira y de amargura, con un nuevo timbre que se había introducido en ella, un timbre inhumano— ¡Lo han hecho! ¡Para probarlo, lo han hecho! ¡Para ver si decíais la verdad! Han puesto este mal dentro de mí.—Pareció que sollozaba, un sonido áspero y seco que emergió de su pecho. Y pude sentir la inmensa fuerza de sus dedos, porque, aunque no era su intención hacerme daño en las manos, me lo hacía.
»—Oh, Khayman —dijo yo llorando—. ¡Qué traición de los que has servido tan bien!
»—Escuchadme, hechiceras —dijo, con voz gutural, desbordante de odio—. ¿Queréis morir mañana a fuego y humo ante el populacho ignorante o queréis combatir a este ser maligno? ¿Queréis ser su igual y su enemigo en esta Tierra? Porque ¿qué puede detener la fuerza de los hombres poderosos salvo otros de la misma fuerza? ¿Qué detiene a un espadachín salvo un guerrero del mismo temple? Hechiceras, si han podido hacerme esto a mí, ¿no os lo puedo hacer yo a vosotras?
»Me encogí, intenté alejarme de él, pero no me soltaba. Yo no sabía si era posible. Sólo sabía que no lo quería.
»—Maharet —dijo—, crearán una raza de acólitos acérrimos a ellos, a menos que sean vencidos, y ¿quién puede vencerlos sino alguien tan poderoso como ellos mismos?
»—No, antes moriría —repliqué yo, aunque, al acabar de pronunciar las palabras, me vinieron al pensamiento las llamas que nos aguardaban. Pero no, era imperdonable. Mañana vería a mi madre; me iría de allí para siempre, y nada podría hacerme quedar.
»—¿Y tú, Mekare? —oí que decía—. ¿Quieres obtener el cumplimiento de tu maldición? ¿O prefieres morir y dejarla en manos de los espíritus que te han fallado desde el principio?
»Se levantó de nuevo el viento, aullando por todo el palacio; oí las puertas exteriores que batían; oí la arena que azotaba los muros. Criados que corrían por pasillos alejados; gentes que despertaban y se levantaban de las camas. Pude oír los gemidos débiles, vacíos, ultraterrestres de los espíritus más queridos.
»—Calmaos —les exhorté—. No lo haré. No dejaré que este mal entre en mí.
»Pero, al arrodillarme e inclinar la cabeza contra la pared, razonando que debía morir, que de un modo u otro debía encontrar el coraje para morir, advertí que, en los reducidos límites de aquella celda, la indecible magia trabajaba de nuevo. Mientras los espíritus enfurecidos se agitaban contra la magia, Mekare había tomado su decisión. Extendí los brazos y noté aquellas dos formas, hombre y mujer, unidos como amantes; y cuando luché para separarlos, Khayman me asestó un golpe que me tumbó al suelo inconsciente.
»Sólo transcurrieron unos minutos. En algún lugar de la negrura, los espíritus lloraban. Los espíritus supieron el resultado final antes que yo. Los vientos se desvanecieron; se hizo un silencio absoluto en la negrura; el palacio estaba en absoluta quietud.
»Las frías manos de mi hermana me tocaron. Oí un extraño sonido, como una risa; ¿pueden oír los que no tienen lengua? En realidad yo aún no había tomado una decisión; sabía que todas nuestras vidas habían sido la misma; gemelas, una la imagen reflejada de la otra; parecíamos dos cuerpos con una sola alma. Ahora me hallaba sentada en la cerrada y cálida oscuridad de aquel reducido espacio y estaba en brazos de mi hermana; por primera vez ella era diferente, ya no éramos el mismo ser; y sin embargo lo éramos. Y sentí su boca contra mi cuello; sentí que me hería; Khayman sacó su puñal e hizo el trabajo para ella; y la caída al vacío empezó.
»Oh, aquellos segundos divinos; aquellos momentos en que vi en el interior de mi cerebro la encantadora luz del cielo plateado; y mi hermana ante mí, sonriendo, con los brazos hacia arriba mientras la lluvia caía. Danzábamos juntas bajo la lluvia, y todo nuestro pueblo estaba allí, con nosotras, y nuestros pies desnudos se hundían en la hierba mojada; y cuando el rayo rasgó el cielo y el trueno estalló, fue como si nuestras almas se hubieran liberado de todo dolor. Empapadas por la lluvia entramos en la cueva juntas; encendimos una pequeña lámpara y contemplamos las antiguas pinturas en las paredes, las pinturas realizadas por las hechiceras que habían vivido antes que nosotras; arrimándonos una contra otra, con el sonido de la distante lluvia, nos perdimos entre aquellas pinturas de hechiceras danzantes, pinturas que hablaban de la primera aparición de la luna en el cielo nocturno.
»Khayman me alimentó con la magia; luego mi hermana; luego otra vez Khayman. Ya sabéis lo que ocurrió, ¿no? Pero no sabéis lo que significa el Don Oscuro para los que son ciegos. Microscópicas chispas centelleaban en la gaseosa penumbra; luego parecía que el esplendor de una luz empezaba a definir las formas de las cosas a mi alrededor, en débiles latidos; como las imágenes que a uno le quedan en los ojos después de ver algo resplandeciente y cerrar los párpados.
»Sí, me podía mover por la oscuridad. Extendí la mano para verificar lo que veía. La puerta, la pared; luego el pestillo ante mí; un leve mapa del camino que seguía adelante parpadeó un segundo en mi mente.
»Sin embargo, la noche nunca había parecido tan silenciosa; nada inhumano respiraba en la oscuridad. Los espíritus habían desaparecido por completo.
»Y nunca, nunca más, he vuelto a oír o ver a los espíritus. Nunca más han vuelto a responder a mis preguntas o a mis invocaciones. Los fantasmas de los muertos, sí; pero los espíritus han desaparecido para siempre.
»Pero, en aquellos primeros momentos, u horas, o incluso en las primeras noches, no me paréate de este abandono.
»Y muchas más cosas me sorprendieron, muchas más cosas me llenaron de agonía o de alegría.
»Mucho antes del alba ya estábamos escondidas, como el Rey y la Reina estaban escondidas; en las profundidades de una tumba. Khayman nos condujo al mausoleo de su propio padre, al mausoleo donde se había restaurado al mísero cadáver profanado. Por entonces yo ya había bebido mi primera medida de sangre mortal. Había conocido el éxtasis que había hecho enrojecer al Rey y a la Reina de vergüenza. Pero no había osado robar los ojos de mi víctima; ni siquiera había pensado que algo semejante pudiese funcionar.
»Fue cinco noches después cuando hice este descubrimiento, y vi como un bebedor de sangre ve por primera vez.
»Pero por entonces ya habíamos huido de la ciudad real, viajando noche tras noche en dirección norte. Y, lugar tras lugar, Khayman revelaba la magia a personas diversas declarando que debían levantarse contra el Rey y la Reina, ya que el Rey y la Reina les querrían hacer creer que sólo ellos poseían el poder, lo cual era únicamente la peor de sus muchas mentiras.
»Oh, el odio que sentía Khayman aquellas primeras noches. A cualquiera que quisiese el poder, se lo daba, incluso cuando estaba tan debilitado que apenas podía andar a nuestro lado. Que el Rey y la Reina tuvieran enemigos poderosos, ése era su propósito. ¿Cuántos bebedores de sangre se crearon en aquellas primeras semanas irreflexivas, bebedores de sangre que aumentarían y se multiplicarían y llevarían a cabo las batallas con que soñaba Khayman?
»Pero nosotras quedamos sentenciadas en esta primera etapa de la aventura, sentenciadas en la primera rebelión, sentenciadas en nuestra huida. Pronto nos separarían para siempre: a Khayman, a Mekare y a mí.
»Porque el Rey y la Reina, horrorizados por la deserción de Khayman y sospechando que nos había dado la magia, mandaron soldados a perseguirnos, hombres que nos buscarían de día y de noche. Y como cazábamos sin tregua para satisfacer nuestra recién nacida ansia, nuestro rastro a lo largo de los pequeños poblados a orillas del río, o de los asentamientos de las montañas, era muy fácil de seguir.
»Y al fin, cuando aún no hacía dos semanas que habíamos huido del palacio real, fuimos atrapadas por la turba a las puertas de Saqqara, a menos de dos noches de camino al mar.
»¡Si hubiéramos podido llegar al mar! ¡Si hubiéramos conseguido permanecer juntas! Él mundo había renacido para nosotras en la oscuridad; nos amábamos desesperadamente; desesperadamente habíamos intercambiado nuestros secretos a la luz del claro de luna.
»Pero en Saqqara nos aguardaba una trampa. Y aunque Khayman luchó y consiguió su libertad, vio que era imposible podernos salvar y huyó hacia las colinas para esperar el momento oportuno; pero el momento oportuno nunca llegó.
»Como recordaréis, como habréis visto en vuestros sueños, nos rodearon y nos atraparon. Me volvieron a arrancar los ojos; y ahora temimos el fuego, porque seguramente nos destruiría, y suplicamos a todas las cosas invisibles que intercediesen por nuestra liberación final.
»Pero el Rey y la Reina tenían miedo de destruir nuestros cuerpos. Habían creído el relato de Mekare acerca del gran y único espíritu, Amel, el que nos había infectado a todos, y temían que cualquier dolor que nos infligiesen a nosotras lo sufrirían ellos también. Evidentemente no era así, pero ¿quién podía saberlo entonces?
»Así pues, nos pusieron en dos ataúdes de piedra, tal como ya os conté. Uno sería botado hacia el este y el otro hacia el oeste. Ya habían construido las balsas para abandonarnos a la deriva en los grandes océanos. Las había visto incluso en mi ceguera. Nos cargaron en ellas; y supe, por las mentes de los que me habían capturado, lo que iban a hacer. También supe que Khayman no nos podría seguir, porque lo más seguro era que la marcha continuase tanto de día como de noche.